Quisiera (o El Capricho de Los Hombres)


Sin mucho preámbulo, más que el que repasan ahora tu par de acuosos, querido lector, te dejo un humilde poema prosaico que escribí hace unos días...


"Quisiera (o El Capricho de Los Hombres)"

Quisiera poder conocer a ese tú
que se evapora ante el timbre de mi voz,
que se enerva ante el vaivén de mis labios,
bajando la mirada hacia ese par en movimiento,
esperando a que embistan con un beso a los tuyos.

Quisiera ver el punto débil de tu mente,
para obligarle a buscar mi efigie, reconstruirla,
y pensarme a cada dos minutos
por extrañar la pureza de un amor jamás logrado.

Quisiera entender qué es lo que te aleja por momentos
cuando pienso que te ciño entre la palma de mis manos,
volando luego inalcanzable hacia un cielo para mí desconocido…
Sí, basta un pestañeo y ya te has ido,
como si vinieras por consuelo,
y luego hastiada te revuelves buscando un amparo
que te aviente lejos de mis brazos y mis manos.

Quisiera ver más allá de tus actuaciones
y mirar desnuda esa esencia que se esconde
entre el deseo que te mata lentamente
y las reglas que socialmente te sofocan.

Quisiera saberte esa dulce y tierna cría
que te guardas bajo las faldas que circundan
el aroma que desprende tu lado femenino,
refugiando la inocencia que por años has guardado.

Quisiera encontrar una manera
de construirme una escalera,
y postrar en un áureo pedestal,
justo por encima del ego que te alza,
el autoestima que me pierdo en un adiós,
pues me apuñala la idea de incertidumbre
de no saber si pronto te veré,
como es costumbre en tu rutina.

Quisiera hacerme de unos labios de lava
que contrarresten el sabor ácido y amargo
que me dejan esos besos que idolatro
después del dulce que deja su corteza.

Quisiera lograr tomar la oportunidad
de posarte bajo las albas sábanas
donde tantos egos he partido y, así,
controlarte con la elegancia de mi virilidad
y el encanto de mi patanería malograda,
para arrancarte el corazón, y analizarlo,
y saboteado devolverlo a sus entrañas,
para tenerte cuando quiera y lo deseé,
como bien me tienes tú ahora:
envuelto en un capricho medio obsesivo,
idealizando un futuro donde pueda encadenarte
y convertirme en tu dios benevolente.

Quisiera volverme un maestro de la alquimia
para, de algún modo perverso,
transmutar el núcleo de tu alma hacia la mía,
y que tú fueras yo, y que yo fuera tu cruel indiferencia.

Quisiera ser el jugador y no el jugado;
quisiera ser verdugo de tu presa inconsciencia;
quisiera ser tu todo aunque fuera por segundos;
quisiera ser la importancia igual a cero
y que fueras tú el amor que yo desprecio…

Quisiera ser el hombre ceñido en el machismo
y tú la mujer sometida a las costumbres humanas;
quisiera encerrarte en el centro de una estrella
y que pudieras nunca atravesarla.

Mas no puedo ser aquella bestia que anhelan tus deseos,
pues tenerte por ganar la batalla de los egos,
sería obtenerte por la coerción de lo insano
y no por la lógica que me impulsa a quererte,
conque yo te quiero para bien
y no por los instantes que desea mi locura por lo vano…

La Esencia del Artista (o Del Artista en Ti)


¿Qué es, precisamente, lo que hace al artista? ¿Qué es aquello que ve nacer al ser creativo?

Creo yo que el artista nace de ese hastío de ser uno más en el mundo; viene de esa necesidad de verse original, único, distinto; y es por eso que en el arte se tiende a crear constantemente cantidad de géneros, tendencias, estilos, etcétera… Tanto en la música como en la arquitectura como en la pintura como en la escultura como en el teatro, siempre hay distintas modas en ciertas épocas en la historia de la humanidad: gótico, churrigueresco, barroco; impresionista, realista, cubista, expresionista; neo-clásico, roquero, poppero, metalero; drama, comedia, tragedia; romanticismo, surrealismo, modernismo… en fin…

Mas, ¿qué es eso que activa la mente artística? ¿Cuál es el gatillo que dispara la bala del pensamiento creativo? ¿De dónde sale esa nostalgia que inyecta las odas en el poeta? ¿Por dónde se iluminan esas ganas de cantar un pensamiento o de bailar una expresión? ¿Cómo ha de parirse la actuación de alguna historia o la exaltación de una idea sobre piedra? ¿Será que ser artista es cosa del destino o es algo que se adiestra? ¿Se nace o se hace uno mismo como artista? ¿Es a priori o a posteriori?

