Las Angustias de Dios: Volumen 3 (OCTAVA PARTE)

Ahora necesitamos una buena película para comernos las gomitas que robaste –dijo Mica de pronto y luego apuntó su mirada hacia un rincón de la plaza, donde estaba un pequeño lugar llamado Cinemanía, el cual parece tener cierto enfoque hacia el género de ‘cine de arte’: algunos estrenos, otros meros clásicos–.
Pero… parece que no tenemos mucho dinero… –comenté un poco preocupado –.
Ya veremos qué pasa…

Nos dirigimos al lugar, el cual tenía un pequeño bar cerca de la entrada: era un local pequeño con unas tres reducidas salas de cine, aunque en realidad el hecho de que fueran reducidas le daba un toque más personal, más cómodo y hogareño; además, el lugar tenía la gustosa política de vender cerveza y toda clase de ‘cocktails’ para disfrutarlos dentro de las salas, y es que en la entrada/salida del local, había una pequeña sección de bar, diseñada sutilmente con colores claros, cálidos y amigables y con una simétrica ‘pizarra’ dispuesta detrás, sobre la pared, que daba frente a los ojos del cliente: ahí se mostraban los afiches de algunas películas y, debajo de éstos, una especie de menú/carta con los nombres y precios de algunas bebidas y otros productos; tanto la ‘pizarra’ como la barra tenían acabados de madera falsa, lo que terminaba por darle al lugar una apariencia acogedora.

Habían también unas dos o tres pequeñas mesas que hacían juego con el resto del escenario, lo cual me pareció una astuta estrategia por parte de los dueños del lugar, pues ahí los clientes podían sentarse y conversar antes y/o después de entrar a la sala cinematográfica; y es que, después de todo, el hecho de que el cine sea un arte tan personal (esto es, que requiere un ensimismamiento constante del espectador: el ‘séptimo arte’, a diferencia de otras artes, es generalmente concreto más que abstracto, y por tanto, debe hilarse con la intención de ser entendida, luego depende así de la plena atención y silencio del espectador), así pues, resulta que el ‘postre’ después de un filme, es precisamente el intercambio de comentarios, ya sean razonamientos, opiniones y conjeturas, o ya fueren sentimientos, emociones y acercamientos personales hacia ciertos recuerdos o experiencias en la vida de cada quien: por ello, resulta bellamente raro el hecho de que, aun cuando el arte del cine se admira en solitario, muy poca gente está dispuesta a sentarse sola entre las butacas de una sala de cine: un filme no termina con el final de su narrativa, sino con la colisión de los mundos individuales del público en una conversación. Así, pues, resulta astuto llevar al cine a una persona que se pretende conocer para luego sentarla en una misma mesa detrás de una taza de café, pues la historia de la película servirá como una detallada experiencia de la que ambos pueden hablar cómodamente; y es que de otro modo, las personas se obligan a hablar sobre su pasado y sus tendencias futuras, sus gustos y disgustos, sus lógicas y visiones de vida, cosas que por su naturaleza personal están condenadas a acompañarse de ciertos secretos íntimos, lo que peligra la imagen del sujeto frente a los prejuicios del otro: generalmente las primeras pláticas entre gente desconocida comienzan a través de un ‘algo’ tercero pero con cierta esencia compartida: el clima, las circunstancias del momento, la situación actual de la región donde se encuentran, las noticias más vigentes o alguien a quien ambos conocen, pues resulta conveniente apuntar la lengua hacia situaciones lejanas a la conciencia y a la moral de uno mismo, cosas que no requieren mostrar la sinceridad esencial que forman a nuestra persona: la gente se tienta y se mide antes de atreverse a conocer, pues nuestra rara naturaleza de ser entes individualistas pero con necesidades sociales, nos brinda un instinto de temor hacia la crítica de nuestros semejantes; y es que parece que nuestra necesidad social estriba precisamente en la curiosidad de entendernos a nosotros mismos como un ser aparte y solitario: la existencia de otros seres semejantes a nosotros nos obliga a formar relaciones interpersonales para medirnos y comprender que, al parecer, existen ciertos ‘deberes’, ciertos ‘quereres’, ciertas ‘necesidades’, ciertos ‘poderes’ y ciertos ‘límites’ a través de los cuales debemos de adecuar nuestra conducta, esto con la finalidad de sentirnos útiles, aceptados y adaptados para sabernos como un ‘alguien’ que forma parte de un ‘algo’, lo cual nos brinda cierta razón para existir, cosa que resulta mucho más conveniente que aceptar el hecho de que, en realidad, somos un ser único condenado a la soledad: es mucho más práctico darle una mayor importancia a un mundo exterior y material que sumergirnos en la infinidad de nuestro universo de pensamientos intrínsecos, y es que un mundo limitado y ordenado nos otorga la idea de creer que sabemos dónde estamos y a dónde vamos, mientras que dentro del vacío de nuestra propia locura habremos de perdernos: la materia concreta que percibimos a través de nuestros sentidos nos guía y nos da la sensación de estabilidad, lo cual nos calma la angustia de sabernos solos, de otro modo estaríamos varados en el infinito de nuestra mente, no como ciudadanos del mundo, pero como un dios sin mundos qué gobernar: el universo exterior tiene ciertas fuerzas y leyes que le rigen y establecen, la infinitud del pensamiento es pura incertidumbre, y lo incierto provoca temor en el hombre. Así, pues, la sociabilidad sirve como una vacuna con efectos de ‘control’, y aunque falsa, brinda un alivio para que el individuo pueda llevar una vida libre de preocupaciones ontológicas: la “realidad” es, efectivamente, un mundo falso que nos libera de la verdadera realidad: el interior de nuestras mentes: lo que en realidad llamamos “realidad”, no es, realmente, una realidad… Luego dos mundos que pretenden ser igualmente verdaderos no pueden coexistir a la vez: la más grande condena de nuestra raza es la eterna y constante faena de mediar entre dos mundos en querella: la verdadera misión del hombre en esta vida es ser portero de los mundos: la raza del hombre se aparece como víctima entre la espada (mundo exterior) y la pared (mundo interior)…

(continuará...)

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