La Parábola del Árbol de Tres Mil Hojas (o de la historia de la humanidad)


–Vine buscando un árbol, un árbol de tres mil hojas…

Así dijo el muchacho, quien había venido caminando desde hace mucho tiempo y desde ha mucha distancia…

–Venía con la ilusión de encontrar ese follaje del que tanto me habló mi padre cuando era yo pequeño… Sí, me hablaba de un cuento, un cuento fantástico, maravilloso, ¡perfecto…!
Y, entonces, tanto se me quedó grabada esa anécdota que versaba sobre un lugar lleno de paz y felicidad, tanto se quedó aquello en mi mente, que en ese preciso momento me hice una promesa: mi misión en esta vida sería ser el primero en buscar y en encontrar ese lugar de éxtasis permanente que contenía un árbol de tres mil hojas… hojas que nunca caían de dicho árbol, pues era un lugar donde el clima siempre era tan exactamente templado, que no había viento, ni frío que le curtieran… ¡En ese lugar ni siquiera existía un tiempo ni un espacio: todo era eterno, sempiterno, vasto suficiente y sin una sola preocupación que agraviara la salud…! Era… era… ¡era un mundo realmente perfecto donde nadie podía borrar la sonrisa del rostro! ¡Era tan bello convivir con esas personas en ese lugar donde el cuerpo no sufría ni de hambre ni de sed…! ¡No existía el sueño ni los sueños, pues estos, finalmente, se habían vuelto realidad!
¿Puedes imaginar cómo, a esa temprana edad, iba a poder quitarme de mi mente ese lugar divinal…? ¡Imposible…!
Y entonces me ocupé de encontrar, por todo el Universo, ese árbol que tuviera exactamente tres mil hojas y ¡que éstas nunca se cayeran de sus ramas!
Y empecé a caminar, empecé a evolucionar, comencé a inventarme aparatos que me pudieran llevar más lejos y más rápido en busca de esa planta perfecta… Pero, por más que yo quería luchar contra el tiempo, contra el espacio y en contra de la Naturaleza misma, siempre había algo que me detenía y me forzaba a reflexionar: había aprendido qué especies de árboles pudieran tener tres mil hojas y las grabé en mi mente; y con la experiencia de mi faena me convertí experto en botánica…. todo esto y muchísimas cosas más aprendí durante mi viaje… , pero siempre tenía que esperar al tiempo de la Naturaleza: debía esperarme muchas estaciones del año ahí, tratando de evitar el sueño, para no perder de vista si se caía una sola hoja del árbol: si ésta caía, no era mi árbol perfecto… Y sí, he vivido muchos años… demasiados, tal vez, pero si he vivido tanto es porque tengo una meta, y eso me impide abandonar este mundo… Por otro lado, hay veces en que me invade la desesperación y comienzo a hundirme en vicios, a autodestruirme; pero eso también me ha servido para no volverme loco buscando incesantemente ese lugar excelso con el que siempre he soñado…
Pero un día, sin poder imaginármelo por la mañana, por la tarde, mi vida cambió… Me desperté como cualquier otro día, luchando por ese sueño… Pero, por el ocaso, algo en mí me detuvo: era una conciencia mía que ni yo sabía que existía en mí: esa conciencia me dijo: “¿Por qué te engañas a ti mismo?; ¿por qué buscas algo que sabes que no existe?; ¿por qué tienes en la cabeza una meta que te mantiene vivo, pero que te hace vivir como una máquina que busca un objeto utópico por los siglos de milenios?; ¿eres acaso un robot?; ¿por qué tienes en la mente una imagen perfectamente simétrica de las cosas?; ¡por qué buscas la perfección si sabes que la imperfección misma es la perfección!; ¿qué no existe la felicidad porque también existe la tristeza?; ¿cómo podrías saber que el negro es negro si no conoces el blanco? Viajante, detén tus pasos, no quieras creer que lo conoces todo cuando ni siquiera sabes que hay algo más allá de lo que tú ves… ¡Hombre, te tengo noticias: no eres dios! ¡Hombre, no eres un hombre: eres apenas un niño que se cree hombre! ¡Detente! ¡Estás volviéndote experto en materias absurdas! Más te vale sentarte en una roca para conocerte a ti mismo, que huir de prisa de algo que no puedes controlar…”

Y así, como te decía en un principio, vine buscando un árbol, un árbol de tres mil hojas… Hoy ya no busco ese estúpido árbol de tres mil hojas, porque hoy soy más sabio, sentado en esta roca, que todos aquellos que siguen persiguiendo velozmente sus sueños perfectos… Yo, hoy ya sé que sigo vivo, y por ello, soy perfecto…

( Imagen tomada de http://erenovable.com )

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