Escuchando Se Entiende a la Gente: Tres breves crónicas (primera parte)




Curiosamente, esto que escribo ahora era algo que quería escribir hace tiempo… Por alguna razón no lo hice… Pero, como reza el dicho: Más vale tarde que nunca…

El hombre constantemente busca atención: la necesidad de ser escuchado y entendido es inherente a cualquier persona. ¿Por qué? Porque, de algún modo, se nos antoja (nuestra esencia) interesante, importante, verdadera, correcta… Sentir que tenemos algo qué decir y que somos escuchados es como incrustar cierta parte de nuestra persona en el alma de quien nos atiende.

Pero, si pedimos ser escuchados, ¿por qué no nos detenemos a escuchar a los demás?
Más importante que hablar, sin duda, es escuchar: hablamos de lo que ya sabemos, pero escuchamos, generalmente, de lo que no conocemos; es decir, escuchando nos trocamos sabios. Y a eso me dedico cuando tengo oportunidad…

Era una mañana de sábado; yo terminaba de desayunar y me dispuse a salir a la puerta de mi casa para fumar un cigarrillo, y a eso me disponía cuando, de pronto, pasó un señor de unos sesenta años de edad y me preguntó:

–¿Le lavo su coche, joven?
–No, gracias… Estoy muy gastado, pero tal vez para la próxima quincena…
–Anímese: se lo voy a dejar bien bonito… Yo trabajaba dando servicio a los coches en la agencia de Fame; ahí estuve treinta años hasta que cambiaron de dueños y nos corrieron a todos. Y ahora lo único que sé hacer es lavar coches… pero soy muy bueno; a veces me llaman clientes de Hidalgo para que vaya hasta allá a darle servicio a sus coches… y pues voy… Le digo, anímese, se lo lavo por dentro y por fuera y se lo dejo como nuevo… Mira, hasta uso jabón con cera: esa es la clave…
–¿Cómo se llama Ud.?
–Yo me llamo Adalberto Castillo Martínez –querido lector, bastó que lo dijera una sola vez para aprenderme su nombre completo –.
–Y, ¿qué días trabaja?
–De lunes a sábado; pero si hay trabajo los domingos, pues los domingos también…
–Pues, mire, Adalberto, ahora no tengo dinero; pero, como le decía, tal vez la próxima quincena…
–Pues sí; es que sí está dura la situación… Fíjese, joven, yo casi nunca estoy en mi casa… su pobre casa…
–Gracias…
–Y me llega el recibo de la luz carísimo… Y yo de curioso me puse a ver el recibo de la luz de una casa de aquí arriba, pues estaba ahí tirado en la entrada… Es una casa mucho más grande que la mía y donde viven más personas… Y, ¿me creerá que su recibo de luz venía mucho más bajo que el mío? ¡Menos de la mitad que el mío!
–Pues sí, no cabe duda que la ciudad está “patas pa’ arriba”…
–Pues sí… Pero, ni modo, ¿qué hace uno?
–Así es esta ciudad, mi amigo: el que más tiene menos gasta, cuando debería ser al revés…
–Pues sí… Bueno, joven, cuando se anime pregunte por mí por aquí: ya me conocen. Me voy porque tengo que seguir con el trabajo…
–Mucha suerte, Adalberto…

(continuará...)

Versos en Prosa y Un Soneto Con Estrambote


Un par de poemas sinceristas para ti, querido lector...

-Mi Alma Indiferente (o Libertad de Pensamiento)-

Tengo el poder de la indiferencia
en las palmas de mis manos:

puedo violar a un mastodonte
o a la diosa más etérea;
colgarme en el alcohol,
o drogarme con cristales;

puedo beber un dulce néctar,
o la cebada más amarga;
ser un hombre elegante,
o algún patán siempre deseado;

puedo ser una caricia,
o mordidas instintivas;
conocer para olvidar,
y olvidar por qué conozco.

