De La Vulnerabilidad Humana (o La Humillación: etimología de los celos y otras emociones) [TERCERA PARTE]

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LA EVOLUCIÓN DEL HOMBRE (Poder, dinero y fama)

La evolución no es otra cosa que la combinación suficiente y atinada entre la posibilidad física de una especie y el entendimiento intelectual del funcionamiento de las presentes circunstancias. 
En palabras más dramáticas, el hombre actual persigue el poder, el dinero y la fama porque sus circunstancias vigentes así se lo dictan: quien no persiga alguna de estas tres cosas, está condenado al exilio del mundo civilizado. 
Y es que realmente la obtención de poder, dinero y fama, no tiene un objetivo específico de superación: su fin estriba en la realización de los deseos personales mediante la idea de “poderlo todo” que surge por la idea falsa –mas persuasiva– de verse y saberse a sí mismo masivamente aceptado por sus semejantes; en otros conceptos, el dinero, el poder y la fama son aquellos males que deterioran y distorsionan los valores, la conciencia y la moral del hombre, pues con éstos, el individuo quiere creerse dios: falsamente, en la mente de aquel que posee éstos males, el sentimiento de aceptación de los demás crea un crecimiento de la autoestima individual, lo cual resulta en la ilusión de una posible perfección; se crea, entonces, la necesidad de ser todo-aceptado y eternamente admirado; de esta manera, su teoría pasa a la práctica: la elevación de su ego le permite a todas sus creencias, pensamientos, razones e ideas, ganar validez y certeza en su conciencia, además que se construye una rectitud inapelable y conveniente a su persona, pues aparentemente su pensamiento se eleva a un grado inentendible e inalcanzable por otros hombres “menos aceptados”–: se convierte este hombre poderoso y pudiente en un ser supremo al cual debe obedecerse, adorarse y reconocerse como máxima de la raza humana: es decir, un dios…

El proceso por el cual el hombre se ilusiona ante la idea de transformarse en dios, resulta de la emancipación del individuo frente a una sociedad; en otra explicación, se trata de la transmutación de la prioridad del deber social (el cual cae en los escalones de la pirámide de valores del individuo) por los designios de una mente particular…

La tendencia del hombre para creerse dios, obliga a la afirmación de devaluar la humanidad de aquellos a quienes se desea gobernar, controlar o manejar… Es decir, si “yo” dios, entonces, “ustedes” menos… Y, ¿qué es esto sino la humana demostración de la humillación misma en la naturaleza del hombre…?

Hasta aquí, puedo concluir que, si bien la adaptación de la persona entre sus semejantes le convierte en parte de una evolución general, esto también, por otra parte, derrumba la evolución personal…
Entonces, ¿podemos afirmar, acaso, que el crecimiento de la armonía social es inversamente proporcional a la superación del individuo…?

Tal vez…

(de derecha a izquierda: Pablo Letras, su padre, su hermano)

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ENTRE LA SOCIEDAD Y LA INDIVIDUALIDAD

La humillación…

Un terrífico concepto… Una palabra que, de sólo ser mencionada, nos provoca temor, nos hiela la sangre por unos instantes y elimina cualquier expresión facial y corporal para convertirnos, por un breve momento, en estatuas inanimadas; pues ello representa el más grande peligro de nuestro carácter único: la revelación de nuestros más íntimos secretos, la publicación de nuestros enigmas perversos… La ignominia es justamente la encarnación de lo que ocultamos celosamente en el más escondido rincón de nuestra mente: nuestra bestia humana…
Para saber lo que realmente quiere sustantivar este término, no basta con su explicación teórica, sino que se debe experimentar su esencia. Y resultando esto en un sentir aplastante, incontrolable, invencible y, lo que es peor, instantáneamente notable (se nos suben los colores al rostro), es algo que, desde luego, evitamos a toda costa…

