Las Angustias de Dios: Volumen 2 (Capítulo II)


Capítulo 2

Ella me guiñó el ojo… Fue ELLA quien lo empezó todo… ¿Qué habría de hacer alguien como yo ante esa mirada, ante ese guiño, ante esa despampanante sonrisa suya…?



Recuerdo muy bien  ese día, y es que, ¿cómo olvidar ese momento tan mágico que terminó por llevarme a… a donde estoy ahora…?



Me encontraba caminando hacia el pequeño “Abarrotes Lucy” que estaba al doblar la cuadra del edificio en donde yo vivía, en la colonia Narvarte de aquella podrida metrópoli que llaman Ciudad de México. Iba con la intención de comprar algunos víveres para “tener algo qué comer” en casa.

Mis ingresos provenían mayormente de dar clases de piano a niños y adolescentes y de impartir clases de inglés a un pequeño grupo de señoras que, más que ir a aprender inglés, iban a chismear… Pero me pagaban por ello, y ellas nunca me pidieron que fuera exigente con ellas… Yo sólo compraba el café y las galletas para la reunión y me sentaba en un cómodo sillón y ellas en sus ya escogidos lugares; luego hablábamos un poco en inglés y ponía sobre la mesa algún tema polémico para que aquellas discutieran… Luego ellas echaban rienda suelta a su charla y yo me limitaba a corregir y, de vez en vez, deteníamos un poco la conversación y, en un pequeño pizarrón blanco y usando un par plumones, explicaba algún tema gramatical.

En realidad era más trabajo encontrar un tema nuevo para cada clase, y francamente había ocasiones en que no planeaba absolutamente nada: sencillamente empezábamos a hablar y ellas terminaban escogiendo sus propios temas, después de todo, las mujeres, a diferencia de nosotros los hombres, siempre tienen algo de qué hablar… algo qué decir… algo qué balbucear… algo qué llorar e infinitas cosas para compartir, reír y sonreír… Se sentía bien tener una reunión sana con aquellas doñas y, además, ser pagado por ello…



En fin…



Me encontraba caminando tranquilo, ensimismado (como siempre), dando pequeños atisbos al mundo… En realidad, aunque suelo tener un humor bondadoso y pacífico hacia el mundo, me encontraba fastidiado con la vida, tal y como me había sentido día tras día desde hacía algunos años ya… Odiaba la existencia, odiaba al mundo y a su gente; vivía sin querer vivir, pero era demasiado cobarde como para ponerle fin a mi sufrimiento quitándome la vida. Tal vez, aún a mis sesenta y tres años de edad, esperaba algo del mundo, alguna oportunidad o algún giro de buena suerte… Y algo así fue lo que sucedió…



ELLA fue lo que sucedió…



Su nombre era…



No, aún no habré de decirlo… Permítanme hablarles un poco más sobre aquélla que cambió el rumbo de mi cordura antes de revelar su dulce nombre…



Iba yo, repito, caminando por la calle cuando, súbitamente, justo al doblar la esquina, se me apareció de frente un “algo” que, estrellándose contra mí, me volcó al suelo…



–¡Pero qué… qué chingaos! –grité enfurecido, mas al mirar hacia arriba y ver esos dulces ojos verdeantes suyos, me tranquilicé y cambié mi humor más rápido que un perro, y sonreí idiotizado–.

–¡Perdón! –dijo ella con la más angelical de las voces –.

–A esa mirada le perdono cualquier cosa –dije de pronto, así, sin pensarlo siquiera y ella sonrió; luego se puso de pie–.



Yo me incorporé y me sacudí las ropas…



–¿Está bien? –preguntó ella –.

–¿Quién? –respondí –.

–Pues… ¿Cómo que quién? Pues, usted…

–¡Ah! Perdón, es que no estoy acostumbrado a que me hablen de “usted”; entiendo mejor si me hablas de “tú” –ella sonrió ante mis disparates –.



Nos callamos por un  momento, y en ese segundo la estudié de pies a cabeza, y ese mero instante me bastó para enamorarme de por vida…



Tenía el cabello enchinado y era de ese pelo en que todo hombre quisiera pasear su mano, sus dedos, su nariz… Tenía una mirada radiante, llena vigor, de esperanza, de felicidad, de juventud… Ella era joven… Demasiado joven para mí… Era apenas una niña con cierto desarrollo de mujer… ¿Cuántos años tendría…?



–¿Cómo te llamas? –cuestioné –.

–Mi nombre es… Mica… Y, ¿el tuyo…?

–Yo soy Leonardo… Leonardo Cifuentes… para servirte…



Ella me guiñó el ojo, sonrió de un modo coqueto y se alejó en sus patines negros… Yo le seguí con la mirada, hipnotizado, idiotizado… Ese pelo… Ese viento que lo balanceaba… Esa cintura, esa cadera, ese trasero y ese maravilloso ‘sport-outfit’ que le cubría los enigmas más orgásmicos que bien poseía esa niña… esa cuasi-mujer que, desde lo lejos, volteó de nuevo hacia mí y se despidió de mí moviendo la mano y sonriendo nuevamente…



“Adiós, ángel mío…”, pensé; luego continué mi camino hacia la tienda…





Las Angustias de Dios: Volumen 2 (Capítulo I)

"Las Angustias de Dios" 
Volumen 2: El Gran Huracán de Saturno

PRIMERA PARTE:
Un amor abismal


CAPÍTULO I.

Dicen que el amor no se busca, sólo se encuentra, que simplemente sucede, ocurre de pronto como un saetazo veloz que parte el orgullo de los hombres y deshace los rencores de las mujeres…
¿Será cierto…?
Y, si sí, ¿habrá un amor para cada uno en este mundo…? ¿Será que en realidad sólo existe una persona en este mundo que posea el alma suficiente para acoplarse de un modo perfecto a nuestra sola alma…? ¿Pudiera ser que, entonces, sea certero hablar de un amor-a-primera-vista? ¿Será, entonces, que el amor existe como una clase de feromona que nos permite saber inmediatamente si ambos ADN’es son compatibles y precisos para durar juntos toda una vida o, quizás, toda una eternidad…? ¿Existe el amor… o será que es, simplemente, la costumbre entre parejas que deviene de aquella esperanza de querer perpetrar la lucidez de un enamoramiento efímero…?

