Las Angustias de Dios: Volumen 3 (SEXTA PARTE)

El vino parecía evaporarse de mi sangre y sus efectos pronto se esfumaron, casi sin yo darme cuenta de aquello…

Acompáñame… –dijo Mica repentinamente –.
¿A dónde…? –inquirí –.
A Loreto…
¿A la plaza…?
Sí.
–¿A qué?
–A pasear…
–Pero, podemos pasear aquí…
–O podemos pasear allá…
Pero… Me refiero a que… Bueno, digo… ¡¿Para qué movernos de aquí para hacer lo mismo en otro lugar?!
–Porque hacer lo mismo en lugares distintos no es, exactamente, hacer lo mismo, ¿o sí…?

Mica tenía un modo raro de ver las cosas, de manera que muchas veces parecía absurdo lo que decía, pero que a la vez lograba mostrarlo con una obviedad irrefutable.

Lo que quiero decir es que…
¿Tienes algo mejor qué hacer? –interrumpió ella y yo no pude hacer más que sonreír –.
¿Cómo piensas que nos vayamos…? Yo no tengo coche…
Transporte público…
Y, te das cuenta que justamente es hora pico, ¿cierto…?
Louis –dijo ella mirándome a los ojos del modo más tierno y encantador –, todo en la vida puede ser sencillo o complicado, positivo o negativo… Nada es bueno o malo por naturaleza, sino por el mero juicio de las personas… ¡Todo depende de la actitud!

Desde luego que me fue inevitable unirme a su actitud alegre, cosa que en realidad no era mi estilo pero que, asombrosamente, no me sacaba de mi círculo de confort: ella era ya todo mi confort ahora…

De acuerdo –dije yo finalmente –. ¡Vamos a Loreto!

Caminamos agarrados de la mano hasta la Av. De Los Insurgentes: eran unas cuatro o cinco cuadras, e incluso me parece que tomamos un camino más largo del necesario, pero a mí se me antojaron como si fueran sólo dos manzanas, y es que a su lado todo parecía simple, corto, fugaz…

Llegamos a la estación La Joya y un mar de gente se aplastaba para intentar hacerse de un lugar en el próximo camión. Hacía un calor infernal y olía a pura ‘humanidad’ ahí dentro. Pero nosotros dos estábamos felices: ni todo el sudor de la gente ni todo el calor de las masas nos pudieron borrar la alegría; por el contrario, nosotros reíamos, nos burlábamos, actuábamos como un par de locos, y es que cuando uno está enamorado el mundo pierde sentido, pues todo se redujo a una cosa: ella... Nos criticaban y nos compadecíamos, nos miraban con ojos de odio y reíamos, nos insultaban y contestábamos con cumplidos, nos aplastaban y nos encantaba la idea de estar más juntos…
El amor tiene el poder de convertir injurias y desprecios en aires de banalidad; colorea alegremente con su brillo las más oscuras y tristes ocasiones.

Cuando se abrieron las puertas del metrobús en la estación Doctor Gálvez, salimos junto con toda una oleada de gente. Estábamos empapados en sudor y más sonrientes que nunca: éramos un par de locos que pateaban al mundo como si fuera una ‘lonchera’.


Caminamos de Insurgentes hacia Revolución y luego cruzando la avenida hacia Plaza Loreto, siempre tomados de la mano…

(continuará...)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Comentarios? Por favor...