Cuarto Día
Sábado, el sol por encima de todo, enviando sus saetazos de luz contra la tierra de calor húmedo, mientras aquí y allá se dispersan las nubes, tentando la ocasión para una ligera lluvia. Me siento cansado, destrozado por el alcohol que se ha paseado en mis venas desde los últimos días; mis pulmones respiran trabajosamente a causa de tanto humo, mas no puedo dejar aquello: Quiero más hedonismo, más momentos perfectos y seductores; la ciudad me llama al placer y el paladar me incita a los sabores que graban momentos eternos en la mente.
Un baño caliente y una nueva botella de Jack Daniel’s me harán la ilusión de renovar mis energías; pienso en disminuir mi dosis diaria de nicotina, mas es demasiado tarde: lo necesito.
Mi compañero ha conseguido una cita doble con unas cubanas: No son prostitutas, son hijas de extranjeros, quienes seguramente les envían ropa y dinero, por lo que son privilegiadas. Yo no apetezco salir en una cita, quiero irme solo como turista por los lugares recónditos de La Habana, mas no viajo solo, y pudiera aquello resultar en algo bueno.
Esperamos en el lobby del hotel cuando, minutos después, llegan las isleñas, ataviadas con ropas casuales, mas con aires de realeza cubana (si es que ello existe).
Mi cita es una muchacha cualquiera, como esas que pasan desapercibidas entre la multitud, de estatura baja pero adecuada a su fachada, tez apiñonada y personalidad entre animada y presuntuosa, nada atractiva, pero, al parecer, decente. Su nombre… lo he olvidado.
La cita de mi amigo es delgada, de pelo castaño claro, casi rubio, facciones finas y atractiva.
Saludamos y nos encaminamos cuesta arriba sobre la “23”, pasando por la cafetería del día anterior y por los helados “Coppelia”. Entramos a un restaurante, pero parece callado, lúgubre y sin alma, por lo que decidimos salir en busca de algún otro lugar dónde tentar las viandas y platicar sin los límites del silencio que circundaba al comedor aquel.
La cubana con la que voy opina sobre alguna cafetería cercana, donde ella solía ir con sus amigos de la universidad. Tomamos palabra de ello y caminamos hacia abajo sobre Av. De los Presidentes, mientras me explica ella cómo se escogen las materias y carreras en las universidades de Cuba; yo sólo presto atención al delicioso clima que se me presenta, con el sol refulgente a nuestra diestra y la humedad que emanan las calles víctimas de las lluvias.
Llegamos al lugar: Una cafetería casi al aire libre, con vegetación a los lados y una pequeña fuente inservible en el centro; hace viento, por lo que decidimos tomar lugar en una mesa a donde los haces del sol pueden llegar. Pedimos la carta… inmediatamente mi compañero y yo pensamos en Langosta; “Se nos terminó la langosta…”, contesta el mesero… Finalmente, terminamos pidiendo unos deliciosos camarones al ajillo, acompañados de arroz criollo y vegetales salteados y, mientras esperamos, una helada Bucanero.
El viento lanza sus aires de una lluvia próxima, lo que nos obliga a cambiarnos de mesa; llegan los alimentos y comienza el festín. Ordenamos más cerveza, pero queremos cambiar de sabores, por lo que empezamos a beber el néctar de la cebada holandesa y alemana, mientras saboreamos los mariscos fastuosamente condimentados y conversamos sobre historia, música y otros temas.
La tarde, al igual que la lluvia, se va mientras limpiamos la vajilla y satisfacemos nuestro paladar; compartimos un taxi de vuelta y pronto quedamos de nuevo mi amigo y yo en el lobby del hotel… Todavía hay suficiente sol para el Malecón…
Llevaba un día sin ir al Malecón y ya le extrañaba, casi tanto como Cuba al Che, o, como diría Joaquín Sabina: “En el mural añil, donde una mano ha escrito: ‘Te necesito…’, sobre la boina mítica del Che”. Y, como comienza esa misma canción: “Desde el balcón, que daba al Malecón…”, refiriéndose a la terraza del Hotel Nacional; mas nosotros al revés, desde el Malecón que daba hacia el balcón, bebiendo la tranquilidad en un bote de cerveza y fumando la paz envuelta en papel arroz, siguiendo la letra de esa tonada: “Y nos bebimos toda la cerveza, y besamos a todas las cubanas…”; mas yo quería beberme todo el mar y besar el viento caribeño.
El sol amenaza con esconderse detrás del fastuoso hotel, y levanto mi cara, como queriéndole decir a aquél: “No te vayas; quédate un momento y te bailaré un guaguancó”, mas está tan lejos aquel disco dorado que no le llegan mis palabras.
“Amigo, tengo ganas de un habano...”, y, sin más, nos encaminamos hacia La Casa del Habano, muy cerca de donde estábamos, de donde el mundo parece detenerse, de donde no existen los problemas ni la pretensión humana.