Supongo que hay dos clases de artistas: los que nacen con el talento y los que crean el talento. En el primero es la mente la que, ineludiblemente, forzara todo para que nazca el artista; en el segundo es cierta disciplina que obliga a la razón a volverse creativa.

En mi caso, me volví artista, creo yo, por error… En el caso de la literatura, primero empecé a escribir y luego comencé a leer libros: Empecé a escribir una tarde donde, molesto con mi hermano, me negué a estar en la misma habitación que él: en dicha habitación estaba el televisor, la computadora y todo aquello que pudiera entretenerme, por lo que decidí distraer mi mente escribiendo una historia de ciencia-ficción… historia que continuaría escribiendo durante los siguientes seis meses y que se convertiría en un libro de entre quinientas y seiscientas páginas. Desde luego, ahora que vuelvo a revisarlo, me doy cuenta de las lagunas que tenía en aquel entonces en cuestiones de redacción; no obstante, es probablemente uno de los libros más interesantes que he escrito, pues en él se entrelazaban unas tres historias distintas a través del tiempo y del espacio; de hecho, aquel libro sería el primero de una serie de libros (pensé yo), pero ni siquiera terminé el segundo tomo, pues inmediatamente me saltaron ideas sobre otras historias qué imprimir en páginas: actualmente tengo más libros incompletos que conclusos. Y poco a poco, después de tantos años, comienzo a pulir un estilo propio. Hay tiempos en los que escribo sin parar por días, y hay otros en que dejo de hacerlo por años. ¿Por qué? No lo sé, siempre he sido una persona que quiere abarcarlo todo, y, cuando algo me interesa, todo lo demás pierde sentido; tal vez por eso no pulo mis letras en un solo género, sino que hay ocasiones en que me gusta escribir cuentos, otros poesía, otros ensayos, novelas, teatro, etcétera…

En cuanto a la música, también fui aleccionado de una manera extraña… Comencé a tomar clases de piano a los nueve años durante dos años; luego lo dejé… A los dieciocho años de edad, justo tras la muerte de mi padre, y al haber reprobado el último año escolar antes de ingresar a la universidad, decidí tomar clases de guitarra… Después de tres meses ya había entrado a una escuela formal de música. Hoy toco cinco instrumentos y constantemente me encuentro componiendo y arreglando canciones. Si no hubiera muerto mi padre, si no hubiera reprobado, hoy, probablemente, sería yo un egresado en ingeniería industrial de la Universidad Iberoamericana…

Siempre me he preguntado si fui destinado a las artes o si me hice artista en el camino… Mas, de lo que sí estoy plenamente seguro, es que nunca me vi como hoy soy… y eso es algo que me encanta, pues finalmente tengo el alma tranquila: Hoy sé quién soy y qué es lo que quiero…


Querido lector, prueba lo que siempre has rechazado conocer, pues puede ser que ahí se esconda la esencia de tu alma…

La Teoría del Llaverito (cuarta parte)




5) La Teoría del Llaverito

Una vez explicadas las naturalezas individuales de ambos sexos, podemos comprender que, básicamente, la mujer es la responsable de que el hombre invente y cree constantemente nuevas teorías, tecnologías, etc., pues es el modo que tiene el hombre para diferenciarse de entre los demás de su especie y, así, descollar y convertirse en el partido perfecto para obtener las miradas femíneas. Y por ello decía yo en un principio que, sin la mujer, el hombre viviría solo, con su propia locura, en una caverna, pues no habría un incentivo que lo impulsara a lograr nuevas cosas. Mientras la mujer tiene un pensamiento ondulatorio (tal como cuando arrojamos una piedra al agua y vemos como una onda se expande uniformemente hacia todos lados), el hombre tiene un pensamiento lineal hacia una sola dirección. Es decir, la mujer tiene la capacidad de ver todos los ángulos posibles, y el hombre tiene el don de direccionar un pensamiento hacia dimensiones lejanas. Si bien la razón del hombre puede llegar más lejos que el de la mujer, el de ella siempre será más estable y en crecimiento constante.

