Las Angustias de Dios: Volumen 3 (NOVENA - PENÚLTIMA PARTE)

¿Qué tanto piensas, loco…? –preguntó Mica con su linda sonrisa al verme ensimismado, y es que si bien la noche más trágica de mi vida, en la que conocí a “El Gran Huracán”, había despertado en mí una capacidad para dudar de las cosas, los meses que había vivido en la cárcel me habían entrenado la habilidad de razonar profundamente: la prisión me había robado el tiempo, pero me había transformado también en una especie de filósofo; luego aquellos trances míos me ganarían la admiración de Mica, y también serían los culpables de que ella me pidiera años más tarde que escribiera un libro, cosa que dio a luz a “La Muralla Sin Nombre”, aunque desde luego ella supondría que mi libro estaría lleno de copiosas reflexiones y razonamientos, pero es difícil anunciarse al mundo como “filósofo”, pues es lo mismo decir que se es un “loco”, y los locos, por definición, son gente anormal, luego las personas diferentes son exiliadas y humilladas: sólo unos pocos tienen la suerte de pasar a la historia como “genios”: yo no quería ser famoso ni recordado, solamente vivir en paz con el amor de mi vida: mis pensamientos eran míos, y a veces los compartía con Mica, pero yo no buscaba ser entendido, sino amar y ser amado: la fama eleva al ego, pero el amor eleva al espíritu, luego el ego muere y permanece en el cadáver mientras que el espíritu se libera y se vuelve eterno… –.
Nada… –contesté devolviendo la sonrisa, pues la suya me lograba aterrizar en un instante, haciendo entonces que los más grande enigmas del universo se redujeran meramente a polvo: no había necesidad de explicar que pensar en el arte cinematográfico me había llevado a cavilar sobre los universos del hombre –. Sólo pensaba en la belleza del cine…
Loco… –me dijo, en modo tal que dicho adjetivo se percibía más como cualidad que como defecto –.

Decidimos mirar los afiches de la cartelera para ver si alguna nos convencía más que las demás, luego Mica hizo un sutil ademán que me obligó a fijar mi mirada en ella.

¡Esa! –gritó de pronto emocionada, dando pequeños brincos sobre el piso y señalando el nombre de una película en la cartelera –¡Quiero ver esa!

Miré el título: “Flipped”. La sinopsis trataba sobre un amor de adolescentes: ella tenía un notorio interés por él, pero éste parecía no estar seguro de iniciar un romance con una chica “rara”: el muchacho ocultaba sus impulsos amorosos por temor a la crítica social.

El costo de los boletos era mucho más accesible comparado al de aquellas compañías de grandes cadenas cinematográficas; no obstante, el costo rebasaba nuestro presupuesto.

Bueno, pues… ¡vamos a pedir dinero! –dijo ella de repente, con la actitud más liviana que pudiera verse en este mundo –.
¿Pedir dinero? –pregunté confundido –¿A quién, o…? ¿Cómo…? No entiendo…
Ven –me tomó de la mano y salimos del lugar –.

Salimos de ahí e inmediatamente Mica comenzó a pedir dinero a la gente, como si lo mismo fuera mendigar que preguntar la hora. Lo peor de todo –en realidad, lo mejor de todo– es que mi mano estaba enganchada con la suya: yo moría de vergüenza, ella parecía inmune al temor social.
Pasaban las personas, ora parejas, ora solteros, ya jóvenes, ya adultos, ya viejos: todos resultaban perfectas víctimas. Mica explicaba con toda sinceridad sus intenciones: necesitábamos dinero para ver una película… punto: en realidad era su sonrisa la que decía más…
La gente sonreía, y a veces hasta reía, algunas nos daban algunos pesos, otros se alejaban sin dejar comisión alguna, pero cada uno, sin excepción, se marchaba alegre.

Ella era tan libre y despreocupada que resultaba ineludiblemente adorable… Parecía tener al mundo entre sus manos para jugar con él a placer suyo: la vida era para ella como un juguete cuya única función era divertirle: su actitud parecía convertirle en dueña de la inmortalidad, como una diosa juguetona que encarnaba en este mundo con la sola intención de pasar un buen rato entre los mortales y las ‘curiosas’ cosas materiales: ella había hallado la manera de domar al universo: su sonrisa era la religión que aniquilaba a las demás…


Yo dejaba de ser yo para ser cualquier otro que a ella le acomodara, y es que querer amar es atreverse a abandonar el orgullo para entregarse y dejarse caer sin miedo sobre los brazos de alguien más: querer amar es volver a creer en la religiosidad del amor, y creer en el amor es lo mismo que reencontrarnos ante el credo de la magia que abrazábamos cuando niños: la esperanza de lograr un nuevo amor es el pegamento que reestructura la inocencia que hubimos destruido para convertirnos en adultos: el nacimiento de los vínculos amorosos educa al hombre a dudar de las razones rigurosas y de las más estrictas lógicas que conducen su vida cotidiana: el amor nos recuerda que todo es posible, y su poder puede derretir ciencias y ridiculizar al lenguaje matemático… El amor es lo único que trasciende a un mundo que se queda…

No tardó Mica en conseguir el dinero suficiente y, de hecho ahora teníamos dinero de más: tal vez para un par de tazas de café después de la película…

Compramos los boletos justo a tiempo para ver el inicio de la proyección. Ella escogió los asientos: en realidad daba igual, lo único que importaba es que yo estuviera a su lado; además me parece que el ángulo desde el cual se mira una película no cambia la percepción de la esencia de la misma.