Alguien como yo, pudiera hablar de amores… Pero creo que, más que “amores”, debo hablar de “desamores”… Quizá sólo los ancianos que han sido parejas desde décadas atrás tengan el derecho (y el verdadero poder) para exponernos sobre el tema del amor…
Pues bien, yo no vengo a exponer sobre el amor, yo vengo a elaborar hipótesis sobre él, pues yo no soy más que un solitario, un lobo estepario

Pero, ¿qué tal que un día, cansado de mi soledad, se me aparece algo divino e inefable que me brinda una nueva esperanza de vida, un motivo de existencia…?
¿Y qué si dicha salvación sólo pudiese llegar de un modo prohibido, ilegal…? Es como si un moribundo comprara un órgano en el mercado negro para recobrar su vida, sus sueños, sus ilusiones, sus logros… ¿Quién podría, entonces, juzgarle…?
Además de las normas legales (y sin hablar de religiones), ¿qué es realmente lo que nos impide matar a alguien más para sobrevivir…? ¿Qué nos detiene para robar un corazón…? ¿Qué nos impulsa, por otro lado, a romper un corazón…? ¿Será mero recato, un impulso, un instinto… una conciencia… un alma? Si es así, entonces los perros, conociendo de arrepentimientos, también tendrían un alma… y sería, quizás, mucho más transparente y limpia que aquella de los hombres…
Pero, en fin…
Mi vida llegó a un punto en donde hube de decidir entre vivir humillado y señalado o morir con un honor desconocido. Yo seguía vivo, pero mi alma estaba muerta ya, y para revivirla, necesitaba una salvación… una salvación que sería prohibida por el mundo y su gente…
Yo fui víctima de mi propia salvación, pues mi redención era mi propio verdugo. Yo era una tragedia griega viviente.

¡¿Por qué yo?!

Tal vez soy el hijo no deseado que parió el Universo entre las sábanas de la Desgracia… Quizás soy algo así como la exquisita manzana dorada de Eris o un diminuto gran error de la Naturaleza.

Soy un superviviente en un mundo desconocido, el último de una raza extinta, un humo desapercibido, una espora del desierto atrapada en un bosque de hielo, algo raro y un tanto gracioso, pero astuto y peligroso como una bomba de tiempo; algo improbable pero prueba viviente de ser posible o, quizás, sólo una leyenda sin renombre, un mito silente…

Ahora que ya me he introducido como el hombre que soy (o que fui), ahora me introduzco por mi nombre que es… Leonardo Cifuentes, aunque algunos cuantos me conocen como “El Gran Huracán de Saturno”…

Lo que he de contar a continuación trata sobre los episodios de mi vida, tal vez los más feroces y descabellados, los más inauditos e increíbles, y los más divinos y jugosos de mi larga vida…


El lector se digne de entender los acontecimientos como mejor juzgue su plugo; es decir, cada quien que le entienda como pueda y cada uno juzgue dependiendo del color de su alma…

Y, sin más preámbulos…


La historia comienza en un miércoles cualquiera, por la tarde…

¡Oh! Tú, lindo pedazo de carne…

¡Oh! Tú, lindo pedazo de carne…

Eres nada para mí,
absolutamente nada…
Nada necesaria,
nada en importancia,
ni querida ni buscada,
nada prioritaria,
nada de la nada…

Esos juegos que pretendes
para enredarme en esos hilos
que se penden de tus dedos,
no son más que unos cuchillos
de madera sin un filo,
sino más estupideces
que te brindan risotadas
y con eso se me afirma
que eres joven y jovial,
linda y bien fogosa,
pero tonta y risible,
ridícula e influenciable,
tonta reina de actitud,
una simple hermosura
grabada en un retazo
de la carne de los seres…

Bella niña mía,
ríete y  búrlate de mí,
que yo me río bien sonoro
de lo idiota que te vez
intentando aleccionar
al viejo burro sabio,
pues siendo burro sé muy bien
que el cortejo de elegancia
es estrategia para el sexo
y no pretensión de algún amor.

¡Arre, tú!, poco amada mía,
vete pronto ya de aquí
que mi agenda de contactos
se me quema en los bolsillos

y la noche se me apresta…

Abandonada Amada Mía

Abandonada Amada Mía

Te perdí a ti,
pero he aquí
que también perdí
un sinfín de cosas
y cosas sin un fin…

Perdí las etapas más violetas,
las teñidas de turquesa,
de cenar en una mesa;
y ahora hundido en un colchón
me cobijo en somnolencias…

Soy libre en este mundo
pero aprisionado de ese tuyo,
pues pudiendo ir a doquiera
me mojo en lloros y mil quejas
porque recuerdo tu murmullo
en esa almohada que desvela,
en ese aroma vuelto humo,
en esta locura en mi cabeza
que ha perdido ya su rumbo,
pues te ha perdido a ti,
para siempre y sin refugio,

abandonada amada mía…

Dos breves poemas del libro "Poesía de un Hombre Perdido"

Ahora les entrego dos pequeños poemas, desprendidos del libro "Poesía de un Hombre Perdido", escrito entre mis dieciocho y veintidós años de edad...


Cuando Te Vea

Cuando te vea yo diré, despojando cobardía:
No yo te pienso cada día, mas sí me gustaría,
pues como única mujer yo te veo en vida mía.

