Las Angustias de Dios: Volumen 2 (TERCERA PARTE)

Mientras caminaba hacia el bar, un tanto ansioso y a paso veloz –aunque con cierto disimulo –, no podía hacer más que pensar en mi esposa, esperándome con los brazos abiertos a que yo llegara para felicitarme y preguntarme cómo me había ido: era mi única admiradora, la persona que creía en mí, quien me apoyaba y me motivaba para realizar mis sueños; de hecho, había sido ella la que me había insistido para que llamara a mi vieja amiga escritora con la intención de que me ayudara a publicar mi libro; y, a decir verdad, yo había escrito aquel texto por la insistencia de ella –mi mujer–.
 
 
Aunque yo ahora me aparecía más como un oportunista que se aprovechaba de la situación, era también cierto que me dolía el hecho que mi mujer no hubiera podido acompañarme en el evento de mi libro, pues sucedió que yo le rogué que se quedara en cama (estoy seguro que de otro modo ella hubiera estado presente), y es que por infortunio ella padecía de una severa infección estomacal desde hacía ya unos días, y su condición no parecía mejorar mucho.
 
 
Pero… ¡¿por qué prefería ir a un bar antes que a los brazos de mi esposa?! ¿Por qué, si sabía que aquello estaba “mal”? ¡Qué injusto y oportunista me veía! ¡Qué monstruosidad! ¡Qué inhumano!
 
 
Y, no obstante de mis insultos retroalimentados, ahí estaba yo, sin dar vestigio alguno de cambiar de opinión en cuanto a mi rumbo…
 
 
Dicen que todos tenemos cierta naturaleza que no podemos cambiar… Y yo quería cambiar la mía, o ya siquiera controlarla... o por lo menos eso quería pensar. Sabía que tenía yo la voluntad suficiente para auto-disciplinarme, pero es que tal vez, muy dentro de mí, no quería cambiar: era yo el más falso de los mártires al pregonar mis vicios dentro de mi mente, como si esperara a cambio alguna consolación de mí para mí…
 
 
Mi mujer y yo habíamos tenido muchos problemas ya a causa de mis vicios, y aunque no era una situación que se presentara de modo cotidiano, eran, finalmente, problemas, los cuales sucedían sólo en ocasiones esporádicas: eran veces en que yo desaparecía durante toda una noche, y a veces por uno o dos días, para llegar después a la casa con aliento alcohólico, ojeroso, exhausto, semi-destruído, en vela, sin dinero e inevitablemente con cara de contrición: en todas y cada una de aquellas veces había yo prometido a mi mujer que aquello jamás volvería a ocurrir… ¡Ay, era yo víctima frecuente de mi honor depreciado! Y es que parece que las promesas son, generalmente, decepciones sin culpa aparente cuando se juran en momentos de emociones extremas –ya de profunda tristeza, ya de gran júbilo– que opacan la lógica de los hombres: basta que aquel que promete recupere la posición en su ‘círculo de confort’ para vacilar en la ejecución de sus promesas.
 
 
¡Ay! –seguía lamentándome: me posicionaba a mí mismo en el centro del “coliseo” de mi mente–.
 
 
Al parecer estaba dispuesto a beber, con todo y esas angustias aguijoneándome la conciencia, aun sabiendo bien que las preocupaciones son sentimientos rellenos de aires de necedad y que, entonces, entre más tratemos de ahogarlas con licor, más alto flotarán hacía la superficie, hasta que decidan escapar por aquel gran orificio multiusos de los hombres: ante la embriaguez, las penas terminan huyendo –sin obstáculos– por ese agujero que se ubica justo por arriba del esófago y la faringe: la boca: resulta que la lengua es el órgano que, por excelencia y mérito honorífico, es placentero y a la vez traicionero…

 
¡Ja! ¡Qué absurdo de mí que, sabiendo que las angustias no se pueden purificar, aun así me retaba a mí mismo a esterilizarlas con el alcohol destilado de unos buenos licores…!
 
