Clamor de Libertad

Clamor de Libertad

Vete...
Vete ahora y para siempre,
vuélvete una espora
y piérdete en el aire...

Calla...
Calla justo y al momento
troca tu voz en afonía,
ríndete al silencio,
séllate los labios...

Vuela...
salte pronto de mi mente,
no te aferres a mis sesos,
atavíate de olvidos
eternos e invencibles,
¡oh!, cruel recuerdo mío...

Vuélvete fino polvo
y vuélate en el viento,
deaparece, destrùyete,
desintegra cada miembro
que se acopla a tu belleza,
transmútate en un átomo
y congélate en tu núcleo,
sábete en prisiones
de esos corazones
que va quebrando
tu verdugo juego
en cada paso,
en cada aliento.

Te quiero más como afluente
de una catarata peligrosa
que se pierde en la corriente,
se transforma en una brisa
y se esfuma entre los cielos
de la atmósfera terrestre.

Muérete en mi tiempo,
tú, contemporánea cosa,
y viájate a otro mundo,
encarna en otra dimensión,
en otra vida imperceptible,
en las materias invisibles,
en el ensueño de otra raza,
en la nada de la nada,
en negruras más oscuras...

Vete,
lárgate sin voz,
sin decirlo,
sin un sonido,
sin despido,
sin que cambie la mañana
con sus aves y sus trinos...

Ándate y corre,
vuélvete lejana nube
y olvídate de todo
de todo, todo, todo
menos de hacerte ya un olvido;
recuérdame por siempre jamás
pero hazme recordar
que aún así sin ti,
aunque contigo haya sido,
todavía estoy yo vivo...

Quiero volverme un "yo"
sin un "contigo",
libre, esencial,
firme, especial,
grande sin ti,
para verte nuevamente
más feliz con alegrías
que con rencores y agonías,
siempre de lejos,
siempre innecesaria,
nunca conmigo...

Vete,
olvídate de mí,
esfuma lo de nos,
aligera mi recuerdo
cúrame el capricho
de tenerme junto a ti.

Si cierto es que toda ósmosis
proviene de un sucio parásito,
volvámonos lombrices de carroña
y hagamos de nuestro "uno"
un "uno y uno" separados,
navegantes por su lado,
perseguidos cada quien
por los brazos de su hado.

Tú más allá,
yo bien acá...
Para ya de ser un llanto
y empieza ahora ser sonrisa:
quiero ser plena alegría
por librarme de tu adicto
aroma perfecto y peculiar.

Déjame,
pero déjame bien,
solo en abandono,
pues prefiero ser de nadie
que depender de tus encantos;
libérame y así,
y justo entonces,
sabre que al menos,
me quieres sólo un poco,
y luego solamente así
te amaré como lo pides,
más de lejos que de cerca.

Luego, justo preciso y eficaz
nuestro amor ahí será,
que más se ama extrañando
que clamando libertad...

Claustro de Estrella

Claustro de Estrella

Quisiera erigirme un baluarte
fuera del suelo de la Tierra,
oculto en el anillo de Saturno
o perdido entre el bermejo de Marte;
en Andrómeda o Neptuno,
como vapor de alguna aurora,
o como una flama azul
entre la cola de un cometa...

Sea en donde fuere
y fuere lo que sea
pero que yo fuera:
que fuera solo, 
sin seres, 
sin nadie:
sin nada…

Yo y mi cabaña de luna,
a mil años luz distante,
a un millón de parsecs,
invisible a los radares,
opacado entre diez soles:
casi incinerado, 
sediento de alimento,
entre mares extintos,
sin más horizonte percibido
que su antiguo rastro ambiguo,
petrificado, sin curso... extinto,
respirando algún veneno
de ese aire intoxicado
de la atmósfera marciana,
de rodillas y cayendo aún,
aplastado por poder gravitatorio,
arrastrado por la inercia inquebrantable
de algún satélite olvidado
entre las orbitas elípticas
de un planeta gigantesco,
con llagas ulcerosas
por el ácido del viento,
con los huesos triturados
por alienígenas bacterias
depredadoras de mi calcio...
Pero quizás aun así prefiera
llorar por somática agonía
que abrumarme por las normas
y costumbres de ignominia
de las terrícolas naciones:
penar es sólo un juego de balero
cuando se sufre tanta angustia: 
como andarse en el desierto
antes que yacer en una hoguera...

Sea el más grande traidor
en la historia de mi especie,
aunque fuera el antihéroe,
condena y satán de los valores:
más me vale perder la vida
entre las dunas de asteroides
que perder mi esencia individual
entre homínidos robotizados:
más alivio se respira
entre aires ponzoñosos
de un astro inhabitable,
exiliado del imperio lácteo,
que el dulce oxígeno terrestre
corrompido por esporas egoístas
y partículas de anhelos infinitos...

