El vino
parecía evaporarse de mi sangre y sus efectos pronto se esfumaron, casi sin yo
darme cuenta de aquello…
–Acompáñame… –dijo Mica repentinamente –.
–¿A dónde…? –inquirí –.
–A Loreto…
–¿A la plaza…?
–Sí.
–¿A qué?
–A pasear…
–Pero, podemos pasear aquí…
–O podemos pasear allá…
–Pero… Me refiero a que… Bueno, digo… ¡¿Para
qué movernos de aquí para hacer lo mismo en otro lugar?!
–Porque hacer lo mismo en lugares distintos no es,
exactamente, hacer lo mismo, ¿o sí…?
Mica
tenía un modo raro de ver las cosas, de manera que muchas veces parecía absurdo
lo que decía, pero que a la vez lograba mostrarlo con una obviedad irrefutable.
–Lo que quiero decir es que…
–¿Tienes algo mejor qué hacer?
–interrumpió ella y yo no pude hacer más que sonreír –.
–¿Cómo piensas que nos vayamos…? Yo no tengo
coche…
–Transporte público…
–Y, te das cuenta que justamente es hora
pico, ¿cierto…?
–Louis –dijo ella mirándome a los ojos
del modo más tierno y encantador –, todo
en la vida puede ser sencillo o complicado, positivo o negativo… Nada es bueno
o malo por naturaleza, sino por el mero juicio de las personas… ¡Todo depende
de la actitud!
Desde
luego que me fue inevitable unirme a su actitud alegre, cosa que en realidad no
era mi estilo pero que, asombrosamente, no me sacaba de mi círculo de confort:
ella era ya todo mi confort ahora…
–De acuerdo –dije yo finalmente –. ¡Vamos a Loreto!
Caminamos
agarrados de la mano hasta la Av. De Los Insurgentes: eran unas cuatro o cinco
cuadras, e incluso me parece que tomamos un camino más largo del necesario,
pero a mí se me antojaron como si fueran sólo dos manzanas, y es que a su lado
todo parecía simple, corto, fugaz…
Llegamos
a la estación La Joya y un mar de gente se aplastaba para intentar hacerse de
un lugar en el próximo camión. Hacía un calor infernal y olía a pura
‘humanidad’ ahí dentro. Pero nosotros dos estábamos felices: ni todo el sudor
de la gente ni todo el calor de las masas nos pudieron borrar la alegría; por
el contrario, nosotros reíamos, nos burlábamos, actuábamos como un par de
locos, y es que cuando uno está enamorado el mundo pierde sentido, pues todo se
redujo a una cosa: ella... Nos criticaban y nos compadecíamos, nos miraban con
ojos de odio y reíamos, nos insultaban y contestábamos con cumplidos, nos
aplastaban y nos encantaba la idea de estar más juntos…
El amor
tiene el poder de convertir injurias y desprecios en aires de banalidad;
colorea alegremente con su brillo las más oscuras y tristes ocasiones.
Cuando
se abrieron las puertas del metrobús en la estación Doctor Gálvez, salimos
junto con toda una oleada de gente. Estábamos empapados en sudor y más sonrientes
que nunca: éramos un par de locos que pateaban al mundo como si fuera una
‘lonchera’.
Caminamos
de Insurgentes hacia Revolución y luego cruzando la avenida hacia Plaza Loreto,
siempre tomados de la mano…
(continuará...)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Comentarios? Por favor...