Preguntarás pues tú, doncella, con la cara asombrada:
Si tanto a ti mi faz agrada, ¿porqué en razón cansada,
a más preciándome entre estrellas, no piensas en tu amada?
Entonces yo, sabiendo ya mi respuesta, te diría:
Si así lo hiciese, la agonía, jamás soportaría
mi corazón, que triste va caminando en noche fría.

Insistirás, de esta manera, así, cual niña reza:
¿Cuál es aquella vil tristeza, jamás en sutileza,
que ya a mi alma hace que hiera, pensando en mi belleza?
Y finalmente te hablaré, queridísimo amor mío:
Me he encantado cuando pienso que tú siempre me piensas;
muérome al ver, en mi saber, la mentira en lo que pienso.


El Amor Que se Fue

Catolicismo ya adquirí para rezarte una oración,
ayer la historia reviví para yo darte hoy mi versión,
cientos de textos yo leí para atraer tu admiración,
y mil poemas aprendí para apresar tu corazón.

¡Ay! Yo instruíme, musicalmente en noche y en día,
para rendirte, con cantares, sutil melodía;
glosa escribí de tus andares de triste agonía,
mas ¡ay! la mía no apagar puedo, hoy, todavía.

Bien, yo te busco ahora, moza,  para darte lo que sé,
pero mi júbilo se ahorca cuando en alguien te miré;
mas aunque siga la avaricia mía en pie por tu querer,
en hoy ya sé, amada fría, que tu amor ya se me fue.

Tres extractos de mi libro "Poesía de un Dios: psicología asesina", escrito durante la época de mi adolescencia...

Últimamente que, al parecer, ando más de poeta que de loco... hmm, hmm... Perdón, ando más poeta que de escritor... Ahora, -repito- me he dedicado a elaborar un libro que contenga la poesía más selecta (esto es, escogida por mí) de todos los poemarios que he escrito durante mi vida como escritor, lo cual suma unos cinco o seis libros {si se cuenta éste mismo, el cual contiene poemas nuevos también} únicamente sobre poesía y también más de catorce años de evolución, desde el nacimiento del poeta, hasta sus días actuales y desde la época de mayor estricta versificación {métrica de sílabas, acentos, rimas, etc...} hasta la posa más sedosa de hoy en día.

En fin... Les comentaba que, como he estado elaborando este último libro, por una parte digamos, a base de rompecabezas, no pude resistirme a la nostalgia y, por tanto, he decidido que en esta entrega habré de obsequiarles tres pequeños poemas de mi libro más primerizo, más adolescente y probablemente el más oscuro de todos... "Poesía de un Dios: psicología asesina", escrito durante la época comprendida entre mis diecisiete y mis veinte años (aproximadamente)...



Amor avinagrado

Una sandía pasada,
un vino avinagrado,
una manzana podrida,
un tulipán marchitado.

Eso es lo que tanto me interesa,
lo que añoro de tu corazón.
eso es lo que tanto me importa,
lo que espero de tu amor.

Porque así como el tiempo pasa
y así como el hombre envejece,
nuestro amor se cansa
y mi corazón se detiene.

Porque así como la sandía se seca
y así como la manzana se pudre,
nuestro amor se marchita y se amarga,
como el vino se avinagra.



¿Cómo soñar con el paraíso si el edén está contigo?
¿Cómo aprender de la vida si la comprensión está a tu lado?

¿Cómo beber el elixir eterno si el anhelo es morir en par?
¿Cómo catar un néctar preciado si tu sangre es el extracto deseado?

¿Para qué necesito el aire si en tu aliento está la vida?
¿Para qué requiero un anhelo si tú eres el mismo deseo?

Tú la belleza, la gloria y la esencia; la armonía, razón y conciencia.
Tú mi existencia, mi ser, mi presencia, mi rumbo, mi vía y tendencia.

Porque tú eres mi guía y yo soy tu fiel;
tú eres mi amor y yo... tu querer.

Tú, siempre tú,
dichosamente tú,
y sin más,
solamente tú.


En el lecho

Como un cigarro consumido
mi vida ha transcurrido;
veinte ya cuentan la mitad de mis años,
y cinco de éstos ya suman mis daños.

Mi amigo, mi amigo querido,
es la tela de mi abrigo,
el silbido del mendigo
y el pasar del viento frío.

Como una nieve en un barquillo,
¡tanto para un chiquillo!,
así es como ahora yo ansío,
el terminar de mi albedrío.

La muerte me acaricia
y lo hace con pericia;
la siento hasta los huesos,
me invade hasta los sesos.

Ya no lucho contra ella,
ya no más...
Impaciente ya la espero
a que venga y... nada más.

Ven por mí ahora, dulce descanso,
ven por mí ahora, bello encanto,
libera ya mi triste vida,
ven por mi, amada mía...

Tantas ganas tengo de ti...

Tantas ganas tengo de ti...

Tengo tantas ganas de ti,
como cruel añoranza por tu ser,
por ese cuerpo tuyo
de tu figura contorneada
por cualidades redondeadas
y formas de estricta simétría;
¡oh! de esa delicia de tus piernas
y el coquetear de sus andares,
de esa firme piel bronceada
que se asoma de repente
sobre el escote de tu espalda
y de ese atisbo ya oportuno
de tu clavícula escondida…

Tantas ganas de ti…

Tantas ganas, ¡oh! mujer…

Cada que te miro me extasío,
me vuelo y me voy de lo real,
pienso en sexo de bajezas
e imagino suciedades;
me creo escenarios codiciosos
dentro de mi mente pintoresca
e inevitable terminas siendo mía…
mía, mía y mía… y mía...
mía una y otra vez… y otra más,
como si repetir aquello me volviera
alguna especie de tu dueño,
como si entre más yo lo deseara
más real aquello fuera…

Mujer, mujer, mujer…
Me está matando este capricho,
estas ennegrecidas y terribles,
ponzoñosas y  maléficas
ganas de ti… aquí…
conmigo… ahora…

