–Cuéntame de tus días en la cárcel… Cuéntame,
¿qué pensaste al salir?, ¿qué hiciste cuando saliste de ahí…?
–Antes que nada, dime, ¿crees en la justicia…?
En
realidad esta última pregunta tenía intenciones retóricas, pues no esperaba que
ella contestara aquello, por lo que, antes de que un sonido saliera de sus
labios, respondí yo mismo a mi pregunta…
–La justicia… ¡Ay!, el más amplio y fuerte
cimiento de todo pueblo a través de la longeva historia del hombre… Es la
columna vertebral sobre la que se erigen las sociedades organizadas de la raza
humana… Pero se trata de una columna que podemos quebrar en unas cuantas oraciones
si tenemos dos cosas: la epifanía de una duda y la lógica suficiente en el
razonamiento de un hombre…
Mica
pronto quedó intrigada ante mis palabras, como si aquello fuera producto de
algo que yo hubiera razonado en ese preciso instante… En realidad se trataban
de elucubraciones que yo había formulado en mi mente desde hacía tiempo; y es
que encerrado entre cuatro paredes, uno tiene mucho tiempo para pensar en
muchas cosas… Una de aquellas cosas resultó ser un “pequeño ensayo” sobre la
justicia…
–La justicia… –continué –. La más grande mentira que el hombre se ha
creado para engañarse a sí mismo ante la ilusión de una armonía social… Es un
concepto que, además de presentarse como algo que “debe ser”, se muestra, en
muchas otras ocasiones, como una ley espiritual, un camino metafísico, una
tendencia sobre-humana o un mandato religioso…
Mica me
miraba fijamente, y aquello me gustaba, me elevaba el ego, me inflamaba la
autoestima…
–La justicia es en realidad algo
verdaderamente inexistente, antinatural, extra-mundano y, sobre todo, falso… La
justicia se pretende y se asume, pero jamás se comprueba ni se demuestra; no
existe en las fuerzas de la naturaleza: si en un tsunami mueren cinco personas
o diez millones de individuos, al universo parece darle igual; la justicia se
disfraza como un valor de perfección, pero su esencia se presenta con
obviedades imperfectas… ¿Por qué…? Porque la justicia es una circunstancia
utópica: sus bases y sus metas son plenamente subjetivas y meramente relativas:
la justicia de unos es la injusticia de otros…
La
divina niña que tenía a mi lado permanecía muda…
–Y es que la “justicia”, en cualquiera de sus
significados, se condena a sí misma, pues siempre tenderá a volverse
“injusticia”: para hacer valer lo justo se requiere de una obligación, de una
devaluación de la voluntad de un hombre, de una denigración de su inteligencia
(opinión) humana… La obligación es, por tanto, injusta…
La obligación es aquello que trata sobre la imputación
que un hombre produce sobre otro hombre, generalmente con la intención de
obtener un beneficio mejor o mayor sobre aquél otro… Podemos notar con
obviedad, entonces, que el mismo significado del concepto “obligar” resulta en
una injusticia y en la desigualdad entre personas…
Encarcelar a una persona es obligar a dicho sujeto a ser
encerrado, privado de su libertad…
Verás: en este mundo, se considera a la obligación como
un recurso para hacer regir la justicia de un gobierno… ¡Qué estupidez pensar
que la injusticia es el arma para lograr que reine la justicia de una nación…!
Y no obstante, así es como sucede…
Tomé la
cajetilla de cigarros que guardaba en el bolsillo delantero de mi camisa y tomé
uno… Lo encendí y continué hablando…
–Y es que la justicia pretende homologar las morales
individuales de todas y cada una de las personas de una nación, lo cual resultará
imposible siempre que toda persona sea distinta una de otra…
La justicia es la idea de robotizar el alma de los
humanos…
Hice
una pausa para inhalar un par de veces el humo de mi tabaco…
–Yo fui víctima de la injusticia de la “justicia”
de los hombres…. Fui engañado ante la idea de que en este mundo se condena el
“mal” y se premia el “bien”…
No cabe duda que la justicia es el más viejo y roto tapiz
con que se adornan los muros de la humanidad: es la más putrefacta basura que
aromatiza las calles de la Ciudad de México... Y es que la belleza irónica de
la naturaleza del hombre nos muestra que la vista y el olfato, son sentidos que
se acostumbran y adaptan a la percepción del medio… Nos hemos acostumbrado al
hedor de la injusticia urbana… Nos han hipnotizado ante la idea de que la
justicia es un valor alcanzable… La justicia pretende ‘dar’ a quien merece,
pero la idea de ‘merecer’ conlleva el juicio de ‘alguien’ que diga quién debe
‘recibir’ lo que se da, y entonces surge la paradoja interminable: ¿quién
merece ser juez y, entonces, quién merece ser juez de jueces…?
