Las Angustias de Dios -o crónica de una mente despertando - (DECIMOTERCERA PARTE)

El claxon de los automóviles no tardó en hacerse escuchar y a lo lejos veía cómo mi automóvil era la causa más grande de aquello… Decidí no darle mucha importancia: de cualquier modo, aquella lata no arrancaba ya: no tenía gasolina y mi celular estaba muerto: por eso, precisamente, es que yo estaba ahí sentado, desnudo y bebiendo con algún filósofo desconocido…

–Ya es hora de que te vayas a tu casa, muchacho… –comentó de pronto el viejo, como queriendo despedirse, como si tuviera éste algo mejor qué hacer y el tiempo le aprestara–. ¡Ay, cómo odio las mañanas! Hay veces en que quisiera que la noche fuera eterna… Hay momentos en que quisiera que el mundo durmiera para siempre, y que entonces las estrellas y la Luna fuera sólo mías; quisiera que el mundo se hundiera en un profundo coma mientras yo envejezco y muero lentamente…

Me espantaban las palabras de ese hombre: conforme el día aclaraba, su actitud se volvía cada vez más obscura… Y es que francamente no había yo bebido tanto como para desinhibirme lo suficiente y entonces mostrarme totalmente empático a sus palabras: todavía tenía yo cierto grado de consciencia y cierta voz en mi cabeza que me hablaba de responsabilidades: aún tenía yo cierta angustia por encontrar el modo de volver a casa sano y salvo… y vestido…

El hombre me ofreció nuevamente un trago al mismo tiempo en que tiraba la página número ciento ochenta y siete al fuego…

La verdad es que tengo un hambre del demonio –dije al mismo tiempo en que rechazaba la oferta con un ademán –.
La última y nos vamos, ¿te parece? –y aquí el hombre señaló el brandy con la intención de que yo comprendiera que ya pronto habría de terminarse aquello –.

En ese instante supe que pronto habría de tomar una decisión, pues pronto me vería nuevamente solo, desnudo, medio-embriagado y con el problema de cómo habría de llevar el coche a mi casa… Nuevamente esa sensación de angustia me invadió, y creo que fue con la esperanza de que aquél me brindara alguna clase de ayuda que le comenté mis preocupaciones…

¿Esa es tu angustia, muchacho…? –respondió aquel con cierto aire sarcástico –. Tú no conoces de angustia… Angustia es no tener absolutamente nada y, aun así, tener que arreglárselas para sobrevivir… Angustia es amar sin ser amado… Angustia es saber que existen amores imposibles… Angustia es aferrarse al pasado… Angustia es querer luchar contra el mundo… Angustia es querer vivir entre gente sin vida… Angustia es abandonar los sueños por temor… ¿Has leído a Kierkegaard… “El Concepto de la Angustia”?
–No… –respondí, y al  mismo tiempo, instintivamente, agaché la cabeza, pues me sentí ignorante; nuevamente volví a pensar en aquello de “humillar y ser humillado”, y es que, realmente, los libros que había leído en mi vida podían contarse con los dedos de una mano… de hecho, con menos de la mitad de los dedos de una mano –.
¿Sabes quién es…? –insistió –.
No… –volví a agachar la cabeza –.
Nunca has leído nada de filosofía, ¿eh? –y con estas palabras terminó de humillarme; ni siquiera tuve que responder para que aquél supiera que mi respuesta sería igual que las dos anteriores –. No te sientas mal… La mayoría de la gente no tiene ni idea de lo que es la filosofía… Y francamente no pretendo enseñarte filosofía; después de todo, como diría Kant: “no se aprende filosofía, sólo se aprende a filosofar…” Y no obstante, los libros de los grandes filósofos nos comparten ese gran asombro del cual nos alimentamos los filósofos de la vida…

