Al entrar al
oscuro bar sucedió algo que me pareció casi imposible: parecía como si el
Universo me obsequiara el deleite de realizar una entrada triunfal, pues justo
al dar el primer paso comenzó a escucharse la canción de ‘Mannish Boys’ de Muddy Waters,
la cual yo conocía bien pero que jamás había oído tocar en ningún lugar de tipo
social dentro de la ciudad, y es que si bien se trata de una leyenda melódica
de la época dorada del blues
americano, es hoy en día un género casi en desuso: algo desconocido a la
mayoría de las personas…
Aquellos ritmos,
muy al estilo de ‘Hoochie Coochie Man’,
me motivaron, y por un momento aquello me hizo creer que estaba haciendo lo
correcto: y es que la belleza de la música estriba en su capacidad para
transformar nuestra actitud en un santiamén: una canción en un momento preciso
es lo que muchas veces nos libera de esa angustia que sufrimos ante un dilema…
Sonreí conforme,
luego tomé asiento frente a la barra principal, donde se me exponía un
completísimo buffete de etílicas
botellas: era aquello un espectáculo tal, que estaba claro que hacer una
elección no sería tarea fácil. Pensé en pedir algo elegante, algo que le
hiciera saber al bar-tender del Félix
que yo poseía una admirable sabiduría y experticia en las artes del ‘licorismo’: es importante ganarse el
respeto de quien te atiende. Pensé en un Glenlivet
o, mejor aún, un Macallan, mas justo
en ese momento ocurrió que una muchacha joven se sentó repentinamente a mi
diestra: tenía el cabello enchinado, tez blancuzca y vestía una combinación de
ropas de tienda departamental cuidadosamente elegidas: era claro que sabía de
moda y que, además, tenía buen gusto; francamente aquélla no tenía facciones
muy envidiables y su figura era bastante ordinaria, pero sus modos y ademanes
tenían una astuta delicadeza que hacían imposible obviar su presencia; deduje
que provenía de una familia adinerada, tal vez de clase media-alta. No
obstante, lo que más llamó mi atención era el hecho de que aparentemente venía
sola, igual que yo, a beber un trago en soledad.
“Tal vez esté esperando a unos amigos”, pensé, y es que no era nada común encontrar a
mujeres jóvenes (y más de su status) que llegaran a beber solas a un bar.
–¿Qué va a tomar, señor? –se me apareció
de pronto el bar-tender –.
–Si quieres atiéndela a ella primero –respondí con intenciones de caballerosidad; tal vez esperaba a cambio una sonrisa acompañada de una palabra amable en agradecimiento por parte de aquella chica, pues de suceder así, aquello significaría que existía una “posibilidad” de entablar una conversación que amenizara nuestras soledades –.
–Gracias –me dijo aquella, pero la sonrisa que acompañó a aquella palabra se me antojó más como mero gesto de decencia comprometida antes que como un gesto sincero –.
–Si quieres atiéndela a ella primero –respondí con intenciones de caballerosidad; tal vez esperaba a cambio una sonrisa acompañada de una palabra amable en agradecimiento por parte de aquella chica, pues de suceder así, aquello significaría que existía una “posibilidad” de entablar una conversación que amenizara nuestras soledades –.
–Gracias –me dijo aquella, pero la sonrisa que acompañó a aquella palabra se me antojó más como mero gesto de decencia comprometida antes que como un gesto sincero –.
Ella pidió una cerveza nacional oscura (también me sorprendió que una muchacha así no prefiriera una cerveza clara), aunque pidió que se la sirvieran en vaso: supe entonces que era una chica caprichosa, exigente, ‘modosita’, de gustos escogidos y que quien pretendiera conquistarla debería convertirse en un vasallo de sus deseos y berrinches… Debo aceptar que aquello se me antojaba como un reto que resultaba atractivo… Pero yo no estaba ahí para conquistar mujeres: ya tenía suficientes malentendidos con aquella a la que amaba: yo estaba ahí por el alcohol y nada más…
De cualquier
modo aquella chica parecía poseída por sus dedos, pues no dejaba en paz a su
celular: ‘tac, tac, tac’, tecleaba y
tecleaba, como si no se le acabara la “saliva de los dedos” de tanto hablar…
‘Tac, tac, tac’, aquélla parecía ajena al
mundo, y sólo alzaba la vista de aquella diminuta pantalla por cuestión de
medio segundo y muy de repente, del mismo modo en que muy de vez en vez las
ballenas emergen de las aguas para respirar…
–¡¿Cómo demonios pretenden las mujeres
encontrar a su príncipe azul si aquél pudiera estar haciendo malabares frente a
ellas mientras se ensimisman en sus malditos aparatos?! –pensé –. ¡Malditas “ballenas” que le temen a la
soledad! ¡Malditas fobias sociales de esta generación!
Pedí la carta de
bebidas al muchacho de la barra, pues ahora un whisky resultaría demasiado
elegante y me haría ver como lo que yo era en realidad: un señor grande, un
“don”, y ante mi todavía ilusa e irracional esperanza de hacer algún tipo de contacto
con aquella señorita, preferí ordenar algo que me hiciera ver interesante y
atrevido…
–Sírveme un mezcal, por favor… Algo joven
pero fuerte…
–¿Un “Enmascarado” está bien…?
–Mmm… Mejor un “Alipús” –repuse, intentando verme como un experto en mezcales –. O, pensándolo bien, sírveme un “Unión” –esta última decisión fue resultado de ver rápidamente la carta y notar que era este último el más económico –. Y, lo sirves junto con un plato de rodajas de naranja, ¿cierto?
–¿Un “Enmascarado” está bien…?
–Mmm… Mejor un “Alipús” –repuse, intentando verme como un experto en mezcales –. O, pensándolo bien, sírveme un “Unión” –esta última decisión fue resultado de ver rápidamente la carta y notar que era este último el más económico –. Y, lo sirves junto con un plato de rodajas de naranja, ¿cierto?
Aquél asintió de
modo amable.
–Y regálame también una “León” bien fría para
acompañar, por favor –estaba sediento –.
De fondo ahora
se escuchaba “Boom Boom” de John Lee Hooker, lo cual volvió a
sorprenderme, pues no me parecía común escuchar esa clase de blues en un bar de la colonia Roma.
Disfruté del
sonido de la guitarra del señor Hooker, olvidándome
un poco de todo.
Luego, al
terminar la canción, volví a fijarme en la chica que estaba a mi lado… ‘Tac, tac, tac…’
Aun cuando
estaba seguro que mi misión en aquel lugar era exclusivamente beber, mis ojos
aún buscaban instintivamente encontrarse con la mirada de aquella señorita
“fresa” a mi lado: todavía esperaba verme más galán que su maldito celular y añoraba
alguna sonrisa coqueta de su parte, y es que, a mi edad, no es tanto el sexo lo
que elevaba el ego, sino las miradas acompañadas de sonrisas seductoras, pues
son éstas el preludio a la pasión carnal: se trataba de conquistar sin pecar: de
crear esos secretos sin adulterio… se trataba de fornicar con los ojos… Pero hay
que tener cuidado, pues también son aquéllas de donde nacen tentaciones
innecesarias. Decidí entonces distraer mi atención en otra cosa: en mi nuevo
libro…
(continuará...)
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