Las Angustias de Dios -o crónica de una mente despertando - (UNDÉCIMA PARTE)

“Humillar o ser humillado…”

Aquellas palabras continuaban haciendo eco en mi cabeza, y entre más pensaba y analizaba aquello, más podía adecuarlo a la realidad: la presunción que hacemos de las cosas materiales al darles cierto precio y valor que nos dan la sensación de elevarnos sobre los demás; nuestra actitud prepotente hacia otros; el tratar de transformar a la persona a nuestro lado para mostrarla como si fuera un llaverito o un alhaja; en los modos en que hablamos y que, por tanto uso, versamos del modo más natural (por ejemplo, el famoso “a ver…” –a ver, quítate…; a ver, yo lo hago…; a ver, idiota…) ; o que tal el machismo; la violencia, tanto física como psicológica; incluso podríamos incluir a esa la desquiciada sed de saber en el tipo intelectual, el hipster, o el beatnik que tratan de ridiculizar a los demás para mostrarlos como hombres ignorantes; la fama; el dinero; el poder…
Todo parecía apuntar a que la teoría de aquel viejo era cosa cierta…

El hombre es todo ego y la vida es nada justicia… Vivimos con la mente en el mundo del “deber ser” mientras pisamos el mundo del “ser” o lo que en realidad es… –y con eso remató el hombre, y sentí que las palabras que salían de su boca acabarían por derrumbar el mundo en el que yo creía, pues al parecer, según él, lo que yo creía como “malo” era lo que en realidad era, mientras que lo “bueno” era cosa inexistente –. Aun cuando nos inculcan lo contrario, los valores en los que creemos valen lo mismo que una piedra tirada en medio de un pedregal… Honor, heroísmo, justicia… ¡Bah! ¡Qué gran mentira! ¡Qué falacia tan majestuosa se ha creado (y creído) el mundo entero al subir aquello en un pedestal y darle el nombre de “valores” y “virtudes”…!
El hombre es la condena del hombre mismo… –y con eso hizo una pausa triunfal, y yo, como ya era costumbre, no hice más que callar –.

Algo había en la forma de hablar de aquel tipo que me atemorizaba, y es que, así como su locura era a veces divertida, emocionante e incluso en ocasiones interesante, también tenía un lado incierto, enigmático, sombrío… Francamente, ¡¿quién demonios en esta vida se atrevería a preguntar a alguien más si prefería “humillar” o “ser humillado”?!

Ese tipo de preguntas, las cuales aquel hombre hacía de un modo tan natural y sencillo, era lo que me intimidaba, pues era como si quisiera entrar en lo más profundo de mi psique, sentí invadido el territorio donde se escondían mis secretos del pasado, como si él deseara escudriñar en lo más remoto de mi alma… Sentía que me hundía cada vez más en aquellas conversaciones incómodas, y conforme mi cuerpo se reponía, mis sentidos se fortalecían y mis emociones volvían a su estado natural, más sentía que se abismaba la relación entre ese viejo y yo… A cada minuto extrañaba más mi casa… mi cama…

Lo peor del caso es que mis ropas estaban hechas sopa y no encontraba el modo –o la valentía suficiente –para pedirle a aquel hombre que se volteara mientras yo me vestía con mi “traje de buzo” y entonces salir corriendo de ahí… Y luego pensé: ¿a dónde habría de correr…?

Eran alrededor de las cinco y media de la mañana: todavía la noche era dueña de la ciudad, aunque la lluvia parecía haber cesado ya…

El hombre arrancó y lanzó al fuego la página número cien del libro; luego se detuvo para leer la próxima hoja…

“ ‘Am I pretty?’
‘Yes, I think you’re very pretty.’
‘Am I insulting?’
‘Not so much so as you were last time,’ said I.
‘Not so much so?’
‘No.’
She fired when she asked the last question, and she slapped my face with such force as she had, when I answered it.
‘Now?’, said she. ‘You little coarse monster, what do you think of me now?’
‘I shall not tell you.’
‘Because you are going to tell up stairs. Is that it?’
‘No,’ said I, ‘that’s not it.’
 ‘Why don’t you cry again, you Little wretch?’
‘Because I’ll never cry for you again,’ said I. Which was, I suppose, as false a declaration as ever was made; for I was inwardly crying for her then, and I know what I know of the pain she cost me afterwards.”

El viejo se detuvo ahí, y esta vez no se molestó en traducir lo que había leído… Me pareció que ahora leía para sí mismo, ignorando mi presencia… No supe qué hacer o qué decir… Vale la pena mencionar que la pronunciación de aquél en cuanto el idioma inglés era casi impecable, incluso marcaba bien el acento británico en cada palabra, y por lo mismo me había costado trabajo comprender bien el pasaje que él había leído; no obstante, entrelíneas pude ver que aquella página del libro versaba sobre una conversación entre una mujer y un hombre: ella le había preguntado si le parecía bonita, a lo que él había respondido en un modo superlativo, luego ella preguntaba si le resultaba grosera, a lo que él contestó en modo afirmativo y, entonces, ella lo había abofeteado y éste comenzó a llorar. “ ‘Nunca volveré a llorar por ti’ aunque supe que aquello era mentira, pues en ese momento ya estaba yo llorando internamente por ella”, algo así logré entender entre las palabras que aquél había pronunciado después de la cachetada…

Y entonces recordé el momento en el que aquel viejo, quien ahora estaba sentado a mi lado, me había abofeteado, y no una, sino dos veces… Y en ese instante vi, a modo de sospecha, que no solamente el hombre de la historia y yo habíamos sido golpeados, sino que también el viejo había sido víctima de algún maltrato y que aquello era probablemente la razón por la cual bebía tanto y analizaba tan profundamente las cosas con esa lógica suya que llegaba y penetraba el núcleo negativo de todo…

Más hojas se transformaban en ceniza frente a mis ojos y el silencio volvió a reinar, lo cual fue un alivio por unos momentos; luego la afonía se tornó incómoda, y entonces tomé nuevamente la botella de licor de entre sus manos mugrosas y bebí con más ganas que antes. Entonces me armé de valor y azoté mi furiosa curiosidad con mil preguntas, casi con la intención de acribillar los oídos de aquél…

¿Por qué estás aquí… ahora? ¿Qué haces tú bajo esta noche húmeda y fría? ¿Por qué o para qué bebes tanto? ¿Qué fue lo que te convirtió en lo que eres? ¿No tienes dónde dormir? ¿Cuál es tu historia? ¿Quién devoró y vomitó tu corazón? ¿Qué rencores guardas en el alma? ¿Por qué me has salvado? ¿Tienes planes, metas…? ¿Cómo te ves en un futuro? ¿Por qué te has rendido ante el mundo…?

Y ante esta última pregunta el hombre enfureció, se transformó en una bestia colérica, se puso de pie y –tambaleándose – amenazó con lanzar el libro –o lo que quedaba de éste – al fuego, pero pareció pensarlo dos veces, pues entonces soltó el libro al suelo y, arrebatándome la botella etílica la azotó y rompió en mil pedazos sobre la acera…


¡Yo jamás me doblegaré ante este mundo ni me subyugaré ante ningún hombre! –gritó irascible el anciano mirándome fijamente con sus ojos de lava, y entonces temí por mi vida – ¡¿Me entiendes, maldito imbécil?!

(continuará...)

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