Las Angustias de Dios: Volumen 3 (NOVENA - PENÚLTIMA PARTE)

¿Qué tanto piensas, loco…? –preguntó Mica con su linda sonrisa al verme ensimismado, y es que si bien la noche más trágica de mi vida, en la que conocí a “El Gran Huracán”, había despertado en mí una capacidad para dudar de las cosas, los meses que había vivido en la cárcel me habían entrenado la habilidad de razonar profundamente: la prisión me había robado el tiempo, pero me había transformado también en una especie de filósofo; luego aquellos trances míos me ganarían la admiración de Mica, y también serían los culpables de que ella me pidiera años más tarde que escribiera un libro, cosa que dio a luz a “La Muralla Sin Nombre”, aunque desde luego ella supondría que mi libro estaría lleno de copiosas reflexiones y razonamientos, pero es difícil anunciarse al mundo como “filósofo”, pues es lo mismo decir que se es un “loco”, y los locos, por definición, son gente anormal, luego las personas diferentes son exiliadas y humilladas: sólo unos pocos tienen la suerte de pasar a la historia como “genios”: yo no quería ser famoso ni recordado, solamente vivir en paz con el amor de mi vida: mis pensamientos eran míos, y a veces los compartía con Mica, pero yo no buscaba ser entendido, sino amar y ser amado: la fama eleva al ego, pero el amor eleva al espíritu, luego el ego muere y permanece en el cadáver mientras que el espíritu se libera y se vuelve eterno… –.
Nada… –contesté devolviendo la sonrisa, pues la suya me lograba aterrizar en un instante, haciendo entonces que los más grande enigmas del universo se redujeran meramente a polvo: no había necesidad de explicar que pensar en el arte cinematográfico me había llevado a cavilar sobre los universos del hombre –. Sólo pensaba en la belleza del cine…
Loco… –me dijo, en modo tal que dicho adjetivo se percibía más como cualidad que como defecto –.

Decidimos mirar los afiches de la cartelera para ver si alguna nos convencía más que las demás, luego Mica hizo un sutil ademán que me obligó a fijar mi mirada en ella.

¡Esa! –gritó de pronto emocionada, dando pequeños brincos sobre el piso y señalando el nombre de una película en la cartelera –¡Quiero ver esa!

Miré el título: “Flipped”. La sinopsis trataba sobre un amor de adolescentes: ella tenía un notorio interés por él, pero éste parecía no estar seguro de iniciar un romance con una chica “rara”: el muchacho ocultaba sus impulsos amorosos por temor a la crítica social.

El costo de los boletos era mucho más accesible comparado al de aquellas compañías de grandes cadenas cinematográficas; no obstante, el costo rebasaba nuestro presupuesto.

Bueno, pues… ¡vamos a pedir dinero! –dijo ella de repente, con la actitud más liviana que pudiera verse en este mundo –.
¿Pedir dinero? –pregunté confundido –¿A quién, o…? ¿Cómo…? No entiendo…
Ven –me tomó de la mano y salimos del lugar –.

Salimos de ahí e inmediatamente Mica comenzó a pedir dinero a la gente, como si lo mismo fuera mendigar que preguntar la hora. Lo peor de todo –en realidad, lo mejor de todo– es que mi mano estaba enganchada con la suya: yo moría de vergüenza, ella parecía inmune al temor social.
Pasaban las personas, ora parejas, ora solteros, ya jóvenes, ya adultos, ya viejos: todos resultaban perfectas víctimas. Mica explicaba con toda sinceridad sus intenciones: necesitábamos dinero para ver una película… punto: en realidad era su sonrisa la que decía más…
La gente sonreía, y a veces hasta reía, algunas nos daban algunos pesos, otros se alejaban sin dejar comisión alguna, pero cada uno, sin excepción, se marchaba alegre.

