Las Angustias de Dios: Volumen 3 (QUINTA PARTE)

Cuéntame de tus días en la cárcel… Cuéntame, ¿qué pensaste al salir?, ¿qué hiciste cuando saliste de ahí…?
–Antes que nada, dime, ¿crees en la justicia…?

En realidad esta última pregunta tenía intenciones retóricas, pues no esperaba que ella contestara aquello, por lo que, antes de que un sonido saliera de sus labios, respondí yo mismo a mi pregunta…

La justicia… ¡Ay!, el más amplio y fuerte cimiento de todo pueblo a través de la longeva historia del hombre… Es la columna vertebral sobre la que se erigen las sociedades organizadas de la raza humana… Pero se trata de una columna que podemos quebrar en unas cuantas oraciones si tenemos dos cosas: la epifanía de una duda y la lógica suficiente en el razonamiento de un hombre…

Mica pronto quedó intrigada ante mis palabras, como si aquello fuera producto de algo que yo hubiera razonado en ese preciso instante… En realidad se trataban de elucubraciones que yo había formulado en mi mente desde hacía tiempo; y es que encerrado entre cuatro paredes, uno tiene mucho tiempo para pensar en muchas cosas… Una de aquellas cosas resultó ser un “pequeño ensayo” sobre la justicia…

La justicia… –continué –. La más grande mentira que el hombre se ha creado para engañarse a sí mismo ante la ilusión de una armonía social… Es un concepto que, además de presentarse como algo que “debe ser”, se muestra, en muchas otras ocasiones, como una ley espiritual, un camino metafísico, una tendencia sobre-humana o un mandato religioso…

Mica me miraba fijamente, y aquello me gustaba, me elevaba el ego, me inflamaba la autoestima…

La justicia es en realidad algo verdaderamente inexistente, antinatural, extra-mundano y, sobre todo, falso… La justicia se pretende y se asume, pero jamás se comprueba ni se demuestra; no existe en las fuerzas de la naturaleza: si en un tsunami mueren cinco personas o diez millones de individuos, al universo parece darle igual; la justicia se disfraza como un valor de perfección, pero su esencia se presenta con obviedades imperfectas… ¿Por qué…? Porque la justicia es una circunstancia utópica: sus bases y sus metas son plenamente subjetivas y meramente relativas: la justicia de unos es la injusticia de otros…

La divina niña que tenía a mi lado permanecía muda…

Y es que la “justicia”, en cualquiera de sus significados, se condena a sí misma, pues siempre tenderá a volverse “injusticia”: para hacer valer lo justo se requiere de una obligación, de una devaluación de la voluntad de un hombre, de una denigración de su inteligencia (opinión) humana… La obligación es, por tanto, injusta…
La obligación es aquello que trata sobre la imputación que un hombre produce sobre otro hombre, generalmente con la intención de obtener un beneficio mejor o mayor sobre aquél otro… Podemos notar con obviedad, entonces, que el mismo significado del concepto “obligar” resulta en una injusticia y en la desigualdad entre personas…
Encarcelar a una persona es obligar a dicho sujeto a ser encerrado, privado de su libertad…
Verás: en este mundo, se considera a la obligación como un recurso para hacer regir la justicia de un gobierno… ¡Qué estupidez pensar que la injusticia es el arma para lograr que reine la justicia de una nación…!
Y no obstante, así es como sucede…

Tomé la cajetilla de cigarros que guardaba en el bolsillo delantero de mi camisa y tomé uno… Lo encendí y continué hablando…

–Y es que la justicia pretende homologar las morales individuales de todas y cada una de las personas de una nación, lo cual resultará imposible siempre que toda persona sea distinta una de otra…
La justicia es la idea de robotizar el alma de los humanos…