Tengo el cetro de la poca importancia
entre los dedos de mi mano:

Decir lo que pienso cuando quiero,
o querer no pensar lo que haya dicho;
presumir que nada tengo,
o esconder mis intenciones;

puedo amar un solo día
y ser amado por mil años;
caminar sobre la brisa,
o ahogarme en el pasado;

tengo ratos de tristeza,
y un hablar con sutileza;
soy el dueño de mi muerte
porque me importa, aquella suerte,
lo mismo que me vale
despertar por la mañana.

Que si el sol está nublado,
o que si llueve acalorado,
es como dejar crecer la barba
o rasurar un solo lado.

Que si subo, que si vuelvo,
que si despierto anonadado,
que si desaparézcome mañana,
o que si hay moho bajo el retrete...

Yo, sólo yo y mi indiferencia…
Nada vale, nada temo,
nada alabo ni existen juramentos;

No hay amor, no hay metas,
no hay sueños reprimidos
ni sueños qué lograr.

No hay nada; no hay cimas,
no hay suelo ni cielo
ni mismísimo infierno.

No hay nadie, no hay alma,
ni abstracciones que me muevan,
ni emociones que me animen.

Nada hay; nada…
Sólo yo y el poder que me alimenta:
La suprema, natural
e insuperable indiferencia.


-Reconociendo Parvedades-

Imagina un par de mundos distintos
donde viven dos culturas dispares,
frente a frente sus brillantes mitades
y alejados sus lugares sombríos.

Poco a poco, lentamente movidos,
van rotando y, así, muestran sus fases
en defectos y también cualidades
descubriendo los pasados vestigios.

En momentos se coordinan perfectos,
en instantes colisionan furiosos,
y en un tiempo reconocen verdades.

Soy un mundo que yo mismo me he hecho,
igualmente tú formaste ese otro,
mas podemos entender parvedades…

¿Perderemos interés por hastío,
nos iremos cada quien hacia su sol,
o seguimos renaciendo en nuestro amor?

El Peligro de Mantener un Ideal


No, no creo en ningún ideal ataviado con ropas religiosas… No, no creo no por mera rebeldía… No, no creo no por creerme diferente… No… No creo, simplemente, porque no necesito creer en algo para creer en el humano… Y para ello, lo único que necesito es creer en mí… Yo sigo creyendo lo que creía cuando chico: algo debe hacerse para cambiar el mundo; todavía tengo ese aguijoneo de heroísmo que me impulsa a hacer que las cosas funcionen mejor.


Aún cuando la gente cercana a ti te de palmadas en la espalda queriendo expresar que eres un ingenuo; aún cuando hay quienes se desesperan por ver cómo, según ellos, te hundes entre las fauces del mundo; aún cuando hay quienes te abandonan por creerte inútil; aún cuando hay quienes te odian por pensar que incitas a los demás a la rebeldía; aún cuando el sistema económico-social te priva de una vida de lujos por no querer adaptarte; aún cuando las personas no te escuchan por no tener poder monetario o afamado; aún cuando todas las puertas se te cierran y te ves envuelto en una desesperación que te hace dudar de tu camino en esta vida; aún así, siempre hay una razón para seguir luchando: la humanidad misma.
Sí, esa misma humanidad que tanto te pisotea y te da la espalda, por esa misma razón, debemos pelear por salvarla… y no, no estoy loco… o por lo menos no tanto… Precisamente porque el mundo está como está, debemos hacer todo, todo, todo, todo lo posible para cambiarlo…

Somos pocos los que tienen la idea de que hay que amar a los que nos odian, o, mejor dicho, amar al hombre a pesar de que nos odie, pues tal vez mañana el amor sea recíproco… Y esa es la única manera en que seremos escuchados: la convicción es persuasión: no hay nada más convincente que un humano que se ha superado a sí mismo: nada más atractivo que un súper hombre aún humano. Así lo hizo Jesús, así Gandhi, Nelson Mandela, y un sinnúmero de héroes que hemos tenido a través de la historia humana… Desafortunadamente han sido muy pocos…
Y, como comentaba en un inicio, no necesitamos una religión para ello; no necesitamos reglas divinas (en sí creadas por el hombre) que nos digan cómo cambiar al mundo, pues las reglas mismas son las que ciñen de defectos a los sistemas gubernamentales.