Fumé nuevamente…
–Y bajo tal razonamiento es que yo salí del
Reclusorio Norte, después de haber sido encerrado durante algunos largos y
tortuosos meses… Salí y estaba solo, sin dinero, sin familia ni amigos… Todos
te cierran las puertas después de pisar la cárcel…
A cada
palabra que decía, yo fumaba más intensamente, como si entre el humo del
cigarro se desvaneciera mi vergüenza…
–Lo primero que hice al atravesar el portón
de la prisión fue respirar hondo… mas no aire limpio, sino el humo de los
escapes de los automóviles en pleno tránsito pesado… Cualquiera se imaginaría
salir de la cárcel y ver un paisaje solitario, en medio de la nada, en algún
punto de alguna carretera en las afueras de la ciudad… tal como te lo pintan en
las películas de Hollywood…
Pero no: aquí salías de la cárcel y el tráfico de coches
estaba a casi dos metros de distancia… La metrópoli mexicana en todo el
esplendor de su porquería…
Terminaba
ya mi cigarrillo…
–¡Acababa de salir de la cárcel y todo parecía funcionar
sin problemas, del modo más indiferente: nadie parecía sospechar siquiera que
yo era un delincuente recién liberado! Mica, no tienes idea de cómo me
enfureció pensar en eso… Pensar que fui víctima de la injusticia y que mi
tragedia le valiera madres al mundo y toda su gente… ¡Salí odiándolo todo!
Cualquier
otra persona hubiera huido de mí en ese momento, pero no Mica… En los años
posteriores yo habría de descubrir la divina y más grande cualidad que tenía
ella: ponerse en los zapatos de los demás…
–Ya no hablemos de eso ahorita… –dijo
ella –. Ya tendremos todo el tiempo del
mundo para hablar de todo… Por el momento, hagamos de esta tarde un gran día,
¿te parece?
Yo me
limité a sonreír al mismo tiempo en que encendía otro cigarro… Tal vez el hecho
de que ella hubiera insistido en que yo le hablara del tema, y el hecho de que
luego ella misma me callara de seguir hablando sobre aquello, tal vez –insisto–
fue alguna estrategia suya para meterme en el “confesionario” de mi vida y, así
entonces, liberarme de mis angustias y formar cierto un lazo de confianza entre
nosotros: al revelarse los secretos del alma, las apariencias desaparecen y el
corazón se vuelve más ligero… luego hay mucho entendimiento entre corazones
livianos…
Mica
realmente era mucho más inteligente de lo que dejaba mostrar…
–Preferiría que no fumaras… –comentó ella
de pronto –.
Esas
últimas palabras bastaron para mostrarme esclavo de sus deseos: esa pesadumbre
de la que tanto cuesta liberarse en tantos hombres para alejarse de sus vicios,
en mí había resultado cosa muy sencilla lograrlo. Ella, con sus palabras había
aliviado mi vicio: en tan sólo un par de horas ella había logrado tenerme a sus
pies… ¡¿Cómo no amar inmediatamente a quien muestra desde un inicio una real
preocupación por la salud de uno mismo?!
Arrojé el cigarrillo al
suelo y lo pisé con la suela del zapato, luego recogí la colilla y la tiré al
bote de basura –no quería verme mal– e inmediatamente hice lo mismo con toda la
cajetilla… No volvería a tocar un cigarrillo en mucho tiempo…(continuará...)
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