Las Angustias de Dios: Volumen 3 (TERCERA PARTE)

Ella insistió en que yo debía ser quien comenzara a contar la historia de su vida, con el infantil pretexto de que ella era quien pagaría por la pizza; y es que en ella lo “infantil” era algo seductor y fascinante: precisamente su encanto estribaba en esa misteriosa inocencia de certeza dubitable que proyectaban sus actitudes y sus modos.
Finalmente yo cedí ante tal demanda, con la condición de que luego ella debía contarme sus vivencias, a lo cual ella acordó.

Pero, primero dime, ¿cuál es tu nombre…?
Louis –respondí –. Y, ¿el tuyo…?
Mica –contestó, y, no sé si por el dulce sonido de su voz o por el hecho de estar encantado ante la presencia de tal criatura, pero su nombre me pareció el más divino y hermoso sobre la Tierra: pudo ella llamarse Satán, Lucifer, Belcebú o Mefisto e igualmente me hubiera parecido más dulce y angelical que el más bello y tierno querubín: ella era el Edén y los ángeles meros accesorios del paisaje…
–Muy bien, Mica… Te cuento… Yo era una persona normal, como cualquier otro ciudadano: aceptado y adaptado, con cierto grado de responsabilidad, con un empleo que me brindaba la sensación de ser útil, poseía un techo, ciertos lujos, etcétera… Pero luego me sucedió una noche que cambió mi vida por completo…

Y entonces me vi contando la historia de aquella noche en que había salido tarde de la oficina, bajo aquel diluvio, en donde la batería de mi celular había muerto y la gasolina del coche se había agotado. Luego le conté sobre “El Gran Huracán de Saturno”, pero había algo raro en los gestos de Mica cada que yo mencionaba a tal personaje: quizás le recordaba a alguien, a un padre alcohólico tal vez… Temí que en algún momento ella fuera a levantarse de su asiento y salir por las puertas del lugar; entonces decidí no detenerme mucho en los sucesos que involucraran a tal personaje.

Concluí mi historia sin mencionar el hecho de que fui inculpado y encarcelado por agresión e intento de violación después de aquella noche por culpa de aquélla misma que me había golpeado y dejado tirado, ensangrentado y desmayado, en medio de la acera de aquella mañana. Pero Mica resultó ser bastante inteligente e insistió en que aquella anécdota no explicaba el hecho de que yo estuviera bebiendo en un bar en el Centro de Tlalpan en la tarde de un lunes…

Habíamos mutilado y asesinado a la pizza para ese momento, y yo ya comenzaba a sentir el mareo de las copas…
Suspiré y luego miré la botella de cerveza… Ella entonces acarició mi hombro…

Cuéntame… –dijo ella –. Te prometo que no haré nada que te haga sentir incómodo: no me voy a reír y tampoco te voy a juzgar…

No tuve otra opción que armarme de valor y contarle la verdad…

Y entonces, salí de la cárcel hace apenas unos meses… –terminé diciendo después de confesarme–. MI vida está acabada: sólo sueño con morirme pronto… Estoy solo: solamente veo espaldas en la gente… Y es que más juicio te hacen las personas en la calle que el juez en el juzgado: más te juzga el mundo que el sistema legal del Estado… La justicia presume de ser ciega, pero el prejuicio del hombre tiene un atento y descarado par de ojos –hacía muchos años que yo no derramaba una lágrima, pero ahora rodaba una por mi mejilla: logré contener los espasmos musculares de mi rostro, pero mi voz no obedecía: vacilaba, se pausaba, se apagaba, se quebraba, se moría –. Y ahora… ahora que… ahora que lo sabes… ahora… ahora puedes irte por esa puerta… Vete… Créeme, yo lo entenderé…

Hubo una pausa terrífica…

¡Tendría que ser yo una persona terrible, oportunista y egocéntrica para levantarme e irme…! Te quejas del prejuicio que la gente hace sobre ti, pero tú también asumes que yo soy como cualquiera…

¡No podía creerlo! ¡Ella no sólo no se había ido, sino que estaba decidida a quedarse! Yo, endemoniado delincuente y vicioso, estaba frente al ángel más puro y celestial… y parecía haber una química perfecta entre ambos…

Ella tomó mi cerveza, la liberó de mis manos y la puso frente a ella; luego tomó su refresco de limón y lo arrastró de modo que quedó frente a mí.

Cambiemos… –susurró del modo más jovial y juguetón –.

Yo acepté con una sonrisa. Después llevó la cerveza a su boca y le obsequió un pequeño sorbo… Su frente se arrugó y su mandíbula cayó ligeramente en gesto de asco…

¡Guácala! –exclamó –. Yo no sé cómo a la gente le puede gustar esto… ¡Sabe demasiado amargo!

En ese momento pensé: la boca que desprecia amarguras debe tener los labios más dulces…

Yo debí tener cara de idiota con tanta sonrisa y con tales miradas avasalladas, y ella debió reconocer que me tenía atrapado, pues me sonrió de tal forma que me hizo ver una posibilidad que hasta ahora se me había aparecido como algo imposible: el amor…


De fondo sonaba “All You Need Is Love” de “The Beatles”, y en ese instante vi un futuro que hasta ese momento parecía estar oculto, vi una esperanza en mi vida, una razón para vivir, una motivación para superarme, la misión de verme feliz a través de hacerla feliz a ella: me imaginé viviendo con ella en una casa blanca con un verde jardín frontal y una pequeña reja blanca rodeando aquello… Dejaba de ser ese ‘yo’ que había crecido en mí durante tanto tiempo: estaba abandonando a mis instintos y a mi razón para entregarme a mis sentimientos y emociones… Me estaba enamorando y yo lo estaba aceptando… Pasé de ser el sujeto más mísero a el más afortunado de los hombres…

(continuará...)

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