Quiero volverme un mutante,
un deforme, una raza aparte,
un inhumano de cuerpo
para luego en lejanías
alcanzarme más humano en ideales,
más hombre en mi consciencia,
más persona por moral,
más civil en tolerancia,
sin brújula ni rumbo
pero menos perdido
y más encontrado por mí mismo:
quiero verme y juzgarme satisfecho
de ser por lo que soy
antes que ser por dónde estoy:
a mí, los mundos no me hacen,
sino me construyo yo en ellos...

Sueño con irme sin aviso,
alejarme de repente,
en una nave secreta
o abducido por un ovni
de esta gente y de su mundo...

Luego adiós decir desde mi vuelo,
a través de la pulida ventanilla,
sonriendo entre llantos de recuerdos...

No concibo más fausto plugo
que vacacionar hacia Mercurio,
o amanecer entre las plutónicas playas
con el atisbo de su estelar horizonte.

Acaso pudiera hacer hogar
en la isla del lunático mar,
a la deriva entre su ponto,
bronceándome en sus vientos,
cosechando el polvo en sus colinas...

Quisiera volar como la luz,
desintegrarme en un instante
y aparecer en tierra incierta,
enclaustrado en una estrella
de la galaxia más lejana,
o en cualquier otro lugar
que me asegure soledades
sin paranoias de saberme
alcanzable, interrumpido...

Desearía percibirlo todo
más en un allá,
menos que un aquí,
con mero atisbo camuflado,
invisible y transparente,
como espía bien coartado...
Ver sin que me vean...

Si tan sólo ya lograra
continuar siendo sin estar...

Y si fuera dios de pronto,
haría lo mismo que se cuenta:
construirme un mundo diminuto
para observar y entretenerme
con esa raza curiosa de hombres
atrapada entre infinitos,
perdida entre lo eterno...

Y es que quizá sea mi locura,
pero más me vale volverme átomo
donde no quepan pretensiones
que conquistar galaxias incontables 
donde naveguen libremente
los deseos, los rencores
y los egos prepotentes...

Yo, más tiendo a ser yo mismo
cuanto menos estoy aquí presente...

Tal vez sea nuestra muerte
el dulce descanso por eones
del cual seremos despiertos
en algún edénico futuro,
donde la tecnología sea tanta
que pueda devolvernos la existencia
pero que luego nuestra raza
sea desnuda de su bestia,
domador de su naturaleza propia,
sabedor de lo que importa,
inmune a las riquezas,
enfermo de altruismo,
unidos como raza semejante
pero tolerantes y abiertos
a cada mente con su mundo...

Acaso un día inesperado
veremos que la ciencia apurada
sea esposa de la abstracta filosofía
y luego unidos ambos
por el sagrado matrimonio
de una religión única (mas relativa),
con ciudades embellecidas por el arte,
donde cada quien pudiera bien-vivir
por el esfuerzo no-forzado
resultado de la pasión de su labor.

Entonces viviría acompañado,
sin angustias ni recelo,
orgulloso de mi gente,
gustoso de aportarlo todo,
de arrancarme y entregarle
lo mejor de mis esfuerzos,
la pureza de mi alma en calma,
la entrega ciega de mi amor,
mi más sincera admiración...

Tengo la ilusión de renacer
y que no me quepa duda alguna
de que seguro dios existe
porque me ha obsequiado la fortuna
de haberme construido una nación
en que se aprecia mi presencia
y que se explotan esos dones
que tanto me hacen único
y que, así, tanto me hacen útil...

Tal vez nos venga madurez... 
Acaso adquiriremos sabiduría suficiente...
Quizá nos devenga hado alguno
en donde yo le importe al mundo
y que el mundo nos importe...

Pudiera sernos suficientes
un planeta y nada más:
si hiciéramos hogar de nuestra Tierra,
el universo se volviera paja...
Supongamos que el universo
se rellena de vacío y de negrura
por alguna obvia razón...

¡Quién podría pensar en Júpiter o Marte
si todo lujo, añoranza y objetivo
fuesen justos, suficientes y aceptados 
como la cumbre humana de ese arte
de encarnarnos el cariño simbiótico del mundo
y encontrarme feliz por ser amado!
Luego sería el amor tan transparente
que perfecto sería el modo de adorarte...

¿Qué es el amor
sino la mera redención
del humano corazón,
la justa razón,
motivo y dirección
hacia esa perfección
que tanto es ilusión
en un polveado rincón
de toda humana cognición?

Si se pretende volverse dios,
sepamos que dios es perfección
y que sólo lo impecable es el amor,
luego dios es el amor;
mas jamás habrá un pleno amor
que necesite ser un dios,
pues ser deidad es un poder,
y el poder se baña en pretensiones;
ser amado es tan sólo la fortuna
que satisface nuestras almas
y nos libera de la angustia...

