Venía por la mañana en el auto, camino al trabajo, escuchando una estación de radio donde hablaban de zombis… Decidí cambiar la voz de la locutora por algo que me antojara un gran día… algo así como “Dancing With Myself” de Billy Idol…
Y entonces, ese preciso momento en el que con un simple dedo pude hacer que sucediera lo que deseaba, me llevó a escribir lo que a continuación redacto…
El Beneficio de La Duda Humana
Vivimos en una era tan científica (desde Copérnico hemos ininterrumpido la revolución científica… La ciencia es algo que, simplemente, fascinó al hombre, justo después del Renacimiento la humanidad se ha dedicado a crecer desmesuradamente en su ámbito tecnológico), una época tan perfectible, tan llena de sistemas adecuados a la comodidad; una época donde queremos tenerlo todo al alcance de un dedo… Tanto esto, que confiamos en ello… Confiamos tan ciegamente en nuestra propia evolución tecnológica, que dejamos de confiar en la humanidad de los demás. Si una computadora calculase que es perfectamente seguro entrar a una jaula repleta de tigres, abandonaríamos la idea de nuestra razón, o la contrariedad que nos insta nuestro instinto, y estaríamos sonriendo de nervios, muertos de miedo, entre los felinos depredadores.
Confiamos más en una calculadora que en nuestro propio cálculo mental. Aceptamos un hecho “comprobado científicamente” sin haberlo experimentado nosotros mismos. Abrazamos la idea de comandar todo electrónicamente y aseguramos que todo funcionará correctamente…
Pero todo puede fallar: Los sistemas son víctimas de corrupción (ejemplo, los comicios), y lo perfectamente calculado puede desmoronarse (verbigracia, la Central Nuclear de Chernóbil)… Nada es exento de fallas…
Confiamos en la perfección de las matemáticas cuando no entendemos el infinito. ¿Acaso crees que si caminas mil kilómetros al norte, otros mil al oeste, y repites el mismo largo al sur y al este, llegarás al mismo punto? ¿Confías en que trazando un triángulo de aquí a Plutón, y luego a Próxima Centauri, y después de vuelta a la Tierra, la suma de sus ángulos te darán ciento ochenta grados? Estás equivocado… Hay ciertas áreas, ciertas dimensiones, donde las matemáticas euclidianas se vuelven no-euclidianas…
Tendemos a pensar que la explicación más sencilla, el razonamiento más lógico, es lo correcto. Sería fácil pensar que un astro pequeño, atraído por la gravedad de uno más grande, se impactaría directamente contra este último; sería lógico pensar que la Luna debiera estrellarse contra la Tierra por la atracción que ejerce la segunda sobre la primera. Mas ahora entendemos que la Naturaleza nos ha obsequiado con algo que hemos llamado la Ley de la Pereza Cósmica. Sería evidente que entre electrones y positrones y tantas partículas de materia y antimateria, debería existir nada… Nada más que energía: Rayos gamma, etcétera… Mas no es así… Por alguna razón todavía inexplicable, existe la bariogénesis (proceso en el que, después del Big Bang [también una suposición del hombre], donde había, en teoría, igual número de materia que antimateria, por alguna extraña razón, la materia superó a la antimateria).
Bien decía Hume que damos por hecho lo que se repite en la Naturaleza. Afirmamos que una piedra caerá al suelo al momento de soltarla; basamos nuestras leyes físicas en ello. Elogiamos las probabilidades de la mecánica cuántica y nos asombramos con la teoría especial de la relatividad, sabiendo que son incompatibles. Y entonces inventamos la teoría de súper-cuerdas para tratar de explicarlo. Y aún sabiendo que la teoría gravitatoria de Einstein es más exacta que la de Newton, seguimos utilizando las fórmulas newtonianas por ser más prácticas y menos complicadas; dejamos lo complejo para quienes estudian las exactitudes de la astrofísica. Y si al soltar la piedra, ésta no cayera, sino que flotara, le llamaríamos a aquello (según Hume): Un milagro, siendo que no tenemos el derecho a reclamar el porqué no cayó dicha piedra, pues sólo hemos dado por sentado lo que se repite constantemente en el Universo.
¿Dónde queda ese beneficio de la duda que nos vuelve humanos? ¿Por qué afirmamos algo basándonos en conjeturas o incluso con evidencia (que desde luego proviene de algo “evidente”, mas no por ello es algo cierto, como ya explicamos)? ¿Será por pereza de pensar que escogemos la explicación sencilla, aunque sea la más terrible? ¿Por qué escogemos el camino que nos llevará al peor de los resultados? ¿Por qué optamos por la peor de las deducciones para juzgar a los demás? Aunque haya montañas de evidencia, ¿es acaso nuestra conjetura la única posibilidad existente? ¿Por qué afirmamos que alguien tiene la culpa de algo cuando no estuvimos presentes para darlo por hecho?
Bien decía Einstein que Dios no juega a los dados; bien afirmaba Descartes que hay que dudar de todo…
Querido lector, aprenderlo todo es afirmar; aprender a olvidarlo todo es dudar; y dudar conduce, ineludiblemente, a pensar y razonar por ti mismo. Quien afirma, ha subido la colina del saber; quien duda, ya ha descendido dicha colina.