El video comenzó y ella, sin cuidado alguno, se adueñó de mi brazo y descansó su cabeza sobre mi hombro; luego yo recargué la mía ligeramente sobre la suya: era gracioso pensar que aquello lucía como el abrazo de dos cabezas…

Por veces escapábamos del trance ante la historia de aquella proyección para mirarnos y sonreírnos… Todo era mágico, todo era perfecto, todo era adecuado, todo era debido…

Cuando alguno se cansaba de la posición en la que nos encontrábamos, bastaba un pequeño movimiento para reacomodarnos, pero siempre buscando la manera de tener un contacto cariñoso: yo la abrazaba y ella descansaba en mi pecho o simplemente nuestros dedos se entrelazaban.

Hubiera podido besarla en cualquier momento: estaba ya más allá del alcance del rechazo. Cualquier momento y cualquier lugar parecían ser perfectamente adecuados para cerrar el trato de nuestras vidas, pero yo seguía creyendo que podía perfeccionar lo perfecto y, además, aunque era más que certero el hecho de que estábamos destinados el uno al otro, existía, no obstante, cierta incertidumbre en el cortejo del amor que produce repentinas y divinas desesperaciones emocionales que se pretenden callar y controlar: algunos de éstos intentos fracasan y elevan el ego del otro, aunque se trata aquello de un ego raro, más altruista que egoísta, pues hay cierta reciprocidad en donde ambos ascienden hacia una dimensión mágica, a un paraíso inmaterial exclusivo para dos: el cortejo que precede a las relaciones amorosas tiene la finalidad de idealizar el futuro de ese amor que ambos compartirán y que habrán de construir.

Aquella incertidumbre nos molestaba de una manera dichosa y sublime… Nuestro destino dependía del tiempo: cada segundo que transcurría parecía ser más largo que el anterior: habíamos trascendido la cuestión del “qué”, éramos indiferentes al “por qué”, el “cómo” y el “dónde” carecían de mucha importancia, y entonces, todo el poder se concentraba en el “cuándo”, y eso nos mataba el alma en un modo exquisito y nos producía una deliciosa arritmia en nuestros corazones: era como escoger un gran regalo que debe abrirse hasta la fecha adecuada…


Esperar el momento perfecto para sellar el amor perfecto con el beso perfecto de la persona perfecta, era, pues, también perfecto… Y es que justamente el encanto del enamoramiento es que no lleva a un lugar edénico, una dimensión metafísica en donde no existen los errores, sólo la magia…

(continuará...)

Las Angustias de Dios: Volumen 3 (OCTAVA PARTE)

Ahora necesitamos una buena película para comernos las gomitas que robaste –dijo Mica de pronto y luego apuntó su mirada hacia un rincón de la plaza, donde estaba un pequeño lugar llamado Cinemanía, el cual parece tener cierto enfoque hacia el género de ‘cine de arte’: algunos estrenos, otros meros clásicos–.
Pero… parece que no tenemos mucho dinero… –comenté un poco preocupado –.
Ya veremos qué pasa…

Nos dirigimos al lugar, el cual tenía un pequeño bar cerca de la entrada: era un local pequeño con unas tres reducidas salas de cine, aunque en realidad el hecho de que fueran reducidas le daba un toque más personal, más cómodo y hogareño; además, el lugar tenía la gustosa política de vender cerveza y toda clase de ‘cocktails’ para disfrutarlos dentro de las salas, y es que en la entrada/salida del local, había una pequeña sección de bar, diseñada sutilmente con colores claros, cálidos y amigables y con una simétrica ‘pizarra’ dispuesta detrás, sobre la pared, que daba frente a los ojos del cliente: ahí se mostraban los afiches de algunas películas y, debajo de éstos, una especie de menú/carta con los nombres y precios de algunas bebidas y otros productos; tanto la ‘pizarra’ como la barra tenían acabados de madera falsa, lo que terminaba por darle al lugar una apariencia acogedora.

