Las Angustias de Dios -o crónica de una mente despertando - (DECIMOQUINTA PARTE)

Una vez vestido, con las ropas todavía bastante húmedas, decidí sentarme un momento a observar a la gente, a la ciudad, al día… ¡Se sentía tan bien detenerse por un momento, sin prisa, sin preocupaciones, sin planes, sin futuros en la mente…! Por primera vez en mucho tiempo vi un sentido claro en mi vida: mi vida no estaba en los planes que hacía, sino en vivir al día… Carpe diem”, pensé, y justo después pensé en una frase de John Lennon que había visto en Internet: “Life is what happens to you while your busy making other plans…” Tantas veces había leído y escuchado frases similares durante los últimos años y todas y cada una de aquellas veces había sonreído por un breve instante para luego, irónicamente, sin meditarlo siquiera unos segundos, volver al papeleo de mi escritorio en la oficina…
Y ahora, finalmente, todo ello tenía un sentido… Me resultó curioso pensar que trabajamos por temor a vernos con hambre, sin techo y, sobre todo, por horror a ser exiliados por una exigente sociedad, pero realmente en la mayoría de las ocasiones el trabajo no es más que un pretexto para justificar nuestro temor a ser libres para vivir la vida de acuerdo a nuestras exigencias…

“¡Qué raro es el ser humano!”, pensé…

Me deshice del sarape aquel, luego miré el libro de Dickens que tenía entre mis manos: iba a tirarlo ahí, a la mitad de la calle, pero por alguna razón de nostalgia decidí quedarme con él, como si fuera un recuerdo de aquella extraña noche, como si fuera un ‘souvenir’
Lo abrí y noté que, desde luego, las primeras páginas ya no existían: habían sido alimento de fuego en algún momento y ahora no eran más que excremento de aquella fogata…
“Ciento noventa y tres”, leí el número de página… Luego noté que había un par de marcas de tinta hechas por un bolígrafo que indicaban un extracto de aquella novela…
Y entonces me dije a mí mismo, “¡Estas marcas eran lo que leía con tanto detenimiento y dolor aquel viejo!

Leí, pues, en voz baja lo que estaba escrito entre aquellas marcas…

“Heaven knows we need never be ashamed of our tears, for they are rain upon the blinding dust of earth, overlying our hard hearts. I was better after I had cried than before –more sorry, more aware of my own ingratitude, more gentle…”

Me vinieron entonces a la cabeza aquellas extravagantes pláticas de aquel hombre, quien se hacía llamar a sí mismo “El Gran Huracán de Saturno”, sobre callar o preguntar, sobre la necesidad de formar recuerdos, sobre humillar o ser humillado, etcétera…

¿Qué habrá de ser de aquel viejo…? –comencé a meditar – ¿Se habrá suicidado…? ¿Lo habrá hecho ya o lo hará más tarde…? Tal vez justo en este momento se encuentre en la cornisa de algún edificio esperando a que le llegue el valor suficiente para vencer las fuerzas de sus piernas y, entonces, decir ‘adiós’ a este mundo…

Decidí que no era cosa sana seguir pensando en ello y me concentré en lo que mis ojos veían a mi alrededor…

A través de las ventanas podía mirar a la gente yendo y viniendo, ora en pijama, ora bañados, listos y arreglados; algunos con prisa, otros con calma…

“Y pensar que a esta hora yo ya debería estar en camino al trabajo”, pensé y, lejos de angustiarme, sonreí, aunque en el fondo todavía temía el hecho de ser despedido por mi jefe… De algún modo la noche anterior había “roto mis cadenas”, aunque todavía había cierta parte en mí que se rehusaba a deshacerse de ellas (las cadenas)…

Me sentía extraño: era como cuando me atacaba una fiebre o como aquel vinoso sopor que causa la cerveza en un día caluroso, aunque ahora todavía no se mostraban los haces solares… si bien ya aclaraba el día.
Me sentía cómodo, liviano, liberado… y, aunado a todo ello, me llegaba a la nariz un agradable aroma de humedad citadina, de tierra mojada, de frío en peligro de extinción… Me gustaba sentirme así, pero estaba casi seguro que aquello era el efecto del agotamiento físico que yo sufría ya, pues podía quedar dormido en cualquier momento. Decidí entonces ponerme de pie, pues no quería quedarme dormido con las ropas mojadas y en aquel callejón…

Aaaaa… Aaaaa… shuuuú –estornudé –. Aaaaa…. shuuuú –otra vez, y vaticiné que despertaría con calentura (si es que lograba dormir en algún momento) –.


Me levanté y de reojo vi, a través de una de las ventanas del edificio de enfrente, un rostro que se mi hizo familiar: no sabía su nombre, pero en muchas ocasiones le veía pasar por las mañanas: ella caminaba por la acera de enfrente de mi edificio en el mismo momento en que yo salía con el auto del garaje.
Parecía que se le había hecho tarde, pues usualmente su rutina diaria comenzaba más temprano…


Entonces decidí esperarla para seguirla: seguramente me conduciría hasta mi casa…

(continuará...)


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