Las Angustias de Dios -o crónica de una mente despertando - (DUODÉCIMA PARTE)

Vi el puño acercarse hacia mí e instintivamente cerré los ojos: fue cuestión de mili-segundos antes de sentir los nudillos de aquel ser despreciable hundirse en mi mejilla derecha y sentir cómo se estrellaban sus huesos contra mi pómulo; sentí el temblor óseo en mi cabeza y por un instante no supe qué es lo que había sucedido…

Creo que cualquiera hubiera reaccionado devolviendo el golpe, y francamente no sé qué fue exactamente lo que detuvo a mis puños: tal vez el frío, tal vez el agotamiento físico, quizás el hecho de que aquel fuera un anciano o quizás el hecho de que, para poder golpear a mi rival hubiera tenido que mostrarme desnudo ante el mundo, y es que, la gente que madrugaba para ir a sus labores cotidianas, comenzaba a hacerse notar, pues de vez en vez pasaba uno que otro automóvil: se trataba de esa hora del día donde la ciudad comienza a despertar, justo antes de que el cielo comience a aclarar, justo ese momento en donde la noche se vuelve más fría…

El hombre permaneció de pie y quieto por unos momentos (al igual que yo); luego pareció arrepentirse de lo acontecido, aunque no reparó en pedir disculpa alguna: se sentó y, metiendo la mano en el bolsillo interno de su abrigo, sacó una pequeña botella de brandy barato, del cual tomó un gran sorbo…

Mira, muchacho… –masculló finalmente, justo como lo hace un niño cuando, después de haber cometido una gran travesura, se prepara antes del regaño inevitable de sus padres –. No sé quién te has creído para juzgarme… tras estas palabras su ira pareció reavivarse –. ¡Carajo, no tienes ni la más mínima ‘puta’ idea de quién soy yo! ¡Yo soy…! –-hizo una pausa – ¡Yo soy el “Gran Huracán de Saturno”! –luego nos hundimos nuevamente en la afonía –.

Si antes creía que aquél estaba loco, ahora estaba seguro de ello… ¡¿Qué demonios había querido decir con eso?! ¿De qué carajos estaba hablando?
Tal fue mi desconcierto que hasta llegué a olvidar por unos momentos el hecho de que aquel ‘chingado’ “huracán de no-sé-dónde-carajos” me había golpeado en la cara hacía apenas un minuto…
Para aquel entonces estaba ya seguro de que el hombre estaba bastante ebrio y que me urgía encontrar el modo de salir corriendo de ahí…

En fin… -suspiró el de las canas –. Tú me haz juzgado y yo te he golpeado… Y tú me has hecho romper una botella que contenía nada más y nada menos que un elixir envidiable a cualquier entrenado paladar… ¿Qué crees que era exactamente lo que estábamos tomando?
¿Bourbon? –contesté dudoso, pues en realidad jamás había tenido mucha sabiduría en cuanto al arte de catar licores –.

El viejo soltó una risotada que me molestó bastante: me hizo sentir ignorante, y entonces me vino nuevamente a la mente aquello de “humillar o ser humillado”… En ese instante me sentí completamente humillado por la carcajada de aquel que, además de ridiculizarme ahora con su risa, me había denigrado, en el transcurso de la noche, con un fuerte golpe y un par de bofetadas… “Pinche macho borracho”, pensé, más no me atreví a decirlo…

El bourbon es una bebida de cantina, muchacho… Lo que acabamos de romper se trata, nada más y nada menos, que de una botella de un Macallan de veinticinco años…

Me quedé en las mismas, pues, repito, no tenía yo idea de lo aquello significaba, aunque el hombre se había referido a aquél licor como si fuera una fastuosa bebida.
Era tanta ya la furia que guardaba yo hacia ese ser despreciable que me atreví a contestar de un modo capcioso para, entonces, hacer un remate triunfal, rebelde y amenazante…

Y, entonces, el bourbon es mejor que el tal “matalan”, ¿cierto…?
¡Desde luego que no! Y no es un “matalan” es un “Macallan”, un whisky escocés de una sola malta, de veinticinco años… Ese licor, probablemente tenía más sabiduría que tú, muchacho… ¡Nos estábamos bebiendo veinticinco años de experiencia que terminaron hechos pedazos en la banqueta!
Discúlpame –comencé a hablarle de “tú” en vez de “usted” –, pero el hecho de que te hubieras referido al bourbon como una “bebida de cantina”, me hizo pensar que el tal “Macallan” era algo digno de tomarse en la acerca de una avenida… ¿Si notas la diferencia y la ironía en tus palabras…?

Mi enojo no podía ocultarse más, y mis gestos lo confirmaban. Tras decir estas últimas palabras presentí que habría de prepararme para recibir otro puñetazo de aquel viejo, aunque ahora estaba decidido a golpearlo de vuelta, recoger mis cosas y correr hacia mi coche, donde habría de encerrarme hasta que amaneciera…
Pero aquello no sucedió de tal forma, conque el hombre se limitó a soltar la más grande risotada que le había visto gesticular…

No soy ningún sumiller, muchacho, pero lo que sí te puedo decir es que el vino, aunque caro o barato, igualmente nos vuelve estúpidos e igualmente nos mata el hígado… ¡Sigamos bebiendo! –y entonces el anciano sorbió de su brandy barato (supe que era barato porque todavía tenía pegada la etiqueta con el precio) y luego me ofreció la pequeña botella en gesto de tregua –.

