Cuando abandoné
el bar Félix me di cuenta que en realidad estaba mucho más embriagado de lo que
suponía. Estaba furioso por la burla de la gente del bar al verme tirado en el
piso y empapado de cerveza: en realidad mi ira era resultado de haber gastado
todo mi dinero en aquel bar sin haber compartido una sola moneda con Mica…
Pasé junto a la
mesa de algún restaurante, colocada sobre la acera; ahí sentada estaba una
pareja, besándose sin detenerse, y entre mi furia y su distracción, resolví
tomar sutilmente una botella semivacía de cerveza Corona que estaba puesta
sobre aquella mesa… Luego seguí mi camino…
Había mucha
gente y demasiado ruido sobre la banqueta de la Av. Álvaro Obregón, así que
decidí cruzar la calle y caminar sobre el ancho y tranquilo camellón de la
misma avenida en dirección al metrobús mientras bebía la cerveza que había
hurtado…
Tropecé un par
de veces, aunque sólo en la segunda ocasión terminé tendido sobre una de las
jardineras del camellón. Entonces decidí permanecer ahí un momento, viendo a
las estrellas y dando sorbos de cerveza, como intentando sin éxito abandonar
este mundo…
No tardó en
venir a mi mente la imagen de mi esposa y los recuerdos de nuestra relación…
¿Cómo es que
habíamos llegado a este punto…? ¿Cómo es que de pronto había decidido yo serle
infiel en una noche cualquiera, así, sin escrúpulo aparente…?
De un modo u
otro, ella habría de enterarse… No tardaría en descifrarlo en mis miradas, en
mis actitudes… Mica era una mujer que difícilmente podía ser engañada o
confundida… y ella lo sabía… A temprana edad ella había adquirido el gusto de
leer copiosamente toda clase de textos, desde el anverso de la caja de los
cereales hasta los clásicos universales; a veces se apasionaba por leer,
memorizar y declamar poesía –tanto en prosa sencilla como en versificación
complejísima–, y en otras ocasiones, cuando “se cansaba de pensar”, tomaba
gusto por la ficción de la novela moderna; luego se alimentaba lenta y
cuidadosamente de ensayos filosóficos… Mica podía estar sola sin ningún
problema, siempre y cuando tuviera un libro a la mano; y es que realmente
cargaba en todo momento con un libro (a veces cargaba hasta tres, con el
pretexto de no haber modo de saber en qué humor estaría después y, así pues, no
podía adivinar qué se le antojaría leer: era mejor llevarlos todos). Ella leía
en todos lados y, aunque la ocasión solamente le permitiera dedicarle unos
míseros treinta segundos de lectura, ella tomaba esa oportunidad sin pensarlo
dos veces: “una oración más…”, solía decirme cada que yo intentaba sacarla de
su ensimismamiento: parecía de pronto que ella habitaba en un mundo secreto y
personalísimo, un lugar gobernado por mera ironía romántica…
Además, Mica era
una mujer que, aunque no se esforzara –e incluso aun cuando pretendía
ocultarlo–, siempre descollaba, en cualquier lugar, por su modo de hablar, su
forma de atinar oraciones, sus tendencias afables y su delicado método para
hacerse entender y lograr que los demás entraran en razón… su razón…
Y es que ella
era claramente mucho más inteligente que el promedio de las personas y, por si
fuera poco, poseía una lógica asombrosamente irrefutable –más varonil que
femínea–: tenía la capacidad de almacenar una cantidad de información
inmensurable, así como la habilidad para comprender –con una sencillez casi
ridícula– las ciencias matemáticas: y precisamente estas dos últimas
capacidades suyas eran lo que la hacían una mujer increíble, pues lograba
conectar el pensamiento abstracto con lo estrictamente concreto: podía crear
música con meras fórmulas y reglas numéricas, sin necesidad de tener
instrumento alguno, lograba redactar tratados filosóficos con gráficas y
estadísticas que comprobaran sus teorías, podía también encontrar el modo de
que, al manejar por las calles, los conductores de los demás automóviles se
movieran de acuerdo a sus expectativas: para ella el mundo y su gente se le
aparecían como meras piezas en un tablero de ajedrez…
Y yo… Yo sólo
era una persona que durante los últimos doce años había abierto los ojos y que
había comprendido que es más valioso mirar de un modo intrínseco
–espiritual/psicológico– que de una manera externa –material/superficial–: entre
mis trágicas casualidades vividas había resultado algo bueno que –siendo francos–
de otro modo no hubiera ocurrido jamás: es la tragedia en nuestras vidas lo que
nos obliga a humanizarnos.