El hombre tiende a ser el llaverito perfecto de entre los demás para que, así, la mujer le escoja y lo pueda presumir entre las demás de su especie. El hombre se debe a la mujer, y la mujer se debe a sí misma.


6) El Hombre y La Mujer: Complementos Naturales

Una vez que ya hemos podido aceptar que el hombre y la mujer son dos entes distintos en cuanto a su naturaleza, podemos, ahora, comprender que es esta misma diferencia lo que los lleva a complementarse a sí mismos. Es decir, el hombre busca en la mujer lo que a él le falta, mismamente que la mujer encuentra en el hombre lo que no halla en sí misma.

Mientras el hombre tiende a escaparse de este mundo hacia una dimensión propia de locura, la mujer tiene esa capacidad de tomarle y regresarle al mundo real. Mientras la mujer tiende a verlo todo con ojos de organización integral social, el hombre le hace ver los distintos matices y defectos de la vida. El hombre tiende a la razón, la mujer a la emoción, y cuando se conjugan logran parir a ese ente único que tiende a la perfecta armonización entre la mente y los sentimientos, entre la realidad y la ficción, entre la superación del entendimiento cuasi-matemático y las artes humanísticas: Y es ahí, cuando ya han logrado cierto equilibrio entre lo que es y lo que debe ser (el hombre tiende a lo que es; la mujer a lo que debe ser), cuando deciden crear a un hijo, una criatura a la cual tratarán de moldearle a una manera perfecta con el equilibrio logrado; mas hay cierta sabiduría en la naturaleza del humano que le dicta, entre la adolescencia y la edad adulta joven, a conocerse a sí mismo, logrando diferenciarse como hombre o mujer, lo que le hará buscar a ese complemento, con quien tendrá nuevas crías y, así, se perpetuará la especie humana.

Ésta infinitamente divina diferencia entre el varón y la hembra, es lo que precisamente nos vuelve humanos, pues no sólo nos escogemos por distinción de sexo como pudiéramos pensar entre animales, sino también en razón y emoción.

La Teoría del Llaverito (tercera parte)



4) La Naturaleza de la Mujer

La mujer… Un ente tan extraño como el agua: un cristal líquido; algo bello, incomprensible en su estructura y, no obstante, vital… La mujer tiene esa capacidad asombrosa de ser maquiavélicamente astuta y, al mismo tiempo, infinitamente capaz de sentir las emociones en una escala desmesurada. El toque femenino es siempre algo calculado, analizado, maquinado, elucubrado… El ente femíneo tiene esa virtud de poder calcular sus acciones hacia un horizonte futuro considerablemente lejano (y por ello, además de que son, generalmente, excelentes administradoras, creo vehementemente que deberían ser más las mujeres quienes sean mandatarias de sus propios países, con algún Consejo de hombres que detenga sus decisiones emocionales).

Ellas, a diferencia del hombre, tienen una misión personal en la vida: Un lugar en la sociedad a través del hombre. La mujer compite contra las demás por ubicarse en un mejor lugar definido por los estratos sociales; cuando esto falla, buscan un lugar “raro” dentro de la comunidad para sentirse distinguidas: Una mujer que se convierte en artista, hippie, etc., se distingue de las demás y constantemente habla mal de las mujeres que alcanzaron una posición monetariamente estable; y viceversa: también éstas hablan mal de las otras.

El hombre, para conquistar a la mujer, debe mostrarse con cualidades que le difieran de los demás: ora con dinero, ora con inteligencia; ya con atractivo físico, ya con entendimientos sobre materias extraordinarias. ¿Por qué creen que el dinero, el poder y la fama son conceptos tan codiciados por el hombre?

La mujer no busca, como el hombre, los placeres hedonistas ni el sentimiento de libertad, sino la preservación de la especie y la presunción de su posición; cualquier atentado contra alguna de estas dos metas, resultará en la aparición de la ferocidad en la fémina; la mujer, (aunque pueda sonar ofensivo) es una especie elitista por naturaleza, lo cual sirve para poder obtener esa colocación en la “socialité”; y, por otro lado, es capaz de un amor inigualable para sus hijos y su familia, cosa que le permite la preservación de la especie, justo en el punto donde el hombre se muestra indiferente.

El objetivo principal de la mujer es poder domar a la bestia que esconde la naturaleza masculina; su razón es convertirse en la prioridad de él para poder manejarlo y lograr las dos metas mencionadas: Posición y preservación, cosa que se obtiene mediante el matrimonio.