Las Angustias de Dios: Volumen 2 (DECIMOQUINTA PARTE)


Continué mi camino, bebiendo cerveza y buscando a alguna persona que estuviera fumando para poder pedirle un cigarrillo…

Vi a un hombre, colocado de espalda frente a mí, vestido de traje gris, quien justamente se encontraba prendiendo un cigarro: pude ver el humo alejándose de su silueta…

Me apresté a alcanzarlo…

Disculpe, buen señor –medio dije y medio balbuceé –, ¿sería usted tan amable de obsequiarme un tabaco…?

Cuando aquella persona giró para mirarme, sucedió un terrible episodio vergonzoso: se trataba del pedante editor de mi novela…

¡Vaya! –exclamó aquel imbécil al mismo tiempo en que mostraba una sonrisa burlona–, pero,  ¡qué terrible casualidad! Y, ¡por dios, mírate, apenas y puedes estarte en pie! Ja ja ja…

Estoy seguro que mi reacción fue enteramente producto de mi vinoso estado, pero también debo aceptar que mi motivación surgió desde el rincón más sobrio de mi alma… Sin decir nada, tomé la botella de cerveza en mi mano y la azoté sin duda alguna sobre la cabeza de aquel idiota…

Su cigarrillo voló por los aires y un chorro de sangre brotó de entre sus cabellos…

El hombre cayó sobre sus rodillas, cubriéndose el rostro con ambas manos y gritando alaridos…

¡Mi cabeza, mi cabeza! –gritaba el herido –. ¡Policía, policía…! ¡Favor…! ¡Estás acabado, ¿me oyes?!

El hombre continuó lanzando injurias al aire y amenazas ridículas, aunque en efecto yo sabía perfectamente que aquello tendría consecuencias graves: aquel sujeto sabìa perfectamente quién era yo y cómo y dónde encontrarme… Lo más probable es que, con mis antecedentes delictivos, volvería a pisar la cárcel…

El alcohol en mis venas me volvió indiferente en ese instante: perseguí con la mirada el humo proveniente del piso, localicé el cigarrillo que había tirado la boca del individuo y lo recogí; luego me obsequié una profunda bocanada de tabaco…

–Iiiiiih… aaaaaaah…

Aquello me supo a gloria: parece ser que el alcohol es el mejor amigo del alquitrán…

Vale madres… –dije en voz baja; luego continué caminando, dejando atrás a mi enemigo –.

Más adelante me topé con un grupo de percusionistas, quienes me atrajeron con sus rítmicos sonidos. Permanecí como espectador sentado sobre una banca, luego me invitaron a unirme al grupo y me senté entre ellos.

Al instante uno de aquéllos prendió un ‘porro’ de marihuana. Yo nunca había fumado tal cosa, pero tampoco me ponía nervioso: había conocido a mucha gente que consumía aquella hierba de manera habitual.

Me ofrecieron aquel pitillo, y entre mi embriaguez y mi ansiedad de fumar otro cigarrillo, no dudé en tomar la droga entre mis dedos; la analicé un poco de lejos y luego la olfateé de cerca; después le obsequié una honda bocanada y lo inhalé a mis pulmones…

Inmediatamente me vi tosiendo descontroladamente, cosa que a aquellos les pareció gracioso. Me levanté y caminé un poco en círculos, como tratando de apagar la tos; luego que hubo pasado el efecto inmediato, me senté en una banca sobre el camellón de la avenida, a unos cuantos metros de aquellos artistas de tambores africanos.  

Paulatinamente comenzó a ascender en mí aquel trance relajante producto de aquella hierba… mis pensamientos pronto se encontraron volando…

Me vinieron a la cabeza ideas amorosas, estrategias para unir y humanizar a las sociedades, sentimientos de paz, prácticas actitudes de vida, indiferencias liberadoras, valores reencontrados y, en fin, mil conjeturas teóricas cuyos resultados se aparecían, entonces, como viables y exitosas, cuando en realidad no podía ser así en un mundo verdadero…

Después me vino a la mente la imagen de “El Gran Huracán de Saturno”… ¡Qué extraño sujeto y qué insólita noche aquella en que le conocí! Me había cambiado la vida por completo… Guardaba yo cierta empatía con él y, a la vez, le tenía un rencor oculto… De alguna extraña manera yo sentía que él había sido lo más cercano a un padre en mi vida… De algún modo, había idealizado a aquel sujeto: su indiferencia, su modo de enfrentar al mundo, su soledad; todo ello había despertado mi curiosidad y cierta motivación de imitarle: su estilo “alcohólico” de vida fue lo que me había motivado, años atrás, a beber del modo en que ahora yo bebía…

¿Estaría aún vivo él…?

“Humillar y ser humillado…”, continuaba volando aquella idea en mi cabeza…
(continuará...)

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