Habían también unas dos o tres pequeñas mesas que hacían juego con el resto del escenario, lo cual me pareció una astuta estrategia por parte de los dueños del lugar, pues ahí los clientes podían sentarse y conversar antes y/o después de entrar a la sala cinematográfica; y es que, después de todo, el hecho de que el cine sea un arte tan personal (esto es, que requiere un ensimismamiento constante del espectador: el ‘séptimo arte’, a diferencia de otras artes, es generalmente concreto más que abstracto, y por tanto, debe hilarse con la intención de ser entendida, luego depende así de la plena atención y silencio del espectador), así pues, resulta que el ‘postre’ después de un filme, es precisamente el intercambio de comentarios, ya sean razonamientos, opiniones y conjeturas, o ya fueren sentimientos, emociones y acercamientos personales hacia ciertos recuerdos o experiencias en la vida de cada quien: por ello, resulta bellamente raro el hecho de que, aun cuando el arte del cine se admira en solitario, muy poca gente está dispuesta a sentarse sola entre las butacas de una sala de cine: un filme no termina con el final de su narrativa, sino con la colisión de los mundos individuales del público en una conversación. Así, pues, resulta astuto llevar al cine a una persona que se pretende conocer para luego sentarla en una misma mesa detrás de una taza de café, pues la historia de la película servirá como una detallada experiencia de la que ambos pueden hablar cómodamente; y es que de otro modo, las personas se obligan a hablar sobre su pasado y sus tendencias futuras, sus gustos y disgustos, sus lógicas y visiones de vida, cosas que por su naturaleza personal están condenadas a acompañarse de ciertos secretos íntimos, lo que peligra la imagen del sujeto frente a los prejuicios del otro: generalmente las primeras pláticas entre gente desconocida comienzan a través de un ‘algo’ tercero pero con cierta esencia compartida: el clima, las circunstancias del momento, la situación actual de la región donde se encuentran, las noticias más vigentes o alguien a quien ambos conocen, pues resulta conveniente apuntar la lengua hacia situaciones lejanas a la conciencia y a la moral de uno mismo, cosas que no requieren mostrar la sinceridad esencial que forman a nuestra persona: la gente se tienta y se mide antes de atreverse a conocer, pues nuestra rara naturaleza de ser entes individualistas pero con necesidades sociales, nos brinda un instinto de temor hacia la crítica de nuestros semejantes; y es que parece que nuestra necesidad social estriba precisamente en la curiosidad de entendernos a nosotros mismos como un ser aparte y solitario: la existencia de otros seres semejantes a nosotros nos obliga a formar relaciones interpersonales para medirnos y comprender que, al parecer, existen ciertos ‘deberes’, ciertos ‘quereres’, ciertas ‘necesidades’, ciertos ‘poderes’ y ciertos ‘límites’ a través de los cuales debemos de adecuar nuestra conducta, esto con la finalidad de sentirnos útiles, aceptados y adaptados para sabernos como un ‘alguien’ que forma parte de un ‘algo’, lo cual nos brinda cierta razón para existir, cosa que resulta mucho más conveniente que aceptar el hecho de que, en realidad, somos un ser único condenado a la soledad: es mucho más práctico darle una mayor importancia a un mundo exterior y material que sumergirnos en la infinidad de nuestro universo de pensamientos intrínsecos, y es que un mundo limitado y ordenado nos otorga la idea de creer que sabemos dónde estamos y a dónde vamos, mientras que dentro del vacío de nuestra propia locura habremos de perdernos: la materia concreta que percibimos a través de nuestros sentidos nos guía y nos da la sensación de estabilidad, lo cual nos calma la angustia de sabernos solos, de otro modo estaríamos varados en el infinito de nuestra mente, no como ciudadanos del mundo, pero como un dios sin mundos qué gobernar: el universo exterior tiene ciertas fuerzas y leyes que le rigen y establecen, la infinitud del pensamiento es pura incertidumbre, y lo incierto provoca temor en el hombre. Así, pues, la sociabilidad sirve como una vacuna con efectos de ‘control’, y aunque falsa, brinda un alivio para que el individuo pueda llevar una vida libre de preocupaciones ontológicas: la “realidad” es, efectivamente, un mundo falso que nos libera de la verdadera realidad: el interior de nuestras mentes: lo que en realidad llamamos “realidad”, no es, realmente, una realidad… Luego dos mundos que pretenden ser igualmente verdaderos no pueden coexistir a la vez: la más grande condena de nuestra raza es la eterna y constante faena de mediar entre dos mundos en querella: la verdadera misión del hombre en esta vida es ser portero de los mundos: la raza del hombre se aparece como víctima entre la espada (mundo exterior) y la pared (mundo interior)…

(continuará...)

Las Angustias de Dios: Volumen 3 (SÉPTIMA PARTE)

Era ya de noche, pero el reloj todavía marcaba un horario vespertino más que nocturno.

¿Alguna vez has robado algo? –preguntó ella de pronto.
Una vez, cuando era cuando niño, tomé un paquete de chicles de una tienda departamental… Nadie se enteró, excepto mis padres cuando vieron que yo mascaba chicle sin que nadie me hubiera obsequiado aquello. Me regañaron tremendamente y jamás volví a hacerlo… –hubo una pausa, pues al parecer mi respuesta no era lo que ella esperaba oír –. Pero, estuve en la cárcel, ¿sabes…?

Las últimas palabras las dije con una mueca coqueta, lo que hizo que ella sonriera.

Pues hoy será el día en que vuelvas a robar –dijo ella de pronto –.
¡¿Cómo?! ¡Si yo robo algo seguro iré derechito a la cárcel nuevamente!
Mi querido Louis, nadie te va a juzgar por un paquete de chicles…
Pero… ¿por qué no lo compramos y ya?
–Porque hoy es un día de aventura… –dijo ella y luego se alejó lentamente – Además, yo ya no traigo dinero…

Mica entró al Sanborns y desde luego yo le seguí. Al momento de entrar no la vi e inmediatamente comencé a ponerme nervioso… ¿Qué debía hacer? No quería decepcionar al amor de mi vida: verme como cobarde no era opción…

