Crónica de una Comida Dominical: Una crítica al Italianni’s

Domingo en la ciudad; mi novia y yo cumplimos cuatro meses de estar juntos y hemos decidido deleitar el paladar con una pasta italiana, por lo que resolvemos ir a Italianni’s. Como tuve el honor de trabajar ese mismo día por la mañana, el tiempo no estaba de nuestro lado, por lo que acertamos que la mejor opción sería ir a la sucursal ubicada en Coapa, la cual era la que quedaba más cerca en ese momento.

En fin, estacionamos el coche y encaminamos nuestras trapas hacia el lugar aquél.

–Buona sera –dice la hostess en un intento de acento italiano, aunque más tirándole a veracruzano.

–¿Dos personas?
–Claro –respondo.
–¿A nombre de quién? –pregunta nuestra italiana jarocha.
–Pablo N****.
–¿Pablo N****? –cuestiona la de la entrada.

En ese momento pensé dos cosas: Primera, mi capacidad de entonar correctamente las palabras ha decaído en los últimos años o, segunda, nuestra anfitriona tiene problemas de audición.

Finalmente somos conducidos a una mesa cerca de la cocina (o de la cucina, como venía en la carta). Tomamos asiento y nos informan que pronto vendrá un mesero llamado Leonardo a atendernos. En el lugar hay demasiado murmullo, mucho ruido, nada de música y muy pocos meseros; se siente un ambiente tenso, acalorado, incómodo.

Esperamos unos cinco minutos y llega aquel Leonardo a dejarnos un par de menús, mientras prepara una especia de salsa para pan en un pequeño plato (una salsa con demasiado vinagre, en mi opinión). Se retira y nos dedicamos a leer la disparatosa carta de alimentos, donde se ofrece la presentación de los platillos a modo de historias italianas, lo que se presta a leer todo aquello.

No habíamos repasado ni la mitad de la carta cuando llega Leonardo a preguntarnos si ya deseábamos pedir; indico que seguimos viendo la carta.

Terminamos de leer la lista de alimentos, y mi novia y yo discutimos acerca de si debiéramos pedir dos platillos o uno para ambos, cuando llega de nuevo aquel que atiende las mesas a preguntar si ya nos podía tomar la orden, a lo que, con un seña, hago entender que más tarde. Cabe recalcar que no me hubiera molestado su impertinencia de haberlo hecho con siquiera una sonrisa, pero la intención era claramente despacharnos en un segundo, pues el lugar estaba repleto.

Finalmente, decidimos pedir una pasta con albóndigas para ambos como entrada, si después de aquello quedábamos con hambre, pediríamos algo más.
Al voltear pudimos observar que Leonardo estaba en ese instante recibiendo a unas tres personas en la mesa de al lado, brindándoles los menús. Una vez que hubo terminado, mi novia le llamó… No hubo respuesta… Volvió a llamarle en tres ocasiones y nada. Mi novia tuvo que levantarse y hacerle señas para que nos dijera: “Ahora los atiendo…”

Debemos aclarar dos cosas: Primera, el mesero que “no escuchó” el llamado de mi novia, estaba a menos de medio metro de ella y, segunda, era claro que el que nos atendía se había propuesto a realizar cierta venganza ante nosotros por no decidir prontamente los alimentos que comeríamos, ya que permaneció inmóvil hasta que la mesa de al lado leyó la carta y ordenó su comida; luego, se dio un tiempo para visitarnos, justo antes de que resolviera pedir que otro mesero nos atendiera.

Después de que hubimos ordenado, le pedí amablemente la carta de vinos, la cual me trajo luego de que se la hube pedido dos veces. Resolví probar el vino de la casa, pues pienso que es algo que habla mucho del restaurante donde se sirve, ya que es, finalmente, un vino que lleva el nombre del lugar.

Finalmente, llega nuestro platillo, el cual tenía una presentación agradable y de buen aroma; no obstante las albóndigas era dos pelotas enormes de carne: Yo hubiera preferido que, con la misma cantidad de carne, hubieran hecho más cantidad de albóndigas y de menor tamaño. Nos servimos (el mesero no tuvo la atención de hacerlo) y nos damos cuenta de que no han traído el parmesano, por lo que tuvimos que pedir que nos lo trajeran… a tres meseros distintos en más de cinco ocasiones…

Después de que nos hicieran el favor de llevarnos un tipo salero casi vacío del queso aquél, tuve que recordar a nuestro atento caballero que me hacía falta mi copa de vino.