Estaba a punto de rechazar la oferta, vestirme y despedirme inmediatamente, pero aquél insistió…

–Vamos, muchacho… ¿Cuántas noches como ésta tendrás en tu vida…? Cuando llegues a mi edad te darás cuenta que lo único que te llevarás de esta vida cuando mueras son nada menos que los recuerdos… Todo lo demás aquí se queda… Todo lo que poseas pasará a manos de alguien más en algún momento… En este mundo las cosas materiales son siempre prestadas… Es curioso ver cómo en el Código Civil la ley hace esta distinción entre “propiedad” y “posesión” en materia de bienes inmuebles… Por ejemplo, si tú eres dueño de un departamento y, entonces, decides arrendar dicho inmueble, aunque tú tengas la “propiedad” de aquello como arrendador, el que tiene el uso, o digamos la “posesión”, es el arrendatario… Es decir, si tu alquilas algo de tu propiedad, aunque sea tuyo, no podrás hacer uso de aquello, pues el otro tiene el derecho de uso… ¿Sí me explico…?

Sus palabras me habían confundido, y aunque comprendía el punto que quería expresar aquél, también era cierto que entre más hablaba de lo mismo, más me confundía…

¡Bah! No tiene caso: son tonterías… Pero, el objeto de estos disparates míos es, finalmente, motivarte a tomar un trago conmigo… -y aquí el hombre volvió a ofrecerme la botella y yo la tomé, aunque todavía dudaba en beber el líquido –.

Recuerdos, muchacho –agregó –, recuerdos… Recuerda aquello… Recuerda tus recuerdos… Recuerda recordar tus recuerdos… –el tipo reía de un modo suelto y sincero, como si su redundancia le hiciera cosquillas en las plantas de los pies; luego hizo una pausa y siguió explicando –. Los recuerdos son lo único que le queda a un hombre hacia el final de su existencia… ¿Sabes por qué son tan importantes las memorias? ¿Te has detenido a pensar cómo es que se forman los recuerdos en la mente de las personas? –cada vez me convencía más a mí mismo de que aquél tenía la tendencia de sobre-razonar las cosas: estudiaba y analizaba constantemente y, peor aún, tenía el hábito de soltarlo todo por la boca, como si fuera un profesor con doctorado en Harvard quien tenía el deber de explicar todo cuanto pensaba a sus alumnos para, así, alimentar su ego con el asombro de sus pupilos –.
No tengo idea –respondí con indiferencia y fue entonces que decidí obsequiarme un trago de aquel licor –. Pero supongo que tu me lo vas a explicar, ¿o no…? –y al terminar de decir esta últimas palabras me di cuenta de que mi actitud se había vuelto altanera, y sentí temor de que hubiera una respuesta violenta por parte de aquel borracho–.
No necesito explicártelo, muchacho –contestó el hombre, haciendo especial énfasis en la palabra “necesito” –. Pero creo que es mejor platicar que callar… En las palabras hay información… Siempre existe cierta sabiduría que podemos aprender de otra persona, no importa qué tan tonta o absurda aparente ser…

Había siempre una lógica irrefutable en sus explicaciones… Por alguna razón, por más largas y aburridas que parecieran las palabras de aquel viejo, siempre terminaban por abrirme el alma y sembrarme ciertas dudas en la mente, las cuales parecían florecer, poco a poco, en cierta sabiduría en el modo en que yo veía la vida…

El cielo aclaraba y el tránsito se intensificaba: mi automóvil comenzaba a obstaculizar la circulación de los coches…

–Sólo te diré, muchacho, que los recuerdos son aquello que se nos imprime en la mente, y para que algo se grabe en nuestra memoria debe ser algo asombroso, maravilloso, diferente, mágico, encantador, trágico, doloroso o emocionante… En fin, los recuerdos son lo que nos cambia y nos hace ser en el futuro… Las memorias son las más grandes vicisitudes de la vida… A través de los recuerdos un hombre puede medir la intensidad de su existencia: a mayor número de recuerdos, más grande la vida de una persona…

¡El tipo era una especie de filósofo natural! Aunque, insisto, tenía un lado obscuro y cierto hastío hacia la vida... Tenía un modo de conducirse tan melancólico y resignado que me hicieron sospechar que aquél estaba ahí por alguna razón y no por mera coincidencia… Incluso llegué a pensar (tal vez a causa del alcohol en mis venas) que tal vez existía algún designio divino o celestial para que yo me hubiese topado con ese hombre…

¿Crees en Dios? –pregunté de pronto y sin pensarlo mucho –.

Ja ja ja… Muchacho, ¡el borracho soy yo! Mira que hablar de la existencia de Dios a esta hora de la mañana es una locura que no tengo intenciones de cargar en mis hombros… 

(continuará...)


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