Si hallara el propulsor
que me sacara de este mundo
por unos años solamente,
quizá pudiera devolverme
como fugaces meteoritos
cargados de una rara vida humana, 
y ante el asombro procurado
sería entonces escuchado, 
atentamente y sin reparo,
y yo diría después en un soplo, 
no más que una pregunta reflexiva:
Hombre, si tanto tú pregonas
en toda nación y en todo arte,
la importancia y el valor de amar,
si tanto buscas el cariño de otras manos,
si tanta calma tú pretendes
al ganarte una confianza suficiente
para desahogar tus perversiones,
confesar tu miedos y secretos,
si tanto pides ser aceptado y comprendido,
si es que sabes bien
que querer es redimirte,
si tanta experiencia has formado
para hablar de un real amor posible,
y si sabes que aquello brinda paz,
satisfacción, seguridad y alegrías,
¿por qué persigues el poder
(que te baña de anhelos
y te colma de hambres),
por qué buscas copiosamente el oro
(que te enferma de ambición
y te subyuga con sus lujos),
por qué envidias ser famoso
(si te deforma la moral
y forma dudas en ti
y sospechas ajenas),
por qué, querido hombre,
te empeñas en todo complicarlo
sabiendo francamente
que no hay razones más allá
ni métodos mejores
para alcanzar esa armonía
que tanto te esfuerzas por lograr;
por qué te vuelves tu verdugo
si en ti está el perdón como juez:
por qué has decidido corromperte
si toda solución y respuesta,
toda cura y todo alivio,
se encuentran accesibles
en el simplísimo proceso
de amar y ser amado...?

“Amar y ser amado...”,
entonces yo repito;
todos callan y lo piensan,
enciendo mis motores nuevamente
y me alejo a mi bóveda estelar,
mas ahora haciéndome de alguien,
construyendo un nuevo amor,
creando nuestro mundo propio...

La raza está advertida y educada,
si se deciden o no a mis palabras,
es cosa que no trasciende a mi amor...

Mundo, ya te he perdonado,
pero no me ofrezcas más tus brazos:
se me hacen nada comparados
a los níveos de mi amada...