Tantas, tantas, tantas ganas…

Ganas iracundas,
viles, pervertidas,
perversas e inefables…

Quiero despojarte a besos la prudencia
y arrancarte cada prenda,
y deshacer cada costura
con mis colmillos afilados…

Si tan sólo yo pudiera
 convertir en esporas tus vestidos…

Quiero despojarte de tus telas,
arrancarlas y roerlas,
desgarrarlas y perderlas,
evaporarlas, liquidarlas,
desvanecerlas y quitarle las moléculas,
y ahí que grites asustada por aquello,
y tomarte, someterte,
beberte y degustarte
aquella poma en tu serbal,
aunque me lo niegas con palabras,
aun cuando supliques me detenga,
pues entre suspiros contrariados
lograré ser aceptado por tu cuerpo
y que luego ahí me lo pidas,
y me ruegues que te ame
y después te parta sin amor,
embistiendo con pasión,
con fuego, con deseo,
con lujuria, gula y ambición,
con codicia y nada más…
o luego todo más…

Quiero poseerte sin preludios,
así, sin pláticas ni nada,
pisoteando las palabras,
sin el momento a conocernos,
dejando entero el vino tinto
(el que te sirva en una copa)
y que no toquen tuyos labios
el cristal de ese vaso afrodisíaco…

Quisiera sorprenderte
con el beso más salvaje
para apagarte toda duda
y que te entregues sin pensarlo…

¡Tanto quiero hacerte mía!

¡Quiero arrancarte ese tiempo
en que razonas circunstancias,
en que notas el problema
y en que piensas soluciones…!

Ese problema de amagarte,
esa mía solución de privarte,
esa fabricada circunstancia
de mi rápida y feroz,
voraz y sin cautela
posesión mía de tu ser
y de ese robo del cerúleo zafiro
que encajado en tu oculta intimidad
me otorga el sabor jamás probado
del encanto en tu átomo virginal…

¡Pido que mis ósculos sutiles
dejen irresolutos tus deberes!

¡Sé que puede más un beso,
que cualquier razonamiento!

Te deseo tanto…

¡Sueño con drenarte toda fuerza
y agotarte hasta el desmayo!

Deseo tanto desnudarte
de manera fulminante
con meramente la mirada
y así entonces fornicarte,
como sea,
donde sea,
aquí y ahora,
aunque hubiera mil personas,
aunque nos miren deslumbrantes
tres millones de retinas…

¡No existe ninguna religión a más
que meterme en ese fruto tuyo
y derramarte todo el néctar
y empero salirme nunca más!

¡Dejemos que nos miren!
¡Ya paremos de esconder
esas magias de los coitos!
¡Ay!, permíteles que admiren
ese rudo modo en que te miro,
la forma en que sostengo
y paralizo todo miembro tuyo
y la manera en que te tengo,
en que te monto y te fulmino
aferrándome a tus huesos,
a tu grasa cuasi-nula
y a tu carne endurecida…

Contigo pierdo todo encanto
y toda estrategia de conquista,
pues me vuelves animal ,
me trocas en bestia descarriada
y en descarado Belcebú;
luego se me olvida toda norma
y rompo y quiebro toda regla
y me convierto en asesino
que con su daga ponzoñosa
te atraviesa toda el alma…

Si te acercas mucho a mí,
nada pienso razonable
y no contengo mis atisbos;
luego soy vasallo de mis sueños,
de mis deseos fantasiosos
y ahí peligran tus recatos
ante mis fetiches añorados…

¡Ay! Tengo fuego en la mirada,
llevo el infierno en la entrepierna,
mas a pesar de que te espantes
bendecirás, en un final planeado,
esa hoguera de mi núcleo
toda vez que me separe
de la llama entre tus piernas…

Me vale poco ser un hombre,
me importa nada ser humano,
conque prefiero ser aquel patán
que satisfecho te ha gozado
y te ha elevado al ‘más allá’
y no un simple caballero
que paciente se contenga
al veneno azucarado
de sembrarte tuyo vientre…

¡Me rehúso a acribillarme por las noches
con la cabecera de mis reproches satinados!

¡Mujer, mujer, mujer!

¡Ay!, mujer de mi universo de crueldades…

Quiero evaporarte las cubiertas
sobre tus senos anhelados
y derretir esa barrera de alba tela
que te oculta aquella esencia
que te nombra como hembra,
y llegarte como perro hacia su hueso,
como un gran búfalo encelado,
como el campeador de la galaxia
ante el áureo premio de los dioses…

¡Tantas ganas…!

¡Tantas, mujer…!

¡Ay!, te juro que no existe
en este mundo pretensioso
un capricho más temible y perseguido
que penetrarte las entrañas
a través de tu gloria vaginal,
así hasta que llores
y que te duela con deleite
y te quejes con sonrisas;
así, hasta que chillen esas voces
desinhibidas, agudas y secretas
de tus excitantes gemidos
involuntarios, repentinos,
constantes y crecientes,
y oscilados y aguzados
como metrónomo argentado
de tempo irresistible…

¡Me propongo que grites,
que aúlles y mascullas,
que gimas y maúlles,
que ladres, trines, luego mujas
 ese nombre de este ser
que te masacra sin piedades
justo en el momento divinal
en que se quiebra y se tuerce
esa sexual curva de tu espalda
cuando pretende levantarse
por los espasmos fascinantes
de ese orgasmo bien brindado;
¡oh! esa espalda de pulido cobre,
esa fascinante parabólica columna,
tan tersa, tan viva e infinita
que pareciera querer huir al cielo,
pero más se trata aquello
de acercarse al pectoral de su pastor
como queriendo agradecer
ese eximio esfuerzo exitoso
 de mi faena pseudo-histórica!

