¿Alguna vez has sentido que existe cierta suerte extraña que te persigue? ¿Te ha sucedido alguna serie de eventos inesperados que, fuera de molestarte, termina por darte risa?
Algo así es lo que me ha ocurrido recientemente (algo así como en el último mes). Como muchos ya sabrán, todo comenzó cuando se descompuso mi coche y tuve que dejarlo en el taller. Mientras tenía que trasladarme en transporte público, un día caminando, a eso de las seis y media de la mañana, un perro, aparentemente tranquilo y semi-dormido, al pasar yo a su lado, se me abalanzó a mordidas sin razón aparente, cosa que, finalmente, pude conseguir controlar obsequiando un puñetazo sobre la cabeza de dicha bestia.
Después de varias semanas, finalmente mi coche quedó listo, aunque sin explicación alguna, los seguros eléctricos dejaron de funcionar, a lo que realmente no le di mucha importancia. Semanas después llevé el automóvil a verificar, donde, desde luego, no pasó, ya que se le había roto el catalizador, pieza que tuve que cambiar y llevar nuevamente a la verificación (el día de mi cumpleaños), lugar donde tuve que hacerme de palabras que casi llegan a los golpes y que, últimamente, después de varias horas, logró solucionarse (esa misma noche tembló, estando yo en un noveno piso de algún edificio de la Cd. de México). Poco tiempo después, se averió el embrague del coche y tuve que repararlo… Creo que en lo que va del año he gastado más en mi Chevy que el valor total del automóvil en el mercado.
Y entre tanta suerte disparatosa, he comprado un paquete de chicles Trident 18’s sabor yerbabuena que, aún cuando el empaque indicaba claramente que eran precisamente eso, los chicles eran sabor a frutas o tutti-frutti o algo parecido.
La semana pasada fui a ver la película de “Inception” (gran película, debo decir; creo que desde “Matrix” no veía una película con un buen tema a desarrollar y con buenos efectos innovadores) en CInemark Pedregal (un cine bastante descuidado, en el cual el techo literalmente se cae a pedazos), donde, después de hacer una larga cola, pudimos entrar y sentarnos… justo debajo del aire acondicionado. Para cuando salí de la sala ya sentía molestias en la garganta y, desde luego, mi cara decía: “No quiero hablar con nadie; sólo quiero un té y mi cama”; y justo pensaba aquello cuando me encontré al director de la empresa donde laboro. Lo saludé con gusto, pues en realidad es una grata persona, amable y educada, pero estoy seguro que mis gestos indicaban lo contrario…
Después de estar todo el fin de semana enfermo de la garganta, el día de ayer, domingo, al tratar de retirar dinero de un cajero de HSBC (banco que no me agrada en lo absoluto, pero que desafortunadamente me veo obligado a usar), mi tarjeta fue confiscada por el ATM por que ya estaba caduca (¿qué no debí, entonces, recibir la nueva tarjeta por correo?).
Hoy hablé con nuestros finísimos empleados del banco, quienes me aseguraron que tendría mi tarjeta en diecinueve días hábiles (es decir, las próximas dos quincenas tendré que hacer fila en el banco para retirar dinero); además, si quería una tarjeta provisional, podía acudir a una sucursal para que me la obsequiaran… con un costo de $100 MXN + iva por reposición… ¿Reposición? Se la tragó el ATM… yo lo vi…
En fin, esta serie de acontecimientos, digamos, raros, fuera de molestarme, creo que es una buena oportunidad para sonreír marcadamente y amar las imperfecciones de la vida, pues cada detalle que nos saca de la rutina merece una atención que nos marca un recuerdo en la memoria… y es precisamente aquello lo que nos hace sentir vivos.
Que tengas una excelente semana llena de eventos... raros, querido lector...
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