Las Angustias de Dios: Volumen 2 (QUINTA PARTE)


Tomé mi libro entre las manos, y en ese instante el muchacho de la barra me acercó el vaso de mezcal “Unión”, las rodajas de naranja y mi cerveza “León”.

Le di un buen trago a ese mezcal, luego comí un par de gajos y finalmente me refresqué con dos grandes sorbos de cerveza…

¡Aaaaah! –suspiré largamente, sin cuidado y en voz alta, como si aquello fuera inevitable –.

Miré la portada de aquel compendio de páginas, la cual contenía la imagen de la gran esfinge de Egipto, y es que la novela narraba sobre la historia de un heroico soldado bajo el reinado del faraón Akenatón…

“La Muralla Sin Nombre” –leí el título en voz baja –. Es un buen nombre para una novela –me animé a mí mismo –.

Otro trago de mezcal…

Ahora sonaba Big Mama Thornton cantando “I Ain’t No Fool Either”.

Di la vuelta al libro para leer la sinopsis en la contraportada…

“En medio de la revolución teológica del antiguo Egipto (Atonismo) iniciada por el Rey-Dios Akentaón (Ajnatón) hacia el año 1353 a.C., se nos presenta un héroe desconocido, ausente en los libros de historia, quien nos llevará a través del misterioso mundo de las pirámides y de la gran Esfinge.

Una narrativa que va más allá de la historia para mostrarnos cómo es que los antiguos egipcios construían sus majestuosas edificaciones.

Una novela fantástica de acción, guerra, datos históricos y reflexiones que conducirán al protagonista hacia el significado de lo que es el heroísmo, la pasión artística y el verdadero amor.”

El verdadero amor… –me repetí estas últimas palabras a mí mismo mientras bebía de mi cerveza–.

¡¿Qué sabía yo del verdadero amor y cómo me había atrevido a escribir sobre ello?! ¿Acaso era amor el preferir beber solo en un bar que estar en los brazos de mi mujer…?

Pero sí hubo un momento en mi vida donde conocí el amor… Pero ahora… Ahora mi honor tendía a convertirse en humo…

En una mano sostenía mi orgullo,  el dinero de mis regalías; en la otra sostenía mi vergüenza, mi vicio etílico…

Me volvió la idea de haber tomado la decisión equivocada, y entonces recorrí nuevamente el “circuito placentero” frente a mí: mezcal, naranja, cerveza… Y todo mi “yo” se resumía en un patético ritual: mezcal, naranja, cerveza… mezcal, naranja, cerveza…

Me vi envuelto en un absurdo círculo sadomasoquista, pues me flagelaba a mí mismo con remordimientos, aun sabiendo que yo mismo era mi verdugo y salvador a la vez…

–¿Decisión equivocada…? –me cuestionaba en mi mente, sin mover los labios–. ¿Por qué…? ¿Quién –o qué– marca arbitrariamente la división que existe entre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, lo certero y lo falso, lo que es y lo que no es…? ¿Quién se atreve a nombrarse perfecto suficiente para ello…?

Otra vez el “circuito placentero”… mezcal, naranja, cerveza… Y otra vez más… mezcal, naranja, cerveza…

