La Libertad de Escribir


¿Por qué escribo…?

Es decir, ¿qué, exactamente, es lo que me anima a escribir y por qué escribo las cosas que escribo? ¿Será que es algo con lo cual nací? ¿Será que mis genes, desde el momento en que fui concebido, vaticinaban que yo sería una persona cuyos dedos tendrían el exquisito placer de escribir letras y letras y letras y… letras? O, ¿será, tal vez, que fueron mis circunstancias lo que me llevaron a ello…?

Podría ser que sean ambas cosas…

Sí, yo nací para redactar páginas, pero eso jamás se hubiera despertado en mí sin una serie de circunstancias que me impulsaran a hacerlo, pues, si no fueran por los sucesos de mi vida, entonces, ¿sobre qué escribiría yo…?

Yo sólo puedo apuntar sobre lo que conozco…

Será que, ¿entre más sabe uno, más capacidad para crear literatura tiene…?

No precisamente… Leer libros me da el saber, pero las experiencias me dan el conocer…

¿Cómo es esto? Bueno, pues yo puedo leer sobre lo que es saltar de un paracaídas, puedo saber lo que ello significa; pero sólo puedo conocer algo al sentirlo: puedo saber, pero sólo experimentando el sentimiento que provoca ello es lo que me hace conocer: saber no te hace conocer; y la verdadera sabiduría proviene de la segunda, pues en el saber aprendemos lo exterior a nosotros, pero en el conocer aprendemos hacia adentro de nuestra psique, de nuestra alma, nuestra esencia, nuestro núcleo, o como quieras llamarle…

Por ello, yo descubrí que la mejor manera de escribir es por medio de lo que yo conozco y no de lo que yo sé: ¿qué sentido tiene llenar un libro con frases o ideas de otros escritores…?

Definitivamente, mi estilo se basa en el conocer, cosa que no es muy fácil, pues si bien el conocimiento viene desde nuestro interior, resulta, entonces, que es algo personalísimo, íntimo… y nadie quiere sacar sus secretos a la luz, ¿o sí?

¿Quién se atreve a romper con ese miedo social? ¿Quién tiene el plugo de mostrar desnudo su propio mundo mental?

Lo que la sociedad no dice, el individuo teme decirlo, pues, si la gente no habla, entonces es tabú para la persona hablar.

¿Cómo saber si realmente estamos bien o mal en lo que pensamos si no nos damos la oportunidad de parecernos a alguien más en sus pensamientos, sentimientos y emociones?

Si en el aula de clases no entiendo algo, pues pregunto, ¿o no…? ¡Ah!, pero es que entonces, como bien decía, es el miedo el que nos reprime, pues, ¿cuántas veces nos abstenemos de preguntar sobre algo que no entendimos por temor a la burla o el desprecio de los demás?

Pero, por otro lado, ¿qué no es más temeroso reprimir un sentimiento que puede derivar en neurosis y fobias y síndromes…? ¿No es más peligroso ello…?

Entonces, ¿por qué callamos lo que nuestra alma quiere gritar? ¡¿Por qué tanto temor a la sociedad?!

Hay quienes prefieren sufrir frío a verse mal estéticamente, hay quienes no comen en casa ajena por pena y hay incluso quienes callan enfrente de los desconocidos por temor a decir algo que devuelva una mirada de desprecio en ellos…

¡Ah!, pero es que tampoco somos solitarios… También está en la naturaleza del hombre el juntarse con los de su especie… No somos plenamente el ‘lobo estepario’ de Herman Hesse… Y, ¡mira qué ironía inyecta la Naturaleza en el hombre: el humano es un ser individualista con necesidades sociales!

Entonces, ¿qué se supone que debemos hacer…? Pareciera que cualquier cosa que hagamos puede repercutir seriamente en nosotros…

Querido Shakespeare, la cuestión no es ser o no ser, sino hablar o callar…

Bueno, pues he aquí un consejo: a la sociedad se le debe respetar, pero jamás temerle… Es decir, si yo tengo que acudir a una fiesta formal, me visto de gala como todos los demás, pero ello no quiere decir que debo ser ni pensar igual a los demás; esto no quiere decir que cambiaré mi forma de vestir…

Y por ello escribo, y por ello me atrevo a lanzarle al mundo lo que escribo…

Cuando mis dedos se posan sobre el tablero, mis ojos se vuelven al interior de mí, me olvido que hay un mundo allá afuera: sólo yo y esa página alba que espera a ser entintada por mis pensamientos… Ese dulce sentimiento de adrenalina al ver que una hoja se impone y te reta para que la ahogues con palabras… ¡Cuando escribo no tengo la necesidad de ver a nadie a los ojos! Cuando escribo, me conozco más a mí, soy… soy… ¡soy yo!