Tanta sed de ti,
de tu pasión…

He de decirte en lo sincero,
¡ay! indómita tigresa mía,
que mis intenciones son violarte
de la manera más violenta,
casi sadista y masoquista,
rosando la línea en lo prohibido,
precisando un par de azotes
entre tus músculos traseros,
hasta que aquello se convierta
en ese sexo que has buscado
por el resto de tu vida…

¡Ni aunque buscaras entre Marte,
ni entre galaxias más vecinas,
no siquiera entre soles vitalicios
o dimensiones no terrestres,
jamás, nunca y no en espacio otro,
conocerías más placer agudizado
que aquel con que subyugo a tus hormonas!

¡Uf!, puedo imaginar perfectamente
cómo, después de que te humille
por tratarte como cosa alguna,
como un precioso pedazo de carne,
luego que me venga y que te vengas,
entonces que gritado hayas
y que exhausta te desplomes,
cuando agotados yaciéramos
sobre ese lecho delictivo,
puedo formar en esta mente mía
cómo me busca aquella mano tuya
entre unas sábanas roídas y manchadas,
entre las rotas, húmedas y esparcidas
almohadas (víctimas del coliseo nuestro),
en esa infinitud de aquella cama nuestra,
y habríanme de tocar aquellas manos níveas
para abrazarme y besarme el cuello,
quizás dejando algún sutil
rastro de saliva sanadora
de aquel caudal de tu labial;
imagino cómo bajarías sobre mí,
por los hombros hacia el bíceps,
por la barbilla y los pezones,
venciéndote lenta y tiernamente
sobre el músculo de mi izquierdo pectoral,
y escucho, pues, que me dices dulcemente
con la sonrisa más sincera y satisfecha
que me amas perennemente,
y que yo soy tu futuro sin pasado,
que soy tu único universo,
tu amo, tu hombre y señor,
y que el mundo no te basta
si no estoy yo ahí contigo,
desnudo, en cuero vivo…
que harías cualquier cosa
por tenerme tuyo eternamente,
siempre y cuando te haga mía
a cada instante,
en cada hora,
en cada espacio,
en cada modo,
en cada circunstancia,
en cada posibilidad,
entre imposibilidades,
en cada universo,
en cada sueño,
en cada luna,
en cada día,
en cada paso,
en cada dimensión,
en cada pensamiento,
en cada segundo en que deseé
volver a hacerte mía…

No puedo dejar de figurarme
entre las sucias ideas de mis sesos
aquel cuerpo de diosa curvilíneo,
tan tuyo y tan perfectamente dotado,
empapado así entre sudores
(los tuyos y los míos conjugados)
y el ajetreo de tus pulmones,
y el jadeo de tu boca,
y el suspirar de tu femínea voz,
y el subibaja de tu pecho,
y el creciente mover de tus costillas,
y ese exquisito abdomen satinado
que frágilmente se ensancha y se devuelve
al respirar ese aire fumigado y saturado
con ese aromático perfume tan silvestre
del más perfecto de los sexos copulados…

Esa mirada cuasi perdida tuya que,
apuntando hacia el techo vigilante,
nos arrulla con su monotonía blanquecina
a través de las obligadas afonías reflexivas
que sobrevienen al combate cuerpo a cuerpo
en ese duelo medio infernal y demoníaco
que triunfales trazas dejan asomarse
sobre ese colchón de mi quimera…

¡Ay, más me mata el saber que aquello
no está lejos del alcance de mis manos…!

¡Si tan sólo pudiera alcanzarte la mirada!
¡Si tan sólo me atreviera a hacerte menos!
¡Si tan sólo supiera en tus sonrisas
que soy quizás algún ‘algo’ de tu plugo
que se ha mimetizado entre los lustros!

Pienso en hacerte el amor sin amarte,
más en un salvajismo ilimitado e instintivo,
libre de inhibiciones y sin monólogos mentales,
en donde luzcan los deseos primorosos…

Quiero un sexo sin jamás saber tu nombre,
pues pretendo imaginarme alguno sucio
y bautizarte con palabras de farándula barata,
como si fueras bailarina de malagüero;
añoro luego, en contraparte mía,
que nunca te olvides de este aquel
que mujer te hizo y te deshizo
soltándote la brida del libido,
y que me sueñes, así, en cada noche,
y que me encaje en tu recuerdo
como lo hace la luna dicotómica
en el limpio y nocturno manto,
y que así destelle en tuya mente
cada imagen de esa cópula violenta
en que te desprestigié el orgullo,
noche en que suprimimos los respetos,
ahí donde te amé sin amor alguno,
donde te hube rebajando a masa de materia,
donde hice realidad tus imposibles,
ahí que destruí tu dignidad de fémina
para construirte entonces con mi pericia
ese inexorable cielo mágico de placer extremo,
y, siendo aquello así, te toques luego a ti
con una mano en todos lados
y con esotra la rosada parte tuya,
y que te muerdas hasta sangrar
esos sutiles y sedosos labios lisos
que magistralmente adornan tu faz pueril;
luego, que recordando mis caricias,
te eleves nuevamente a los júbilos etéreos
para que así, extrañando nuestro Edén,
añorando a tu gran Adán en mí,
aún cuando me encuentre ausente yo,
te vuelvas loca y diabólica
con tan sólo pensar en mi piel…

Quisiera estar sobre de ti toda la vida,
encima de ese abdomen que me excita,
aplastando tus pechos con los míos,
asfixiándote la dulce boca tuya
con estos mis labios ambiciosos,
mordíéndote la flamenca sonrisa,
esclavizándote los carnosos muslos
y sometiendo tu parabólica cintura
en ese vaivén de tus caderas
que, aun estando avasalladas
por mi ineludible peso varonil,
tanto buscan quebrar esas cadenas
del metrónomo preciso de mi miembro
imparable, inquebrantable,
veloz y muy exacto,
como si quisieras tú tomar control
de aquella escena masoquista,
como si ya posible fuera aquello,
con esa ingenua ilusión tuya
de estar sobre mi cuerpo viril,
arriba de mi soma, de mi carne…

