Las Angustias de Dios -o crónica de una mente despertando - (CUARTA PARTE)

No tenía modo de comunicación alguna debajo de aquella tempestad…

No supe qué hacer…

Me estacioné por un momento y, al bajar la mirada, noté que la gasolina se había convertido en otro problema: el medidor del auto indicaba que el nivel del combustible se encontraba ya en la “reserva”…
Y es que por aquellas acumuladas trasnochadas ocasionadas por salir tarde de la oficina, reté al insistente despertador para ver quién ganaba o perdía más tiempo: gané la batalla pero perdí la guerra, pues mientras yo lograba dormitar unos minutos más, el tiempo me tomaba ventaja y caí víctima de la prisa matutina: salí de casa sin desayunar y sin ducharme y, aun así, no pude librar a la inmensa masa de automóviles que llenaban ya los ejes principales. Así, temiendo no llegar a tiempo a la oficina, aun conociendo las consecuencias de aquello, le di poca prioridad al hecho de que el auto, sediento, me rogaba por unos cuantos litros de gasolina, cosa que obvié de modo tiránico.
Y ahora el sediento, hambriento y demás, era yo mismo…

Intenté llorar, mas no pude soltar una lágrima… Me vi solo en este mundo… Y ahí me di cuenta que, por más tiempo y esfuerzo que yo hubiera dedicado a la compañía donde trabajaba, no habría jamás modo alguno de que ésta me librara de un apuro como este: se trataba de una relación estrictamente de negocio: podía entregarle mi vida entera a la empresa y aún yo moribundo, aquella, fría y desalmadamente, me dejaría desamparado en mi lecho de muerte… Sólo algún amigo, tal vez, podría venir a mi rescate, pero yo ya carecía de éstos… Los había perdido por falta de atención…

Sin encontrar solución a mi problema, y sin darme cuenta siquiera, volví a hundirme en mis pensamientos…

¿Cómo encontraría yo a la mujer con la que habría de casarme si no salía de la oficina?
Y mis amigos, ¿dónde estaban?; ¡¿qué había sido de sus vidas?!; ¿cuándo había sido la última vez que hablé con ellos?
¿Cuándo fue que salí a tomarme un café con una chica?
¡No podía recordar la última vez que había reído a carcajadas con alguien! Mi intransigente estilo de vida me había robado la sonrisa…
¡¿QUÉ ERA LO QUE ESTABA ESPERANDO DE LA VIDA…?!

Me reprendí a mí mismo gritando ferozmente: “¡Cobarde!”, y lo hice en voz alta, para motivarme un poco tal vez… Me armé de valor y puse nuevamente el coche en marcha… Continué por la calleja…

De pronto, sentí un fuerte golpe, y un estallido sonó por debajo del cofre, justo del lado donde yo me encontraba sentado…
Al instante sentí cómo el coche se inclinaba ligeramente hacia la izquierda… ¡Ay, lluvia engañosa que había llenado de agua un inmenso agujero en medio de la calle, el cual no vi y terminé por caer entre sus fauces de asfalto barato!
No pude más que imaginar que la rueda del coche estaba destrozada…

¡¿Qué debía yo hacer?! ¡¿Qué demonios infernales me estaban acosando?! ¡¿Por qué Dios –en el cual yo no creía – se estaba divirtiendo a costa mía?!

Estaba yo solo, entre las tres y las cuatro de la madrugada, en medio de un lugar desconocido, oscuro y solitario, bajo una tormenta que parecía batalla entre el Olimpo de Zeus y el Asgard de Odín… Mi celular estaba muerto y, ahora, la llanta de mi sedán estaba destrozada…

Parecía que mi destino se terminaba: mi hado estaba condenado…

(continuará...)


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