El Terrible Caso del iPhone Canibal

El Terrible Caso del iPhone Canibal

Su Softwerencia y miembros del hardwerado… –comenzó diciendo el Antivirus Fiscal levantándose de la silla-chip, arreglando el nudo de su corbata digital y dirigiéndose a quienes circundaban el honorable estrado de la sala del Juzgado del 5º Led de lo Penal de Ciudad Circuito –. No permitamos que la rareza del caso afecta nuestro  juicio: un juzgado del nivel de cien procesadores Pentium no puede retardar tanto su respuesta: debemos presentar de inmediato nuestro ‘pop-up’ (reporte) ante el Servidor de la Red para que sea expuesto ante cada par de web-cams de cada fusible de este pueblo a través de las cadenas de pantallas-táctil de mayor difusión. Es lo justo y lo menos que podemos hacer por el alto precio que nuestro Alcalde Humanoide ha desembolsado para comprar el poder de gobernarnos con sus dedos –aquí hubo una pequeña pausa; el orador colgaba los codos de sus brazos al aire, asiéndose con las manos de la solapa de su traje recién editado –. No estamos aquí todos en “power-on” para juzgar la contrariedad lógica en la naturaleza del delito (“Error 51: respuesta no válida”): estamos para juzgar el monstruoso acto que se llevó a cabo, y recordemos que, de acuerdo a las leyes de nuestra Carta Magna (El Manual del Usuario), no es menester guiarnos de acuerdo al proceso del “Instructivo” y resolver en base al “Índice”… Pido, además, que la sentencia sea plenamente justa e imparcial, sin temor a la intervención de la “Comisión Global de los Derechos Garantizados”: nosotros a lo penal, ellos a la póliza de fábrica… Enfoquémonos a los bits informáticos; es decir,  concentrémonos en la evidencia, por favor… –el Antivirus Fiscal pausó para obsequiar un largo sorbo a la botella de agua desfragmentada que estaba sobre su escritorio de metal barato pero modernamente labrado marca ‘Steve Jobs’–.
¡Objeción! –interrumpió de pronto el Malware Defensor, quien tenía la camisa de LSD empañada de tanto sudar el “pixel gordo” –.
Y, ¿cuál es la raíz de su objeción, licenciado Malware? –instigó el Ministro del Supremo Software retomando su deber y reprimiendo su curiosidad como mero espectador: las palabras del Antivirus Fiscal le habían nublado su juicio y le habían afectado la imparcialidad de su procesador –.
–Objeto que no es facultad de la fiscalía decidir el modo procesal del juicio… Es facultad de Usted, su Virtualísima Memoria…
¡No lo digo yo! –se apresuró a contestar el Fiscal justo cuando los labios del Ministro se separaban levemente con la intención de decir algo –. ¡Está escrito en el Manual! – el Ministro alzó la mano en contra del Antivirus Fiscal con la intención de silenciarlo, pero el astuto representante del pueblo de Ciudad Circuito hizo caso omiso a la advertencia, con el fin de demostrar su sabiduría hacia las normas virtuales –. ¡Página cinco, en la sección “Guía del Usuario”…
¡Orden!
… en el apartado “Antes de Usarse”…
¡Orden, he dicho…! –gritó el Ministro y todos callaron –. Objeción denegada en tanto que no tiene bases informáticas: las objeciones de “cookies” no son válidas en esta sala, Sr. Malware… Por favor, continúe, Sr. Fiscal; pero antes debo advertirle de no responder nuevamente las preguntas que me son dirigidas a mí… La próxima vez lo encerraré en la Papelera de Reciclaje por desacato, ¿entendido?
Desde luego, su Softwerencia… Les decía yo, pues, honorables señores del hardwerado, que no debemos enfocarnos si es inverosímil (o no) el objeto del asesinato en tanto que haya sido cuestión impulsiva (por celos) y, a la vez, un homicidio cuidadosamente premeditado. No podemos detener nuestro ‘procesamiento’ por pensar meramente que ambas cuestiones no pueden ser correctas y verdaderas a la vez… –el orador bebió nuevamente de su agua desfragmentada marca ‘Microsoft’–. ¡La decisión a la que ustedes han llegado (“Error 102: la celda no acepta información alfanumérica”) es inaudita! ¡Dejemos de pensar como lo hacían en tiempos de la ‘Commodore’ y del ‘Q-Basic’! ¡Por Intel, señores teléfonos y señoras celulares! ¡Vivimos en un tiempo en que los números y los caracteres de lenguaje pueden convivir en una misma celda de Excel! –pronto comenzaron murmullos en la sala –. ¡El Sr. iPhone no sólo mató a la Sra. iPod, sino que la devoró –murmullo creciente y usurpó sus funciones!más murmullos en la sala –. ¡Al Sr. iPhone no le bastó con cumplir su función de teléfono celular, sino que se apoderó del almacenamiento y reproducción de archivos musicales…! –la sala estalló en voces –. ¡Por Intel! ¡Esto no debe ser pasado por alto!
¡Orden…!
¡Urge enviar un ‘pop-up’ al usuario humanoide!
¡Orden, he dicho…!
¡El Sr. iPhone debe ser descontinuado del mercado…!
–¡Ooordeeeen!
–¡…ahora mismo!
¡Oooooordeeeeeeen! –el ministro continuaba digitando la “Silence app” sobre su escritorio; finalmente la sala volvió a la calma –. ¡Señor Antivirus! ¡Fue usted advertido de su conducta…!
Lo siento, su Virtualísima…
¡Queda usted hibernado hasta nuevo tecleo!
Pero su Softwerencia…
¡No se diga más!

¡Señor Ministro, señor Ministro! –entró corriendo de pronto el Secretario Scanner de lo Penal a través de las puertas de la sala –. ¡Han hackeado la ‘carpeta’ de evidencia! –nuevamente comenzaron los murmullos en la sala –. ¡La han ‘suprimido’!
¡¿Cómo dice usted?! –el Ministro se apresuró a iniciar la aplicación de “búsqueda” en su pantalla táctil y escudriñó minuciosamente toda la memoria virtual de su laptop –. ¡“Error 78: el archivo no se encuentra”! –la sala no tardó en convertirse en mercado entre tanto grito –. ¡Orden! –nada… –. ¡Orden, he dicho…! –nada… –. ¡Ooooordeeeeeeen! –nada… –. ¡Ooooooooooooooooordeeeeeeeeeeeeeeen! finalmente el ambiente se tranquilizó –. ¡Orden, o todos serán re-formateados y enviados a la Papelera de Reciclaje…! –finalmente la sala quedó en ‘mute’ –. Bien… Siendo, pues, que ya no existe evidencia suficiente para continuar con el caso…
Pero, su Softwerencia… –interrumpió el Antivirus Fiscal, pero los leds rojos en el rostro del Ministro le contuvieron –.
…y basándome en la similitud de los antecedentes del “Caso Walkman vs Discman”, me veo en la necesidad de liberar al Sr. iPhone…
¡Pero, su Virtualísima…!
…y declararlo “inocente”…
¡Pero, señor Ministro…!
…y sentenciarlo a no más de un rápido formateo con toda su información guardada, respaldada y reinstaurada tras dicho formato…
¡Señor juez!
… ¡Caso cerrado, señores teléfonos y señoras celulares!

Un par de Firewalls se acercaron para arrestar al Antivirus Fiscal…

¡Esto no se ha acabado, Malware…! ¡¿Me oyes?! ¡Esto no se ha acabado…! ¡Algún día caerá el Sr. iPhone, te lo aseguro…!