Mas, ¡oh! mujer atenta y bien oyente,
aguza tus sentidos delicados,
pues, después de todo lo antedicho
(escucha bien lo que te digo),
tú, mujer y madre de mis más atrevidas fantasías,
te digo, finalmente y más honesto,
que aunque unilateral parezca todo,
aun cuando yo te suene a mero macho
y no obstante de mis palabras tan terribles
y a pesar de enaltecerme con cumplidos
(auto-procurados y escogidos),
bien existe un trofeo para ti
en aquella entrega de tu carne abrasada
en el carbón de ese acecho de aquel mío,
pues tras un eón de hacerte mía,
¡oh! mujer de lumbre etérea,
tal vez –y sólo tal vez –,
me enamore de tu esencia,
reconozca el mundo de tu ser
y quizás te deje hacerme tuyo
y acaso te permita controlarme…

Y es que colmando mis instintos animales,
tras cansar a ese desenfrenado minotauro
con que se viste mi naturaleza varonil,
 posiblemente luego en un momento,
se aparezca el hombre que hay en mí,
y que saliendo de esa prisión de laberinto,
llegue yo a escucharte, atenderte y entenderte,
y te confíe mi vida nueva enteramente
y te revele mis secretos más profundos
y te muestre mi angustia existencial
y te autorice a bien domarme,
a acorralarme, guiarme y conducirme,
y así en tus brazos me desplome a tus deseos…

Quizás yo en ese mismo instante
 me permita celebrarte, loarte y aplaudirte,
esa grandiosa y heroica conquista
que tú habrás logrado sobre mí,
para que entonces lo presumas,
te vanaglories y lo grites
y que de ese modo tú te hagas
lo que quieras con mi vida
y me hipnotice a tu mirada
y te mire con cariño
y me vuelva ese vasallo
en quien tanto tú esperaste
que te amara por milenios…

Y ahí te besaré del modo más gentil
en la frente y en los labios,
en la nariz y las mejillas,
en la crisma y en los ojos;
te abrazaré cuando me vaya,
aceptaré tus bendiciones,
te extrañaré cuando te tardes
y te volveré a echar de menos
antes que amanezca en cada sol
por saber que ya te irás a algún allá…

Luego al caminar entre esa gente
a la que tanto temías en ayeres
por sus rumores de llamarte
prostituta de mi juego,
entre ellos andaremos bien derechos
y de mi mano tomaré aquella tuya
para que, sin pena y sin temores,
nos paseemos por las nubes
de nuestro propio mundo idóneo:
tú a mi lado y yo del tuyo;
tú con tu nuevo caballero,
yo con esa dulce y adorable damisela
que lumbre guarda entre sus piernas…



Amor Silente

Aborrezco cada vez
en que dices que me amas,
pues tanto tú lo haces
que parece más decirse
como tentando alguna falla
o pretensión disciplinaria
o algún temor a que no sea
una certeza real aquello.

El amar es un manjar
que bien debiera ser probado
solamente de repente,
de cuando en cuando,
de vez en vez,
y no en merienda de diario,
pues entonces se subyuga
a la costumbre,
a lo mundano,
a los colores rutinarios.

El amor, como el diamante,
más se admira con asombro
en tanto se muestra ocasional,
si no luego su brillo pierde
cuando se tiene por sentado.

No me digas que me amas
pero guárdalo con ganas
como murmullo repentino,
como un aliento atinado
que eleve nuestros egos
a las galaxias pasionales
más lejanas y elegantes,
mágicas y etéreas,
donde conjúganse las almas
de los que saben bien querer
con el lenguaje mudo, silente,
pues es, francamente, el amor
quien dice más callando
al pegarse el par de labios
a esotro labial de sus deseos:
mujer, el amar no se dice
y el querer no se pregunta,
sólo se besa, se calla,
se besa y nada más...

Amando sin Cariño

Amando sin Cariño

Pase lo que suceda
y escuches lo que oigas,
no pongas nuestro lazo
sobre tela de juicio alguna:
mi amor ya lo tienes;
te lo afirmo así,
como hecho firme,
permanente,
vehemente,
indubitable,
inquebrantable,
inexorable.

Mas algo nos falta,
alguna sazón
o algún color,
o en su defecto
algo le sobra,
algo nos pide
este fausto cariño
para verse elegante,
perfecto y envidiable.

Me encanta tu iniciativa
de verme alegre de repente,
que me mimes y me recuerdes
que me quieres sobre todo,
mas de pronto eres sumisa
y se me cae el apetito
de mi entraña pasional;
quiero verte alcanzable
mas con el precio de un esfuerzo,
motivado en breve angustia
de saber que bien pudiera
yo perderte en un instante,
pero encontrando luego así
que fuera idiota por dudarlo
y besarte entonces las sonrisas
y hacerlas luz con sólo risas,
las más sinceras,
las más profusas,
esas que regeneran corazones,
esas que retocan nuestras almas.

Tal vez suene caprichoso,
egoísta, insatisfecho,
mas quiero que me ames
de repente, por sorpresa,
a veces más y en otras poco,
como un amor elástico,
como cariño tentativo...

Seamos una relación sin nombre,
bastardos de adjetivos,
mutantes de apodos,
un traslúcido querer,
un viaje inesperado,
emoción de incertidumbre,
pues no basta inyectar amor
sin su dosis diminuta
de constante adrenalina.

Déjame perseguirte,
rastrearte,
arrastrarme
y que luego me levantes
para besarme con caricias;
permíteme reconquistarte
con cada sol,
con cada estrella.

Ámame...
ámame mucho, mujer,
pero tampoco me quieras,
o quiéreme también
con la duda del 'hubiera',
y es que más perdura
un querer con una duda
que el amor en sí,
pues uno es bella locura
y aquél sólo seca cordura.

Ámame...
ámame hoy, cariño mío,
pero poco quiéreme mañana,
pues parece que es más fuerte
un amor con cariño moderado
que un querer satisfecho
por entrega obsesionada...