Una vez que trajeron mi vinoso pedido, pudimos comenzar con las viandas… Ya se habían enfriado… El vino tenía un ‘bouquet’ demasiado ligero, una textura cuasi-transparente y, al probarlo, un sabor acuoso, con una ligera sensación en la garganta de vino tinto: Efectivamente, era simplemente un vino, probablemente un ‘merlot’, rebajado con agua simple.
Advertí de esto a nuestro bien querido Leonardo, a lo que respondió: “Es el vino de la casa”; no sé tú, querido lector, pero yo, el vino que tomo en mi casa, no lo rebajo con agua. Además, ¿por qué ese instinto de insultar al vino de la casa, si es precisamente del que mejor debiera hablarse?; ¿qué no representa el vino de la casa al lugar, así como él como mesero al nombre del restaurante?

–¿Me quieres decir que aquí el vino de la casa lo rebajan con agua? –pregunté a modo de hacerle ver el error en su respuesta.
–Así viene de la botella…

Dos cosas: O eso es una mentira, o la botella tenía una fuga de agua.
–Permítame un segundo –aclaró finalmente y se metió a la cocina.

Terminé mi platillo (un poco decepcionante, debo decir: Una salsa tipo ‘pomodoro ‘ bastante ácida) y, después, llegó el mesero con una nueva copa de vino:

–Pruébelo por favor, este es una uva distinta…

Lo probé y, debió ser una uva del mismo viñedo, pues el sabor no cambió. Le indiqué que era el mismo vino, pero le comenté que lo dejará así, pues, de cualquier modo, ya había terminado de comer y mi novia empezaba a sentirse mal del estómago (sí, era por el desequilibrio astronómico… perdón, gastronómico, del “Ph” de la comida).

–¿Les retiro? –pregunta nuestro servidor.
–Lo más pronto posible, de favor… y tráeme la cuenta.

Sí, nos quedamos con un poco de hambre y con ganas de un buen postre, pero más dulce fue la idea de podernos retirar de aquel lugar.
Al llegar la cuenta de unos $220 MXN, pensé: Generalmente se deja el 10% de propina; si el servicio es bueno, un 15% y, si excelente, un 20%... Pero, ¿qué pasa cuando el servicio es malo o pésimo? Decidí dejar la mitad de la propina junto con un recado en la nota de la cuenta que versaba:

“Opino que un mal servicio merece la mitad de la propina… Pablo Letras”

Debajo de la nota, un billete de $20 MXN… partido por la mitad.

Créeme, estimado lector, no me dolió partir aquel billete: lo valió cada centavo.



¡Bonita semana a todos!

1 comentario:

  1. De mal gusto tu solución, yo en tu lugar desde el momento que vi que no me atendían correctamente y lo tenso del lugar, el mal clima, el lugar repleto y la falta de meseros, me hubiese parado y buscado otra opción.

    He de admitir que por mucho el error esta en el mesero y en la gerencia pero vamos por que ser tan drásticos como romper un billete y publicarlo con orgullo en tu blog.

    Con respecto a lo de la hostess Jarocha, si bien es que a los chicos se les enseña en este tipo de restaurantes a usar ciertas palabras del idioma que representan no hay que ser tan criticos la mayoría de la gente que labora en los restaurantes son gente que no cuenta con todas las oportunidades de estudio y desarrollo, gente que gana el salario minimo y aunque te topes con gente como Leonardo de pésima actitud seguramente la hostess nunca tuvo la intención de molestarte con su mala pronunciación.

    Para terminar con mi comentario yo preferiría que el mesero NO sirviera mi comida. El concepto de Italiannis es para compartir y la ponen en el centro de la mesa para que tu te la sirvas y vivas la experiencia de una famiglia italiana como ellos le llaman, si notas el restaurante es como una casa, esa es la idea del lugar asi que el mesero no tiene porque meter las manos a tu comida.

    Y tienes razón ofrecer cortesías es parte de la política de este tipo de restaurantes lo mejor hubiese sido invitarte a regresar y tratar de borrar esa mala experiencia con un servicio excepcional.

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