 
Aún no bebía mi primera copa y ya temía que en algún momento apareciera mi bestia oculta, el indiferente, el ‘valemadrista’, el ridículo, el imprudente: mi monstruo, mi ‘Mr. Hyde’… Y es que, una vez que aquello sucediera, mis responsabilidades caerían hasta las faldas de mi “pirámide de prioridades”, y entonces, todo era posible, pues mi “yo” consciente perdería autoridad y control sobre mi cuerpo: adiós lógica con sentido…
 
 
Parece que cuando uno bebe, las decisiones que se hacen parecen mucho más viables de lo que son en la realidad: es bien sabido que una vez embriagados nos atrevemos a lo que no cuando sobrios, nos desinhibimos, perdemos el pudor y desaparece el temor a ser ridiculizado: nada parece ser incorrecto y la vida se nos muestra, no tanto como un camino a recorrer, sino más como una oportunidad para destruirnos en un éxtasis aparentemente genial: “¿qué más haremos?”, se pregunta el borracho, “¿qué hemos hecho?”, se lamenta después…
 
 
Sabía perfectamente en lo que acabaría mi decisión: una discusión, dinero gastado a lo imbécil, una decepción hacia mí mismo y, si corría con suerte, sin delito grave y sin mayor falta a mi moral; y es que, insisto, cualquier cosa era posible: no sería la primera vez que terminara confinado en los “separos” de la delegación, en el “torito”… En ese lugar, aunque sea por cuestión de unas horas solamente, se viven experiencias que nadie quisiera vivir de nuevo; y no obstante yo no aprendía bien esa lección: las barras de las celdas destinadas a enclaustrar a los criminales parecían ser un imán para mi persona, no obstante de no considerarme a mí mismo como uno de aquellos criminal; según yo, no era merecedor de aquello encierros: no era yo una persona de bien, pero tampoco era un delincuente: más bien, yo poseía cierta necedad ante las faltas legales: parecía yo algo así como un alumno disléxico y con déficit de atención ante dicha enseñanza jurídica: seguía tentando a mi destino…
 
 
“Toc, toc, toc”, podía escuchar mis pasos sobre la acera. Mis ansiosos dedos jugaban discretamente sobre la pasta de los libros de mi autoría que me cargaba en la mano izquierda.
 
 
Levanté la mirada y vi los grandes y verdes letreros del restaurante “Los Bisquets Bisquets Obregón”, y sabía entonces que ya me encontraba cerca, pues el bar se ubica justo a un lado de aquel restaurante, y tuve entonces sentimientos encontrados: emoción y miedo, deseo y represión, tristeza y ansiedad, congoja y esperanza…
 
 
“¿Qué pediré de tomar?”, se cuestionaba mi mente impaciente conforme la distancia entre mi infierno y yo se hacía más corta. Pero luego mi inspiración se mutilaba y se desvanecía al preguntarme qué excusa le daría a mi esposa y si debía llamarle ahora o más tarde o esperar a que ella me llamara… Parecía que aquel dilema era algo que habría de consultar con alguno de mis “Mosketeros de la ‘jota’ “ (como yo les apodaba cariñosamente): Jack Daniels, Johnnie Walker, Jameson… o quizás con aquel otro, el “Dartañán de la ‘jota’ ”, J&B, que poco me llevaba con él, pero que era el más amigable con mi cartera…
 
 
“Toc, toc, toc”, seguía avanzando, cuidando los intervalos de esos pasos míos que insistentemente me rogaban para que les diera la orden de correr… Caminaba y divagaba a la vez, jugaba con mis ideas, pues a veces pensar en este tipo de cosas ayuda a disimular las emociones.
 
 
Ya estaba a tan sólo unos metros de mi perdición, de mi destino, de mi aquelarre en potencia…
 
 
Llegué y me detuve un momento frente a la entrada del lugar, como para respirar el último aire de sobriedad, pues sabía que la próxima vez que cruzara aquel umbral sería entre risas, caprichos y necedades…
 
 
Si fuera yo católico, juro que en ese momento me hubiera persignado veinte veces; pero sustituí aquello con un corto suspiro; luego me formé un último pensamiento de mi amada y la apreté con un beso imaginario; luego, me adentré al averno…


(continuará...)


2 comentarios:

  1. amar y no poder ser tu mismo......
    ¿eso es amor?
    o peor aún, amar en base a condiciones de exigir como uno quiere que sea
    ¿es amor?
    El amor a mi parecer no condiciona, sólo acepta....

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    1. Totalmente de acuerdo...

      Dicen que la gente no cambia... En realidad la gente sólo cambia cuando quiere cambiar por motu propio, no cuando alguien más quiere que otro cambie... Eso es mera necedad...

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