Llegamos: Vitrales y estantes repletos del mejor tabaco del mundo: Cohiba, Montecristo, Romeo & Julieta, Partagás, Marqués… Es un lugar mágico, elegante, imponente, donde se mezcla el olor de la madera y las hojas de tabaco enrollado a mano; es, sencillamente, perfecto…
Estamos en La Habana, punto universal para el hedonismo pulmonar; quiero el mejor puro: un Cohiba Esplendido… mas, no, es demasiado, incluso para mí; resolvemos adquirir otro Cohiba de cerca de $7.00 CUC’s, además de varios Romeo & Julieta del n°3 para mis hermanos en México y una espléndida botella de ron Havana Club Barrel Proof, añejado por diez años en barricas de roble blanco: “Si mis hermanos no van a Cuba, llevaré Cuba a mis hermanos”, pienso, y salimos del lugar con una sonrisa que alcanzaba la luna y unos ojos que brillaban al pulso.
Decidimos ir de vuelta al hotel a saborear nuestras nuevas adquisiciones, cargados de una energía dispuesta a disfrutar cada segundo de esta vida. Nos sentamos en el lobby del hotel, tentando el momento de abrir el elixir y dar fuego a nuestro deseado “tubbaq”; mas, súbitamente, me ciñe el miedo de no poder pasar el licor por la aduana una vez abierto, por lo que decidimos dejar la botella en el cuarto y ordenar un par de tragos derechos de ese mismo ron en el bar “Me faltabas tú…”
Mientras los placeres de la vida se mezclan en mi boca, entiendo el nombre del lugar: “Sí, me faltabas tú, bendita Habana, para sentirme libre, feliz…”
Terminamos nuestra primera copa, y ahora siento deseos de algo dulce para mezclar el suave humo de mi Cohiba… Un Frangelico derecho, mientras mi hermano y compañero de viaje pide una piña colada; y mientras la cascada de licor de avellanas silvestres se pasea por mi esófago, el humo escapa suavemente por mis narices, llenando el alma de una tranquilidad y una calma plena.
Termino mi habano e inmediatamente prendo un cigarrillo al momento en que mi cuerpo me pide algo fresco; pienso en un mojito, mas mis ojos prefieren un licor de menta derecho, intentando no dejar que el momento termine jamás; mi amigo pide una crema de licor de caramelo y las sonrisas en nuestro rostro se vuelven imborrables: Ahora somos parte de la isla, somos parte de Cuba y sus placeres.
Seguimos en el bar; ahora tomo un exquisito café espresso acompañado de un Bobadilla 103; mi compañero se deleita con una Cuba Libre; y al mismo tiempo en que la cafeína y el brandy de jerez perfeccionan cada segundo, Bob Marley se une al festín del hedonismo, cantando dulcemente un “Three Little Birds” para llenarnos los cinco sentidos de un goce incomparable. Mas tarde, llegaría Sublime con “Santeria”.
Mi compañero decide subir al cuarto para tomar una siesta; yo elijo quedarme para continuar escribiendo en mi teléfono móvil las aventuras de nuestro viaje.
Finalmente, y muy a mi pesar, se evapora el momento perfecto y decido subir a despertar a mi compañero: La noche aún es adolescente…
Estamos en un estado de cansancio casi inaguantable, pero no es algo que un Jack & Coke no puedan solucionar; planeamos salir a algún lado, mas recordamos que el mismo hotel tiene su propia fiesta todas las noches en un salón ubicado en el pent-house del edificio, desde donde puede verse la ciudad en un cuadro incomparable.
El recinto no tiene mucha vida, por lo que nos dirigimos directo a la barra: “Una cubata por favor… y unas aceitunas deshuesadas al frappé”.
Nos sentamos, inmóviles, callados; estamos sin fuerzas para hablar siquiera. Tomamos nuestros tragos en silencio, como platicando por ósmosis o telepatía. Minutos después me dirijo a la barra de nuevo: “Un Cinzano 'rosso' en las rocas…”.
Salimos al pasillo por un cigarrillo, donde conocemos a una sueca y a un checo, quienes venían viajando por varias partes de Centroamérica y otras regiones. Finalmente, nos invitan a sentarnos en su mesa: Estábamos tan aburridos en aquél momento que aceptamos casi antes de la invitación.
Nos sentamos en la mesa, no sin antes pedir un Chivas 12 en las rocas. Entre los convidados se encontraban dos suecas y dos checos. Naturalmente, nos sentamos a lado de las nórdicas y comenzamos la charla, mientras las sonrisas se iban borrando en los rostros de sus acompañantes, por lo que, finalmente, insistieron en ir a otro lugar: Nosotros decidimos que era suficiente por una noche, por lo que regresamos al cuarto a besar a Jack y dejar que la mezcla de licores iluminara nuestros sueños.
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