Al Sr. iPhone le fueron retirados todos los bloqueos, y no tardó en venir una ola de crímenes ‘troyanos’ similares en Ciudad Circuito y pronto los iPhone terminaron extinguiendo la especie de los iPods… Una nueva era digital había comenzado…

'CICLOS' MÁS TARDE EN CIUDAD CIRCUITO…

Su Softwerencia… –se acercó el Secretario Scanner al ministro con una 'tablet' en la mano–. Tenemos un problema… Ha surgido un nuevo caso, parecido a aquel de “iPod vs iPhone”… –el Secretario entregó el iPad al Ministro –. Su nombre es Android y está acabando con los iPhone, Blackberry y demás Smartphones… Esta es su ‘pic’ de 'perfil'…

–¡Por Intel! ¡Parece más poderoso que toda la RAM de la ciudad…! Sr. Scanner, investigue bien a ese tal Android...

Amamos, luego somos...

Amamos, luego somos…

El amor es una magia,
un ensueño y fantasía,
religión más fervorosa,
la costumbre más perpetua,
el ideal más perseguido,
el final más esperado,
la razón de nuestra vida,
la fortuna aplaudida,
la raíz de más envidia
y ese lujo más gustoso…

Mas si es por el placer
que nos brinda su presencia
la razón de ser gran lujo,
menester nos es saber
que también le procuramos
por ser alivio necesario
de las angustias más profusas,
pues es un lazo progresivo
de confesiones y confianzas
que nos liberan de la duda
de saber si es que estamos
muy dentro de lo cierto
al revelar el lado oscuro
de los secretos vergonzosos.

Amar es formar la valentía
de compartir debilidades
sin temor a la traición;
es entregarse vulnerable
en espera de empatía;
es saber que los errores
se nos curan con abrazos
y que nada en este mundo
nos espanta aquel cariño…

Amar es parir un nuevo mundo
donde conjugan y se estallan
dos universos infinitos;
es liberarse de la carga
de la crítica humillante
de este mundo y de su gente…

El amor es mutar las prioridades,
depreciar nuestros deberes,
triunfar sobre placeres,
denigrar el egoísmo,
pretender el heroísmo,
ser ejemplo de los hijos,
esperar un mundo bueno;
es domar a nuestra bestia,
imponernos con realeza
ante la vil naturaleza
que nos dicta nuestros modos,
las conductas e instintos todos
que nos enferma como locos…

Amamos y nada importa más arriba;
Amamos y después nos elevamos;
Amamos y sólo entonces es que somos…

Las Angustias de Dios: ADENDA

Adenda

Pude estacionar mi viejo Jetta cerca del edificio: aún era lo suficientemente temprano para que los coches de todos los ‘godinez’ no se apañaran de las banquetas. Di otro sorbo a mi elegante whisky y volví a mirar mi sonrisa diabólica en el retrovisor, como si estuviera practicando para mostrarme como el más malvado y vil de los hombres: me quité las gafas y mis ojos irritados eran tan rojos que combinaban bien con mis intenciones infernales… Era el momento definitivo: era hora de convertirme en asesino, de ‘tirar la toalla’, de resignarme a los crueles designios del universo: estaba hastiado del asco que producía la metrópoli en mí: la ciudad y yo no tendríamos más relación ya: éramos incompatibles: este era el día de la caída del imperio de mis pretensiones sociales, era ahí que destruiría todo sueño y todo plan de mi futuro, era entonces que me volvía el más indiferente de los hombres y me convertía en la perra sumisa de las parcas: mi actitud suicida no distinguía ya de ángeles y personas ni entre criminales o títulos papales: igual podía matar a un rey que a un “gangster”: no había ni bien ni mal, estaba ausente de rectitudes y pudores, la prudencia mía se había mudado ya a otro mundo: mi conciencia volaba lejos de mi propio yugo…

Venía fumando cigarrillos, uno tras otros, como si la nicotina fuera lo que me daba vida, como si más me valiera el alquitrán que el oxígeno; entonces bajé del auto, con la botella de licor en una mano y en la otra el más asqueroso de los vicios (aunque es también la más deliciosa adicción)…
Cerré la puerta del coche y aplasté la colilla incandescente con la rencorosa suela de mi zapato; luego encendí la punta de un nuevo tabaco y después miré hacia arriba tratando de adivinar mi destino en lo alto del edificio, como intentando ver desde otro ángulo el lugar donde habría de condenar mi vida futura…

Llegué a la entrada del edificio y timbré el botón que correspondía al departamento 402…

–¿Quién? –preguntó la voz sensual de “la reina de espadas” –.
Yo…

Inmediatamente sonó el terrible y oxidado cerrojo eléctrico típico de las viejas construcciones de la Colonia Del Valle: empujé la reja y ya estaba dentro…

Desintegré la colilla de aquel otro cigarro con el talón de mi zapato y comencé a subir los pesados escalones (parecía que el ascensor había dejado de funcionar hacía mucho tiempo ya).

