Las Angustias de Dios: Volumen 3 (DÉCIMA - ÚLTIMA PARTE)

Salimos de la sala y decidimos sentarnos en las mesas del área de “food court” de la plaza, pero antes compramos un helado sencillo… para ambos… Resultó muy conveniente el hecho de que no tuviéramos dinero, pues así, más que comernos el helado juntos, era como besarnos de lejos.

Pensé entonces que aquél sería el cuadro perfecto para encarnar aquel beso tan esperado, mas justo cuando le tomaba por la mano y me decidía a acercarme lentamente a ella, se nos acercó un tipo que vestía ropas viejas y rotas, aunque parecía decente y de buena familia. Nos entregó un pequeño papel impreso que decía:

HOY noche de jazz con el grupo Jazzeline.
Lugar: centro de Plaza Loreto.
Hora: 10:00 p.m.
ENTRADA LIBRE.”

Inmediatamente leí en sus ojos lo que ella pensaba…

¡Vamos! –dijimos ambos al mismo tiempo; luego reímos un poco y nos levantamos de las sillas –.

Caminábamos lento por la plaza, tranquilos, bajo la tenue luz de una luna menguante y las blanquecinas farolas del lugar: ella me tomaba y se enganchaba de mi brazo y a su vez recostaba su cabeza sobre mi hombro: era divino, parecíamos una pareja añeja o acaso un matrimonio, y por primera vez en mucho tiempo yo me sentí como una persona normal, con una razón de vida… Se sentía bien saberse como parte del mundo otra vez…

Llegamos al centro de la plaza, donde ya tocaba la banda joven de jazz con ciertas fusiones de bossa nova: era una música suave pero con ritmos alegres, muy ‘ad hoc’ a la ocasión.

Nos sentamos un momento sobre las gradas de concreto que estaban frente al escenario: éramos solamente nosotros y otra pareja más ubicada del otro lado. El clima comenzaba a refrescar y yo, con una caballerosidad muy conservadora, como salida de una película de Humphrey Bogart, le ofrecí mi chaqueta y la coloqué sobre sus hombros; luego la abracé e hice fricción en sus brazos con mis manos; nos miramos a los ojos y entonces supe que ése era el momento perfecto… Y entonces nuestros labios se encontraron, primero suavemente, luego con tempestuosa elegancia, conociéndonos, experimentándonos, soltándonos pero a la vez cuidando de no perder el estilo, como intentando perfeccionar un momento perfecto…

Tal vez aquel beso duró nada más unos segundos, o quizás fue una eternidad; tampoco sé con certeza si fue realmente uno solo o el conjunto de varios, y es que cada que uno de nosotros pensaba que quizás ya era suficiente e intentábamos separarnos, los labios ajenos perseguían a los otros: ese momento era el MOMENTO de nuestras vidas y no queríamos que tuviera un fin. La banda seguía tocando y a nosotros poco nos importaba aquello, pero de pronto hubo un momento de silencio y las pocas personas a nuestro alrededor comenzaron a aplaudir: no por nuestra unión amorosa, sino porque el grupo había parado de tocar: fue entonces que nos separamos y aterrizamos de nuevo en este mundo…

Luego el vocalista se acercó al micrófono para decir unas palabras…

Gracias, gracias… Muchas gracias… –con estas palabras pretendía apagar los pocos, pero sonoros aplausos del público: la banda parecía ser muy buena –. Gracias… Sí… Muchas gracias… La siguiente canción será la última, pues ya es tarde y la plaza debe cerrar… Esta canción es una de mis favoritas, ya que con ella comencé a tomar gusto por el jazz… Se trata de una hermosa melodía y… bueno… en fin… La canción es “La Vie en rose”, originalmente interpretada por la famosa cantante francesa Édith Piaf por ahí de los años cuarentas… Pero, como yo no soy mujer ni hablo francés, interpretaremos para ustedes la versión del magnánimo Louis Armstrong…

¡Louis! –gritó ella tan alto que todo el mundo pudo escucharla –. ¡Igual que tú…!
Sí… –dije sonrojado –. Fue precisamente por ese jazzista que obtuve el nombre que tengo… Fue lo único que me dejó mi padre… Eso y unos cuantos álbumes de blues y de jazz… –bajé la mirada: hablar de mi padre solía avergonzarme –.