Ubiqué el departamento de ‘dulcería/tabaquería’ de la tienda, luego miré a uno y otro lado intentando ubicar tanto a los trabajadores, como a los guardias de seguridad y las cámaras en el techo.
Mis manos comenzaron a sudar y bajé lentamente las escaleras: sentía que todos me veían de modo sospechoso. Caminaba de un modo torpe, casi estúpido, como si no supiera mi destino. Mica seguía sin aparecer…
Llegué a donde estaban los dulces y comencé a cogerlos y mirarlos, yo pretendía leer las diminutas letras de los empaques y de vez en vez miraba de reojo a mi alrededor, midiendo a mis enemigos: los empleados…
Tomé discretamente un paquete de chicles, sin cuidar realmente el sabor o la marca de aquellos; lo envolví en mi puño y bajé rápidamente la mano, aunque no metí el empaque en el bolsillo: era imposible ser más sospechoso: si yo fuera uno de los guardias de seguridad, seguramente estaría muerto de risa ante la estupidez del ratero amateur.

Buenas noches, señor –me dijo la señorita vestida con su uniforme de falda azul marino, encargada de la ‘dulcería/tabaquería’ –. ¿Le puedo ayudar en algo…?
N… No, no… Gracias… Yo… pues… Yo sólo estoy viendo… Gracias… señorita… Gracias… Gracias…

La encargada me miró confundida, quizás pensando en que yo padecía de algún retraso mental… o acaso pensó que ella me gustaba y me ponía nervioso… no lo sé…
Después de eso no me dijo nada, por lo que supuse que no se había percatado de mi intento de robo. De cualquier modo, yo ya estaba en el punto en el que sería peor devolver el paquete de chicles a su lugar… Comencé a ‘sudar la gota gorda’ y mi nerviosismo se disparó…

¡Carajo, yo había estado en la cárcel acusado de intento de violación y ahora sufría por robarme un chingado chicle!

Sea como fuere, me ganó el miedo y decidí mejor retirarme para hojear las revistas en la sección de ‘libros’… ¡Los chicles seguían dentro de mi puño! Y es que parecía que la parte más difícil era depositar el empaque dentro del bolsillo de mi pantalón, pues, hasta el momento, cualquier objeción podría justificarla diciendo que ‘no tenía intención de robar aquello, solamente que habría de pagarlo antes de retirarme’. Sentía que en el momento en que metiera el producto en las bolsas del pantalón aparecería una intensa e intermitente luz roja del techo y que sonaría una estrepitosa alarma y que los guardias se me acercarían corriendo con sus linternas y su ‘gas pimienta’ y que habrían de taclearme al suelo.

¡¿Dónde rayos estaba Mica…?!

¡Ay, a la fregada!”, pensé y metí el empaque de chicles en la bolsa izquierda de mi pantalón.

Volteé enseguida a todos lados para ver si debía correr y hacia dónde debía hacerlo: el mundo parecía igual, pero yo sabía bien que, aunque nadie se hubiera percatado de mi pecado, mi sonrojado rostro, mis ademanes torpes y mi comportamiento anormal eran sospecha suficiente para hacerme notar culpable de ‘algo’.

Y entonces pareció que uno de los ‘gorilones’ de seguridad se percató de aquello y me miró directamente y comenzó a caminar hacia a mí…

¡Uy!, ya valió…”, pensé.

Intenté huir discretamente hacia los sanitarios, pero el guardia cortó camino a través del departamento de ‘electrónica’; giré y retrocedí entonces, como aparentando un súbito interés por los espantosos muñecos de peluche del área de ‘juguetería’; el ‘gorila’ no reparó en discreciones y entonces inició la reversa: estábamos cruzando la línea de las obviedades. Aceleré el paso hacia la sección de ‘repostería’, pero el guardia tomó su radio para llamar a sus secuaces: era hora de correr… Otros dos ‘changos’ me cerraron el paso y no tuve a donde correr: jaque mate para Louis…

De pronto los guardias se distrajeron: se escuchó un fuerte ruido en el área de ‘fuente de sodas’: una mesera tiraba una charola y por los aires volaban una vajilla, vasos y una taza de café caliente que terminó quemando las rodillas de una señora ya grande, la cual, al levantarse empujó con su silla a un garrotero, quien cayó sobre las enchiladas de un señor, cuyo indiscreto tupé cayó en la malteada de fresa de una niña, quien inmediatamente comenzó a berrear de un modo desesperante… Y detrás de aquella escena estaba Mica, totalmente sonriente y guiñándome un ojo: era el momento de escabullirme por debajo del mostrador de las corbatas hacia la salida lateral…

Corrí y corrí sin mirar atrás hasta esconderme detrás de una maceta del museo Soumaya… Desde ahí vi salir a Mica, con las manos atrás, caminando calmada con unos pasos danzantes… Ella era increíble…

Cuando sentí que todo estaba seguro, salí de mi escondite para encontrarme con Mica…

¡Aquí tienes! –dije con una sonrisa al momento en que sacaba el empaque de mi bolsillo –.
Pero… –hubo una pequeña pausa –, ¡éstos no son chicles… son gomitas!

Quedamos serios por unos segundos, luego reímos… Creo que fue la noche en que más reí en toda mi vida… No cabía duda que aquella era la mejor noche de mi vida…

(continuará...)

