Dormí unas tres
horas: el sopor me venció… Soñé con el rostro angustiado de dios… ¿Tendría
angustias aquel ser todopoderoso…? Y, si no, ¿cómo es que había sembrado/creado
aquél la angustia en nosotros los hombres…?
Pronto me di cuenta que en realidad la angustia
nacía de mí, y no era cuestión de un ente supremo; aquel preocupado rostro
celestial se esfumó en mis sueños, y eso me despertó…
Me levanté, y me
miré en el espejo del baño: la sangre de la herida sobre mi mejilla que me
había provocado la astilla de vidrio de aquel vaso que Mica me había arrojado,
me había pintado la cara de un rojo bermejo. Me dolía y mi piel estaba bastante
hinchada: todavía tenía la astilla dentro: obtuve la valentía suficiente para
retirar el pedazo de vidrio en mi carne y la sangre volvió a brotar… Miré las
sábanas y estaban todas ensangrentadas: parecía como si algún asesinato se
hubiera llevado a cabo…
Me dirigí al
baño, la sangre goteaba sobre el piso laminado. Mientras me desvestía para
tomar una ducha, trataba de enfocarme en lo que estaba ocurriendo: ¿qué había
pasado exactamente?, ¿cómo había llegado tal fotografía a manos de Mica?, ¿qué
sería de mi vida?, ¿debía quedarme y seguir discutiendo o huir hacia un futuro
incierto…? O, tal vez, la solución estaba en la muerte, tal como se me había
aparecido dentro del taxi que me había traído a casa horas antes…
Me asomé por la
ventana y miré el frío asfalto… Cuatro pisos serían suficientes para terminar
con mi vida…
Volví al espejo
y no encontré osadía suficiente para entregarme tan fácilmente al infierno post-mortem…
Continué quitándome las ropas…
De pronto, al
quitarme la camisa manchada entre rímel, sangre y vómito, y al ver mi
antebrazo, la respuesta a mi más grande duda fue obvia: “La Reina de Espadas”, decía el garabato sobre mi piel, y luego el
número telefónico de aquélla… ¡Qué ingenuo había sido yo! No podía ser mera
coincidencia el hecho de que me hubiera encontrado con aquella “reina de
espadas” en un bar, en un martes cualquiera, y que ella se me hubiera ofrecido
tan fácilmente al decirme que ella habría de hacer realidad “cualquier
fantasía” mía… Era un hecho que aquélla quería acabar conmigo y por eso envió
la fotografía a Mica…
Pero, ¿por qué…?
¿Con qué motivo…?
Tal vez la “Reina de Espadas” aún creía que yo era un delincuente que había salido “libre” cuando, en realidad, según sus ideas, yo pertenecía dentro de una cárcel… Quizás ella aún creía que yo había tratado de violarla aquella mañana… y todavía buscaba cierta justicia… o alguna venganza…
¡Había sido
engatusado! Toda mi noche había sido orquestada por aquella temible mujer… ¡Aun
cuando percibí su maldad, aun cuando vi una terrible astucia en su mirada, yo
le seguí besando…! ¡Por dios, qué imbécil y qué tonto había sido yo! Había
caído en la vieja trampa del flirteo femíneo…
Mas, ¿cómo es
que aquélla había encontrado el modo de hacerle llegar la fotografía a Mica…?
¡Bah, qué más daba: había logrado encontrarme a mí y abordarme en aquel bar;
conseguir la dirección de mi domicilio o el correo electrónico de Mica habría
sido cosa fácil…! ¡Qué importa el “cómo” cuando ya todo está destruido…!
Guardé el número
telefónico en mi celular y cargué la batería de éste… Luego me desvestí
completamente: yo continuaba sangrando y pintando de bermejo todo lugar donde
me paseaba. Metí la cabeza bajo al chorro de agua de la regadera… Entre aquella
deliciosa agua tibia que recorría mi cuerpo, maquiné mi plan de venganza…
Para cuando salí
de la ducha mis intenciones eran sólidas: habría de matar, de una vez por
todas, a aquella “reina de espadas”. De cualquier modo, de una forma u otra,
acabaría yo en la cárcel después de haber agredido a mi editor en la cabeza con
un envase de cerveza; por lo tanto, igual podía matar a aquella astuta mujer
que, desde hacía doce años, me había arruinado la vida…
Mi vida ya era
irreparable, pero aún tenía la capacidad de destruir otra vida… y tal vez eso era mejor que nada...
Tomé ropa
limpia, curé la herida con alcohol, una gasa y un “curita”; me perfumé, me peiné y me arreglé.
