“Humillar o ser humillado…”
Aquellas palabras continuaban
haciendo eco en mi cabeza, y entre más pensaba y analizaba aquello, más podía
adecuarlo a la realidad: la presunción que hacemos de las cosas materiales al
darles cierto precio y valor que nos dan la sensación de elevarnos sobre los
demás; nuestra actitud prepotente hacia otros; el tratar de transformar a la
persona a nuestro lado para mostrarla como si fuera un llaverito o un alhaja; en
los modos en que hablamos y que, por tanto uso, versamos del modo más natural
(por ejemplo, el famoso “a ver…” –a ver, quítate…; a ver, yo lo hago…; a ver,
idiota…) ; o que tal el machismo; la violencia, tanto física como psicológica;
incluso podríamos incluir a esa la desquiciada sed de saber en el tipo intelectual,
el hipster, o el beatnik que tratan de
ridiculizar a los demás para mostrarlos como hombres ignorantes; la fama; el
dinero; el poder…
Todo parecía apuntar a que la teoría
de aquel viejo era cosa cierta…
–El
hombre es todo ego y la vida es nada justicia… Vivimos con la mente en el mundo del “deber ser” mientras pisamos el
mundo del “ser” o lo que en realidad es… –y con eso remató el hombre, y
sentí que las palabras que salían de su boca acabarían por derrumbar el mundo
en el que yo creía, pues al parecer, según él, lo que yo creía como “malo” era
lo que en realidad era, mientras que lo “bueno” era cosa inexistente –. Aun cuando nos inculcan lo contrario, los
valores en los que creemos valen lo mismo que una piedra tirada en medio de un
pedregal… Honor, heroísmo, justicia… ¡Bah! ¡Qué gran mentira! ¡Qué falacia tan
majestuosa se ha creado (y creído) el mundo entero al subir aquello en un
pedestal y darle el nombre de “valores” y “virtudes”…!
El
hombre es la condena del hombre mismo… –y con eso hizo una pausa triunfal, y
yo, como ya era costumbre, no hice más que callar –.
Algo había en la forma de hablar de
aquel tipo que me atemorizaba, y es que, así como su locura era a veces
divertida, emocionante e incluso en ocasiones interesante, también tenía un
lado incierto, enigmático, sombrío… Francamente, ¡¿quién demonios en esta vida
se atrevería a preguntar a alguien más si prefería “humillar” o “ser humillado”?!
Ese tipo de preguntas, las cuales
aquel hombre hacía de un modo tan natural y sencillo, era lo que me intimidaba,
pues era como si quisiera entrar en lo más profundo de mi psique, sentí
invadido el territorio donde se escondían mis secretos del pasado, como si él deseara
escudriñar en lo más remoto de mi alma… Sentía que me hundía cada vez más en aquellas
conversaciones incómodas, y conforme mi cuerpo se reponía, mis sentidos se
fortalecían y mis emociones volvían a su estado natural, más sentía que se abismaba
la relación entre ese viejo y yo… A cada minuto extrañaba más mi casa… mi cama…
Lo peor del caso es que mis ropas
estaban hechas sopa y no encontraba el modo –o la valentía suficiente –para
pedirle a aquel hombre que se volteara mientras yo me vestía con mi “traje de
buzo” y entonces salir corriendo de ahí… Y luego pensé: ¿a dónde habría de
correr…?
Eran alrededor de las cinco y media
de la mañana: todavía la noche era dueña de la ciudad, aunque la lluvia parecía
haber cesado ya…
El hombre arrancó y lanzó al fuego la
página número cien del libro; luego se detuvo para leer la próxima hoja…
“ ‘Am I
pretty?’
‘Yes, I
think you’re very pretty.’
‘Am I
insulting?’
‘Not so much
so as you were last time,’ said I.
‘Not so much
so?’
‘No.’
She fired when
she asked the last question, and she slapped my face with such force as she
had, when I answered it.
‘Now?’, said
she. ‘You little coarse monster, what do you think of me now?’
‘I shall not
tell you.’
‘Because you
are going to tell up stairs. Is that it?’
‘No,’ said
I, ‘that’s not it.’
‘Why don’t you cry again, you Little wretch?’
‘Because I’ll
never cry for you again,’ said I. Which was, I suppose, as false a declaration
as ever was made; for I was inwardly crying for her then, and I know what I
know of the pain she cost me afterwards.”
El viejo se detuvo ahí, y esta vez no
se molestó en traducir lo que había leído… Me pareció que ahora leía para sí
mismo, ignorando mi presencia… No supe qué hacer o qué decir… Vale la pena
mencionar que la pronunciación de aquél en cuanto el idioma inglés era casi
impecable, incluso marcaba bien el acento británico en cada palabra, y por lo
mismo me había costado trabajo comprender bien el pasaje que él había leído; no
obstante, entrelíneas pude ver que aquella página del libro versaba sobre una
conversación entre una mujer y un hombre: ella le había preguntado si le
parecía bonita, a lo que él había respondido en un modo superlativo, luego ella
preguntaba si le resultaba grosera, a lo que él contestó en modo afirmativo y,
entonces, ella lo había abofeteado y éste comenzó a llorar. “ ‘Nunca volveré a llorar por ti’ aunque supe
que aquello era mentira, pues en ese momento ya estaba yo llorando internamente
por ella”, algo así logré entender entre las palabras que aquél había
pronunciado después de la cachetada…
Y entonces recordé el momento en el
que aquel viejo, quien ahora estaba sentado a mi lado, me había abofeteado, y
no una, sino dos veces… Y en ese instante vi, a modo de sospecha, que no
solamente el hombre de la historia y yo habíamos sido golpeados, sino que
también el viejo había sido víctima de algún maltrato y que aquello era probablemente
la razón por la cual bebía tanto y analizaba tan profundamente las cosas con esa
lógica suya que llegaba y penetraba el núcleo negativo de todo…
Más hojas se transformaban en ceniza
frente a mis ojos y el silencio volvió a reinar, lo cual fue un alivio por unos
momentos; luego la afonía se tornó incómoda, y entonces tomé nuevamente la
botella de licor de entre sus manos mugrosas y bebí con más ganas que antes.
Entonces me armé de valor y azoté mi furiosa curiosidad con mil preguntas, casi
con la intención de acribillar los oídos de aquél…
–¿Por
qué estás aquí… ahora? ¿Qué haces tú bajo esta noche húmeda y fría? ¿Por qué o
para qué bebes tanto? ¿Qué fue lo que te convirtió en lo que eres? ¿No tienes
dónde dormir? ¿Cuál es tu historia? ¿Quién devoró y vomitó tu corazón? ¿Qué
rencores guardas en el alma? ¿Por qué me has salvado? ¿Tienes planes, metas…?
¿Cómo te ves en un futuro? ¿Por qué te has rendido ante el mundo…?
Y ante esta última pregunta el hombre
enfureció, se transformó en una bestia colérica, se puso de pie y –tambaleándose
– amenazó con lanzar el libro –o lo que quedaba de éste – al fuego, pero
pareció pensarlo dos veces, pues entonces soltó el libro al suelo y,
arrebatándome la botella etílica la azotó y rompió en mil pedazos sobre la
acera…
–¡Yo
jamás me doblegaré ante este mundo ni me subyugaré ante ningún hombre! –gritó
irascible el anciano mirándome fijamente con sus ojos de lava, y entonces temí
por mi vida – ¡¿Me entiendes, maldito
imbécil?!
(continuará...)
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