La humillación no es otra cosa que el sentimiento de vergüenza; es ello que nos exilia de la rectitud que debe constar siempre en nuestro comportamiento como parte de una sociedad. La ignominia es básicamente el desentendimiento de la masa humana, el hecho de alejarse de la zona confortable y aceptable que encierra el deber de las personas, salirse del molde de la aceptación individual dentro de una colectividad.
Es decir, hemos aprendido, entre teorías y prácticas, a través de todas nuestras vivencias dentro de un mundo que pretende un perfecto control de la comunidad del “homo”, hemos aprendido –repito– lo que es el prototipo –o modelo a seguir– de la persona que califica para obtener un lugar dentro de un territorio civilizado. El hombre, para soportar la aceptación de sus semejantes, debe tender siempre a la prudencia maquillada, a la utilidad de labor, a la afabilidad política; no obstante sabiendo que oculta una bestia en sí mismo, misma que vehementemente intenta ocultar, a tal grado de negarla tajantemente como parte de su naturaleza propia: pero la bestia humana, al igual que los vicios y al igual que las enfermedades incurables, no se mata, sino se controla, teniendo siempre un riesgo latente de ser –la bestia– liberada.
Sin tantas palabras,  nosotros como personas pagamos un precio por vivir dentro de un marco ideado (y constantemente reordenado) por el hombre para la prevención del hombre mismo; es decir, nos alejamos de nuestro “estado natural” individual para, así, defendernos de otro individuo semejante a nos: creamos reglas para acallar a la bestia dentro de nosotros.
El Estado es  aquello que como supuesto objeto tiene la intención ilusoria de lograr la eficacia plena  entre la libertad, la paz, la seguridad y la justicia en los individuos (nótese que, para lograr ello, es forzoso el desequilibrio natural del hombre, pues si bien aquello de “ojo por ojo” brinda cierta sensación de justicia, por otro lado no obedece a las reglas de la naturaleza: de otro modo, como diría Gandhi, todos quedaríamos ciegos).
El Estado tiene ciertas reglas, y vivir dentro de Él conlleva un precio: la adaptación del hombre a sus circunstancias, la represión de sus deseos y la conjunta producción innovadora de ideas para alcanzar, aparentemente mediante el poder y el dinero, una evolución de la raza humana…

Mas, sinceramente, ¿qué es la evolución y de qué nos sirve?

(de derecha a izquierda: Pablo Letras, su padre, su hermano)

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INTRODUCCIÓN

¿Alguna vez, aguzado Lector, te has preguntado de dónde proviene ese sentimiento incómodo, odioso y reprochable que te llena de impotencia racional y que, si bien intentas inútilmente controlarle o, por lo menos, ocultarle ante los demás, no puedes, por otro lado, deshacerte de él…?
Me refiero a ese momento para el cual siempre crees estar preparado, ataviándote con armadura y grebas de fingida indiferencia y armándote con respuestas inteligentes que pudieran desarmar a aquel que pudiera producir ese sentimiento desagradable en ti…

¿No sabes de qué sentimiento estoy hablando…?

Discúlpame, ‘Leyente’ estimado, pero, si es que no has atinado el concepto al cual pretendo referirme (realmente esta es mi intención), no deseo obsequiarte aún la respuesta a la pregunta… Y, sí, discúlpame (repito) por ello, mas, así como en el arte teatral la escena final de la obra espera pacientemente para, así, lograr que al llegar al fin las palmas de los presentes aplaudan efusivamente –como reflejo del máximo deleite del público–; así mismo, pues, lo que llega sin esfuerzo a nuestras manos pierde su cualidad de intriga e interés, pues se derrumba en el plugo del espectador la posibilidad de idealización y la admiración potencial de aquello que (repito: sin esfuerzo) se obtiene…
Por lo tanto, antes de perder tu interés, prefiero caer en tautologías, pleonasmos, redundancias, muletillas y perogrulladas al ‘darle-más-vuelta-al-asunto’…

Me refiero –continuando con el tema que nos ocupa– al resquebrajamiento de esa personalidad oculta en todos nosotros que nos revela quiénes somos realmente y, por ello, le tememos y rechazamos sin siquiera obsequiarle a ésta un beneficio de duda…
Se trata de esa revelación fortuita, espontánea, inesperada, involuntaria y agresiva de nuestros más personales secretos… Esto, desde luego, sin nuestro permiso…
¡Aun cuando supuestamente poseemos plena autoridad sobre nuestros personalísimos secretos, éstos pueden ser descubiertos por algún ocioso ‘paparazzo’…! ¡Ay!, en esta vida, en este mundo, en este tiempo, nadie puede proclamarse como cosa inalcanzable de la casualidad…
Basta la circunstancia adecuada en un tiempo ‘ad hoc’ para que se descubran esas verdades que tienen el poder de arruinarnos…

¿Ya adivinas de qué hablamos…?

Bueno… Me refiero, sin más suspenso, a la asaz y bien temida palabra que intenta describir un sentir: La humillación…
Sí, eso de lo cual huimos todos los hombres… De hecho, tanto nos obligamos a escondernos de esa vergüenza, que hay, entre nosotros todos, muchos quienes primero se pudrirían en una celda en prisión… ¡e incluso (como nos cuenta Schopenhauer al hablar del ’honor’)existen quienes prefieren terminar con su vida volándose la tapa de los sesos antes que sufrir de ignominia!

¡Ay!, la humillación...

(de derecha a izquierda: Pablo Letras, su padre, su hermano)