Me vi por última vez en el espejo y grabé en mi mente mi efigie antes de
volverme un asesino…
Suspiré y salí
del baño…
Luego escribí
una nota para Mica…
“Mica… No me opondré a firmar los papeles del
divorcio… Sé bien que yo ya no te merezco y que intentar continuar con esta
relación fallida sería ridículo… Perdóname, si es que algún día logras hacerlo…
Quiero que sepas que esta noche fue la primera y la última vez que besé otros
labios que no eran los tuyos… Por favor, recuerda tus sonrisas a mi lado y no
los llantos provocados…
Sabes, todas esas veces que preguntabas cuánto yo te
amaba y que yo, por mera pereza, contestaba simplemente “mucho”, aun sabiendo
que tú esperabas una respuesta más elaborada y romántica, debes saber que en
realidad mi pereza tenía sus bases en una explicación inefable de mis
sentimientos: y es que aunque dramático yo, y no obstante la tragedia de mi
vida, he tenido momentos de felicidad, de asombro y de luz –casi todos a tu
lado–, y te lo agradezco, pues aunque aquellos instantes no ganan ni equilibran
la balanza de mi historia, bien han impedido que se desplome y se desgarre en
mil pedazos el soporte –mi esencia– de dicha balanza: no aún me he visto
obligado a suspirar el último aliento de mi vida… aunque tal vez, ya sin ti,
pronto lo haga… Con tu amor merecí el cielo, y ahora con un beso me condeno al
infierno… Intenta ser feliz y no por mí te detengas en tu intento de construir
un gran amor… Te ama, por siempre, tu Louis solitario…”
Guardé la nota
en el bolsillo frontal de mi camisa, luego limpié bien mi chaqueta de cuero y
la vestí nuevamente. Cogí una pequeña maleta y aventé un par de camisas y unos
pantalones, calcetines y calzones; solamente “por si las dudas”…
Cerré la maleta,
cogí mi celular y aventé el cargador por la ventana: no lo necesitaría más, ya fuera
muerto, ya fuera en la cárcel… Comenzaba a despertar en mí una actitud
‘valemadrista’, indiferente: poco me importaba si el cargador golpeaba a algún
peatón en la cabeza.
Cogí la copia de
mi libro de pasta dura. Luego salí de la recámara y fui hasta donde estaba
Mica…
La encontré en
el mismo lugar donde la había dejado, pero ahora leyendo un libro…
–Quédate con el departamento y todo lo demás
–le dije –. Solamente me quedo con el
coche…
Ella no dijo
nada, sólo me miró y volvió la mirada al libro…
–Ten
–le dije en seguida, sacando la carta de mi bolsillo, poniéndola sobre el
comedor y arrastrándola hacia ella –. No
sé si nos volvamos a ver…
Mica me miró con
desprecio… Luego suavizó sus gestos. Tomó su libro, fue a la última página y la
arrancó; después me la intercambió por la carta que yo le había escrito…
No quise leer el
texto en ese momento; me limité a doblar la página y la guardé en el mismo
bolsillo en donde había guardado la carta…
Le entregué la
copia de “La Muralla Sin Nombre”.
–Este libro –le dije –lo escribí por ti y para ti, con la absurda idea de verme en el mismo
plano artístico en el que tú te encuentras… Este libro contiene un mensaje
entrelíneas que vuelve honorable el arte y que santifica al amor… Yo ya no
necesito esas páginas: parece que el amor es algo que en realidad no existe,
por lo menos no para mí…
Quería besarle
los labios, arrodillarme y besarle las manos, suplicarle y arrancarle una
disculpa, que me abrazara y luego me golpeara, que me hiciera pensar que todo
iba a estar bien… pero ambos sabíamos que no había manera de reparar el daño:
la infidelidad es lo mismo que un vicio –y yo de eso conocía bien–: se controla
y se calla, pero jamás se cura…
Le obsequié una
ligera sonrisa obligada y ella hizo lo mismo… Me atreví a besarle la frente y
una lágrima rodó por su mejilla… Nos dijimos “adiós” y ella devolvió su mirada
al libro, como intentando ocultar sus ganas de amarme nuevamente, pretendiendo
no notar el llanto que mojaba las páginas de su libro… Yo aproveché para tomar
un par de afilados cuchillos de la cocina, los metí en el bolsillo interior de
mi chaqueta, luego salí del departamento… Al cerrar la puerta sentí como si
estuviera cerrando la puerta de mi corazón y abriendo la ventana hacia el
averno, y es que jamás habría de amar nuevamente a alguien: de ahora en
adelante mi alma se cobijaría con odio únicamente…
Bajé al garaje,
subí al coche, un viejo Jetta rojo
modelo dos mil tres. Puse mi maleta en el asiento de atrás. Saqué el par de
cuchillos y los analicé: me aseguré que estuviera bien afilados, pues debían
estarlo si es que quería matar a la “reina de espadas” con ellos…
Comenzaba a
amanecer…
Salí conduciendo
hacia la calle, y mientras manejaba tomé mi celular y marqué un número
telefónico…
–¿Sí…? –contestó una voz de mujer, adormilada, del otro lado de la línea –.
