Lo primero que noté era que se trataba
de un señor mayor, de aproximadamente unos setenta-y-tantos años: pude hacer
dicha conjetura por sus canas y también por las manchas y las marcadas líneas
de expresión en su rostro, además que, como no vestía prenda alguna que le
cubriera el torso por haberme secado la cabeza con su playera (hacía algunos
minutos), pude ver sus pechos caídos a causa de la edad y las infinitas pecas
que cubrían sus hombros. Pero lo que realmente llamó mi atención era que aquel
hombre no parecía ser un “vagabundo-borracho” cualquiera, sino una persona de
“bien”, con buena educación, inculcado probablemente con los típicos valores
que integran la moral de los hombres decentes: tal vez juzgaba yo todo ello por
el mero tono blancuzco de su piel (no por ser elitista ni racista, pero
usualmente, en esta ciudad, la tez de las personas juega un rol importante en
cuanto a la proporción de la educación que ha recibido cada persona), y por
supuesto, también permanecía en mi cabeza la imagen de la portada del libro de
Charles Dickens y la idea de que no cualquiera leía literatura británica del
siglo diecinueve en su idioma original, en un país de habla hispana…
Subí un poco la mirada,
atreviéndome a descubrir sus ojos, los cuales estaban rojizos e irritados, tal
vez a causa del licor o tal vez por falta de sueño: tenía un mirada profunda
que emanaba seguridad y misterio, cosa que me hizo sentir temor pero que, a la
vez, me atraía por esa intriga que me obsequiaban sus pupilas nogueradas,
obscuras, quietas e inamovibles…
Entonces sentí que, además de
deberle la vida a aquel viejo, también le debía respeto…
Él sonrió de un modo cuidadoso,
dejando mostrar solo cierta parte de sus dientes superiores; era un gesto raro
pero que escondía cierta experticia en dicha gesticulación, como si hubiera
pasado sus mozas horas frente al espejo, practicando su mejor perfil…
–Ya te regresa el color, muchacho –comentó entonces el ser
misterioso, refiriéndose al hecho de que mi piel recobraba su vigor –. ¡Y ahora el que se ‘caga’ de frío soy yo! Ja
ja ja…
El hombre río larga y
tendidamente. Yo intenté unirme al jolgorio, pero a mi rostro aún no le nacía
reír: todavía no estaba del todo recuperado… Me limité entonces a ofrecerle su
sarape, pero él lo rechazo con un ademán que –insisto –tenía un modo decente y
casi elegante.
–Tomaré de nuevo mi abrigo, si no te molesta –dijo después –. Creo que cada quien con una prenda y con
este intento de fogata estaremos bien los dos…
Aquel desconocido tomó su abrigo
y lo vistió; luego tomó un trago de licor; después arrancó unas cuatro páginas
más de aquella vieja novela que tenía entre sus manos y, haciendo una especie
de bola con ellas, las lanzó al fuego…
Permanecimos en silencio durante
unos minutos, como si las palabras estorbaran el gozo que existía entre el fuego
y nuestros poros…
El viejo, de vez en vez, cada que
las llamas amenazaban con extinguir su vida, repetía el acto de mutilar el
libro para revivir la flama que parecía mantenernos con vida… No obstante lo
hacía con tal delicadeza que parecía que aquello le dolía más que el viento
frío… Cada vez que esto sucedía, el hombre se detenía por unos segundos y se
ensimismaba, como si su vida fuera una llama apagándose o una estrella
muriendo, y ahora buscaba entre las cenizas de sus recuerdos algo para aferrarse
a esta vida: ora sonreía, ora chasqueaba, ora torcía la boca, ora se ponía
serio… Y no salía una sola palabra de su boca: ya no era el mismo de hacía unos
momentos, era otro ser, ya sin seguridad en sí, sin confianza, resignado,
derrotado, vulnerable: era alguien que estaba sentado a sólo un par de memorias
nostálgicas de distancia entre su reputación y las lágrimas que descubren al
hombre que llevamos dentro…
Parecía como si cada página que
se quemaba fuera un pedazo de su corazón herido, y la tinta la sangre que
manchaba aquello: entre más tinta tenían las páginas, más azul era la llama que
envolvía a esas hojas…
Sus pedazos de corazón se
derretían frente a mí y no tardaron en rodar un par de discretas lágrimas por
sus mejillas… Pero el mismo fuego las
hacía brillar, impidiendo que éstas se ocultaran bajo aquella noche obscura…
Y
entonces, más callamos y más lo dejé ser él mismo, pues pensé que a
veces para que sane el alma primero ésta debe sufrir, conque son las lágrimas
las que lavan nuestros más viles pecados y son los sollozos los que aligeran
los más pesados aires de remordimiento…
Me limité a mirar de reojo las
páginas de las cuales se deshacía aquél… De pronto, se detuvo un momento
mirando las inscripciones de una página… Era la página número veintidós, según
alcancé a mirar…
De pronto sus labios comenzaron a
leer en voz alta algunas frases que leía del libro aquel…
“Ask no questions, and
you’ll be told no lies…”
–No hagas preguntas y no se te dirán mentiras –me tradujo aquella
frase mi nuevo compañero –.
Yo sabía muy bien lo que aquello
quería decir, pues tener un buen nivel de inglés era un requisito indispensable
para el puesto que yo desempeñaba en la oficina, aun cuando mi posición no era
una gerencia o algo similar; no obstante yo no dije nada, pues aquello parecía
del plugo de aquel hombre y, además, yo me encontraba tan extenuado que me
resultó cómodo el hecho de que me tradujera todo sin tener yo que esforzarme en
hacerlo.
“…she was never polite
unless there was company…”
–Ella nunca fue amable, solamente que hubiera compañía –continuó
traduciendo –.
“Answer him one
question, and he’ll ask you a dozen directly… ”
–Respóndele una pregunta y él te
preguntará directamente una docena.
El hombre parecía escoger
cuidadosamente aquellas líneas, no obstante no parecían tener ninguna relación
entre sí…
Luego arrancó
la hoja, la arrugó y la aventó al fuego… Lo mismo hizo con otras cinco páginas,
pero sin detenerse a leer…
(continuará...)
(continuará...)
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