Las Angustias de Dios: Volumen 3 (SEXTA PARTE)

El vino parecía evaporarse de mi sangre y sus efectos pronto se esfumaron, casi sin yo darme cuenta de aquello…

Acompáñame… –dijo Mica repentinamente –.
¿A dónde…? –inquirí –.
A Loreto…
¿A la plaza…?
Sí.
–¿A qué?
–A pasear…
–Pero, podemos pasear aquí…
–O podemos pasear allá…
Pero… Me refiero a que… Bueno, digo… ¡¿Para qué movernos de aquí para hacer lo mismo en otro lugar?!
–Porque hacer lo mismo en lugares distintos no es, exactamente, hacer lo mismo, ¿o sí…?

Mica tenía un modo raro de ver las cosas, de manera que muchas veces parecía absurdo lo que decía, pero que a la vez lograba mostrarlo con una obviedad irrefutable.

Lo que quiero decir es que…
¿Tienes algo mejor qué hacer? –interrumpió ella y yo no pude hacer más que sonreír –.
¿Cómo piensas que nos vayamos…? Yo no tengo coche…
Transporte público…
Y, te das cuenta que justamente es hora pico, ¿cierto…?
Louis –dijo ella mirándome a los ojos del modo más tierno y encantador –, todo en la vida puede ser sencillo o complicado, positivo o negativo… Nada es bueno o malo por naturaleza, sino por el mero juicio de las personas… ¡Todo depende de la actitud!

Desde luego que me fue inevitable unirme a su actitud alegre, cosa que en realidad no era mi estilo pero que, asombrosamente, no me sacaba de mi círculo de confort: ella era ya todo mi confort ahora…

De acuerdo –dije yo finalmente –. ¡Vamos a Loreto!

Caminamos agarrados de la mano hasta la Av. De Los Insurgentes: eran unas cuatro o cinco cuadras, e incluso me parece que tomamos un camino más largo del necesario, pero a mí se me antojaron como si fueran sólo dos manzanas, y es que a su lado todo parecía simple, corto, fugaz…

Llegamos a la estación La Joya y un mar de gente se aplastaba para intentar hacerse de un lugar en el próximo camión. Hacía un calor infernal y olía a pura ‘humanidad’ ahí dentro. Pero nosotros dos estábamos felices: ni todo el sudor de la gente ni todo el calor de las masas nos pudieron borrar la alegría; por el contrario, nosotros reíamos, nos burlábamos, actuábamos como un par de locos, y es que cuando uno está enamorado el mundo pierde sentido, pues todo se redujo a una cosa: ella... Nos criticaban y nos compadecíamos, nos miraban con ojos de odio y reíamos, nos insultaban y contestábamos con cumplidos, nos aplastaban y nos encantaba la idea de estar más juntos…
El amor tiene el poder de convertir injurias y desprecios en aires de banalidad; colorea alegremente con su brillo las más oscuras y tristes ocasiones.

Cuando se abrieron las puertas del metrobús en la estación Doctor Gálvez, salimos junto con toda una oleada de gente. Estábamos empapados en sudor y más sonrientes que nunca: éramos un par de locos que pateaban al mundo como si fuera una ‘lonchera’.


Caminamos de Insurgentes hacia Revolución y luego cruzando la avenida hacia Plaza Loreto, siempre tomados de la mano…

(continuará...)

Las Angustias de Dios: Volumen 3 (QUINTA PARTE)

Cuéntame de tus días en la cárcel… Cuéntame, ¿qué pensaste al salir?, ¿qué hiciste cuando saliste de ahí…?
–Antes que nada, dime, ¿crees en la justicia…?

En realidad esta última pregunta tenía intenciones retóricas, pues no esperaba que ella contestara aquello, por lo que, antes de que un sonido saliera de sus labios, respondí yo mismo a mi pregunta…

La justicia… ¡Ay!, el más amplio y fuerte cimiento de todo pueblo a través de la longeva historia del hombre… Es la columna vertebral sobre la que se erigen las sociedades organizadas de la raza humana… Pero se trata de una columna que podemos quebrar en unas cuantas oraciones si tenemos dos cosas: la epifanía de una duda y la lógica suficiente en el razonamiento de un hombre…

Mica pronto quedó intrigada ante mis palabras, como si aquello fuera producto de algo que yo hubiera razonado en ese preciso instante… En realidad se trataban de elucubraciones que yo había formulado en mi mente desde hacía tiempo; y es que encerrado entre cuatro paredes, uno tiene mucho tiempo para pensar en muchas cosas… Una de aquellas cosas resultó ser un “pequeño ensayo” sobre la justicia…

La justicia… –continué –. La más grande mentira que el hombre se ha creado para engañarse a sí mismo ante la ilusión de una armonía social… Es un concepto que, además de presentarse como algo que “debe ser”, se muestra, en muchas otras ocasiones, como una ley espiritual, un camino metafísico, una tendencia sobre-humana o un mandato religioso…

Mica me miraba fijamente, y aquello me gustaba, me elevaba el ego, me inflamaba la autoestima…

La justicia es en realidad algo verdaderamente inexistente, antinatural, extra-mundano y, sobre todo, falso… La justicia se pretende y se asume, pero jamás se comprueba ni se demuestra; no existe en las fuerzas de la naturaleza: si en un tsunami mueren cinco personas o diez millones de individuos, al universo parece darle igual; la justicia se disfraza como un valor de perfección, pero su esencia se presenta con obviedades imperfectas… ¿Por qué…? Porque la justicia es una circunstancia utópica: sus bases y sus metas son plenamente subjetivas y meramente relativas: la justicia de unos es la injusticia de otros…