Me detuve en el segundo piso para retomar aire: me senté en uno de los escalones y bebí de mi whisky; irónicamente se me ocurrió fumar otro tabaco mientras recuperaba mi condición.
Finalmente después de un par de minutos arrojé la incandescente colilla por el agujero que se formaba entre las escaleras, y una señora que pasaba por ahí gritó levemente, tal vez por susto o quizá por indignación, pero, ¿qué podía importarme aquello cuando mis ideas eran las mismas que las de un sicario?

Continué mi ascenso hasta llegar al cuarto piso…
No tardé en dar con el departamento, pues sólo habían dos en cada piso…

Toc, toc, toc –golpeé la puerta sin siquiera buscar el timbre –.

De pronto se abrió la puerta y lo primero que vi fueron una divinas piernas adornadas con un par de finos ligueros de encaje negro… Luego la silueta perfectamente dibujada de un corsé rojo de seda y terciopelo que apenas ocultaba la poca tela que hacía de bragas y que hacía juego con las medias y los ligueros negro-transparentes. Su mano izquierda sostenía coquetamente unas esposas de terciopelo negro, las cuales oscilaban con la misma elegancia que el compás de un péndulo de cuerda.
Y entonces ahí estaba esa sonrisa diabólica tan peculiar en ella, y su maleficencia se enaltecía cada que alzaba seductoramente su ceja izquierda, como tentando, como persuadiendo, como corrompiendo la más pueril de las inocencias…

Te estaba esperando… con  muuuucha impaciencia –estas últimas palabras las dijo ello como ronroneando, con la actitud pedante de no saber que pronto moriría a causa de mis manos de verdugo, de guía de patíbulo –.
Yo, en cambio, ya no tengo prisa de nada –respondí secamente, pero igualando la sonrisa maliciosa, esperando que aquello mermaría su tajante presunción, pero contrariamente, sólo logró acrecentar su lujuria, pues gimió de un modo delicioso al mismo tiempo en que se mordía el labio y me atraía jalándome de la solapa de mi chaqueta de cuero para brindarme un fascinante y carnoso beso lleno de experticia y maldad; y tan exquisito resultó aquello que el cigarrillo se me resbaló de entre los dedos y yo sonreí del mismo modo estúpido y voluntario con que había hecho horas atrás en el bar Félix –.
Pasa –dijo con un ademán y moviendo elegantemente su dedo índice de la mano donde colgaban las esposas –.

Yo le seguí; luego cerré la puerta detrás de mí, corriendo gentilmente el cerrojo interior.
Me dio la espalda, y en ese momento aproveché para tomar firmemente uno de los afilados cuchillos y lo saqué al aire libre: era yo el asesino más cobarde, aquel que muestra su monstruosidad cuando la víctima no puede percatarse de aquello: ella caminaba cruzando las piernas, centrando sus pasos, moviendo la cadera  y tentando con la cintura debajo de ese formidable atuendo: no sabía si matarla a besos o asesinarla a puñaladas: me estaba yo volviendo loco…
Pensé en que tal vez lo mejor sería desgarrarle las ropas, someterla, violarla y luego matarla… y después matarme…
Pero en ese instante me vino a la mente la efigie de Mica y entonces acometí: la tomé fuerte del cuello y la aventé a la cama: por un momento ella rio, acaso creyendo que aquello era parte del “juego”, pero pronto sus gestos se petrificaron al ver cómo mi otra mano alzaba la resplandeciente hoja de metal inoxidable del cuchillo…

–Pero… ¡¿qué haces, qué intentas?! ¡¿Estás loco, cabrón?!
–Sí… creo que ya estoy loco…
–¡Suéltame, pendejo!

Ella intentaba liberarse de mis garras entre puños y patadas, pero nada era más fuerte que mi voluntad.
Pronto comenzó a toser frenéticamente y su voz pronto dejó de llegarla a la boca. Cerré firmemente mi mano alrededor de la empuñadura de la daga, mas justo cuando estaba decidido a mancharme de sangre hasta el alma, golpearon la puerta del apartamento…

¿Quién sería…?

Permanecí petrificado por un momento, esperando a que la persona que llamaba a la puerta se desvaneciera y siguiera su rumbo, pero no: volvieron a tocar…

¿Quién? –pregunté sin soltar al súcubo del cuello –.
Yo… Leonardo Cifuentes…
¿Quién?
Leo…
–Aquí no hay nadie… No está la dueña, vuelva luego…
–Louis…

Dijo de pronto la voz y aquello me aterró como nada lo había hecho en mi vida… ¡¿Quién podía saber que yo estaba ahí en ese momento?!

