–¡Aaaaah! –suspiró súbitamente el hombre,
como tratando de sacar el último aliento melancólico que había en su alma–. ¿Tú qué crees: es mejor hacer preguntas o
callar las dudas…?
Aquella cuestión
me llegó como un saetazo inesperado y no supe qué responder…
–¿Perdón…? –logré decir sin tartamudear:
al parecer mi estado mejoraba –. Discúlpeme,
no le escuché… Es que estoy muy cansado… –fue lo único que se me ocurrió
decir para tratar de ganar más tiempo para responder aquel extraño
cuestionamiento, aunque en realidad mi mayor intención era que aquel se
retractara de lo dicho –.
–¿Qué crees que sea mejor: preguntar o
quedarse callado? –insistió –.
–No entiendo… –murmuré, tratando aún de
detener aquella ridícula conversación –.
–Sí, mira… –se aferraba aquél a sus
palabras –. Una de las frases que te
acabo de leer dice que, si no quieres que se te digan mentiras, entonces no
debes hacer preguntas… ¿Qué opinas sobre ello…?
No pude
pensar en ninguna respuesta, y francamente me molestaba mucho el hecho de tener
que pensar en una solución al problema: si no hubiera sido porque ese hombre me
había salvado la vida, yo le hubiera matado a patadas en ese momento…
–Supongamos que estás en un salón de clase junto
con otros veinte alumnos (por decir un número) –insistía en sus razones
aquel viejo, con más necedad que una mosca –. El profesor ha explicado un tema que, por alguna razón, te ha parecido
totalmente ilógico, pero el resto del salón parece haber comprendido el tema a
la perfección… ¿Qué harías entonces: callarías o dirías algo?
–Supongo que le pediría al profesor que
volviera a explicar el tema –respondí sin pensarlo siquiera, mas no porque
esa fuera mi más sincera solución al problema, sino porque sentí que eso era lo
que el hombre quería escuchar y, así, tal vez, volveríamos los dos al estado
del divino silencio…
–Ja ja ja –mi interlocutor rio
ligeramente –… Entonces crees que es mejor preguntar que
callar, ¿cierto? –yo me limité a asentir de modo automático, pero el hombre
continuó –. ¿Realmente esperas que yo
crea que tienes esa valentía…? ¿Francamente tendrías los “pantalones” para
mandar a volar el tiempo de todas esas personas en el aula sólo para colmar ese
capricho tuyo de entender lo que el profesor trató de explicar? –traté de
decir algo, pero inmediatamente me interrumpió éste– ¡Ah, pero, claro!, estás pagando una colegiatura y entonces es el deber
del maestro explicarlo todo cuantas veces sea necesario, ¿cierto?
Sentí que de
ahora en adelante las preguntas serían capciosas y en retórica, por lo que
decidí no responder.
–La mayoría de la gente –continuó
explicando –, aun así, pagando una
colegiatura millonaria, callaría sus dudas, pues si hay algo más grande que el
dinero en este mundo es el temor del hombre a ser rechazado por sus semejantes…
Había algo de
razón en sus palabras… Lo dejé continuar…
–Y, ¿si
se tratase de un curso gratuito? Entonces, ¿es tu deber callar? ¿Tus preguntas
no merecerían ser respondidas? ¿Si no pagas, tus dudas carecen de valor? ¿Es,
entonces, el dinero lo que nos hace “merecer”?
Sentí que no
podía seguir el hilo de aquella explicación, y de algún modo temía que aquel
hombre estuviera yendo demasiado lejos con sus “perogrulladas”. No obstante no
pude pensar en algún modo de detener aquello, por lo que aquél siguió alargando
sus oraciones…
–Y, si fuera así, el pretexto para callar,
¿sería realmente el respeto al tiempo ajeno o el temor de quedar en ridículo? Y,
¿qué si la razón por la cual no comprendiste el tema fue porque te distrajiste
con el revoloteo de una mosca? Entonces, ¿merecerías jamás que se te explicara
algo?