La divina niña que tenía a mi lado permanecía muda…

Y es que la “justicia”, en cualquiera de sus significados, se condena a sí misma, pues siempre tenderá a volverse “injusticia”: para hacer valer lo justo se requiere de una obligación, de una devaluación de la voluntad de un hombre, de una denigración de su inteligencia (opinión) humana… La obligación es, por tanto, injusta…
La obligación es aquello que trata sobre la imputación que un hombre produce sobre otro hombre, generalmente con la intención de obtener un beneficio mejor o mayor sobre aquél otro… Podemos notar con obviedad, entonces, que el mismo significado del concepto “obligar” resulta en una injusticia y en la desigualdad entre personas…
Encarcelar a una persona es obligar a dicho sujeto a ser encerrado, privado de su libertad…
Verás: en este mundo, se considera a la obligación como un recurso para hacer regir la justicia de un gobierno… ¡Qué estupidez pensar que la injusticia es el arma para lograr que reine la justicia de una nación…!
Y no obstante, así es como sucede…

Tomé la cajetilla de cigarros que guardaba en el bolsillo delantero de mi camisa y tomé uno… Lo encendí y continué hablando…

–Y es que la justicia pretende homologar las morales individuales de todas y cada una de las personas de una nación, lo cual resultará imposible siempre que toda persona sea distinta una de otra…
La justicia es la idea de robotizar el alma de los humanos…

Hice una pausa para inhalar un par de veces el humo de mi tabaco…

Yo fui víctima de la injusticia de la “justicia” de los hombres…. Fui engañado ante la idea de que en este mundo se condena el “mal” y se premia el “bien”…
No cabe duda que la justicia es el más viejo y roto tapiz con que se adornan los muros de la humanidad: es la más putrefacta basura que aromatiza las calles de la Ciudad de México... Y es que la belleza irónica de la naturaleza del hombre nos muestra que la vista y el olfato, son sentidos que se acostumbran y adaptan a la percepción del medio… Nos hemos acostumbrado al hedor de la injusticia urbana… Nos han hipnotizado ante la idea de que la justicia es un valor alcanzable… La justicia pretende ‘dar’ a quien merece, pero la idea de ‘merecer’ conlleva el juicio de ‘alguien’ que diga quién debe ‘recibir’ lo que se da, y entonces surge la paradoja interminable: ¿quién merece ser juez y, entonces, quién merece ser juez de jueces…?

Fumé nuevamente…

Y bajo tal razonamiento es que yo salí del Reclusorio Norte, después de haber sido encerrado durante algunos largos y tortuosos meses… Salí y estaba solo, sin dinero, sin familia ni amigos… Todos te cierran las puertas después de pisar la cárcel…

A cada palabra que decía, yo fumaba más intensamente, como si entre el humo del cigarro se desvaneciera mi vergüenza…

Lo primero que hice al atravesar el portón de la prisión fue respirar hondo… mas no aire limpio, sino el humo de los escapes de los automóviles en pleno tránsito pesado… Cualquiera se imaginaría salir de la cárcel y ver un paisaje solitario, en medio de la nada, en algún punto de alguna carretera en las afueras de la ciudad… tal como te lo pintan en las películas de Hollywood…
Pero no: aquí salías de la cárcel y el tráfico de coches estaba a casi dos metros de distancia… ‎La metrópoli mexicana en todo el esplendor de su porquería…

Terminaba ya mi cigarrillo…

–¡Acababa de salir de la cárcel y todo parecía funcionar sin problemas, del modo más indiferente: nadie parecía sospechar siquiera que yo era un delincuente recién liberado! Mica, no tienes idea de cómo me enfureció pensar en eso… Pensar que fui víctima de la injusticia y que mi tragedia le valiera madres al mundo y toda su gente… ¡Salí odiándolo todo!

Cualquier otra persona hubiera huido de mí en ese momento, pero no Mica… En los años posteriores yo habría de descubrir la divina y más grande cualidad que tenía ella: ponerse en los zapatos de los demás…

Ya no hablemos de eso ahorita… –dijo ella –. Ya tendremos todo el tiempo del mundo para hablar de todo… Por el momento, hagamos de esta tarde un gran día, ¿te parece?

Yo me limité a sonreír al mismo tiempo en que encendía otro cigarro… Tal vez el hecho de que ella hubiera insistido en que yo le hablara del tema, y el hecho de que luego ella misma me callara de seguir hablando sobre aquello, tal vez –insisto– fue alguna estrategia suya para meterme en el “confesionario” de mi vida y, así entonces, liberarme de mis angustias y formar cierto un lazo de confianza entre nosotros: al revelarse los secretos del alma, las apariencias desaparecen y el corazón se vuelve más ligero… luego hay mucho entendimiento entre corazones livianos…
Mica realmente era mucho más inteligente de lo que dejaba mostrar…

Preferiría que no fumaras… –comentó ella de pronto –.