Yo… yo sólo espero mantener esta convicción en mis ideales el tiempo suficiente para poder enseñar a mis hijos que el mundo ideal no existe, pero que, no obstante, sí está en sus manos crearlo… Tal vez así les sea más fácil a ellos mantener también ese ideal y lo inculquen a sus hijos… Y así, tal vez, y sólo tal vez, en tan sólo unos cuantos milenios, lograremos ser mayoría y, entonces, tal vez, podamos tratar de crear un mundo mejor… El que no pueda existir un mundo perfecto no quiere decir que no tendamos a ello…


Querido lector, si es verdad que el hombre aprende de sus errores, ¿por qué, entonces, si no nos ha funcionado nunca vivir entre pobreza, hambre, poder y dinero, por qué (repito) no cambiamos nuestro modo de ver al mundo y ayudamos a aquellos que necesitan de nosotros?

Camaradería (entendiendo la verdadera amistad)


Platicando con alguno de ustedes, vino a saltar el tema sobre la verdadera amistad… me pidieron que escribiera sobre ello…

El verdadero compañerismo, esa camaradería sincera, es algo tan complicado como el amor mismo… y es algo que toda persona debe experimentar en todo momento: ora con éste, ora con aquella… No cabe duda que la amistad es de lo más psicológicamente sano que puede existir, pues es una forma de confidenciar, de confesar ciertos secretos personales hacia otro sabiendo perfectamente que aquella persona nos entenderá sin juzgar… o al menos eso queremos creer… Pero, ¿qué es esa química inexplicable que vuelve el interés de un humano hacia otro y que, por alguna casualidad universal, es algo recíproco?

Al igual que en el amor, las probabilidades podrían reducirse casi a la imposibilidad y, no obstante, existe ello a cada momento en cada individuo… ¿Será que en muchas ocasiones forzamos el crecimiento de una amistad por miedo a la soledad o a la locura que puede producir el encierro de una mente en sí misma?

Supongo que es la duración de la relación lo que dicta qué tan fuerte es el lazo entre las personas… Aún cuando pueden existir copiosos lazos entre dos personas, tanto en el vestir, como en el modo de hablar y de pensar, debemos tener siempre presente que todos, sin excepción alguna, cambiamos cada cierto lapso de tiempo: no somos los mismos que cuando tenemos seis años a cuando somos adolescentes a que cuando podríamos ser hombres o mujeres de familia… Y muchas veces, cuando pensamos (y ciertamente quisiéramos que así fuera) que una amistad durará para siempre, basta un detalle que parece insignificante para oxidar ese lazo inquebrantable: cuando uno se cambia de colegio, de trabajo, de ciudad, etcétera… ¿Por qué? Porque basta dejar de pasar tanto tiempo con alguien para empezar a desconocerle… Uno comienza a experimentar circunstancias y a formar recuerdos donde no está presente ese alguien a quien hubiésemos querido que estuviera en la misma situación; y de este modo la amistad se va mermando y ambos comienzan a desconocer sus esencias y, por lo tanto, cada cual empieza a caminar su propio sendero…

Pienso que tal vez no es el tiempo en sí lo que destruye una camaradería, pues hay amistades efímeras que poseen una intensidad inigualable, como también hay afectos que duran toda una vida y que solamente en ciertos momentos y en ciertas circunstancias explotan en ese cariño devoto…

Ciertamente la auténtica fidelidad no es más que un enamoramiento hacia la esencia entre dos personas: la amistad es lo mismo que el amor pero sin llegar a la intimidad; y tal vez por esto siempre el amor se sobrepondrá sobre cualquier relación amistosa.

