El Cavalier Servente


Vilipendiar a alguien llamándole patán, para mí, es una injuria plena, un insulto considerablemente violento, un atentado contra la integridad de la persona receptora de la ofensa, pues quiere decir que dicho individuo ha perdido esa rectitud humano-social; en pocas palabras, un patán es aquel quien se ha degenerado a sí mismo al disminuir, de algún modo, su propia humanidad.

Yo sé que en muchas ocasiones he hablado de lo terrible que puede ser el inculcar valores y moral sobre los nuestros, pues puede costarle una eternidad a un solo hombre deshacerse de ellos para comprenderse a sí mismo (y no hablaré más ahora sobre el tema, pues no nos ocupa hoy); tal como se ha llevado a cabo por siglos durante la historia de la humanidad. No obstante, la caballerosidad es una tradición humana que es cabalmente de mi plugo; me agrada, me enaltece como hombre y me lleva a los cielos de mi propio ego humano.

Ser caballero es brindar un respeto hacia lo ajeno y, en reciprocidad, ser admirado como persona de buena especie cultural. La caballerosidad es algo que vuelve extraordinario al sexo masculino y, aunque muchos puedan pensar que es cosa fácilmente alcanzable, no lo es, y mucho menos sencillo es mantenerla a toda costa.

La esencia de un “cavalier” radica en la educación y, sobre todo, en la elegancia. Un caballero debe poseer las tres grandes virtudes humanistas (a mi criterio): la afabilidad, la hospitalidad y la humildad; y debe portar en todo momento sus armas: la elegancia, el estilo y el respeto.

El hombre decente es aquel que abre las puertas del vehículo o de cualquier lugar para, así, ayudar a la dama a descender, entrar o salir; es caminar siempre por el lado de la calle para proteger a la mujer entre uno mismo y la pared; es detallista, atento, emana comentarios atinados y posee una sonrisa picaresca.

El caballero es aquel que comprende que la mujer siempre debe estar por encima de él mismo en los círculos sociales; es el que entiende que lo masculino está para servir a lo femenino sin volverse esclavo de ella. Es un hombre que, a pesar de que las circunstancias pudieran desquiciarle, siempre debe guardar esa compostura cabal y jamás levantar la voz a una dama.

Entre hombres, podemos ser animales, bestias, demonios; pero si existe una sola alma femínea en la estancia, debemos mostrar ese lado amable.

El “cavalier servente” es hombre de elegancia no sólo con las mujeres guapas, atractivas, bonitas, lindas; sino con todas: con las pequeñas sobrinas, con su madre, con su abuela, con las feas y hasta las que no parecieren mujeres.

Estimado hombre, puedes ser un mujeriego, ser un revolucionario y sedicioso, enterrarte en los peores vicios conocidos, puedes destruir al mundo y ser el mismísimo Belcebú si así lo deseas, pero jamás, jamás, jamás, te vistas con los harapos de la patanería, pues sólo serás hombre suficiente hasta que te atavíes con las ropas de un “cavalier servente”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Comentarios? Por favor...