–Louis… Soy Leo… Soy “El Gran Huracán de Saturno”…

Quedé helado…

Ábreme, cabrón… Abre la puerta, Louis… Sé bien que estás ahí y sé bien lo que pretendes… Ábreme, pues yo todavía tengo tu redención entre mis manos… Mica y tú aún pueden estar juntos: aún pueden ser felices y vivir su sueño amoroso… Ábreme y hablemos…

Mis pensamientos temerosos lograron que mis fuerzas flaquearan y la “reina de espadas” me golpeó con algo en la cabeza y yo caí al suelo… Igual que hacía unos años atrás, en la banqueta de una madrugada, y nuevamente a causa de los golpes de aquella nefasta mujer, caí inconsciente…


Cuando desperté mis manos estaban atadas por aquellas esposas de terciopelo que tanto habían logrado seducirme apenas minutos atrás… y ahí estaban ambos, el “huracán” con mi cuchillo y la “reina” balbuceando, los dos parados junto a mí, mirándome fijamente con los ojos más serios y temibles que jamás hubiera yo visto…

–Es hora de que aclaremos todo, Louis… –alcancé a percibir las palabras del “huracán” y yo volví a caer inconsciente –.


Próximamente…


El Gran Huracán de Saturno

Las Angustias de Dios: Volumen 3 (DÉCIMA - ÚLTIMA PARTE)

Salimos de la sala y decidimos sentarnos en las mesas del área de “food court” de la plaza, pero antes compramos un helado sencillo… para ambos… Resultó muy conveniente el hecho de que no tuviéramos dinero, pues así, más que comernos el helado juntos, era como besarnos de lejos.

Pensé entonces que aquél sería el cuadro perfecto para encarnar aquel beso tan esperado, mas justo cuando le tomaba por la mano y me decidía a acercarme lentamente a ella, se nos acercó un tipo que vestía ropas viejas y rotas, aunque parecía decente y de buena familia. Nos entregó un pequeño papel impreso que decía:

HOY noche de jazz con el grupo Jazzeline.
Lugar: centro de Plaza Loreto.
Hora: 10:00 p.m.
ENTRADA LIBRE.”

Inmediatamente leí en sus ojos lo que ella pensaba…

¡Vamos! –dijimos ambos al mismo tiempo; luego reímos un poco y nos levantamos de las sillas –.

Caminábamos lento por la plaza, tranquilos, bajo la tenue luz de una luna menguante y las blanquecinas farolas del lugar: ella me tomaba y se enganchaba de mi brazo y a su vez recostaba su cabeza sobre mi hombro: era divino, parecíamos una pareja añeja o acaso un matrimonio, y por primera vez en mucho tiempo yo me sentí como una persona normal, con una razón de vida… Se sentía bien saberse como parte del mundo otra vez…

Llegamos al centro de la plaza, donde ya tocaba la banda joven de jazz con ciertas fusiones de bossa nova: era una música suave pero con ritmos alegres, muy ‘ad hoc’ a la ocasión.

Nos sentamos un momento sobre las gradas de concreto que estaban frente al escenario: éramos solamente nosotros y otra pareja más ubicada del otro lado. El clima comenzaba a refrescar y yo, con una caballerosidad muy conservadora, como salida de una película de Humphrey Bogart, le ofrecí mi chaqueta y la coloqué sobre sus hombros; luego la abracé e hice fricción en sus brazos con mis manos; nos miramos a los ojos y entonces supe que ése era el momento perfecto… Y entonces nuestros labios se encontraron, primero suavemente, luego con tempestuosa elegancia, conociéndonos, experimentándonos, soltándonos pero a la vez cuidando de no perder el estilo, como intentando perfeccionar un momento perfecto…

Tal vez aquel beso duró nada más unos segundos, o quizás fue una eternidad; tampoco sé con certeza si fue realmente uno solo o el conjunto de varios, y es que cada que uno de nosotros pensaba que quizás ya era suficiente e intentábamos separarnos, los labios ajenos perseguían a los otros: ese momento era el MOMENTO de nuestras vidas y no queríamos que tuviera un fin. La banda seguía tocando y a nosotros poco nos importaba aquello, pero de pronto hubo un momento de silencio y las pocas personas a nuestro alrededor comenzaron a aplaudir: no por nuestra unión amorosa, sino porque el grupo había parado de tocar: fue entonces que nos separamos y aterrizamos de nuevo en este mundo…

Luego el vocalista se acercó al micrófono para decir unas palabras…

Gracias, gracias… Muchas gracias… –con estas palabras pretendía apagar los pocos, pero sonoros aplausos del público: la banda parecía ser muy buena –. Gracias… Sí… Muchas gracias… La siguiente canción será la última, pues ya es tarde y la plaza debe cerrar… Esta canción es una de mis favoritas, ya que con ella comencé a tomar gusto por el jazz… Se trata de una hermosa melodía y… bueno… en fin… La canción es “La Vie en rose”, originalmente interpretada por la famosa cantante francesa Édith Piaf por ahí de los años cuarentas… Pero, como yo no soy mujer ni hablo francés, interpretaremos para ustedes la versión del magnánimo Louis Armstrong…

¡Louis! –gritó ella tan alto que todo el mundo pudo escucharla –. ¡Igual que tú…!
Sí… –dije sonrojado –. Fue precisamente por ese jazzista que obtuve el nombre que tengo… Fue lo único que me dejó mi padre… Eso y unos cuantos álbumes de blues y de jazz… –bajé la mirada: hablar de mi padre solía avergonzarme –.

