Literatura de mi muerte

Literatura de mi Muerte

¡Maldita aquella vez
en que quise concebirte,
abyecto y degenerado poeta,
engendro demoníaco!

¡Maldigo con tanta furia,
esa ocasión en que te vi
como reflejo de perfecta madurez,
con tal ingenuidad ante el ensueño
tan estúpido, tan utópico,
tan platónico y ficticio,
pero finamente decorado
tras el viscoso y áureo bitumen
de condecorados y admirados versos
pintados entre vapores holográficos
de un falaz augurio ilusorio…
ahora más un arrullo mortuorio…!

¡Te odio por dejarme amarte,
pero más a mí por dejarte amarme
con ese aberrante amor tuyo
que no ama, sino pretende solamente,
y que afirma que no menor a la verdad
es lo que forra a tus delirios amorosos,
como si fuera mentira que lo veraz
es mismamente una falacia con disfraz…
como si hubieran soportes para la locura,
y además hieres y zahieres,
me insultas y te indultas,
por ella me ofendes,
con ella te defiendes
y en ella te escudas,
y a través de ésta te excusas
con la dialéctica que muestra a la insensatez
como la sensatez de la individualidad humana,
y luego pretendes demostrar la razón de aquello
a través de su exacta condición estulta,
cual si la demencia tuviera su lógica en la cordura
y que a la vez eso comprueba la inexistencia de la juiciosa mente,
pero ni siquiera esa paradoja tiene un sentido para serlo,
ni hay virtud en probar una irrealidad a través de una realidad abstracta,
no hay prudencia en lo loco ni así viceversa…!

¡Además, tu estulticia no tiene una naturaleza humana,
sino raíces de una dimensión de penumbras hollinadas
y lóbrega ventisca ponzoñosa con lúgubres efluvios prejuiciosos!

¡Te detesto tanto, escritor canalla,
impúdico ente y cobarde seductor!

¡No te bastó llevarte el aliento de mis sueños,
ni la inclemencia del estupro a mi inocencia,
tampoco suficiente te fue transfigurarme la moral,
ni siquiera el doliente orificio de mi palpitante a tu plugo satisfizo,
jamás colmaste tus carnívoros deseos con mi aflicción de soledad
y nunca te llegó el hartazgo tras vaciar mis prioridades y valores…
luego, ese insaciable canibalismo tuyo terminó por consumirme
los deseos, las pasiones y todo motivo,
después, aquella sed inmunda y esas vampíricas fauces
sin sigilo, desangraron el néctar de mis sonrisas y alegrías
y bebieron toda lágrima de mi alma…
para que no fluyera un llanto
que vertiera sales de consuelo o esperanza
o un deshidratado cansancio soporífero al dolor…
finalmente, ya seca mi fútil y carnosa funda,
aunque materialmente intacta
y orgánicamente saludable,
y ya sin nada bueno,
incapaz de nutrir una razón,
mi existencia acabó sin vida,
pues lo único importante y esencial de subsistir
no se encuentra sobre los suelos de este mundo,
ni por debajo de sus rocas, ni en esas ráfagas ventosas,
tampoco entre el vaivén de sus vinosos pontos,
o cualquier galáctico rincón del universo,
conque el cuerpo es mero puente
que encarna al ser en el planeta,
mas el núcleo sustancial
es invisible e intangible,
aunque no ininteligible,
en tanto que no es el ser que tiene vida
ni es de ella dependiente en realidad,
pero es el ser la justa vida y la vida está en el ser…!

Y ahora tú, pedante novelista,
tú que fuiste epifanía y arcángel
en mis veranos más lozanos,
tú que me prometiste maravillas
pero fuiste mi ladrón de fantasías,
embustero de mi vaticinio,
devorador de júbilos y beodo de sollozos;
tú, astuto sinvergüenza,
cabrío del Malebolge
enmascarado de poeta,
tú, que me profanaste el corazón,
que me hiciste marioneta,
siervo de tus planes
y prostituta de tus letras,
tú, ya por fin maduro,
versado y loable literato,
hoy que a vuelapluma
van tus dedos salpicando
algunos raudos sonetillos
y vienen luego refinando
estrofas luengas y atinadas,
tú, finalmente experto
en versificadas narraciones,
cuentista y novelista,
filósofo ensayista
y, por supuesto,
tú, orgulloso reflejo
complacido del espejo
que en susurros y flirteos
atrae a tu oído atento
y con murmullos quedos,
te bautiza luego
como poeta excelso,
y aquí tú, de soberbio reino,
y allá tú, de arrogante imperio,
te insuflas tu propio ego…
(¡Qué patético criterio
y tal orgullo tan enfermo!)
Tú, que tanta admiración
presumes merecer
cada que plantas
unos signos de lenguaje
en un pedazo de papel
y además que se te deben
corona áurea y verdeante laurel
por tu apremiada sencillez
con que marchan tus yemas
seguras, parejas y precisas
al dictado de tu ingenio engreído…

Tú, imbécil letrado,
ahora que has usurpado
el poder de mi persona,
en este momento
que me has destrozado,
y luego esclavizado
las conductas de mi cuerpo,
aquí que me tienes atrapado
en un limbo deplorable
de existir sin una vida
o de vivir sin existencia,
hoy que al fin hemos logrado
ser ese afable escritor
de libertad prosaica
y aguzadas rimas,
ahora que me has orillado
a creer sin mucha duda
que la condena está en la vida
y en la muerte el albedrío;
tú, amado enemigo mío,
sentado en esta silla
dura y noguerada
de pronto te ves petrificado
sorprendido en tus intentos
de labrar una palabas,
y entonces me avientas tu mirada
con un paralizado atisbo
que ya no es frío
sino ahora tibio,
y adivinando tu consciencia
(o la mía o la nuestra)
hay un miedo que percibo
que viene veloz
e igual creciente
y sabes que es atroz,
imparable le presientes,
y ya no es miedo sino horror,
sientes pánico y terror,
y no obstante que deviene
no figuras qué es aquello,
no formulas ni una hipótesis,
ni teoría o siquiera pista alguna,
acaso es aquella incertidumbre
lo que amedrenta a tu emoción…
Y entonces tengo tu visión,
por primera vez me miras,
y me encuentras importante,
o más aún, te soy necesario,
me transformo imponente,
ya así, aunque te apoderes
de mi piel y de mis huesos
ya si fuera infinito
todo ese poderío,
no obstante que sea yo
el miserable subyugado,
es en este instante
de tan sólo verte
que se pone el yugo
en la palma de mi mano…

Ya se acerca la bestia,
querido escritor…

Ya casi está aquí…

Tus intrínsecos ojos,
más dóciles y tiernos
a cada paso del tiempo,
me gritan afónicos
urgiendo algún auxilio…

Como si yo supiera…
Como si yo pudiera…

Acaso por mi calma
asumes que algo tengo
o presumes que algo sé,
pero nada guardo,
tan sólo aguardo,
al igual que tú…
Mas la diferencia
está en la consciencia
pues tú te llevaste mi vida
pero me sembraste indiferencia…

¡Ah! ¡Eso es,
adorable poeta!
¡Es aquello lo que viene…!

Es la calcañar fúnebre
que retiembla nuestro agüero…

Queda claro todo ahora:
la literatura es el filo
de la guadaña de la Parca,
y si perínclito el autor,
más funesta la tajada…

¡Seas bienvenida,
vida de mi muerte!

¡Bienvenida tu suerte,
muerte de mi vida!