En todo aquel
tiempo, había aprendido yo la importancia de buscar un amigo omnipresente en mí
conciencia, en mi alma; me eduqué para conversar conmigo mismo, formar cierta
confianza entre mis “yo’s”, a debatir en contra de mis propias lógicas y
saberme imperfecto; luego alcanzaría el momento de sentirme cómodo con mi
soledad, seguro y confiable para estar a solas y, así después, verme desde
dentro, observar mis detalles, comprenderme, analizarme, desentrañarme, dudarme
nuevamente y, posteriormente, deshacerme y hundirme en crisis existenciales,
las cuales terminarían presentándose como un reto que, no obstante las
motivaciones de terceros, debía encontrar el modo de levantarme y salvarme a mí
mismo de ese efecto secundario que dejan los pensamientos más profundos del
hombre: la depresión, la desmotivación, la falta de interés por el mundo futuro
y, en general, la devaluación de la vida y el delirio de ver los valores como
espejismos ilusorios y las virtudes como mesuras arbitrarias con el único fin
de elevar falsamente el ego de las personas…
Pero luego lograba
superar aquel duelo existencial, me liberaba y me presentaba como hombre nuevo,
jubiloso de poseer, ahora, un alma humanamente evolucionada: me mostraba ya
desnudo de conciencia, más abierto y sincero… Y es que, quien triunfa ante el
yugo de la misantropía, será recompensado con el don de la paciencia y la
comprensión –tolerancia–: se devela una esencia más pura, más única y mucho más
personal…
Y ante esta diferencia rara entre el carácter y la personalidad de ambos –de Mica y mía–, hubo cierta conexión desde el momento de vernos y conocernos por primera vez, en donde sencillamente y sin pretensión alguna, nos fundimos en un entendimiento mágico, mutuo, recíproco, simbiótico, dependiente: desde el primer instante en que se cruzaron nuestras miradas y se abrazaron nuestras sonrisas, nos volvimos adictos uno del otro: el amor nos encontró sin nosotros sospechar siquiera que, hasta ese momento, éramos prófugos del cariño, la pasión, la intriga y del más intenso, el más desinteresado y el más libre enamoramiento que un hombre y una mujer puedan concebir: durante los primeros meses de nuestro noviazgo el mundo se nos antojaba perfecto y la gente se nos aparecía como almas amables o, a lo más grave, como pobres seres cuyo único padecimiento era la falta de un amor verdadero… Aquellos meses nos obsequiaron el más inmenso y puro sentimiento de felicidad extrema, aquello que hace que la suma de todas las duras y pesadas desgracias que nos suceden durante nuestra existencia se convierta, entonces, en un mundo fantástico, en la más rosada nube, en el más dulce y suave algodón de azúcar… El enamoramiento es aquello que nos hace entender que todo, absolutamente todo, es posible… El primer periodo amoroso en una relación verdadera de una pareja, es lo mismo que ser tocado en el alma por el ángel más divino y celestial…
Y ante esta diferencia rara entre el carácter y la personalidad de ambos –de Mica y mía–, hubo cierta conexión desde el momento de vernos y conocernos por primera vez, en donde sencillamente y sin pretensión alguna, nos fundimos en un entendimiento mágico, mutuo, recíproco, simbiótico, dependiente: desde el primer instante en que se cruzaron nuestras miradas y se abrazaron nuestras sonrisas, nos volvimos adictos uno del otro: el amor nos encontró sin nosotros sospechar siquiera que, hasta ese momento, éramos prófugos del cariño, la pasión, la intriga y del más intenso, el más desinteresado y el más libre enamoramiento que un hombre y una mujer puedan concebir: durante los primeros meses de nuestro noviazgo el mundo se nos antojaba perfecto y la gente se nos aparecía como almas amables o, a lo más grave, como pobres seres cuyo único padecimiento era la falta de un amor verdadero… Aquellos meses nos obsequiaron el más inmenso y puro sentimiento de felicidad extrema, aquello que hace que la suma de todas las duras y pesadas desgracias que nos suceden durante nuestra existencia se convierta, entonces, en un mundo fantástico, en la más rosada nube, en el más dulce y suave algodón de azúcar… El enamoramiento es aquello que nos hace entender que todo, absolutamente todo, es posible… El primer periodo amoroso en una relación verdadera de una pareja, es lo mismo que ser tocado en el alma por el ángel más divino y celestial…
La felicidad de Mica y mía no tenía modo de medirse: ella era perfecta a mis
ojos y yo el único habitante en su corazón: todo era amabilidad y besos, todo
era aceptación e indivisibilidad, un acuerdo constante, ambos cedíamos a
cualquier petición y hacíamos gustosos cualquier cosa, jugábamos sin recato ni
pudor, nos abrazábamos sin cuidar prudencia alguna, nos mirábamos y
admirábamos, compartíamos sonrisas imborrables, éramos inmunes a las mentiras,
nos sincerábamos contando nuestras manías y casi podíamos olvidarnos de nuestra