Mica me tomó delicadamente por la barbilla y levantó mi cabeza: yo la miré a los ojos y entonces ella me obsequió una mueca compasiva: era la primera vez que veía esa faceta suya; luego me regaló un pequeño beso solamente rozando mis labios rápidamente. Después pegó su frente con la mía y me miró fijamente a los ojos…

Dicen que todo acto tiene consecuencias en este mundo… ¿Sabes lo que es el “efecto mariposa”…? En pocas palabras dice que el simple aleteo de una mariposa puede cambiar el mundo… Esto quiere decir que el más mínimo detalle en el más simple de los sucesos que ocurren en el más recóndito lugar del planeta, conlleva una consecuencia, y esa consecuencia llevará a otra causa, y ésta a otra más… Es decir, toda acción produce una ‘reacción en cadena’ de causas que logran cambiar al mundo por completo… Si pudiéramos viajar al pasado para mover una simple roca de lugar, tal vez luego al volver al presente, encontraríamos un mundo totalmente diferente… En mi opinión, entonces, el abandono de tu padre es una bendición para mí, pues tal vez si él no se hubiera ido, yo jamás te hubiera conocido, y no hubiéramos podido besarnos… y amarnos…

Ahí estaba nuevamente ese encanto de Mica: siempre encontraba una lógica irrefutable en las cosas…

Ven… –me dijo de pronto al mismo tiempo en que me proyectaba su más fascinante sonrisa; mientras se ponía de pie y me alargaba su mano, como para “ayudarme” a que me levantara –.
¿A dónde vamos…?
–A bailar…
–¡¿Aquí…?!
–Sí.
–¡¿Ahora…?!
–Sí.
–Pero… yo… Yo no bailo… No me gusta…
–Vamos, Louis…

Nunca fui una persona de mucho baile, y en realidad no solía hacerlo por mera vergüenza, pues en realidad no sabía cómo mover los pies… o si debía mover los brazos también… o quizás las caderas… Me vi entonces atrapado entre la ignominia social y la desilusión de Mica… No podía decepcionarla: yo quería ser su héroe… Entonces la tomé de la mano y me levanté…

Pero tú me guías, ¿está bien? –comenté con nerviosismo mientras nos acomodábamos–.
No te preocupes, yo te guío… Pon tu mano izquierda detrás… así… Y con tu mano derecha toma mi mano… Sí, sí, pero no así… Así, mira… Y ahora sólo sigue mis pasos: haz lo mismo que yo… ¡¿Ves?, no es tan difícil, ¿o sí?!
¿Sabes?, creo que en realidad nunca había bailado…
–Entonces no digas que no te gusta bailar, pues es imposible que no te guste algo que no conoces…
–¡Ja! ¡¿Quién hubiera dicho que bailando viviría el mejor momento de mi vida?! ¡Me encanta!

Bailamos con mucha sencillez y monotonía, pero era un baile envidiable, pues no nos movíamos al tempo de la melodía, sino al son de nuestros corazones…
¡Ay, cómo deseaba que la banda no dejara de tocar: que ese instante se transformara en eternidad!

Finalmente la canción llegó a su fin y nuestros pies se detuvieron, sin embargo nuestros brazos nos encadenaron uno al otro, tan cerca que parecíamos un solo ser más que dos individuos…
Mica me miró detenidamente con esos ojos chispeantes que parecían nunca parpadear y entonces sobrevino el más maravilloso de los silencios: esa afonía perfecta que detiene mundos y destruye el tiempo: todo se derritió, dejándonos solos en el vacío de un universo… nuestro universo… el universo del amor…

Louis… –dijo ella de pronto, pero lo hizo con tal gentileza que el sonido de su voz no rompió con el encanto de nuestro mundo ideal –.
Dime… –susurré –.
–¿Estaremos juntos toda la vida…? ¿Me amarás por siempre…?
–Sí, por siempre… Te lo prometo… Te lo juro…

El amor es asombroso: con él no hay absolutamente nada que tenga mayor importancia… Con esa noche a su lado, el resto de la vida me sobraba…

Pintamos ambos las más grandes sonrisas en nuestros rostros; luego pactamos la eternidad de nuestra unión y la infinidad de nuestro amor con el más tierno y sincero de los besos…




FIN.

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