No me cabe un titubeo al decir que los momentos en la vida en los que sentimos una amistad real, verdadera y correcta, son los más maravillosos que puedan haber: es cuando sonreímos más de lo que, probablemente, naturalmente deberíamos… Pero también es inmensamente triste el saber que las personas se avergüenzan de las amistades de su pasado: es como si, después de saberse tanto, después de haberse confesado tantas cosas, tememos que esas confidencias que hicimos en algún momento, pudieran destruirnos: el mayor temor de una amistad mermada es, ciertamente, la traición. Pero (y vuelvo a compararlo con el amor) no podemos tener un amigo si nos detenemos a pensar en lo que podría pasar en un futuro incierto y próximo: no podemos amar con riendas: en el amor como en la amistad, es todo o nada, no hay medias tintas…

Querido lector, ama a tus amistades actuales sin pensar en el mañana y comprende que perder una amistad no significa olvidar los buenos momentos que han vivido: si ves una cara familiar en la calle, salúdala, sonríele y abrázala efusivamente, pues en algún momento te robó una sonrisa y te hizo feliz…

La Lata de Coca-Cola


Aburrido, nada qué hacer… o nada qué querer hacer… De pronto, una lata de Coca-Cola vacía a mi izquierda… quieta, inamovible, calmada, como esperando a que algo suceda… y podría esperar aquella siglos enteros… pero nada pasa; ahí está, sola, sin nada que le perturbe, sin un solo pensamiento, ni una emoción, ni un sentimiento, ni…. nada… Y no obstante, algo, tarde o temprano, deberá sucederle… Pudiera yo dejarle ahí, pero siempre habrá cierta fuerza, humana o no, que le haga cambiar de espacio… El viento, un asentamiento telúrico, o alguien que la golpeé… Seguramente cambiará hasta su propia forma… Algún curioso vendrá a aplastarla y arrojarla al bote de la basura inorgánica… Y luego algún camión destinado a la labor le tomará indiferentemente a algún vertedero o algún separador de basura y será enterrado, reciclado o algún otro…


Y luego, ¿qué importancia tiene esto? ¿A quién pudiera interesarle la vida de una lata de soda? Lejos de todo el esfuerzo de mercadólogos y publicistas por enfocar la forma perfecta y los colores y letras adecuados para atraer al consumidor ayudados por espectaculares y comerciales de televisión y radio; lejos de las máquinas creadas para producir el producto (valga la redundancia)por millares, de un modo idéntico a cada momento, y de la inspección de los trabajadores, y la mano de obra que empaca y de estos otros encargados de colocar estratégicamente las cajas en los camiones, y de aquel que conducirá por las carreteras de la república entera hacia cada tienda y supermercado del país; lejos de los encargados de obtener la materia prima de las entrañas de la tierra… Lejos de todo este complejo de esfuerzos minuciosamente colocados, desde el que carga las cajas del refresco hasta el director empresarial que busca formar nuevos productos y alianzas para llevar promociones interesantes hacia el consumidor; lejos de todo esto, ¿a quién le importa una lata?

Y si esta lata terminase tirada, después de haberse consumido, en un bosque lejano, donde nadie volviera a poner un pie… ¿qué sería, entonces, de la lata? El sol y el clima se encargarían de hacerle perder su color llamativo… y tardaría miles o millones de años en degradarse… Sí, sería seguramente un contaminante… Pero, aún, lejos de todos los ecologistas preocupados por reciclar y reutilizar y de evitar a toda costa lacerar el planeta con basura y contaminantes… Lejos de todas las millones de moléculas formadas por la acomodación exacta de una cantidad específica de átomos que conforman el material de la lata, realmente, ¡¿a quién carajo le importa la vida de una lata?!

Querido lector, las cosas más sencillas pueden ser enormemente complejas si así deseas verlas; pero muchas veces, las cosas sencillas están destinadas a permanecer sencillas…