¡No hay quien no se contradiga al hablar! –continuaba hablándome a mí mismo, como queriendo encontrar una justificación que calmara mi negra alma – ¡¿Quién es inmune a los tropiezos de sus propias acciones y quién jamás ha sentido arrepentimiento por sus omisiones?! No existen las almas blancas: todas vienen, por defecto de fábrica, en tonos grisáceos o negroides: no podemos lavar el alma al punto de dejarle reluciente, por eso vestimos nuestra piel a modo de cobertor estético, lo embellecemos para tejernos una cara adecuada suficiente para perdernos entre las masas sociales, para crearnos el disfraz con el que habremos de ocultar nuestro lado animal; hacemos de nuestros gestos las armas para defendernos de quienes no conocemos: es decir, pretendemos humanizar la primera impresión de otros sobre nosotros: le damos importancia al impacto inicial en la gente según lo que deseamos ser –en apariencia– con la intención de que aquellos se formen una imagen de nuestra persona (generalmente positiva y mayormente falsa); de niños NO cuidamos de mostrarnos con distintas caras a los diferentes grupos de personas que rodean nuestra vida: igual podemos llorar y ser tiernos con nuestras madres que con nuestros compañeros de clase: pero el humano está condenado a limitar su libertad de conducirse y, así, corromper esa especie de bondad en su corazón para formar un modo de vida que, aunque se nos aparece como un pecado en nuestro interior, se nos muestra como una redención social en el exterior: no importa qué tan malvada sea una sociedad mientras logre mantenerse unida y armoniosa (pero ello es mera apariencia); vestimos ropas ‘ad hoc’ para hacer más amable al verdadero ‘yo’ o para enseñar una coraza o una especie de exoesqueleto sintético que revele nuestras tendencias, nuestros ideales, metas y sueños: y es la idea de pensar que los sueños son algo alcanzable lo que nos mantiene caminando entre ilusiones, y es que en realidad los sueños debieran ser inalcanzables, pues de otro modo el hombre caería en el conformismo, en la indiferencia, en la de-evolución/retroceso personal; hacemos lo posible por camuflar a nuestra bestia ante los ojos ajenos; encubrimos a nuestro “yo” fundamental, a esa esencia secreta y oscura aprisionada en nuestros corazones: nos creamos una apariencia personal para formar parte de esa imagen del mundo que aspira a un orden inalcanzablemente perfecto de las cosas… No existe quien no sea pretensioso, aun cuando algunos poseen la habilidad de pintarse como seres “bonitos”… ¡Carajo, cuando yo llegué a este mundo, ya todo estaba dictado: nunca se me preguntó si aquello me parecía un buen lugar para vivir!

Acabé con el mezcal frente a mí y pedí uno más, aunque no ordené otra cerveza (todavía me quedaba un poco).

Empezaba ya a divagar al son de Howlin’ Wolf, quien nos deleitaba con su “Little Red Rooster”; tan absorto me encontraba, que aquella chica a mi lado había ya desaparecido sin yo siquiera haberme percatado de ello… Temía que ahora tomara el asiento algún personaje extraño o desagradable, pero pensé que sería mejor no pensar en ello y seguir bebiendo y platicando conmigo mismo…

Me sirvieron rápidamente aquel trago y con la misma rapidez sorbí de él…

Aun así –continué cavilando –, creo que debemos aceptar que las bases sociales sobre las que se construyen las naciones, han triunfado en cuanto a su función primordial, la cual, me parece que es de las pocas en las que el hombre concuerda con los deseos de la Naturaleza: la perpetuación de la especie. Las sociedades y sus sistemas, de algún modo, han convertido a la raza humana en unos seres con una constante superación, con cierta evolución… Así como no podemos juzgar a un niño por no actuar como adulto, lo mismo no podríamos criticar la historia de la humanidad, pues somos una especie apenas “en pañales”: todavía buscamos descubrirnos a nosotros mismos. Hay que dar cierto crédito a lo que la humanidad ha construido a través de los siglos… Tal vez algún día aprendamos a tener un fin común…

Nunca fui muy adepto a la filosofía, pero sucedió que en mi vida me topé con algunas personas (y, seamos francos, con ciertas sustancias) que de algún modo despertaron algo en mí: abrieron cierto rincón de mi mente, como una ligera y sutil ‘caja de pandora’ que poco a poco, de modo sigilosamente progresivo, me transformó en la persona que ahora se sentaba a solas frente a la barra del bar Félix: alguien no muy sano ni muy centrado pero aún con capacidad suficiente para adaptarme al mundo…

Siendo honestos, me desesperaba a mí mismo en esos momentos en que se asomaba mi lado filosófico y comenzaba a cavilar estupideces… No había “vuelta de hoja”, no existía justificación que valiera: yo estaba obrando mal y había tomado la decisión equivocada: beberme mi esfuerzo: el modo perfecto de transformar mi orgullo en vergüenza.
 
Mezcal, naranja, cerveza…

(continuar...)

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