No tardó en
entrarme la paranoia de la marihuana al pensar en que la policía estaría
buscándome para arrestarme. Decidí andar por calles menos obvias, y comencé a
caminar por callejas sin cuidar mi orientación.
Comencé a sentir
la garganta reseca y luego náuseas y mareos: se trataba de la famosa pachipeda. Recordé las palabras de un
amigo, quien me comentó en alguna ocasión que la ‘hierba’ se puede fumar antes
y durante la ‘peda’, pero nunca cuando uno ya está borracho…
Llegó un momento
en el que no pude continuar caminando y me desplomé frente a la entrada de un
edificio: aquella escena me recordó mucho los sucesos de hacía doce años, la
única diferencia es que ahora no llovía y “El Gran Huracán de Saturno” estaba
ausente.
Me sentía
terrible, moribundo… Las náuseas incrementaron y terminé por vomitar
descontroladamente: una, dos, tres… cinco veces… saqué hasta el alma…
Inmediatamente
después me sentí mejor, repuesto, un poco más sobrio…
Me levanté y
traté de ubicarme: estaba en la esquina de Zacatecas y Tonalá, aunque no sabía
en dónde era precisamente aquella locación. Caminé un poco más y pronto me vi
sobre el Eje 2 Sur. Sabía bien que en dicha avenida los automóviles se dirigían
hacia el lado opuesto de Insurgentes, por lo que decidí caminar en dirección
opuesta a los coches….
No tardé mucho
en alcanzar la avenida de los Insurgentes. Era ya de madrugada, cerca de las
cuatro, y el metrobús estaba cerrado… Metí las manos a mis bolsillos y
solamente encontré una moneda de un peso… No había modo de que aquella
insignificante cantidad de dinero me llevara de vuelta a mi casa, a los brazos
de Mica.
De pronto pensé
nuevamente en Mica…
–Pero, ¡qué raro que no me haya llamado otra
vez! –exclamé en voz baja –. Ella
siempre se preocupa por mí… Ella me llamaría cada cinco a diez minutos… ¿Por
qué no lo hacía…?
Me senté junto a
un poste de luz, como para pensar con calma y encontrar una solución a mi
problema… Ahí estaba yo, como un personaje salido de una novela de Bukowski…
Agaché la mirada
y, de un modo tan inverosímil, hallé un billete de doscientos pesos tirados en
el suelo… No pude hacer más que reír…
–¡Este tipo de cosas no pasan en la vida
real! –grité al mismo tiempo en que recogía el dinero –. ¡Dios debe amar a los borrachos!
Luego noté una
silueta sospechosa que se aproximaba hacia donde yo estaba… Tal vez se trataba
todavía de la paranoia de la maldita droga que había consumido, pero no quise
averiguarlo: paré al primer taxi que vi pasar…
–¿Cuánto me cobra a Tlalpan…? –pregunté –.
–¿A qué parte de Tlalpan…?–A Insurgentes casi esquina con San Fernando…
–Doscientos cincuenta pesos…
–¡¿Tanto?!
–Es de madrugada, señor…
–Tengo doscientos… ¿Cómo ves, tenemos un trato…?
–Súbase…
Generalmente soy
de las personas que hacen plática a los choferes de los taxis, pero en ese
momento sólo me preocupaba una cosa: Mica… ¿Qué iba a decirle…? ¿Con qué excusa
saldría yo ahora…?
Las luces de la
ciudad pasaban ante mis ojos… Grupos de jóvenes felices salían de los bares… Me
daban envidia… En ese momento cualquiera parecía más feliz que yo… ¿Quién
habría de suponer la miseria que me cargaba yo…?
Me imaginé a la
gente de afuera viéndome, señalándome y gritando: “¡Miren, ahí va el más grande infeliz!”
Si tan sólo
pudiera ser joven otra vez… Si pudiera tener el poder de la indiferencia total…
Si pudiera despreocuparme y “pintarle dedo” al mundo, a su gente, a sus
sistemas y gobiernos…
¿Qué sería de mi
vida…? En ese momento tuve deseos suicidas e ideas asesinas: matarlos a todos o
matarme a mí mismo… De algún modo la muerte se me apareció como la más sencilla
de las soluciones a todos mis problemas…
–¿Aquí está
bien, señor…? –preguntó el chofer –.
–Un poco más
adelante… Aquí está bien…
Pagué al taxista
y bajé del “vocho”. Me encontraba a tan sólo unos pasos de mi juicio: ¿podría
soportar la mirada hiriente de Mica…?, ¿podría sostenerle la mirada…?, ¿qué
habría de decirle…?
–¡A la chingada! Ya estoy cansado de tener que
explicar y justificar mis acciones… ¡Que pase lo que tenga que pasar…!
Entré al
edificio y subí al cuarto piso, donde estaba el pequeño departamento en que
vivíamos Mica y yo.
Pegué el oído a
la puerta, como intentando descifrar la escena a través de los sonidos, pero
pude escuchar nada…
Tenía emociones
encontradas: por un lado me sentía aliviado, pues finalmente había logrado
llegar a mi casa, pero, por otra parte, en mi morada habitaba la fatal
consecuencia de mis actos…
Introduje la
llave en la chapa, luego miré al techo, como esperando redención en un milagro;
después giré la llave y la perilla se movió… Abrí la puerta…
(continuará...)
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