Ella era tan libre y despreocupada que resultaba ineludiblemente adorable… Parecía tener al mundo entre sus manos para jugar con él a placer suyo: la vida era para ella como un juguete cuya única función era divertirle: su actitud parecía convertirle en dueña de la inmortalidad, como una diosa juguetona que encarnaba en este mundo con la sola intención de pasar un buen rato entre los mortales y las ‘curiosas’ cosas materiales: ella había hallado la manera de domar al universo: su sonrisa era la religión que aniquilaba a las demás…


Yo dejaba de ser yo para ser cualquier otro que a ella le acomodara, y es que querer amar es atreverse a abandonar el orgullo para entregarse y dejarse caer sin miedo sobre los brazos de alguien más: querer amar es volver a creer en la religiosidad del amor, y creer en el amor es lo mismo que reencontrarnos ante el credo de la magia que abrazábamos cuando niños: la esperanza de lograr un nuevo amor es el pegamento que reestructura la inocencia que hubimos destruido para convertirnos en adultos: el nacimiento de los vínculos amorosos educa al hombre a dudar de las razones rigurosas y de las más estrictas lógicas que conducen su vida cotidiana: el amor nos recuerda que todo es posible, y su poder puede derretir ciencias y ridiculizar al lenguaje matemático… El amor es lo único que trasciende a un mundo que se queda…

No tardó Mica en conseguir el dinero suficiente y, de hecho ahora teníamos dinero de más: tal vez para un par de tazas de café después de la película…

Compramos los boletos justo a tiempo para ver el inicio de la proyección. Ella escogió los asientos: en realidad daba igual, lo único que importaba es que yo estuviera a su lado; además me parece que el ángulo desde el cual se mira una película no cambia la percepción de la esencia de la misma.

El video comenzó y ella, sin cuidado alguno, se adueñó de mi brazo y descansó su cabeza sobre mi hombro; luego yo recargué la mía ligeramente sobre la suya: era gracioso pensar que aquello lucía como el abrazo de dos cabezas…

Por veces escapábamos del trance ante la historia de aquella proyección para mirarnos y sonreírnos… Todo era mágico, todo era perfecto, todo era adecuado, todo era debido…

Cuando alguno se cansaba de la posición en la que nos encontrábamos, bastaba un pequeño movimiento para reacomodarnos, pero siempre buscando la manera de tener un contacto cariñoso: yo la abrazaba y ella descansaba en mi pecho o simplemente nuestros dedos se entrelazaban.

Hubiera podido besarla en cualquier momento: estaba ya más allá del alcance del rechazo. Cualquier momento y cualquier lugar parecían ser perfectamente adecuados para cerrar el trato de nuestras vidas, pero yo seguía creyendo que podía perfeccionar lo perfecto y, además, aunque era más que certero el hecho de que estábamos destinados el uno al otro, existía, no obstante, cierta incertidumbre en el cortejo del amor que produce repentinas y divinas desesperaciones emocionales que se pretenden callar y controlar: algunos de éstos intentos fracasan y elevan el ego del otro, aunque se trata aquello de un ego raro, más altruista que egoísta, pues hay cierta reciprocidad en donde ambos ascienden hacia una dimensión mágica, a un paraíso inmaterial exclusivo para dos: el cortejo que precede a las relaciones amorosas tiene la finalidad de idealizar el futuro de ese amor que ambos compartirán y que habrán de construir.

Aquella incertidumbre nos molestaba de una manera dichosa y sublime… Nuestro destino dependía del tiempo: cada segundo que transcurría parecía ser más largo que el anterior: habíamos trascendido la cuestión del “qué”, éramos indiferentes al “por qué”, el “cómo” y el “dónde” carecían de mucha importancia, y entonces, todo el poder se concentraba en el “cuándo”, y eso nos mataba el alma en un modo exquisito y nos producía una deliciosa arritmia en nuestros corazones: era como escoger un gran regalo que debe abrirse hasta la fecha adecuada…


Esperar el momento perfecto para sellar el amor perfecto con el beso perfecto de la persona perfecta, era, pues, también perfecto… Y es que justamente el encanto del enamoramiento es que no lleva a un lugar edénico, una dimensión metafísica en donde no existen los errores, sólo la magia…

(continuará...)

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