¿Será que, si bien todos poseemos la capacidad oculta de conocernos a nosotros mismos, entonces, todos podemos llegar a ser magníficos escritores…?
Yo pienso que sí…

Querido lector, ¿será que mañana te pueda decir: “Querido escritor…”? ¿Será que en tus genes tienes la capacidad de hacer grandes obras y aún no lo sabes? ¿Será que tal vez esperas a que se sucedan las circunstancias perfectas que te insten a redactar algo?

Estimado leyente, no esperes más, esa circunstancia que estabas esperando es, precisamente, estas letras que estás leyendo…

Apreciado leedor, ¿será que el mundo que rodea a tu cuerpo es más grande que el mundo que tienes en tu mente…?


Pisando a un Caracol


¿Alguna vez has pisado a un caracol…? Estoy seguro de que todos lo hemos hecho, y no por gusto, sino por accidente… ¿Por qué puede ser tan disgustoso pisar a estas larvas asquerosas? ¿Será por el crujir que emiten nuestros zapatos al pisar a aquella… cosa? O, ¿será que es porque sabemos que estamos matando algo? O, simplemente, tal vez sea porque son unas larvas babosas francamente grotescas…
Yo, en lo personal, no creo que sea por el crujir de la concha de aquel animal (o cosa)… ¿Cuántas veces no nos ha encantado pasar por encima de las hojas secas caídas de los árboles en otoño…?
Sinceramente, yo creo que la razón principal por la cual la mayoría odiamos pisar a un caracol es porque sabemos, en ese preciso instante, que hemos matado algo por accidente… Y no es lo mismo matar por accidente que por saña… En el accidente existe un arrepentimiento mayor del acto, pues, aunque haya sido por situaciones ajenas a nuestra intención, sabemos que fue, finalmente, nuestro acto el que aniquiló a ese ser vivo… Cuando es por saña, el acto está justificado por nuestro deseo y nuestra necesidad de colmar ese deseo… En otras palabras, existe menos arrepentimiento cuando matamos a un mosco que no nos deja dormir, que cuando pisamos a un caracol por accidente, ¿o no?
Y aunque nos disguste que los pedazos residuales de esa larva se atasquen en la suela de nuestros zapatos, y aunque dejen todas las paredes llenas de una saliva extraña que sólo se ve a contraluz, no podemos negar que se trata de una máquina increíblemente compleja y orgánica, capaz de tomar decisiones y de sentir por sí misma; es decir, ¡tiene vida! Y, cuando la pisamos, ¡puff!, hemos destruido un mundo complejo de experiencias y de cierta sabiduría única adentro de esa larva espantosa…

Mmm… tal vez estoy equivocado: tal vez no todos hemos pisado caracoles, pero… y, ¿si sí, cuáles serían las probabilidades de esto? ¿Esto quiere decir que existen muchos más caracoles en el mundo que humanos? Mmm… tal vez me estoy yendo demasiado lejos: estoy seguro de que los caracoles no existen en todas las regiones del mundo… ¿o sí?

Bueno, el chiste es que hace unos momentos salí a fumarme un cigarro al jardín: en la oscuridad no vi a un caracol… y… ¡zaz!, lo pisé… Y entonces, con todas estas ideas y dudas que hemos planteado aquí, me metí a leer en “Wikipedia” sobre los caracoles… Y he aquí algunos datos curiosos que encontré:

Resulta que el caracol es un molusco gasterópodo (supongo que esto quiere decir que tienen concha y se arrastran) y los hay marinos, dulceacuícolas y terrestres, y que los principales usos que les damos los humanos son para la gastronomía y para colección… ¡Para colección! ¡Estamos coleccionando esas cosas!