Nuevamente sentí que perdía el hilo de la conversación. El hombre continuaba hablando, aunque francamente mi atención ya no estaba centrada en aquellas palabras, no tanto porque aquello me aburriera (aunque sinceramente el tema de la filosofía era algo en lo cual no tenía interés alguno); la cuestión es que un suceso se robó la atención de mis ojos: en ese momento una grúa de la policía de tránsito llegaba para remover aquel objeto que estaba causando todo un caos vial: mi automóvil…

Y así es como Kierkegaard clasifica los distintos tipos de angustia… –terminó de decir el hombre –.
Claro –repuse, sin siquiera saber si aquello sería lo correcto a decir, pues yo todavía enfocaba mi atención en ver cómo el policía etiquetaba las puertas del automóvil mientras que el conductor de la grúa enganchaban las ruedas del auto –.

El viejo a mi lado seguía divagando entre aguas metafísicas y yo, ahí, sentado, no hacía sino sonreír ante aquella escena… De alguna manera sentí alivio, pues ahora ya no debía preocuparme por planear el modo para llevar mi coche de vuelta a casa…

¿No es ese tu auto, muchacho…? –dijo el hombre a mi lado al percatarse de la razón de mi distracción –.
Así es –respondí tranquilo –.
Y, ¿no vas a hacer nada al respecto…?
Ya habrá un mañana –contesté mientras movía mi cabeza de un lado a otro –.
Ya veo… –dijo el viejo con cierta seriedad; miré su rostro y noté cómo fruncía el ceño – Ten cuidado, muchacho…
¿Por qué…?
He visto antes esa mirada: esa indiferencia tuya es la misma que me ha llevado a mí a donde estoy ahora…
Pero…

Antes que pudiera decir algo, el hombre bebió rápidamente hasta la última gota del brandy: luego dejó la botella en el escalón y se puso de pie…

Tu vida apenas empieza, muchacho –dijo el hombre –. Aprovéchala, vívela… Si acaso hay algo que te pudiera decir este pobre viejo, es lo siguiente: “El ‘rocanrol’ y sus vicios son una cosa hermosa… pero se trata de un estilo de vida que indudablemente terminará en tragedia…”  

No supe exactamente a qué se refería con aquello del ‘rocanrol’, pero lo que sí supe en ese momento fue que aquel hombre había vivido, probablemente, la última noche de su vida: él era un suicida decidido, no me cabía duda…

¿A dónde vas…? –intenté ganar tiempo para detenerle e impedir aquella decisión suya–.
Ya está todo decidido –sonrió el hombre –. Que tengas una buena vida… y, si no la tienes, siempre encontrarás consuelo pensando que en unos cuantos millones de años, el hombre no será más que un olvido en el universo: al final, por más grande que sea un hombre y por más heroicos sus esfuerzos, todos, ¡absolutamente todos!, seremos polvo de la nada… “pulvis eris et pulvis reverteris”… Y en cuanto a la pregunta que me hacías sobre Dios, lo único que te puedo decir es que, las auténticas personas de bien no son aquellas que se la viven pidiendo y rogándole a Dios para que sucedan las cosas; los verdaderos héroes en este mundo no piensan en rezar; los hombres buenos son los que se crean el hábito de ponerse en los zapatos de los demás… Y, ¿qué mejor que ponerse en los zapatos de Dios? Los héroes, los verdaderos humanos a través de los tiempos, no son los que adoran a Dios y le elevan a un pedestal de perfección y omnipotencia, sino aquellos que dudan; aquellos que se detienen para preguntarse: ¿cuáles serán las angustias de Dios…?

Tras decir estas palabras el hombre dio media vuelta y comenzó a alejarse del lugar…Quise detenerle, pero recordé que yo estaba completamente desnudo…

¡¿Cuál es tu nombre?! –alcancé a gritarle –…
¡Yo soy… El Gran Huracán de Saturno…!


Y entonces el hombre desapareció en la siguiente cuadra…

(continuará...)


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