Las Angustias de Dios: Volumen 2 (DECIMOSEXTA PARTE)


No tardó en entrarme la paranoia de la marihuana al pensar en que la policía estaría buscándome para arrestarme. Decidí andar por calles menos obvias, y comencé a caminar por callejas sin cuidar mi orientación.

Comencé a sentir la garganta reseca y luego náuseas y mareos: se trataba de la famosa pachipeda. Recordé las palabras de un amigo, quien me comentó en alguna ocasión que la ‘hierba’ se puede fumar antes y durante la ‘peda’, pero nunca cuando uno ya está borracho…

Llegó un momento en el que no pude continuar caminando y me desplomé frente a la entrada de un edificio: aquella escena me recordó mucho los sucesos de hacía doce años, la única diferencia es que ahora no llovía y “El Gran Huracán de Saturno” estaba ausente.

Me sentía terrible, moribundo… Las náuseas incrementaron y terminé por vomitar descontroladamente: una, dos, tres… cinco veces… saqué hasta el alma…

Inmediatamente después me sentí mejor, repuesto, un poco más sobrio…

Me levanté y traté de ubicarme: estaba en la esquina de Zacatecas y Tonalá, aunque no sabía en dónde era precisamente aquella locación. Caminé un poco más y pronto me vi sobre el Eje 2 Sur. Sabía bien que en dicha avenida los automóviles se dirigían hacia el lado opuesto de Insurgentes, por lo que decidí caminar en dirección opuesta a los coches….

No tardé mucho en alcanzar la avenida de los Insurgentes. Era ya de madrugada, cerca de las cuatro, y el metrobús estaba cerrado… Metí las manos a mis bolsillos y solamente encontré una moneda de un peso… No había modo de que aquella insignificante cantidad de dinero me llevara de vuelta a mi casa, a los brazos de Mica.

De pronto pensé nuevamente en Mica…

Pero, ¡qué raro que no me haya llamado otra vez! –exclamé en voz baja –. Ella siempre se preocupa por mí… Ella me llamaría cada cinco a diez minutos… ¿Por qué no lo hacía…?

Me senté junto a un poste de luz, como para pensar con calma y encontrar una solución a mi problema… Ahí estaba yo, como un personaje salido de una novela de Bukowski…

Agaché la mirada y, de un modo tan inverosímil, hallé un billete de doscientos pesos tirados en el suelo… No pude hacer más que reír…

¡Este tipo de cosas no pasan en la vida real! –grité al mismo tiempo en que recogía el dinero –. ¡Dios debe amar a los borrachos!

Luego noté una silueta sospechosa que se aproximaba hacia donde yo estaba… Tal vez se trataba todavía de la paranoia de la maldita droga que había consumido, pero no quise averiguarlo: paré al primer taxi que vi pasar…

–¿Cuánto me cobra a Tlalpan…? –pregunté –.
–¿A qué parte de Tlalpan…?
–A Insurgentes casi esquina con San Fernando…
–Doscientos cincuenta pesos…
–¡¿Tanto?!
–Es de madrugada, señor…
–Tengo doscientos… ¿Cómo ves, tenemos un trato…?
–Súbase…

Generalmente soy de las personas que hacen plática a los choferes de los taxis, pero en ese momento sólo me preocupaba una cosa: Mica… ¿Qué iba a decirle…? ¿Con qué excusa saldría yo ahora…?

Las luces de la ciudad pasaban ante mis ojos… Grupos de jóvenes felices salían de los bares… Me daban envidia… En ese momento cualquiera parecía más feliz que yo… ¿Quién habría de suponer la miseria que me cargaba yo…?

Me imaginé a la gente de afuera viéndome, señalándome y gritando: “¡Miren, ahí va el más grande infeliz!

Si tan sólo pudiera ser joven otra vez… Si pudiera tener el poder de la indiferencia total… Si pudiera despreocuparme y “pintarle dedo” al mundo, a su gente, a sus sistemas y gobiernos…

¿Qué sería de mi vida…? En ese momento tuve deseos suicidas e ideas asesinas: matarlos a todos o matarme a mí mismo… De algún modo la muerte se me apareció como la más sencilla de las soluciones a todos mis problemas…

¿Aquí está bien, señor…? –preguntó el chofer –.
Un poco más adelante… Aquí está bien…

Pagué al taxista y bajé del “vocho”. Me encontraba a tan sólo unos pasos de mi juicio: ¿podría soportar la mirada hiriente de Mica…?, ¿podría sostenerle la mirada…?, ¿qué habría de decirle…?

–¡A la chingada! Ya estoy cansado de tener que explicar y justificar mis acciones… ¡Que pase lo que tenga que pasar…!

Entré al edificio y subí al cuarto piso, donde estaba el pequeño departamento en que vivíamos Mica y yo.

Pegué el oído a la puerta, como intentando descifrar la escena a través de los sonidos, pero pude escuchar nada…

Tenía emociones encontradas: por un lado me sentía aliviado, pues finalmente había logrado llegar a mi casa, pero, por otra parte, en mi morada habitaba la fatal consecuencia de mis actos…

Introduje la llave en la chapa, luego miré al techo, como esperando redención en un milagro; después giré la llave y la perilla se movió… Abrí la puerta…

(continuará...)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Comentarios? Por favor...