DIARIO DE LA HABANA (Tecrer día)



Tercer Día

Atardecí… Una resaca insondable se burla de mí: imágenes en vuelta, mareos, recuerdos vagos… Miro por la ventana: Ha llovido toda la noche y aún caen gotas cristalinas que se estrellan contra el vidrio de la descuidada habitación del hotel. La Habana está nublada, húmeda, triste… Pienso en ello y mi malestar vuelve, mas me río de vuelta dando un salto para levantarme: Es viernes, estoy en la selvática ciudad del placer; no hay lugar para las náuseas.

Tomo un mar da agua; luego, por alguna razón ajena a mi entendimiento, se me presenta la oportunidad de mi primer baño caliente… delicioso, vigorizante, aliviador de residuos alcohólicos.

Un tabaco; pienso en Jack, pero el estómago me ruega que espere…

Bajo hacia la “Cadeca”, nombre de la casa de cambio de La Habana: Está cerrada por el momento. Mientras vuelvo al hotel un hombre negro de apariencia terrorífica me ofrece venderme marihuana… Tentador, mas, por un lado, no haré esa clase de negocios en un país ajeno; por otro lado, vine a disfrutar del paisaje y el hedonismo de la isla, no a encerrarme en el cuarto del hotel para viajarme a otros lados: Ya estoy de viaje.

Resolvemos salir y buscar algo para desayunar: Se nos antojan unos mariscos, algo fresco que reviva el alma, mas no encontramos el lugar adecuado, por lo que decidimos, después de varias vueltas, comer una hamburguesa en la cafetería “La Rampa”, ubicada sobre la Av “23”, más arriba del hotel.

Ordenamos, nos sentamos y fumamos un cigarrillo mientras esperamos nuestras viandas. A lado nuestro un grupo de europeos saborean sus alimentos, extasiados por el viaje familiar a la isla.

Después de devorar nuestro refrigerio, decidimos cambiar de mesa rápidamente, pues bajo la sombra hace frío y el sol es codiciado. Ordenamos un espresso y nos acomodamos, saboreando la exquisita mezcla de café cubano combinado con el humo del tabaco rubio caribeño, el sol de frente que se posa sobre el océano del Malecón; del otro lado de la acera los famosos helados “Coppelia” atraen a todo tipo de gente, mientras cientos se pasean por la avenida aquí y allá; pero todo desaparece, es un momento mágico, donde los placeres sencillos de la vida me ofrecen un sentimiento de libertad: No hay nada, sólo yo, mis ojos y mi paladar.

Un hombre canadiense, de edad avanzada, se desmaya en medio de la cafetería, mientras la joven cubana con quien viene trata de reanimarlo. Yo no me muevo, no me importa; podría morirse aquél, pero yo… yo estoy enamorado del momento.

Empieza una ligera lluvia… mi momento ha muerto. Bajamos por la “23” hasta la calle “O”, donde se encuentra nuestro hotel. Subimos; no pasa mucho tiempo antes de que destapemos un vino que traíamos en la maleta: Un exquisito Shiraz californiano del valle de Napa, con un atractivo aroma parecido al del gruyere y un sabor perfectamente adecuado al momento: No fuerte, no seco ni avinagrado… Es, simplemente, un perfecto “bouquet”, y sólo existe algo que puede descollar aún más aquel placer hedonístico: Un habano, mientras vislumbro por la ventana el cartel destruido de lo que fue en su época, puedo imaginar, el magnífico hotel “Capri”; las ruinas de aquello no hacen más que obligarme a imaginar la elegancia de los huéspedes década atrás.

Anochece, mientras nos bebemos la tarde en una copa de tinto, acompañado de botanas misceláneas y, desde luego, cigarros. Ahora, es tiempo de encender la oscuridad con una chispa de fiesta…

Un antiguo y ruidoso taxi nos deja en la entrada del Cecilia, un restaurante que por la noche se convierte en el núcleo de los libertinos extranjeros. Decenas de personas, la mayoría cubanas, se amontonan en la entrada del lugar a modo de hilera, esperando su turno para ingresar a la pecaminosa fiesta del lugar. Nos formamos entre las despampanantes cubanas a esperar nuestro turno, mientras sus chulos nos miran con recelo: Son jineteras, prostitutas, pero de un calibre extraordinario: Si el amor existiera en Cuba, de ahí tomaría a mi futura esposa.

Mientras esperamos impacientes, un extenso grupo de lo que parecen ser rumanos, se aparece, con aire maldoso, sedicioso, revoltoso… Todos los convidados pueden sentir esa desconfiada vibra que emanan. Tratamos de no darle importancia a aquello, pero se hacen de palabras inentendibles con otros; finalmente, termina ello cuando cruzamos la puerta. Costo de la entrada: $5.0 CUC’s; Grupo invitado: P.M.M.

Entramos e inmediatamente amo el momento; soy un amante del presente y vaticino una gran velada: Mulatas, rubias, negras, trigueñas y pelirrojas se pasean con sus mejores ropas por todo el lugar, blandiendo sus cabellos, bajo un rutilante cielo estelar, cual si fueran Roldán y su Durandarte entre moros; todas vienen y van, repasando sus miradas hacia todos nosotros: hombres extranjeros, pidiendo a grito interno que les brindemos tragos para después invitarlas al hotel.
El lugar es un jardín, bellamente adornado para la ocasión con luces y sonido digital, con unas mesas dispuestas bajo el gran escenario, donde P.M.M. daría un extasiante espectáculo. En medio de todo, un árbol enorme vigila a todos los cazadores de caribeñas.