individualidad para confesar nuestros secretos más profundos: estábamos
destinados a encontrarnos y no había la más mínima duda en eso; además, entre
nosotros cabían todo tipo de promesas en cuanto al futuro que compartiríamos
eternamente e infinitamente felices…
Mica y yo
teníamos eso por lo cual las personas luchan incansablemente y que buscan sin
cesar –algunos durante toda la vida–: éramos ricos de corazón y poderosos de
espíritu…
Pero en algún
momento nuestros defectos dejaron de mostrarse como cualidades para aparecerse
como molestias avariciosas y quejas calladas. La razón sembró dudas en nuestros
corazones y se incubaron estrategias solitarias. Lo perfecto se volvió
vulnerable, y lo mágico, mundano: habíamos perdido las alas que nos elevaban
más allá del hombre y de sus logros, orden, normas y sistemas: en un instante
se destruyó la epifanía de creer posible aquel credo del amor: caímos de
nuestro Edén y jamás volveríamos a volar sobre aquél… Había comenzado la
sanguinaria y envidiosa batalla de los egos: querellarían las costumbres, las
ideas, los sueños, las personalidades, los vicios, las manías y, en general,
habría una lid entre ambas psiques; y es que se trataba de aquella maravillosa
experiencia en donde el abrazo que estrechan dos jóvenes corazones, retarda –no
impide– la tragedia en donde luego las hoscas razones, carentes de brazos para
abrazarse, habrán de medirse y llevarse a duelo de discusiones –en donde
volarán balas de hechos, lógicas, estrategias y mentiras – para intentar
demostrar, pues, que en aquella relación bilateral habrá de destacar un solo
gobernante quien habrá de tener, generalmente y de ahora en adelante, la razón
más creíble, la decisión más sabia y la lógica más atinada con las cuales se
conducirá aquel nuevo acuerdo de armonía mutua… Se nos deformaba la magia de
los ósculos interminables para tomar una nueva forma: la de la incertidumbre…
Era un proceso que no nos era ajeno: habíamos presenciado en varias ocasiones
el derrumbe de un enamoramiento; sabíamos, pues, que un día nos atacaría
aquello, pero decidimos resguardarnos en la ingenuidad prometiéndonos con
sincera vehemencia que nuestra magia amorosa jamás se vería mermada: y, ¡ay,
podría jurar que aquellas promesas estaban plenamente libres de dudas y
pretensiones…!
Y entonces
comenzamos a mostrar los otros “yo’s” que habíamos enterrado: exhumamos nuestro
lado humano de ambición, avaricia y egoísmo, destapamos poco a poco a la bestia
de nuestra locura perversa, develamos gestos nuevos y caras desconocidas,
renovamos las miradas y sacamos las sonrisas engreídas: hubo rostros de
desprecio, muecas por desacuerdos –ya no éramos tan compatibles–, ademanes de
inconformidad, actitudes casadas con expectativas, anhelos de igualdad y
justicia, reclamos afónicos con pretensión de ser adivinados por una supuesta
obviedad, conductas enigmáticas, atenciones disminuidas, reacomodación de
prioridades, añoranzas de libertades, nostalgia de soltería, estrategias para
amoldar personalidades, planes para retener modos y conductas, exigencias con
apariencias merecedoras, opiniones encontradas, lógicas de bilateralidad
ilógica, pretensión de medir y comparar el amor procurado, desesperaciones,
lágrimas, sollozos, sospechas, celos… en fin… Salimos de nuestro mundo para adaptarnos
al mundo real…
Pero, de algún
modo Mica y yo habíamos encontrado la manera de fortalecer nuestras voluntades
a grado tal que, a pesar de atravesar los momentos más terribles de nuestra
relación, no obstante de vivir discusiones que se antojaban imposibles de
superar y problemas que aparentaban no tener solución, aun así, siempre tuvimos
muy presente el hecho de priorizar nuestro futuro juntos: nunca nos alejamos de
la idea de saber que el amor, si bien es una bella coincidencia donde se
encuentran, de pronto, frente a frente, dos mundos compatibles, también es
cierto que se trata de algo que se construye con el esfuerzo constante de
cuatro manos…
El recuerdo de
todo este pasado entre Mica y yo terminó por martillarme con una culpabilidad
profunda: ¡entre mi alcoholismo, mi soledad egoísta y mi fogoso deseo animal,
había destruido la única amalgama que aún mantenía juntas a nuestras almas: la
fidelidad!
Para la mayor
parte de los hombres de metrópoli, la infidelidad no es más que un hábito que
sucede constantemente y que carece de severas repercusiones; pero en realidad
un engaño produce consecuencias irreparables, pues, si se confiesa, agrieta los
cimientos de la relación, y si se calla, se vive en una mentira perpetua…
Se me escaparon
un par de lágrimas; luego me repuse, me limpié el rostro con las mangas de mi
chaqueta de cuero y me puse nuevamente en pie: salí de aquella jardinera de
melancolías y continué andando sobre el camellón de la avenida de la colonia
Roma…
(continuará...)
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