Esas últimas palabras bastaron para mostrarme esclavo de sus deseos: esa pesadumbre de la que tanto cuesta liberarse en tantos hombres para alejarse de sus vicios, en mí había resultado cosa muy sencilla lograrlo. Ella, con sus palabras había aliviado mi vicio: en tan sólo un par de horas ella había logrado tenerme a sus pies… ¡¿Cómo no amar inmediatamente a quien muestra desde un inicio una real preocupación por la salud de uno mismo?!
Arrojé el cigarrillo al suelo y lo pisé con la suela del zapato, luego recogí la colilla y la tiré al bote de basura –no quería verme mal– e inmediatamente hice lo mismo con toda la cajetilla… No volvería a tocar un cigarrillo en mucho tiempo…

(continuará...)


Las Angustias de Dios: Volumen 3 (CUARTA PARTE)

Nos adivinamos uno al otro con meras miradas… Conocimos nuestras intenciones solamente con los gestos… Nos mostramos las almas simplemente con sonrisas…

¿Crees que pudiera haber un futuro que reúna a dos personas como tú y como yo…? –pregunté aquello insinuando mis pretensiones y tentando la encarnación de una posibilidad, pues aún siendo un demonio, yo temía al rechazo de la belleza femenina –.
Tal vez… –contestó ella expresando unos labios coquetos, lo cual me hizo sentir infinitamente feliz –. Aunque… –y con esto me aterrizó de nuevo –. Siendo razonables, alguno de los dos tendría que cambiar: o yo me vuelvo viciosa, o tú renuncias a tus vicios…
Pe…
No te lo estoy diciendo como un ultimátum –me robó la palabra de la boca –, pues sería demasiado caprichoso de mi parte. Te lo digo porque tarde o temprano habremos de enfrentarnos a eso… Lo cual nos lleva a una paradoja: yo te gusto por carecer de vicios, tú me gustas por tu tristeza y tu resignación hacia la vida… –ahora aparecía su personalidad más inteligente, astuta, lógica y letrada: esa era la verdadera cara de Mica, aunque eso era algo que habría de descubrir en el futuro –. Por lo tanto, estamos frente a un problema sin solución aparente, pues nos gustamos por ser diferentes, pero para vivir un futuro juntos es menester que alguno de los dos cambie su esencia…
¿Realmente crees que las personas puedan cambiar…?
¿Existe dios…?

Hubo un momento de silencio y mi semblante se volvió serio, y entre mi vinoso estado intentaba mostrar una imagen capaz de razonamientos profundos ante la problemática que aquélla me planteaba…

Mica… ¿Te das cuenta que estamos hablando de vivir toda una vida juntos y ni siquiera nos hemos besado…? ¡Cómo podemos pretender tanto con meras palabras y con simples apariencias! Y no, no pienso besarte ahora: quiero esperar el momento perfecto para hacerlo…

Ella sonrió; yo continué hablando…

–Te propongo que primero disfrutemos de esta tarde, de este momento, y nos olvidemos de futuros y de lógicas…

Ella me abrazó contenta y me miró de cerca, pegando su nariz a la mía…

–Sería más fácil domar a cien caballos que controlarme y contenerme para besarte ahora… Pero no lo voy a hacer, pues sé que este momento es procurado, y francamente, no hay perfección en lo planeado: la perfección es espontánea, pues la perfección conlleva asombro, y no hay asombro en resultados esperados… 

Ella me besó la mejilla del modo más tierno y seductor a la vez… Creo que me sonrojé entonces… Me tomó de la mano y me miró con pupilas que temblaban amorosas…

Ven –me dijo al mismo tiempo en que apretaba mi mano –, vámonos de aquí… Vamos a caminar por la plazuela, tomados de la mano… Al menos que prefieras quedarte y seguir bebiendo solo…


Ni todo el alcohol del mundo me hubiera convencido de quedarme en aquel bar: el atractivo que sentía por ella era invencible, ineludible, inquebrantable… Hubiera encontrado el modo de bajarle una estrella si ella me lo hubiera pedido…

Pedimos la cuenta y la pagamos dividiéndola en partes iguales…

Ni creas que te vas a salvar de contarme tu vida, ¿eh? –comenté mientras salíamos por la puerta: el cielo comenzaba a oscurecerse –.
–De acuerdo… Pero, primero, tienes que terminar de contarme…
–¿Contarte qué…?
–De tu experiencia en la cárcel…
–No quiero hablar de eso…
–Si vamos a vivir juntos por el resto de nuestras vidas, vas a tener que confiar en mí y confesar todos tus miedos y remordimientos…
De acuerdo –dije con una sonrisa y tomándole su mano entre ambas mías; luego le besé el anverso, y saboreé la juventud de su piel… olía a durazno…–


¿Crees en el amor a primera vista…? –pregunté de pronto y ella sonrió –.

(continuará...)


Las Angustias de Dios: Volumen 3 (TERCERA PARTE)

Ella insistió en que yo debía ser quien comenzara a contar la historia de su vida, con el infantil pretexto de que ella era quien pagaría por la pizza; y es que en ella lo “infantil” era algo seductor y fascinante: precisamente su encanto estribaba en esa misteriosa inocencia de certeza dubitable que proyectaban sus actitudes y sus modos.
Finalmente yo cedí ante tal demanda, con la condición de que luego ella debía contarme sus vivencias, a lo cual ella acordó.