Yo no voy con intención de cacería, mas pongo el tiro de mis ojos en la barra, donde se aprecia el elixir Bucanero; antes de pedir aquello, mi cuerpo me pide azúcar y un poco de cafeína, por lo que encargo un refresco “Tu Kola” helado.

“Glu, glu, glu… aaaaah”… No hay mejor medicina para la resaca. Volteo y, no pasan dos minutos, cuando se acerca una mulata conmigo. Me dirige unas tres palabras, mas contesto seco, sin vida: Quiero mi momento a solas; se me antoja disfrutar mi refresco con un cigarrillo, callado, mientras repaso el bufete de mujeres que se me presenta. Ella lo entiende y se va. Nuevamente me enamoro del instante, mientras comienza el espectáculo de aquellos entretenedores: Luces de todo tipo, sonido ambiental, pantallas de plasma y, sin más, un grupo de mujeres irreales bailando despacio y sensualmente sobre el escenario: Es tiempo de una cerveza.

La fiesta continúa y yo intercambio miradas con las locatarias, mientras mi compañero de viaje ya se encuentra hablando con alguna de ellas. Alguna de cuerpo escultural se da cuenta de ello y me percibe vulnerable, por lo que se acerca y comienza la plática de coquetería. Le invito un trago mientras ella pasa de las palabras indirectas a las directas tratando de convencerme para que la lleve al hotel: Me ofrece un masaje inolvidable seguido de una noche apasionante. Yo me niego mientras ella continúa su esfuerzo: Es un canino disfrazado de ratón, esperando a que yo me convierta en gato y caiga en su juego: Me abraza, me susurra al oído, me acaricia el rostro, me besa el cuello y los labios, pero éstos últimos sólo dicen: “Hoy me iré sólo”.

Después de unos momentos, me toma de la mano e intenta llevarme hacia unas pequeñas mesas casi privadas que se encuentran en la parte de atrás, cerca del sanitario de hombres, mas ella no contaba con que alguna otra me arrebataría los ojos, conque era una diosa de cabello negro, ojos grandes y brillantes y una boca inmensamente deseable, que, sabiendo sus infinitas cualidades, se interpuso entre aquella y yo, donde no pude más que soltarle la mano a la primera para poner toda mi atención sobre la diosa, a quien ya había visto desde la entrada, vestida con una pequeña chamarra blanca, mostrando su abdomen plano y su délfica espalda baja, donde habitaba un ave divinamente tatuada; ¡oh, cómo quise ser ave por una noche!

Comienzo la plática con la pregunta obligada en aquella ciudad: “¿Quieres algo de la barra?”; “Unos Hollywood”, contesta. Me dirijo por los cigarrillos y mi Bucanero helada; en el camino me tropiezo y casi caigo: quiero pensar que fue por que todavía me encontraba estupefacto ante tal belleza cubana.
Al volver, no pasan cinco minutos cuando ya me ofrece un extraordinario masaje y un momento lujurioso en el hotel. Me niego, decepcionado de saber que el amor en Cuba es sólo cuestión de negocio. Ella insiste, regatea sus precios; yo sólo quiero charlar, mas para ella el tiempo es dinero… literalmente, por lo que se va en busca de alguna otra víctima.

Me paro de frente al escenario, donde se organiza un concurso entre extranjeros organizado por la P.M.M.; con cigarro y cerveza en mano, disfruto mi tiempo a solas, mientras vienen y van aquellas ofreciendo sus servicios. Finalmente, encuentro a mi compañero de viaje, quien se encuentra platicando con alguna chica de ojos turquesa y rostro de coquetería pura, delgada, atractiva, fina… Me siento con ellos a degustar un trago, cuando se acerca una cubana y se sienta a lado mío: no es guapa, ni atractiva, ni bonita, mas yo sólo tengo deseos de platicar y pasar un buen rato, por lo que le invito una piña colada, mientras los cuatro nos divertimos bajo la noche tropical.

Después de unos momentos, se va aquella, quien debía ir a jinetear para poder alimentar a su crío en el hogar. Me levanto al sanitario, y vuelve la diosa insistiendo en que debemos hacer negocio de placer, mas yo estoy convencido de volver solo a mi cama.

Entre copas y tabaco, pasa la noche y, finalmente, volvemos al hotel. Mi compañero sube al cuarto; yo, me dirijo al bar del hotel: “Un etiqueta negra en las rocas… hazlo doble, por favor”.

Por fin, tranquilidad; me siento en el cómodo sillón del lobby, saboreando mi Hollywood y mi J. Walker… es mi momento "Johnnie-Hollywood". De pronto, siento que debo escribirlo todo antes de que se me olvide… No hay pluma ni papel… Saco mi teléfono móvil y comienzo a escribir por primera vez mi historia… “Sólo una y media hora de sueño… La Habana espera. Un gélido viento madrugador y un equipaje que parece pesar más que yo; pero nada importa: Me aguarda un destino paradisíaco..."

Momentos después, baja una chica de negocios por el elevador y se sienta en un sillón frente al mío… “Vete”, pienso, “este momento es mío y de mi alma”.

De pronto, se abren las puertas del ascensor, y sale una pareja extraordinaria: Jack, tomado de la mano de mi amigo. Se sientan junto a mí y, a modo de salvación, obligan con su presencia a la chica a retirarse.

Uno de los custodios del hotel se encuentra embriagado; se sienta a lado nuestro y le ofrecemos una copa de nuestro elixir, mas antes de probar su trago queda aquél en los brazos de Morfeo, por lo que decidimos, mi amigo y yo, continuar nuestra fiesta privada en el cuarto, donde entablaríamos una platica sincerísima hasta el amanecer… No siempre se puede “netear” con un amigo en Cuba, acompañado de un elegante Jack Daniel’s…

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