Las Angustias de Dios: Volumen 3 (PRIMERA PARTE)

¿Crees en el amor a primera vista…? –pregunté de pronto y ella sonrió –.

Hubo un momento de silencio en donde sólo hubieron miradas dulces.

–Cuéntame de tus días en la cárcel… –luego me dijo intrigada ella, aquella interesante chica que tenía frente a mí; y lo decía sin espantarse, sin cohibirse ni avergonzarse entre palabras, como si hablar de mis días en prisión fuera lo mismo que hablar de mis días en el colegio; y mientras hacía su petición, recargaba el codo sobre la mesa y, en el mismo brazo, sostenía su barbilla sobre la palma de su mano –. Cuéntame, ¿qué pensaste al salir?, ¿qué hiciste cuando saliste de ahí…?

Ni siquiera sabía su nombre aún y ya hablábamos de los más ignominiosos, los peores y más oscuros días de mi vida… Recién le conocía aquella tarde: parecíamos tener prisa por sabernos y entendernos, pero estábamos tranquilos y sonrientes.

Ella no era esbelta, pero tampoco parecía tener sobrepeso, y es que tenía unas amplias caderas que parecían hacer el engaño entre una y otra cosa; el hecho de que la silueta de su abdomen se ocultara debajo de una blusa amarilla semi-escotada, en ese vacío que se formaba entre sus redondeados y firmes pechos y sus provocativas caderas, justamente ese enigma carnal –insisto– la hacía infinitamente atractiva; y es que una de las mejores seducciones que puede proyectar una mujer, no está en el hecho de mostrar sus cualidades corporales, sino en saber sembrar curiosidades a los ojos masculinos.

Así, pues, aquélla llamó mi atención de inmediato, y en el momento en que la vi mi atisbo fue robado: ella se adueñó de mi mirada y me fue prohibido cambiar el ángulo de mi vista.

Era joven y tenía un cutis liso y firme, ligeramente aterciopelado, como la piel de una nectarina. Su estructura facial era casi circular, con facciones redondeadas y una nariz corta y abultada por la punta: seguro tenía un toque libanés en sus genes.
Su boca…esa hablaba por sí sola: su labio inferior era, en un modo perfectamente proporcionado, mucho más ancho que el otro: unos labios así debían nacer sabiendo besar.
Su rostro se adornaba con un par de profundos y penetrantes ojos noguerados, pero que a veces, a contraluz, se percibían como dos pupilas negras circunscritas por un par de soles de miel: era como mirar de cerca un eterno eclipse cósmico; aquel par acuoso me miraba estático, casi sin parpadear; y tenían, además, un extraño modo de rutilar, lo que producía un efecto tembloroso en ellos: se notaban alegres y juguetones, y cuando decidían moverse lo hacían con sorprendente rapidez, luego atacaban un punto a lo lejos y se detenían nuevamente inmóviles por un par de segundos: tiempo que parecía suficiente para que ella se fuera de este mundo y regresara otra vez…
Coqueteaba sutilmente con sus gestos, cosa que la hacía infinitamente atractiva, pues con esto hacía entender que era ya una mujer por dentro pero que aún contaba con la belleza y la inocencia de un cuerpo adolescente.
Tenía el cabello naturalmente castaño claro, casi rubio y con repentinas mechas aclaradas. Su corte era largo, ondulando hasta llegar a sus hombros, los cuales parecían batallar por apoderarse del cuello de la blusa amarilla.
Sonreía de modo inteligente y provocativo, como alzando más una comisura que la otra.


Yo estaba obligado por el encanto a devolver involuntariamente todas y cada una de sus sonrisas…

(continuará...)

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