Bien, ahora les voy a decir por qué son tan babosos (o tan mocosos) estos pequeños animales:
1.- Esa especie de saliva se llama “mucus”, y les ayuda a desplazarse para reducir la fricción de su cuerpo contra las superficies (recordemos que no tienen pies) y, así, evitar heridas…
2.- Les permite caminar por techos y pendientes, ya que esta sustancia los adhiere a esa superficie.
3.- Les ayuda a mantener su nivel térmico corporal…
4.- Reduce el riesgo de heridas y agresiones (principalmente de bacterias y hongos… y supongo que les ayuda a resbalarse del ‘pisotón’ humano también…).
5.- Es un mecanismo de defensa contra otros insectos como las hormigas (¡claro, imagínate que, con su lentitud para avanzar, no tuvieran una defensa en contra de sus enemigos…!).
6.- Le ayuda también a deshacerse de algunos pequeños sólidos que se le adhieren con su desplazamiento (yo digo, ¿qué no precisamente se adhieren esas partículas por la misma baba del caracol?)… En fin…
Cuando nuestros amigos gasterópodos se resguardan dentro de su concha, producen otro tipo de saliva (opérculo) que cubre la entrada del caparazón y les ayuda a hibernar en invierno (en primavera, o en clima húmedo, el opérculo se destruye y les permite salir nuevamente a la luz… ¡es como volver a nacer!)…
Y luego, ¡hazme el favor lo que dice ‘Wikipedia’ (textual)!: “El opérculo de algunos caracoles tiene un olor agradable cuando se quema, por eso a veces se usa como un constituyente del incienso.”
¡Carajo, ahora resulta que hasta nos fumamos al caracol! En fin…

El caracol terrestre más grande es uno africano (claro, por alguna razón desconocida las especies más extrañas de la Tierra en flora y fauna, siempre están en África, ¿o no?), que puede medir hasta 30 cm. de largo… ¡Ah!, pero el más grande de todos es uno marino de Australia (‘Wikipedia’ no da ningún dato del tamaño de éste)…

Y ya para terminar, les dejo una parte textual de ‘Wikipedia’ que me pareció muy interesante:

“La concha del caracol es un ejemplo de la representación de ‘Phi’ en la naturaleza (buscando también en ‘Wikipedia’, tenemos que Phi es: ‘el número áureo o proporción dorada, que posee muchas propiedades matemáticas interesantes y que se encuentra detrás de muchas de las proporciones geométricas presentes en la naturaleza y el arte’)[…].Cuando el caracol crece, también lo hace su concha. Un caracol cerrará una sección de su concha y añadirá una nueva cámara al crecer, cada cámara será más grande que la anterior por un factor constante. Como resultado, la concha formará una espiral logarítmica. En algún momento, el caracol construye un reborde alrededor de la abertura de la concha, deja de crecer, y comienza a reproducirse.
La concha del caracol y las cubiertas de los huevos están formadas principalmente por carbonato de calcio como las conchas de otros moluscos. A causa de esto, requieren una buena cantidad de calcio en su dieta y ambiente acuoso para producir una concha fuerte [¡Ah, entonces no están en todo el mundo como yo pensaba!]. Una carencia de calcio, o una fluctuación en el nivel de pH en su entorno, probablemente hará que su concha sea fina, se raje, o tenga agujeros. Por lo general, un caracol puede reparar su daño en la concha con el tiempo, si sus condiciones de vida mejoran, pero algún deterioro lo bastante grave podría ser fatal para el caracol. Por eso los caracoles se desarrollan mejor en las zonas calizas. Donde el carbonato cálcico escasea, algunas especies faltan y otras, las más adaptables, tragan piedrecitas que contienen calcio, roen huesos, pintura caliza o plantas ricas en calcio.”

Los caracoles, entonces, por falta de calcio, comen huesos… Los caracoles, entonces, (de cierto modo irónico y casi imposible) también nos pueden comer a nosotros, tal como nosotros lo hacemos con ellos…

¡Ah, qué bonito es aprender lo que a nadie más le interesa…! ¡Qué divino es el interés por lo absurdo…! Como bien dice mi novia, estoy lleno de sabiduría “miscelánea”…

Querido lector, que tengas buena noche y una vida llena de deseos de conocimiento por lo absurdo…


Anatomía de un caracol de jardín. 1: concha 2: hígado 3: pulmón 4: ano 5: poro respiratorio 6: ojo 7: tentáculo 8: ganglios cerebrales 9: conducto salival 10: boca 11: buche 12: glándula salival 13: poro genital 14: pene 15: vagina 16: glándula mucosa 17: oviducto 18: saco de dardos 19: pie 20: estómago 21: riñón 22: manto 23: corazón 24: vasos deferentes