Aprende a dudar, y la duda te hará ver más claramente. Ofrece a lo creíble el beneficio de la duda, y ello te volverá increíblemente humano…
Y entonces, ese preciso momento en el que con un simple dedo pude hacer que sucediera lo que deseaba, me llevó a escribir lo que a continuación redacto…
El Beneficio de La Duda Humana
Vivimos en una era tan científica (desde Copérnico hemos ininterrumpido la revolución científica… La ciencia es algo que, simplemente, fascinó al hombre, justo después del Renacimiento la humanidad se ha dedicado a crecer desmesuradamente en su ámbito tecnológico), una época tan perfectible, tan llena de sistemas adecuados a la comodidad; una época donde queremos tenerlo todo al alcance de un dedo… Tanto esto, que confiamos en ello… Confiamos tan ciegamente en nuestra propia evolución tecnológica, que dejamos de confiar en la humanidad de los demás. Si una computadora calculase que es perfectamente seguro entrar a una jaula repleta de tigres, abandonaríamos la idea de nuestra razón, o la contrariedad que nos insta nuestro instinto, y estaríamos sonriendo de nervios, muertos de miedo, entre los felinos depredadores.
Confiamos más en una calculadora que en nuestro propio cálculo mental. Aceptamos un hecho “comprobado científicamente” sin haberlo experimentado nosotros mismos. Abrazamos la idea de comandar todo electrónicamente y aseguramos que todo funcionará correctamente…
Pero todo puede fallar: Los sistemas son víctimas de corrupción (ejemplo, los comicios), y lo perfectamente calculado puede desmoronarse (verbigracia, la Central Nuclear de Chernóbil)… Nada es exento de fallas…
Confiamos en la perfección de las matemáticas cuando no entendemos el infinito. ¿Acaso crees que si caminas mil kilómetros al norte, otros mil al oeste, y repites el mismo largo al sur y al este, llegarás al mismo punto? ¿Confías en que trazando un triángulo de aquí a Plutón, y luego a Próxima Centauri, y después de vuelta a la Tierra, la suma de sus ángulos te darán ciento ochenta grados? Estás equivocado… Hay ciertas áreas, ciertas dimensiones, donde las matemáticas euclidianas se vuelven no-euclidianas…
Tendemos a pensar que la explicación más sencilla, el razonamiento más lógico, es lo correcto. Sería fácil pensar que un astro pequeño, atraído por la gravedad de uno más grande, se impactaría directamente contra este último; sería lógico pensar que la Luna debiera estrellarse contra la Tierra por la atracción que ejerce la segunda sobre la primera. Mas ahora entendemos que la Naturaleza nos ha obsequiado con algo que hemos llamado la Ley de la Pereza Cósmica. Sería evidente que entre electrones y positrones y tantas partículas de materia y antimateria, debería existir nada… Nada más que energía: Rayos gamma, etcétera… Mas no es así… Por alguna razón todavía inexplicable, existe la bariogénesis (proceso en el que, después del Big Bang [también una suposición del hombre], donde había, en teoría, igual número de materia que antimateria, por alguna extraña razón, la materia superó a la antimateria).
Bien decía Hume que damos por hecho lo que se repite en la Naturaleza. Afirmamos que una piedra caerá al suelo al momento de soltarla; basamos nuestras leyes físicas en ello. Elogiamos las probabilidades de la mecánica cuántica y nos asombramos con la teoría especial de la relatividad, sabiendo que son incompatibles. Y entonces inventamos la teoría de súper-cuerdas para tratar de explicarlo. Y aún sabiendo que la teoría gravitatoria de Einstein es más exacta que la de Newton, seguimos utilizando las fórmulas newtonianas por ser más prácticas y menos complicadas; dejamos lo complejo para quienes estudian las exactitudes de la astrofísica. Y si al soltar la piedra, ésta no cayera, sino que flotara, le llamaríamos a aquello (según Hume): Un milagro, siendo que no tenemos el derecho a reclamar el porqué no cayó dicha piedra, pues sólo hemos dado por sentado lo que se repite constantemente en el Universo.
¿Dónde queda ese beneficio de la duda que nos vuelve humanos? ¿Por qué afirmamos algo basándonos en conjeturas o incluso con evidencia (que desde luego proviene de algo “evidente”, mas no por ello es algo cierto, como ya explicamos)? ¿Será por pereza de pensar que escogemos la explicación sencilla, aunque sea la más terrible? ¿Por qué escogemos el camino que nos llevará al peor de los resultados? ¿Por qué optamos por la peor de las deducciones para juzgar a los demás? Aunque haya montañas de evidencia, ¿es acaso nuestra conjetura la única posibilidad existente? ¿Por qué afirmamos que alguien tiene la culpa de algo cuando no estuvimos presentes para darlo por hecho?
Bien decía Einstein que Dios no juega a los dados; bien afirmaba Descartes que hay que dudar de todo…
Querido lector, aprenderlo todo es afirmar; aprender a olvidarlo todo es dudar; y dudar conduce, ineludiblemente, a pensar y razonar por ti mismo. Quien afirma, ha subido la colina del saber; quien duda, ya ha descendido dicha colina.
Aprende a dudar, y la duda te hará ver más claramente. Ofrece a lo creíble el beneficio de la duda, y ello te volverá increíblemente humano…
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