–De veras que estás loco, muchacho –continuaba diciendo el hombre, y
sinceramente sus palabras me molestaban, aun sabiendo yo que sus intenciones
eran buenas: sentía yo tanto frío, tanta hambre y padecía yo de tanto
agotamiento que cualquier otra cosa que no fuera calor, sueño o comida atentaba
contra mi ira –.
Yo me limitaba a tiritar de frío,
ahí, tirado en medio de la banqueta. Aquel desconocido, inmediatamente se
levantó del suelo y me ayudó a sentarme en un rincón de la entrada del edificio.
–Quítate la ropa –dijo de pronto aquél e inmediatamente levanté la
cabeza para lanzar una mirada amenazante; y es que la situación se antojaba
para que cualquiera pudiera hacer conmigo lo que quisiera: era de noche, en
medio de una tempestad, en un lugar sin gente y yo totalmente entumecido: me
insulté a mí mismo en voz baja, pues había cometido una enorme estupidez al
haberme bajado del automóvil: en ese momento me vi a mí mismo como un venado
herido en medio de un salvaje bosque esperando a que alguna fiera viniera a
devorarle –…
Yo no podía mover la boca más que
para temblar, pero aquel extraño leyó inmediatamente el temor que pasaba por mi
mente…
–Los vagabundos no asaltamos a la gente, piénsalo bien, muchacho –murmuró el
hombre, como queriendo aclarar algún punto, el cual no pude resolver de
inmediato; no obstante, de alguna manera, su frase logró calmarme y me hizo
entender que estaba yo fuera de peligro–. Los
bueyes no se cornean entre ellos, lo mismo que nosotros los locos no lidiamos
entre sí –y con esto, supongo, aquella persona trató de aclarar lo que
había dicho previamente acerca de los vagabundos –…
–Y… y… yo… yo… yo… y… yo, yo, yo, yo no soy… no s… s… soy… un va… va… vagabundo,
se… se… se… señor – logré contestar con mis labios congelados, a lo cual el
otro se limitó a soltar una buena risotada –.
–¡Vale, niño rico! ¡Si no te deshaces pronto de tus ropas, ellas serán
tu propia tumba! –y entonces, entendiendo finalmente las intenciones de
aquel hombre, no sé por qué exactamente, pero me vi a mí mismo como a un mamut
congelado en un glaciar del Polo Norte el cual sería descubierto en unos
cuantos millones de años por generaciones futuras de alienígenas: supe entonces
que mi cerebro empezaba a fallar a causa del frío–.
Sin pronunciar palabra alguna
intenté desvestirme, pero aquello se convirtió en una “misión: imposible”… A lo
cual, la persona que tenía a mi lado, una vez que estuvo seguro de que yo lo
permitiría, me ayudó a deshacerme de mi helado atavío…
Pronto me vi desnudo en medio de
aquella escena (excepto por los calzones y los calcetines, pues la vergüenza es
algo que, curiosamente, el hombre tiende a cuidar incluso cuando la muerte acecha).
Entonces, mi cuidador se quitó su viejo sarape de los hombros y me abrazó con
éste…
–¡Venga –me gritó el hombre, como para hacerme reaccionar –, penoso, quítate de una vez todo, pues la
vergüenza no te dará calor!
Por un momento volví a sospechar
de las intenciones de aquel, pero resolví en ese momento ser más práctico que
cuidadoso, pues sólo podía pensar en calentar mi gélido cuerpo: obedecí la orden
del hombre y pronto me vi plenamente desnudo debajo de aquel viejo capote, en
medio de la más tempestuosa noche y al lado de un desconocido: me había ya
rendido ante mis angustias y congojas…
Aquel extraño debió verme en un
estado letal, pues decidió deshacerse también de su mugriento abrigo para
cubrirme aún más del viento helado que empezaba a arreciar; y no sólo eso:
también se quitó la playera que llevaba puesta y, con ésta, me sacudió el
cabello como intentando secarme por completo la cabeza: yo sentí que me
sacudían el cerebro…
Acto posterior sacó una botella
de ‘whiskey’ o ‘bourbon’ (no estuve seguro) y le dio un
gran trago, lo que me hizo sospechar que aquello no era más que agua con colorante;
luego quitó la boquilla de sus labios para ponerla en los míos e inclinó la botella:
inmediatamente sentí un confortable afluente de calor bajar por mi cuerpo, lo
que me despertó al instante y me hizo toser unas diez veces…
–Ja ja ja –rió aquél –. ¡Y
dicen que el alcohol es malo para la salud, eh! ¡Bah! ¡La gente de aquí no sabe
nada…!
Inmediatamente supe que mi
cuidador era en realidad un vagabundo alcohólico… Luego quise
preguntarle a qué se refería exactamente al decir que la gente de “aquí” no
sabe nada, pero preferí tragarme las palabras: tal vez tragarme aquello me
daría calor: yo no razonaba, sólo pensaba en calentarme de un modo u otro…
El personaje me volvió a ofrecer
licor y yo lo tomé sin dudarlo, aunque ahora, sabiendo que aquello era
realmente alcohol y no solamente agua con colorante, decidí tomarlo más
despacio y con cuidado… Nuevamente sentí aquel delicioso y fogoso elixir bajar desde el
esófago hasta mi estómago, luego se iría hasta mis venas para calentar todo mi
cuerpo… Recuerdo haber sentido empatía hacia aquel borracho: “Después de esto –pensé –, tal vez yo también me volveré adicto al
licor…”
Pronto me invadió el sopor de
aquel vino y, entumecido aún y cansado, cerré los ojos por un momento, como
intentando descansar y dormitar…
“¡Splat!”, escuché, luego el mundo se sacudió e inmediatamente
sentí ardor en el cachete izquierdo: ¡el hombre me había abofeteado!
(continuará...)
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