–Dijiste que harías realidad mis fantasías,
¿recuerdas…?
–¡Ah, eres tú!
–Soy yo… ¿Te veo en tu casa…?
–¿Tienes dónde anotar…?
Anoté la
dirección del domicilio de la “reina de espadas” sobre mi antebrazo… Luego nos
despedimos y colgamos el teléfono… Al parecer ella no sabía que mis “fantasías”
tenían una carga asesina…
Me detuve en un
semáforo y vi que apenas abrían un local de empeño de prendas… Miré el reloj en
mi muñeca, el que me había regalado Mica, y vi mi anillo de bodas de oro. Me
estacioné y entré al local; salí con bastante dinero, luego caminé a una licorería
que estaba cerca y salí con la más cara botella de whisky escocés bajo mi brazo
y una cajetilla de cigarros…
Subí nuevamente al coche, ya sin reloj y, en vez de anillo, una marca blanca alrededor de mi dedo anular. Le obsequié tres grandes tragos a aquel licor, luego admiré la etiqueta que decía “Macallan 18 años”… Era algo cercano a lo que había estado bebiendo con “El Gran Huracán de Saturno” en aquella noche tempestuosa… Y en ese momento me di cuenta que aquella indiferencia que tanto había admirado durante tantos años en aquella persona, en aquel ‘vagabundo’, era algo que ahora despertaba en mí: cuando uno sabe que la muerte ronda de cerca, la indiferencia hacia la vida aparece y toda norma y toda regla se desvanece…
–¡Al diablo con la gente, el mundo y sus reglas!
Sorbí nuevamente de aquella botella, sin tratar de ocultarme de los ojos ajenos. Prendí el coche, pero antes de arrancar tomé el pedazo de papel que Mica me había obsequiado…Se trataba de la última página del libro “Great Expectations” de Charles Dickens, lo supe por el encabezado de página: era la cuartilla número quinientos setenta y cinco…
Era el mismo libro que tenía “El Gran Huracán de Saturno” aquella noche,
hace doce años…
¿Podría ser, acaso, que también aquel tipo estuviera involucrado en todo
esto…? ¡Bah, imposible: debía ser solamente mi paranoia, pues en el mundo
habrán millones de copias de ese libro…!
La página tenía unas marcas que indicaban el inicio y el fin de unas
oraciones… Leí aquello…
“
‘We are friends,’ said I, rising and bending over her, as she rose from the
bench.
‘And
will continue friends apart,’ said Estella.
I
took her hand in mine, and we went out of the ruined place; and, as the morning
mists had risen long ago when I first left the forge, so the evening mists were
rising now, and in all the broad expanse of tranquil light they showed to me, I
saw no shadow of another parting from her.’
THE
END. “
Solté una lágrima… Luego me reprendí a mí mismo: yo ya no era un humano con
sentimientos, ahora era momento de convertirme en un verdadero delincuente, un monstruo
sin remordimientos…
Sentía
una libertad extraña ante la idea de saber que ya no tenía que justificar mis
actos ante nadie: había derretido las avasallantes cadenas del amor… aunque
sabía que aquella libertad era un sentimiento falso y momentáneo: luego habría
de llorarlo todo…
Prendí
el estéreo del automóvil e introduje un CD en el reproductor… Al instante
comenzó a sonar “Going Down” de Freddie King…
Tomé
nuevamente la botella de licor y la ataque a besos: boca a boquilla…
Abrí el
paquete de cigarrillos y prendí uno… Me puse mis gafas oscuras para protegerme
del alba, aun cuando se trataba de una mañana nublada… “Es un buen día para matar… o morir”, pensé.
Me miré
en el retrovisor… Sonreí en un modo asesino, mostrando los dientes; luego puse
el auto en marcha y me dirigí al domicilio de la “reina de espadas” con una
calma sorprendente: mi nueva actitud era inmune al tiempo, no tenía prisa de
vivir lo que me quedaba de vida…
FIN.
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