Pero, primero dime, ¿cuál es tu nombre…?
Louis –respondí –. Y, ¿el tuyo…?
Mica –contestó, y, no sé si por el dulce sonido de su voz o por el hecho de estar encantado ante la presencia de tal criatura, pero su nombre me pareció el más divino y hermoso sobre la Tierra: pudo ella llamarse Satán, Lucifer, Belcebú o Mefisto e igualmente me hubiera parecido más dulce y angelical que el más bello y tierno querubín: ella era el Edén y los ángeles meros accesorios del paisaje…
–Muy bien, Mica… Te cuento… Yo era una persona normal, como cualquier otro ciudadano: aceptado y adaptado, con cierto grado de responsabilidad, con un empleo que me brindaba la sensación de ser útil, poseía un techo, ciertos lujos, etcétera… Pero luego me sucedió una noche que cambió mi vida por completo…

Y entonces me vi contando la historia de aquella noche en que había salido tarde de la oficina, bajo aquel diluvio, en donde la batería de mi celular había muerto y la gasolina del coche se había agotado. Luego le conté sobre “El Gran Huracán de Saturno”, pero había algo raro en los gestos de Mica cada que yo mencionaba a tal personaje: quizás le recordaba a alguien, a un padre alcohólico tal vez… Temí que en algún momento ella fuera a levantarse de su asiento y salir por las puertas del lugar; entonces decidí no detenerme mucho en los sucesos que involucraran a tal personaje.

Concluí mi historia sin mencionar el hecho de que fui inculpado y encarcelado por agresión e intento de violación después de aquella noche por culpa de aquélla misma que me había golpeado y dejado tirado, ensangrentado y desmayado, en medio de la acera de aquella mañana. Pero Mica resultó ser bastante inteligente e insistió en que aquella anécdota no explicaba el hecho de que yo estuviera bebiendo en un bar en el Centro de Tlalpan en la tarde de un lunes…

Habíamos mutilado y asesinado a la pizza para ese momento, y yo ya comenzaba a sentir el mareo de las copas…
Suspiré y luego miré la botella de cerveza… Ella entonces acarició mi hombro…

Cuéntame… –dijo ella –. Te prometo que no haré nada que te haga sentir incómodo: no me voy a reír y tampoco te voy a juzgar…

No tuve otra opción que armarme de valor y contarle la verdad…

Y entonces, salí de la cárcel hace apenas unos meses… –terminé diciendo después de confesarme–. MI vida está acabada: sólo sueño con morirme pronto… Estoy solo: solamente veo espaldas en la gente… Y es que más juicio te hacen las personas en la calle que el juez en el juzgado: más te juzga el mundo que el sistema legal del Estado… La justicia presume de ser ciega, pero el prejuicio del hombre tiene un atento y descarado par de ojos –hacía muchos años que yo no derramaba una lágrima, pero ahora rodaba una por mi mejilla: logré contener los espasmos musculares de mi rostro, pero mi voz no obedecía: vacilaba, se pausaba, se apagaba, se quebraba, se moría –. Y ahora… ahora que… ahora que lo sabes… ahora… ahora puedes irte por esa puerta… Vete… Créeme, yo lo entenderé…

Hubo una pausa terrífica…

¡Tendría que ser yo una persona terrible, oportunista y egocéntrica para levantarme e irme…! Te quejas del prejuicio que la gente hace sobre ti, pero tú también asumes que yo soy como cualquiera…

¡No podía creerlo! ¡Ella no sólo no se había ido, sino que estaba decidida a quedarse! Yo, endemoniado delincuente y vicioso, estaba frente al ángel más puro y celestial… y parecía haber una química perfecta entre ambos…

Ella tomó mi cerveza, la liberó de mis manos y la puso frente a ella; luego tomó su refresco de limón y lo arrastró de modo que quedó frente a mí.

Cambiemos… –susurró del modo más jovial y juguetón –.

Yo acepté con una sonrisa. Después llevó la cerveza a su boca y le obsequió un pequeño sorbo… Su frente se arrugó y su mandíbula cayó ligeramente en gesto de asco…

¡Guácala! –exclamó –. Yo no sé cómo a la gente le puede gustar esto… ¡Sabe demasiado amargo!

En ese momento pensé: la boca que desprecia amarguras debe tener los labios más dulces…

Yo debí tener cara de idiota con tanta sonrisa y con tales miradas avasalladas, y ella debió reconocer que me tenía atrapado, pues me sonrió de tal forma que me hizo ver una posibilidad que hasta ahora se me había aparecido como algo imposible: el amor…


De fondo sonaba “All You Need Is Love” de “The Beatles”, y en ese instante vi un futuro que hasta ese momento parecía estar oculto, vi una esperanza en mi vida, una razón para vivir, una motivación para superarme, la misión de verme feliz a través de hacerla feliz a ella: me imaginé viviendo con ella en una casa blanca con un verde jardín frontal y una pequeña reja blanca rodeando aquello… Dejaba de ser ese ‘yo’ que había crecido en mí durante tanto tiempo: estaba abandonando a mis instintos y a mi razón para entregarme a mis sentimientos y emociones… Me estaba enamorando y yo lo estaba aceptando… Pasé de ser el sujeto más mísero a el más afortunado de los hombres…

(continuará...)