Hice una pausa para inhalar un par de veces el humo de mi tabaco…

Yo fui víctima de la injusticia de la “justicia” de los hombres…. Fui engañado ante la idea de que en este mundo se condena el “mal” y se premia el “bien”…
No cabe duda que la justicia es el más viejo y roto tapiz con que se adornan los muros de la humanidad: es la más putrefacta basura que aromatiza las calles de la Ciudad de México... Y es que la belleza irónica de la naturaleza del hombre nos muestra que la vista y el olfato, son sentidos que se acostumbran y adaptan a la percepción del medio… Nos hemos acostumbrado al hedor de la injusticia urbana… Nos han hipnotizado ante la idea de que la justicia es un valor alcanzable… La justicia pretende ‘dar’ a quien merece, pero la idea de ‘merecer’ conlleva el juicio de ‘alguien’ que diga quién debe ‘recibir’ lo que se da, y entonces surge la paradoja interminable: ¿quién merece ser juez y, entonces, quién merece ser juez de jueces…?

Fumé nuevamente…

Y bajo tal razonamiento es que yo salí del Reclusorio Norte, después de haber sido encerrado durante algunos largos y tortuosos meses… Salí y estaba solo, sin dinero, sin familia ni amigos… Todos te cierran las puertas después de pisar la cárcel…

A cada palabra que decía, yo fumaba más intensamente, como si entre el humo del cigarro se desvaneciera mi vergüenza…

Lo primero que hice al atravesar el portón de la prisión fue respirar hondo… mas no aire limpio, sino el humo de los escapes de los automóviles en pleno tránsito pesado… Cualquiera se imaginaría salir de la cárcel y ver un paisaje solitario, en medio de la nada, en algún punto de alguna carretera en las afueras de la ciudad… tal como te lo pintan en las películas de Hollywood…
Pero no: aquí salías de la cárcel y el tráfico de coches estaba a casi dos metros de distancia… ‎La metrópoli mexicana en todo el esplendor de su porquería…

Terminaba ya mi cigarrillo…

–¡Acababa de salir de la cárcel y todo parecía funcionar sin problemas, del modo más indiferente: nadie parecía sospechar siquiera que yo era un delincuente recién liberado! Mica, no tienes idea de cómo me enfureció pensar en eso… Pensar que fui víctima de la injusticia y que mi tragedia le valiera madres al mundo y toda su gente… ¡Salí odiándolo todo!

Cualquier otra persona hubiera huido de mí en ese momento, pero no Mica… En los años posteriores yo habría de descubrir la divina y más grande cualidad que tenía ella: ponerse en los zapatos de los demás…

Ya no hablemos de eso ahorita… –dijo ella –. Ya tendremos todo el tiempo del mundo para hablar de todo… Por el momento, hagamos de esta tarde un gran día, ¿te parece?

Yo me limité a sonreír al mismo tiempo en que encendía otro cigarro… Tal vez el hecho de que ella hubiera insistido en que yo le hablara del tema, y el hecho de que luego ella misma me callara de seguir hablando sobre aquello, tal vez –insisto– fue alguna estrategia suya para meterme en el “confesionario” de mi vida y, así entonces, liberarme de mis angustias y formar cierto un lazo de confianza entre nosotros: al revelarse los secretos del alma, las apariencias desaparecen y el corazón se vuelve más ligero… luego hay mucho entendimiento entre corazones livianos…
Mica realmente era mucho más inteligente de lo que dejaba mostrar…

Preferiría que no fumaras… –comentó ella de pronto –.

Esas últimas palabras bastaron para mostrarme esclavo de sus deseos: esa pesadumbre de la que tanto cuesta liberarse en tantos hombres para alejarse de sus vicios, en mí había resultado cosa muy sencilla lograrlo. Ella, con sus palabras había aliviado mi vicio: en tan sólo un par de horas ella había logrado tenerme a sus pies… ¡¿Cómo no amar inmediatamente a quien muestra desde un inicio una real preocupación por la salud de uno mismo?!
Arrojé el cigarrillo al suelo y lo pisé con la suela del zapato, luego recogí la colilla y la tiré al bote de basura –no quería verme mal– e inmediatamente hice lo mismo con toda la cajetilla… No volvería a tocar un cigarrillo en mucho tiempo…

(continuará...)


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