Las Angustias de Dios -o crónica de una mente despertando - (ÚLTIMA PARTE)


Sentí un dolor inmenso a causa del golpe que aquella chica me había proporcionado, y pronto me vi de rodillas tosiendo y escupiendo sangre: tenía la nariz rota y no podía respirar…

La chica se alejó rápidamente del lugar…

Me vino entonces a la mente un recuerdo que creía ya reprimido en el baúl de mi memoria: era un lunes cualquiera y el director del colegio interrumpió la clase de anatomía para dar un comunicado importante: un compañero de la preparatoria, de otro salón, había muerto; yo sabía bien quién era aquél, y es que aunque ese alumno nunca había sido muy allegado a mí, recordaba que hace unos días, el viernes anterior, habíamos subido él y yo al mismo autobús de regreso de la escuela, pues él vivía por mi casa, y nos saludamos y despedimos de lejos con un simple gesto; recuerdo que el anuncio de su muerte me dejó un impacto profundo en el alma, y más cuando aquello se había debido a un sencillo accidente durante el fin de semana: él y su familia se encontraban en La Marquesa montando a caballo, y el suyo decidió tirarlo a él de su lomo; éste cayó de espaldas y lo último que vio venir fueron las patas del caballo, las cuales cayeron en su pecho, destrozándole las costillas y éstas, a su vez, perforándole un pulmón…

“Tal vez algo parecido me esté sucediendo ahora”, pensé, y luego imaginé la horripilante escena que sería ver a un hombre tirando sangre por la boca…

Caí plenamente al piso y lo último que recuerdo fue que el primer rayo de luz del día me alumbraba directamente el rostro…

Nunca había tenido la mente tan despierta, pero ahora mis ojos se cerraban…

Primero entré en estado de negación y desesperación, tratando de asirme de algo que pudiera ayudarme a ponerme en pie, pues aún en ese estado moribundo en el que me encontraba, la prudencia, el pudor, la imagen y la pretensión social tenían un gran peso en mi conciencia… ¡Aún pisando la orilla del abismo hacia mi muerte pensaba en guardar compostura y rectitud! ¡Aún cuando mi destino era “no ser más jamás”, yo me aferraba a seguir siendo parte del mundo, a ser un hombre más perfectamente adaptado a las normas sociales! ¡Qué vergonzoso sería morir tosiendo sangre en medio de la acera! ¡Ay, pretendía yo morir con estilo! ¡Por dios, qué ridículo!
¡Qué vulnerable sentimiento aquello de morirse frente a la gente!
Miraba a uno y a otro lado buscando alguna clase de ayuda… o ya siquiera una caja de cartón para cubrirme de la mirada de todos aquellos curiosos y morbosos que comenzaban a rodearme, mas no para cargarme y llevarme a algún hospital, sino para taparme el sol y disfrutar de aquel terrífico espectáculo. Y entonces maldije al destino por haber planeado tan fatal e injusto hado para mí…

¡La quería asaltar…! –oí decir a alguien –. ¡Yo lo vi…!
–Sí, yo lo vi también… –decía otro –.
–¡Iba a secuestrar a la muchacha! –gritó una señora –. ¡Es un criminal!
–¡Ojalá se muera…!
–Sí, se lo merece…

¡Ay, qué maldad de la gente! ¡Qué bajo habíamos caído los habitantes de la Ciudad de México! Y lo peor de todo, ¡esa era la sociedad a la que tan arduamente luchaba por integrarme y adaptarme! ¡¿Por qué demonios habría yo de querer ser parte de aquella comunidad de despiadados robots?! ¿Dónde estaba la humanidad en aquellos “seres humanos”? ¡Ay, cómo quería contarlo todo y limpiar mi nombre…!

“Pero… así es el mundo… –intenté consolarme –. Nada es lo que parece ser… Todo es pura mentira… La única verdad soy yo… Entre más estilizada es una sociedad, mayores secretos guardan los individuos que la integran…

¡Al carajo el mundo! –logré gritar al mismo tiempo en que salpicaba sangre desde mi garganta – ¡Váyanse todos a la ‘chingada’! –comencé a reírme, pero sólo lograba toser aún más –.

Después, pensando en lo fútil que era quejarme del augurio, entre en un estado de paz mental, y sonreí, y ahí bendije al Universo por haberme despertado la mente, aunque aquello hubiese sucedido tan sólo unas cuantas horas antes de mi muerte…

“Esta es la verdadera sabiduría –medité –, aquella que nos visita justo antes de nuestra muerte; aquella que nos vuelve sinceros y humanos…”

Pensé en aquel viejo, en su Macallan de veinte-y-tantos años y en su libro de Dickens

Intenté reírme ante la ironía de saber que, tal vez, yo moriría antes que aquel hombre-filósofo-suicida, pero el solo intento de respirar hacía que me temblaran hasta las rodillas de puro dolor…

Me pregunté entonces qué sería el amor… ¿Habría yo llegado a casarme y tener una bonita casa y formar una envidiable familia? ¿Qué sería aquello de amar y ser amado…? Me cuestioné si en verdad en esta vida uno debiera buscar a su pareja ideal o luchar solo contra el mundo… ¿Existía el amor…?

Volteé la cara, y entre los zapatos de aquella tertulia morbosa vi el libro de Dickens en mi mano derecha, con las páginas cubiertas de gotas color carmín…

Página trescientos veinticinco… Un par de marcas entintadas entre las líneas del texto…

“And still I stood looking at the house, thinking how happy I should be if I lived there with her, and knowing that I never was happy with her, but always miserable.”

Sonreí, pues tal vez de eso trataba el amor… o tal vez no, pero nunca llegaría a saberlo…

¡La vida no es más que una ironía por siempre oculta a los ojos de los vivos…!

Sentí que se me iba la vida; sentí que la sonrisa se me borraba… Dejé de percibir los gritos de la muchedumbre…

Un instante de paz…

Luego se apagaron las luces de mis ojos…


Adiós, mundo miserable… –creo que susurré, y luego… luego nada… –.


FIN DEL VOLUMEN 1


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