Mica me tomó delicadamente por la barbilla y levantó mi cabeza: yo la miré a los ojos y entonces ella me obsequió una mueca compasiva: era la primera vez que veía esa faceta suya; luego me regaló un pequeño beso solamente rozando mis labios rápidamente. Después pegó su frente con la mía y me miró fijamente a los ojos…

Dicen que todo acto tiene consecuencias en este mundo… ¿Sabes lo que es el “efecto mariposa”…? En pocas palabras dice que el simple aleteo de una mariposa puede cambiar el mundo… Esto quiere decir que el más mínimo detalle en el más simple de los sucesos que ocurren en el más recóndito lugar del planeta, conlleva una consecuencia, y esa consecuencia llevará a otra causa, y ésta a otra más… Es decir, toda acción produce una ‘reacción en cadena’ de causas que logran cambiar al mundo por completo… Si pudiéramos viajar al pasado para mover una simple roca de lugar, tal vez luego al volver al presente, encontraríamos un mundo totalmente diferente… En mi opinión, entonces, el abandono de tu padre es una bendición para mí, pues tal vez si él no se hubiera ido, yo jamás te hubiera conocido, y no hubiéramos podido besarnos… y amarnos…

Ahí estaba nuevamente ese encanto de Mica: siempre encontraba una lógica irrefutable en las cosas…

Ven… –me dijo de pronto al mismo tiempo en que me proyectaba su más fascinante sonrisa; mientras se ponía de pie y me alargaba su mano, como para “ayudarme” a que me levantara –.
¿A dónde vamos…?
–A bailar…
–¡¿Aquí…?!
–Sí.
–¡¿Ahora…?!
–Sí.
–Pero… yo… Yo no bailo… No me gusta…
–Vamos, Louis…

Nunca fui una persona de mucho baile, y en realidad no solía hacerlo por mera vergüenza, pues en realidad no sabía cómo mover los pies… o si debía mover los brazos también… o quizás las caderas… Me vi entonces atrapado entre la ignominia social y la desilusión de Mica… No podía decepcionarla: yo quería ser su héroe… Entonces la tomé de la mano y me levanté…

Pero tú me guías, ¿está bien? –comenté con nerviosismo mientras nos acomodábamos–.
No te preocupes, yo te guío… Pon tu mano izquierda detrás… así… Y con tu mano derecha toma mi mano… Sí, sí, pero no así… Así, mira… Y ahora sólo sigue mis pasos: haz lo mismo que yo… ¡¿Ves?, no es tan difícil, ¿o sí?!
¿Sabes?, creo que en realidad nunca había bailado…
–Entonces no digas que no te gusta bailar, pues es imposible que no te guste algo que no conoces…
–¡Ja! ¡¿Quién hubiera dicho que bailando viviría el mejor momento de mi vida?! ¡Me encanta!

Bailamos con mucha sencillez y monotonía, pero era un baile envidiable, pues no nos movíamos al tempo de la melodía, sino al son de nuestros corazones…
¡Ay, cómo deseaba que la banda no dejara de tocar: que ese instante se transformara en eternidad!

Finalmente la canción llegó a su fin y nuestros pies se detuvieron, sin embargo nuestros brazos nos encadenaron uno al otro, tan cerca que parecíamos un solo ser más que dos individuos…
Mica me miró detenidamente con esos ojos chispeantes que parecían nunca parpadear y entonces sobrevino el más maravilloso de los silencios: esa afonía perfecta que detiene mundos y destruye el tiempo: todo se derritió, dejándonos solos en el vacío de un universo… nuestro universo… el universo del amor…

Louis… –dijo ella de pronto, pero lo hizo con tal gentileza que el sonido de su voz no rompió con el encanto de nuestro mundo ideal –.
Dime… –susurré –.
–¿Estaremos juntos toda la vida…? ¿Me amarás por siempre…?
–Sí, por siempre… Te lo prometo… Te lo juro…

El amor es asombroso: con él no hay absolutamente nada que tenga mayor importancia… Con esa noche a su lado, el resto de la vida me sobraba…

Pintamos ambos las más grandes sonrisas en nuestros rostros; luego pactamos la eternidad de nuestra unión y la infinidad de nuestro amor con el más tierno y sincero de los besos…




FIN.