No cabe duda que
la mujer es más astuta que el hombre (por no decir más inteligente): somos
ingenuos pensando en que somos verdaderamente nosotros mismos quienes llevamos
las riendas en el sendero del cortejo hacia la meta de la conquista; en
realidad la brida está en la bestia (el hombre) y no en el conductor (la
mujer): la mano de obra es cuestión de física, y es, entonces, cosa de músculos
y resistencia. El ego del hombre vive circunscrito por los límites de la
ilusión y la falacia, pues es la mujer la dueña eximia y silente de las
relaciones amorosas…
Y es que pensé
que había encontrado el modo de domar a aquella asesina de corazones, pero
aquella idea resultó lo mismo que apuntar una bala en medio de una densa niebla,
pues a veces la imposibilidad se nos muestra disfrazada de factibilidad;
comprendí entonces que, así como el perro se ahorca más a cada intento de romper
las cadenas de su correa, así igual, entre más tratara yo de domesticar esa maldad
indiferente que poseía a aquella endemoniada y seductora mujer, más, pues,
lograría humillarme a mí mismo: y es que resulta igualmente ridículo la necedad
de arrojar piedras al cielo con la idea de herir a las nubes, pues no toda
persistencia es recompensada: la justicia heroica es, casi siempre, un cuento
de hadas, un sueño ilusorio, un ideal en el cual su resolución perfecta debe existir
únicamente en el lado secreto de nuestras mentes…
¿Qué habría en
ese lado oscuro del pensamiento de aquella mujer…? ¿Qué escondería ella en ese
mismo lugar donde se aprisionan lo platónico, las utopías, las perversiones,
las valentías insuficientes, el valor inmaduro, las injurias de omisión, los
defectos escondidos, los enigmas personales, las verdades de nuestras
pretensiones, la resolución de nuestras mentiras, la finalidad en la
teatralidad de nuestros engaños, las pretensiones psicológicas, las obsesiones,
los traumas retenidos, los recuerdos reprimidos, las cicatrices emocionales,
los odios especiales, los rencores imborrables y las más negras elucubraciones
de la bestial humanidad…? Ella era una experta mujer de falsedades… y es que hay
que ser expertos guardianes del lado oscuro de nuestro 'yo', pues de otro modo
el mundo y sus sociedades humillarán nuestra dignidad humana, a tal grado y con
tan grave crueldad y tajante rechazo, que terminaríamos dudando de nuestra
naturaleza humana: acabaríamos como parias de nuestra raza, tentados, entonces,
a encarnar a todos esos demonios que vivían solamente en ese infierno
individual de nuestro ser... Quien no sabe delimitar los secretos personales de
la conducta social, está condenado a mostrar al mundo la más temible de las
locuras de las que es capaz de concebir la raza de los hombres...
Miré
directamente a los ojos de aquel divino demonio femíneo que con asqueroso orgullo
se pavoneaba frente a mí con una actitud triunfadora, inigualable, inquebrantable,
ineludible, invencible... Estando ambos callados, le retuve la mirada por unos
momentos, como intentando hallar en sus pupilas el antídoto a su veneno
pasional; luego, resignado, bajé la mirada: sabía que ella me había avasallado…
–¿Vienes sola? –pregunté de pronto,
intentando lograr una plática que nos llevara fuera del campo donde batallaban
nuestros egos –.
–¿Te sorprende? –respondió ella con otra pregunta, intentando exasperarme, como si todavía estuviera latente la guerra de nuestros orgullos –.
–Francamente me da igual –respondí de modo seco, y es que honestamente me daba flojera seguir luchando con palabras y actitudes –.
–Entonces, ¿para qué preguntas? –contestó aquélla con la más clara intención de humillarme –.
–¿Te sorprende? –respondió ella con otra pregunta, intentando exasperarme, como si todavía estuviera latente la guerra de nuestros orgullos –.
–Francamente me da igual –respondí de modo seco, y es que honestamente me daba flojera seguir luchando con palabras y actitudes –.
–Entonces, ¿para qué preguntas? –contestó aquélla con la más clara intención de humillarme –.
Permanecí
callado: me limité a beber de mi cuba para evitar responderle con groserías,
aunque hice un claro gesto de desprecio ante sus palabras.
En el lugar
ahora sonaba la rasposa voz de B.B. King
cantando “Three O’clock Blues”,
aunque en realidad eran más como las once o doce de la noche.
En realidad sí
me intrigaba –y mucho– el hecho de saber si ella venía sola o acompañada a
aquel bar; y es que, si bien yo era uno que iba a beber a solas en dicho lugar,
es también cierto que es mucho más raro que una mujer llegue a beber a solas a
un lugar como aquél: no sería la primera dama que veía que iba a beber sola a
ese bar, aunque ésta no dependía de su celular para estar a solas…
¿Es que acaso
beber a solas comenzaba a convertirse en una moda? ¿Es que aquello no era ya
solamente cosa de buenos alcohólicos? Para beber solo, se necesitan agallas y
cierta indiferencia hacia la gente; se requiere además de ser vicioso por
naturaleza y de un cúmulo de preocupaciones intrínsecas… ¿Qué hacía, entonces,
ella ahí? ¿Qué le angustiaba…?
Ella debió notar
que me perdí entre el sonido de la guitarra de aquella canción, por lo que,
entonces, sacó una pluma de su bolso, me tomó el brazo izquierdo y comenzó a
escribir algo en mi antebrazo, como si mi carne fuera un objeto del cual ella
pudiera disponer a voluntad, como si ella fuera ya la dueña de mi cuerpo… No
obstante no opuse resistencia alguna y dejé que garabateara sobre mí: de algún
modo se sentía bien el rozar de aquel bolígrafo sobre mi vinosa piel…
–¿Cómo te llamas? –preguntó ella de
pronto, sin siquiera terminar sus garabatos sobre mi antebrazo –.
–¿Perdón…? –interpelé confundido, pues no me esperaba aquellas palabras –.
–No importa –contestó con una sonrisa coqueta –; nuestros nombres son lo de menos… Pon mucha atención a mis labios…
–¿Perdón…? –interpelé confundido, pues no me esperaba aquellas palabras –.
–No importa –contestó con una sonrisa coqueta –; nuestros nombres son lo de menos… Pon mucha atención a mis labios…
Ante estas últimas
palabras no supe si entrelíneas ella deseaba que la besara de nuevo o si habría
de decir algo verdaderamente importante…
–Quiero –dijo ella –que en verdad me perdones por haberte “matado” hace doce años…
–¡Ya te perdoné! –respondí gritando, pues
era más que obvio que la había perdonado, si no con palabras, sí con besos –.
–No me interrumpas… –contestó; nuevamente haciendo un gesto divinamente maléfico –. Lo que quiero decir es que estoy dispuesta a hacer cualquier cosa para que me perdones… Y con “cualquier cosa” me refiero a CUALQUIER COSA…
–No me interrumpas… –contestó; nuevamente haciendo un gesto divinamente maléfico –. Lo que quiero decir es que estoy dispuesta a hacer cualquier cosa para que me perdones… Y con “cualquier cosa” me refiero a CUALQUIER COSA…
Me quedé helado
ante aquellas palabras; no supe qué decir…
–Cualquier fantasía que no hayas satisfecho,
yo estoy dispuesta a satisfacerla…
Inmediatamente
continuó escribiendo sobre mi brazo: yo estaba atónito, boquiabierto, y mil
pensamientos sucios y perversos me cruzaron por la mente… y mis labios se
alargaron: involuntariamente se me formó un rostro triunfal…
(continuará...)
(continuará...)
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