Me intrigaba la
idea de saber cuánto dinero contenía aquel sobre que se me había entregado,
aunque en realidad no esperaba que fuera mucho… ¿Sería un cheque o sería dinero
en efectivo?
No quise abrir
el sobre ahí mismo, enfrente de toda la gente (aunque en realidad nadie
volteaba a verme… supongo que era más cuestión de mi absurdo orgullo), y
entonces resolví encerrarme en el sanitario para abrir aquel pliego…
Una vez a solas,
rompí aquel sobre amarillento y saqué el contenido…
¡Eran billetes
en moneda nacional!
“¡Qué bien!”, pensé, pues aquello me evitaba la molestia de acudir
al banco al día siguiente: era la tarde de un simple martes…
–Cien… doscientos… –comencé a contar el dinero –, trescientos… quinientos… ¡mil pesos!
Si bien no se trataba
de algo grande y jugoso, era, por lo menos, algo digno de orgullo; además,
francamente, a nadie le caen mal unos cuantos “centavos” para gastar… De
cualquier forma, estaba seguro que mis regalías jamás juntarían aquellos mil
pesos: el mismo tiraje de quinientas copias estaría ahí, disponible pero bien oculto
y empolvado, durante los siguientes cien años; mas no porque yo pensara que mi
novela fuera mala (desde luego), sino porque el libro no tenía a ningún mecenas
que le presentara ante los ojos del mundo.
Y viéndolo así,
aquello era, entonces, una ganga…
Metí el dinero
de nuevo en el sobre y lo metí en el bolsillo interior de mi chaqueta de cuero:
era una prenda ya vieja, pero era mi favorita, era mi chaqueta “de la suerte”,
según yo, aunque ahora mi fortuna no parecía ser muy envidiable….
Salí del baño y
bajé las escaleras hacia la planta baja, pensando en que tal vez, con ese poco
dinero, podría llevar a cenar a mi esposa a un lugar elegante: en ella siempre
encontraría motivación y estar con ella siempre sería momento para celebrar; pensar
en ella me hizo sonreír y, por un momento, toda mi tristeza y decepción se
esfumaron, y es que ella me entendía y en sus brazos encontré siempre un
refugio para ocultarme del mundo; con ella yo era un simple niño que sólo
necesitaba ser mimado, escuchado y comprendido; ella era mi todo: mi esposa, mi
amante, mi mejor amiga y mi confidente, aunque yo guardaba ciertos secretos
oscuros que, al parecer, ella desconocía o que, tal vez, solamente prefería mostrarse
desentendida: tal vez el secreto oscuro en ella era aparentar que navegábamos
sobre aguas tranquilas cuando en realidad nos encontrábamos en medio de una
tempestad emocional.
Salí,
finalmente, contento de aquel lugar, mas justo al cruzar el umbral de la puerta
de salida de aquella librería, me vino una idea que me obligó a detenerme…
Volteé a la
derecha y luego a la izquierda: me encontraba ante un gran dilema, pues a mi
diestra se encontraba el bar “Félix”, el cual yo ya conocía bien, y a mi
siniestra estaba el Metrobús, mi transporte a casa, mi camino a la felicidad,
mi salvación…
Miré el reloj en
mi muñeca: era un reloj que, irónicamente (y tal vez con cierta pretensión
escondida, como ahora lo veía) me había regalado mi esposa hace tres años en el
día de mi cumpleaños: eran las seis veintisiete de la tarde…
–Tal vez es demasiado temprano para una copa…
–pensé, quizá con la intención de reprimir mis sedientos deseos –.
Me vino a la
mente la imagen de una botella de Glenfiddich de quince años de añejamiento
sirviéndose delicadamente en un vaso corto: en mi cabeza aquello era el más
seductor spot de televisión…
Inmediatamente
después, la efigie de mi esposa sonriendo atacaba a aquel spot demencial que me invadía…
A los ojos de
cualquiera, todo esto se mostraría como un mero capricho, típico de un hombre
de mediana edad, mas para mí aquello era una batalla sangrienta entre la moral
y el espíritu libre…
Luego sucedió que
desde lo alto del edificio, desde el bar Bukowski ubicado en el tercer piso de
la librería El Péndulo, alguien derramó un poco de su trago, del cual unas
cuantas gotas aterrizaron sobre mi hombro izquierdo… Cualquier hombre se
hubiera molestado ante esta situación, mas inmediatamente reconocí el aroma de
whisky y sonreí: decidí ver aquello como una señal divina (aunque sabía
perfecto que aquello no era más que una mera incidencia casual)…
Fue ahí que tomé
una decisión… Y sabía perfectamente que aquello era la decisión equivocada…
(continuará...)
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