En ese
momento supe que la conversación sería larga y que, por lo tanto, debía poner
atención a la plática, me gustara o no hacerlo… Debía encontrar un modo de
incluirme y pretender interés en la plática… Decidí arrebatarle la botella para
obsequiarme un buen trago de licor al mismo tiempo en que yo le preguntaba cuál
era exactamente su punto…
–¿Que cuál es mi punto? ¡Ja! Nosotros los
viejos sólo divagamos…
Tampoco supe
qué responder a aquello…
Mi compañero
continuaba arrancando y arrojando las páginas del libro al fuego, no sin
mencionar la gran facilidad con que tragaba el alcohol de su boca…
–Mira, muchacho… El hecho de que hayas
bailado bajo la lluvia como un loco desenfrenado no te hace un hombre valiente…
¡No existe la valentía plena! Si en realidad fueras lo suficientemente osado no
te hubieras apenado cuando te diste cuenta de que no eras el único hombre
presente aquí, debajo de la noche… Yo estoy casi seguro de que tú serías de los
que callarían en vez de preguntar… Y no lo digo por ofender…
Aquí hice un
ademán con la mano (la cual tuve que descubrir por encima del sarape) en seña
de mostrarme indiferente ante dicha “ofensa”…
–Y no obstante –continuó – preferiste venir hacia mí en vez de regresar al automóvil…
¡No había
pensado en ello! ¡Ni siquiera había pensado en mi coche! ¡¿Quién, en su sano
juicio, habría de preferir estar desnudo a lado de un vagabundo-borracho que
irse a refugiar dentro de su automóvil?!
Y la
respuesta: yo…
Y ahora aquel
hombre se dedicaba a sermonearme…
–Verás –prosiguió aquél con sus
cavilaciones –, todo en esta vida es sopesado
en una gran balanza llamada “Ignominia”… Todo ser, toda acción y toda omisión
es una batalla entre humillar y ser humillado…
Traté de
pensar en todo ello, pero el hombre prosiguió…
–Creo que el hombre adulto es quien más humilla… Los niños y los
ancianos somos, generalmente, más humillados… Tal vez los adultos humillan a
los demás por desahogar su traumática infancia, pues cuando somos pequeños
somos vulnerables, débiles, irracionales, mansos, instruidos, obligados, inocentes,
ilusos… somos fácilmente engañados, influenciados y adaptados… Y no obstante,
aun siendo pequeños, también somos capaces de humillar y no solamente de ser
humillados… Pero parece que la intención de ridiculizar a otros es cosa que se
intensifica al iniciar la edad adolescente en el individuo para convertirse
aquello, posteriormente, en un hábito, en un estilo de vida en los adultos…
Su labios se
detuvieron por unos segundos; luego dijo…
–Y los viejos… De los viejos ni qué decir: poco valemos a los ojos de la
sociedad…
El hombre
bajó la mirada y agachó la cabeza, no en señal de sodomía, sino a modo de
decepción… una decepción que tal vez iba dirigida hacia toda sociedad, hacia
toda la raza humana, hacia el mundo entero… Y entonces supe que el hombre que
estaba sentado frente a mí cargaba un peso enorme en su alma, en su conciencia,
en sus vivencias, en sus recuerdos…
–Dime, muchacho –dijo aquel solitario después
de una pausa–, ¿crees que la humillación
es un instinto o es algo que aprendemos a modo de imitación…? ¿Será la
ignominia un concepto ‘a priori’ o ‘a posteriori’…?
No pude
pensar en respuesta alguna…
–¡Ja! –vaciló el viejo mientras perdía su
mirada entre las llamas de la pequeña hoguera – Tal vez deberíamos leer a Kant… Pero, ¡qué hueva! Ja ja ja…
Debo aceptar
que había algo admirable en la locura de aquel hombre… Y es que no hacía falta
escuchar muchas de sus palabras para ver que, más que un hombre perdido entre
el alcohol y la noche, era alguien con una obscura sabiduría: tenía un modo
único de ver la vida, las cosas… Y apenas lo conocía hacía unos momentos…
–Entonces, muchacho, ¿eres de los que hablan o prefieres callar…? ¿Eres
de los que teme ser ridiculizado…? ¿Eres otro hombre falso que camina
rutinariamente por esta ciudad pecaminosa…? ¿Prefieres humillar o ser humillado…?
(continuará...)
(continuará...)
preferir ser de los que hablan, hablar, opinar aun cuando ésto puede generar el disgusto o el rechazo a los demás, te hace más libre. porque no dejas que te sometan en base a cosas de las cuáles no estas de acuerdo.
ResponderEliminarSe dice que la verdad nos hace libres... En realidad es la indiferencia... ;)
EliminarBueno a través de la historia, se ha mostrado que cuando se lucha por la libertad, no es por mera indiferencia, hay algo en nuestro alrededor que no nos permite ser libres, y en cuanto a la verdad..... entre más uno sabe más sufre.
ResponderEliminarEntre más sabemos, más esclavos somos de nuestro propio conocimiento... El que sabe luego no quisiera saber tanto... La ignorancia es lo más criticado porque es lo más envidiado... "Ignorance is bliss"...
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