Conversación de una Vinosa Velada

Unos viejos amigos, después de veinte años de no verse, se reencuentran en un bar. Después de unas cuantas copas…

–Pues sí, mi estimado Jorge, me esforcé por ir a la mejor universidad del Estado y busqué la oportunidad de irme de intercambio a una Universidad española; luego aproveché la ocasión de estudiar una maestría en Australia; y, para no hacerte el cuento largo, ahora soy Vicepresidente de una importante compañía global.
Tengo una casa en la ciudad, otra en Cuernavaca, un pent-house en Acapulco, departamento en Vail y un tiempo compartido en Italia, donde voy por lo menos una vez al año en un avión privado que me presta la empresa; asisto a las mejores fiestas impartidas por grandes personajes de la política y otros empresarios distinguidos; me codeo con las personas más importantes de México; tengo una esposa joven y bella, que es la envidia de todo hombre, y dos hijos, una niña de cinco años y un varón de tres, quienes asisten a las mejores escuelas del país; poseo mi propia cava con los mejores vinos que disfruto a lado de mi alberca techada; y, lo mejor de todo, espero que pronto me hagan presidente de la empresa donde laboro, aunque debo aceptar que tengo muy buenas ofertas en otros lados. Y tú, mi querido Jorge, ¿qué haces, a qué te dedicas?

–Bueno, Adrián, pues yo, después de la preparatoria, me metí a estudiar música, donde estuve dos años, pero luego noté que la carrera tendía a volverse muy técnica y poco práctica, con lo que no estuve de acuerdo, pues según yo la música debe ser algo más personal, algo que salga del alma y no de la razón; es decir, no matemáticamente. Después de eso me fui a viajar por la república durante dos años.
Trabajé de mesero en varios restaurantes pequeños; estuve de bar-man en otros tantos; tocaba guitarra en las iglesias; vendía artesanías y luego di clases de “surf” en Puerto Escondido; hubo épocas en que me las vi muy mal, pero siempre tuve el modo de seguir viajando y conociendo gente y nuevas culturas.
Durante ese viaje conocí todo tipo de drogas, pero también aprendí a no abusar de ellas. No me he casado, pero siempre he tenido a alguien a quien amar y que esté a mi lado, y nunca he dejado de tener contacto con las personas que he conocido; en muchas ocasiones tuve oportunidad de ganar mucho dinero, pero implicaba hacerme de enemigos, por lo que nunca acepté.
Después de eso regresé a la Universidad a estudiar Letras Clásicas, donde leí unos doscientos libros de literatura clásica que me ampliaron el criterio, pero tampoco terminé, pues se me presentó la oportunidad de viajar a Sudamérica. Ahí conocí los mejores paisajes del mundo, nadé en las aguas más cristalinas y practiqué todo tipo de deportes acuáticos; entendí la libertad de las aves cuando me aventé de un avión con un paracaídas y del parapente, y entendí la magnificencia secreta de los peces buceando por largos arrecifes y en mar adentro entre tiburones y ballenas; tuve amores de pensamientos profundos que me ayudaron a ver las cosas desde distintos ángulos y, debo aceptar, ahí es donde realmente conocí todo tipo de drogas.
Luego, entre trenes, aventones, barcos y lanchas, logré volver a México, donde me volví profesor de música y me hice de una banda, con quienes hice una gira, nuevamente por todo el país, tocando en varios lugares. Luego que se deshizo el grupo, conseguí ir de viaje a Cuba, donde conocí a uno europeos, quienes me invitaron a su país.
Quedé muy endeudado, pero gracias a esos préstamos logré viajar por Europa, trabajando de cualquier cosa con tal de sobrevivir; luego fui donde solía estar el magnífico Tíbet y aprendí sobre el budismo. Estuve en una casa como aprendiz de monje “shaolin” durante un año, pero luego decidí que yo era demasiado libre para permanecer en un solo lugar; después de muchos esfuerzos logré volver aquí. Y ahora unos viejos amigos de Monterey que vinieron de visita me invitaron unos tragos en este lujoso bar, donde me da gusto encontrarte de nuevo.

–Y, entonces, nunca terminaste una carrera…

–No…

–Y sigues endeudado…

–Muy…

–Y no tienes una esposa ni hijos a quienes llegar a abrazar…

–No, no los tengo…

–Amigo, no me malinterpretes, pero yo creo que has desperdiciado tu vida…

–Es, simplemente, cuestión de puntos de vista… Imagina que los dos nacimos en una gran cueva; a cierta edad, mi curiosidad decidió salir de aquella cueva para ver qué es lo que había allá afuera, mientras tú decidiste quedarte ahí y conocer cada rincón del lugar.
Aprendiste a sacar oro de la cueva y a hacer negocios con los que se paseaban por ahí; Yo no podría decirte cómo debes vivir en la cueva, pues tú conoces cada esquina de ella; pero igualmente tú no puedes juzgar lo que no conoces allá afuera.

–Yo sólo sé que, al final, yo tengo dinero, una familia y una vida estable…

–No todos somos iguales… Cuando sea viejo, si es que llego a serlo, moriré tranquilo, pues hice todo lo que pude por vivir al máximo y conocer todo lo que este mundo podía ofrecerme, tal como me lo rogaba mi alma, mi esencia. Y creo que no moriré sólo, pues, de tantas personas que he conocido, hay a quienes habré tocado el alma y siempre habrá alguien a mi lado. Para ti, tú eres rico, pues tienes todas las comodidades materiales que cualquier hombre envidiaría; pero, para mí, yo soy más rico que tú, pues yo nunca me preocuparé por tener la duda del “qué-hubiera-hecho”; para mí, el que es más rico no es el que más tiene, sino el que menos necesita…

–Salud, amigo mío…

–Salud, y que sea el último trago, pues mañana me voy temprano a surfear a la playa y tú tienes una esposa a quien amar y unos hijos a quienes cuidar… Espero volver a verte pronto y… también espero que, como tú tienes el dinero, pagues por mi trago…

–¡Salud por el éxito!

–¡Salud por la libertad!

Y mientras Jorge salía del bar pensó: “Talvez debí dedicarme a un vida estable…”

Adrián, mientras pagaba la cuenta, se dijo en voz baja a sí mismo: “Talvez debí seguir mis sueños…”

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