Clamor de Libertad

Clamor de Libertad

Vete...
Vete ahora y para siempre,
vuélvete una espora
y piérdete en el aire...

Calla...
Calla justo y al momento
troca tu voz en afonía,
ríndete al silencio,
séllate los labios...

Vuela...
salte pronto de mi mente,
no te aferres a mis sesos,
atavíate de olvidos
eternos e invencibles,
¡oh!, cruel recuerdo mío...

Vuélvete fino polvo
y vuélate en el viento,
deaparece, destrùyete,
desintegra cada miembro
que se acopla a tu belleza,
transmútate en un átomo
y congélate en tu núcleo,
sábete en prisiones
de esos corazones
que va quebrando
tu verdugo juego
en cada paso,
en cada aliento.

Te quiero más como afluente
de una catarata peligrosa
que se pierde en la corriente,
se transforma en una brisa
y se esfuma entre los cielos
de la atmósfera terrestre.

Muérete en mi tiempo,
tú, contemporánea cosa,
y viájate a otro mundo,
encarna en otra dimensión,
en otra vida imperceptible,
en las materias invisibles,
en el ensueño de otra raza,
en la nada de la nada,
en negruras más oscuras...

Vete,
lárgate sin voz,
sin decirlo,
sin un sonido,
sin despido,
sin que cambie la mañana
con sus aves y sus trinos...

Ándate y corre,
vuélvete lejana nube
y olvídate de todo
de todo, todo, todo
menos de hacerte ya un olvido;
recuérdame por siempre jamás
pero hazme recordar
que aún así sin ti,
aunque contigo haya sido,
todavía estoy yo vivo...

Quiero volverme un "yo"
sin un "contigo",
libre, esencial,
firme, especial,
grande sin ti,
para verte nuevamente
más feliz con alegrías
que con rencores y agonías,
siempre de lejos,
siempre innecesaria,
nunca conmigo...

Vete,
olvídate de mí,
esfuma lo de nos,
aligera mi recuerdo
cúrame el capricho
de tenerme junto a ti.

Si cierto es que toda ósmosis
proviene de un sucio parásito,
volvámonos lombrices de carroña
y hagamos de nuestro "uno"
un "uno y uno" separados,
navegantes por su lado,
perseguidos cada quien
por los brazos de su hado.

Tú más allá,
yo bien acá...
Para ya de ser un llanto
y empieza ahora ser sonrisa:
quiero ser plena alegría
por librarme de tu adicto
aroma perfecto y peculiar.

Déjame,
pero déjame bien,
solo en abandono,
pues prefiero ser de nadie
que depender de tus encantos;
libérame y así,
y justo entonces,
sabre que al menos,
me quieres sólo un poco,
y luego solamente así
te amaré como lo pides,
más de lejos que de cerca.

Luego, justo preciso y eficaz
nuestro amor ahí será,
que más se ama extrañando
que clamando libertad...

Claustro de Estrella

Claustro de Estrella

Quisiera erigirme un baluarte
fuera del suelo de la Tierra,
oculto en el anillo de Saturno
o perdido entre el bermejo de Marte;
en Andrómeda o Neptuno,
como vapor de alguna aurora,
o como una flama azul
entre la cola de un cometa...

Sea en donde fuere
y fuere lo que sea
pero que yo fuera:
que fuera solo, 
sin seres, 
sin nadie:
sin nada…

Yo y mi cabaña de luna,
a mil años luz distante,
a un millón de parsecs,
invisible a los radares,
opacado entre diez soles:
casi incinerado, 
sediento de alimento,
entre mares extintos,
sin más horizonte percibido
que su antiguo rastro ambiguo,
petrificado, sin curso... extinto,
respirando algún veneno
de ese aire intoxicado
de la atmósfera marciana,
de rodillas y cayendo aún,
aplastado por poder gravitatorio,
arrastrado por la inercia inquebrantable
de algún satélite olvidado
entre las orbitas elípticas
de un planeta gigantesco,
con llagas ulcerosas
por el ácido del viento,
con los huesos triturados
por alienígenas bacterias
depredadoras de mi calcio...
Pero quizás aun así prefiera
llorar por somática agonía
que abrumarme por las normas
y costumbres de ignominia
de las terrícolas naciones:
penar es sólo un juego de balero
cuando se sufre tanta angustia: 
como andarse en el desierto
antes que yacer en una hoguera...

Sea el más grande traidor
en la historia de mi especie,
aunque fuera el antihéroe,
condena y satán de los valores:
más me vale perder la vida
entre las dunas de asteroides
que perder mi esencia individual
entre homínidos robotizados:
más alivio se respira
entre aires ponzoñosos
de un astro inhabitable,
exiliado del imperio lácteo,
que el dulce oxígeno terrestre
corrompido por esporas egoístas
y partículas de anhelos infinitos...

Quiero volverme un mutante,
un deforme, una raza aparte,
un inhumano de cuerpo
para luego en lejanías
alcanzarme más humano en ideales,
más hombre en mi consciencia,
más persona por moral,
más civil en tolerancia,
sin brújula ni rumbo
pero menos perdido
y más encontrado por mí mismo:
quiero verme y juzgarme satisfecho
de ser por lo que soy
antes que ser por dónde estoy:
a mí, los mundos no me hacen,
sino me construyo yo en ellos...

Sueño con irme sin aviso,
alejarme de repente,
en una nave secreta
o abducido por un ovni
de esta gente y de su mundo...

Luego adiós decir desde mi vuelo,
a través de la pulida ventanilla,
sonriendo entre llantos de recuerdos...

No concibo más fausto plugo
que vacacionar hacia Mercurio,
o amanecer entre las plutónicas playas
con el atisbo de su estelar horizonte.

Acaso pudiera hacer hogar
en la isla del lunático mar,
a la deriva entre su ponto,
bronceándome en sus vientos,
cosechando el polvo en sus colinas...

Quisiera volar como la luz,
desintegrarme en un instante
y aparecer en tierra incierta,
enclaustrado en una estrella
de la galaxia más lejana,
o en cualquier otro lugar
que me asegure soledades
sin paranoias de saberme
alcanzable, interrumpido...

Desearía percibirlo todo
más en un allá,
menos que un aquí,
con mero atisbo camuflado,
invisible y transparente,
como espía bien coartado...
Ver sin que me vean...

Si tan sólo ya lograra
continuar siendo sin estar...

Y si fuera dios de pronto,
haría lo mismo que se cuenta:
construirme un mundo diminuto
para observar y entretenerme
con esa raza curiosa de hombres
atrapada entre infinitos,
perdida entre lo eterno...

Y es que quizá sea mi locura,
pero más me vale volverme átomo
donde no quepan pretensiones
que conquistar galaxias incontables 
donde naveguen libremente
los deseos, los rencores
y los egos prepotentes...

Yo, más tiendo a ser yo mismo
cuanto menos estoy aquí presente...

Tal vez sea nuestra muerte
el dulce descanso por eones
del cual seremos despiertos
en algún edénico futuro,
donde la tecnología sea tanta
que pueda devolvernos la existencia
pero que luego nuestra raza
sea desnuda de su bestia,
domador de su naturaleza propia,
sabedor de lo que importa,
inmune a las riquezas,
enfermo de altruismo,
unidos como raza semejante
pero tolerantes y abiertos
a cada mente con su mundo...

Acaso un día inesperado
veremos que la ciencia apurada
sea esposa de la abstracta filosofía
y luego unidos ambos
por el sagrado matrimonio
de una religión única (mas relativa),
con ciudades embellecidas por el arte,
donde cada quien pudiera bien-vivir
por el esfuerzo no-forzado
resultado de la pasión de su labor.

Entonces viviría acompañado,
sin angustias ni recelo,
orgulloso de mi gente,
gustoso de aportarlo todo,
de arrancarme y entregarle
lo mejor de mis esfuerzos,
la pureza de mi alma en calma,
la entrega ciega de mi amor,
mi más sincera admiración...

Tengo la ilusión de renacer
y que no me quepa duda alguna
de que seguro dios existe
porque me ha obsequiado la fortuna
de haberme construido una nación
en que se aprecia mi presencia
y que se explotan esos dones
que tanto me hacen único
y que, así, tanto me hacen útil...

Tal vez nos venga madurez... 
Acaso adquiriremos sabiduría suficiente...
Quizá nos devenga hado alguno
en donde yo le importe al mundo
y que el mundo nos importe...

Pudiera sernos suficientes
un planeta y nada más:
si hiciéramos hogar de nuestra Tierra,
el universo se volviera paja...
Supongamos que el universo
se rellena de vacío y de negrura
por alguna obvia razón...

¡Quién podría pensar en Júpiter o Marte
si todo lujo, añoranza y objetivo
fuesen justos, suficientes y aceptados 
como la cumbre humana de ese arte
de encarnarnos el cariño simbiótico del mundo
y encontrarme feliz por ser amado!
Luego sería el amor tan transparente
que perfecto sería el modo de adorarte...

¿Qué es el amor
sino la mera redención
del humano corazón,
la justa razón,
motivo y dirección
hacia esa perfección
que tanto es ilusión
en un polveado rincón
de toda humana cognición?

Si se pretende volverse dios,
sepamos que dios es perfección
y que sólo lo impecable es el amor,
luego dios es el amor;
mas jamás habrá un pleno amor
que necesite ser un dios,
pues ser deidad es un poder,
y el poder se baña en pretensiones;
ser amado es tan sólo la fortuna
que satisface nuestras almas
y nos libera de la angustia...

Si hallara el propulsor
que me sacara de este mundo
por unos años solamente,
quizá pudiera devolverme
como fugaces meteoritos
cargados de una rara vida humana, 
y ante el asombro procurado
sería entonces escuchado, 
atentamente y sin reparo,
y yo diría después en un soplo, 
no más que una pregunta reflexiva:
Hombre, si tanto tú pregonas
en toda nación y en todo arte,
la importancia y el valor de amar,
si tanto buscas el cariño de otras manos,
si tanta calma tú pretendes
al ganarte una confianza suficiente
para desahogar tus perversiones,
confesar tu miedos y secretos,
si tanto pides ser aceptado y comprendido,
si es que sabes bien
que querer es redimirte,
si tanta experiencia has formado
para hablar de un real amor posible,
y si sabes que aquello brinda paz,
satisfacción, seguridad y alegrías,
¿por qué persigues el poder
(que te baña de anhelos
y te colma de hambres),
por qué buscas copiosamente el oro
(que te enferma de ambición
y te subyuga con sus lujos),
por qué envidias ser famoso
(si te deforma la moral
y forma dudas en ti
y sospechas ajenas),
por qué, querido hombre,
te empeñas en todo complicarlo
sabiendo francamente
que no hay razones más allá
ni métodos mejores
para alcanzar esa armonía
que tanto te esfuerzas por lograr;
por qué te vuelves tu verdugo
si en ti está el perdón como juez:
por qué has decidido corromperte
si toda solución y respuesta,
toda cura y todo alivio,
se encuentran accesibles
en el simplísimo proceso
de amar y ser amado...?

“Amar y ser amado...”,
entonces yo repito;
todos callan y lo piensan,
enciendo mis motores nuevamente
y me alejo a mi bóveda estelar,
mas ahora haciéndome de alguien,
construyendo un nuevo amor,
creando nuestro mundo propio...

La raza está advertida y educada,
si se deciden o no a mis palabras,
es cosa que no trasciende a mi amor...

Mundo, ya te he perdonado,
pero no me ofrezcas más tus brazos:
se me hacen nada comparados
a los níveos de mi amada...