¡Cómo amo venir a hacer las compras! Tanta gente nueva… Niños pidiendo a sus mamás que les compren cosas; aquella con el bebé; esa otra tan activa que va exactamente a lo que va; ese señor que no tiene idea de nada; ese muchacho que viene a comprar específicamente uno o dos cosas que necesita, tal vez para cocinarle una cena especial a su novia; aquellos recién casados; las que se fueron de pinta y planean alguna trampa para poder comprar una o dos cervezas; la que viene a comprarle los calzones a su hijo aquí por que se dio cuenta que los que éste usaba (desvergonzadamente) ya estaban por convertirse en esporas; el que viene a comprar toda la materia prima para su restaurante; los que se quedan tres horas decidiendo qué productos son mejores que otros y a un mejor precio; los que no tienen idea de cómo escoger la fruta ni la verdura y están atrás de los encargados de la sección para que les ayuden; los que vienen a comprar neumáticos o baterías nuevas para sus autos y los maníacos del automóvil que vienen por accesorios para mejorar su “nave”; las mujeres que ya tienen familia (y que, entonces, ya entienden más a sus propias madres) que vienen a acompañar a su mamá para que compre la despensa del mes… tal vez vienen de desayunar juntas…; los de clase media alta y los pocos de clase baja que no saben que en otro lado comprar les saldría mucho más barato… o tal vez vienen porque el supermercado con productos más baratos estaba muy lejos y les ganó la pereza; los chiquillos jugando a los “carros chocones” con los carritos del supermercado; y, por supuesto, los viejos como yo, observadores, tranquilos, rutinarios, pensativos, cómodos consigo mismos y burlándonos de todos esos personajes tan extraños que nosotros los viejos sí podemos entender…
¡Ah!, tantos y tantos mundos en esas cabezas de todos ellos… Y ninguno sabe lo que la vida les espera… Si hubiera un modo de decirles lo egoísta y cruel que puede llegar a ser este mundo y que a la vida no le interesa el deseo ni las ganas de superación del hombre… ¡La vida no conoce de justicia!
Pero, aunque hubiera un modo de decirlo y de que ellos se interesaran en lo que les digo y que, finalmente pudieran entenderme, ¿qué cambiaría ello? Aunque un adolescente pudiera entender todo lo que alguien como yo pudiera explicarle y prevenirle, ¿por qué habría él de cambiar su forma de pensar? ¿Por qué habría de volverse más cauteloso y menos vicioso? Finalmente, su vida es mucho mejor que la mía… ¡Yo aceptaría primero cambiar mi vida por la de él que él viceversa! Ni todas las advertencias, ni todos los consejos, ni todas las precauciones que alguien pudiera tomar, aceptar y consentir, le salvarán de la muerte inminente…
Adultos, dejemos que los jóvenes vivan, pues aunque mueran en el intento de aprender la realidad de este mundo, así habrán probado lo que es la verdadera vida libre…
¡Adoro el hecho de que existan tantísimos productos de los cuales escoger… incluso esos que sabes que no te van a servir pero que te gustaría tenerlos! Es impresionante el poder que tiene la publicidad: entras por una cosa a la tienda y sales con diez cosas más… Es difícil razonar qué es exactamente lo que necesitas cuando te ofrecen de un modo posible unos lujos que tú, por tu economía, no deberías adquirir… Ir al supermercado es arriesgarse a despintar la línea que divide lo que quieres de lo que necesitas… Y, ¡ay!, es error fatal ir a hacer las compras con el estómago vacío, pues entonces adquieres todo lo que se te va antojando en el camino: cuando llegues a tu casa y comas, te darás cuenta que has hecho un gasto realmente absurdo… Yo por eso comí antes de venir, jeje…
¡Ay, es que hay tantos productos nuevos que prometen delicias…! Artículos que juran realizar toda la limpieza de la casa como por arte de magia, objetos que garantizan una comodidad casi extraterrestre, y millones de mentiras escondidas en letras pequeñas o en frases confusas, tales como: “Queso TIPO manchego”, o “salsa TIPO cátsup”, u “hojuelas con cubierta SABOR a chocolate”… O sea, realmente, el queso no es queso, ni la salsa es cátsup, ni la cubierta es chocolate…
Mira, por ejemplo, una botella de agua purificada que presume ser baja en sodio… Yo me pregunto, ¿qué, es tan malo el sodio? ¡El agua mineral está llena de sodio y es un perfecto rehidratante!
Y claro, he aquí los productos de moda: los “light”… Toda clase de postres, la tentación de lo dulce sin azúcar y… ¿qué no están llenos de endulzantes artificiales, tales como la fenilalanina, que hacen estragos a largo plazo en la salud?
Los productos reducidos en grasas y en carbohidratos… Querido consumista, las grasas también juegan un importante factor en nuestro cuerpo y los carbohidratos nos dan la energía para rendir nuestro día…
Definitivamente hay que cuidar muy bien lo que uno está comprando… Aunque a veces es imposible resistirse…
Y, lo que me encanta, es que los productos con fecha de caducidad más futura o, lo que es lo mismo, los productos menos frescos o menos nuevos, siempre se encuentran atrás de los estantes o en cajas en las bodegas de los supermercados; la carne que ya lleva varios días, la empaquetan y la ponen a la mayor vista posible del consumidor bajo un gran letrero que dice: “descuento”, o “sólo por hoy, a precio muy bajo…”; o qué tal el empaque de las galletas que dice: “30% más gratis”, cuando lo único que hicieron, en realidad, fue subirle el precio a la galletas: más tarde quitarán ese “30% más gratis” y el costo seguirá siendo el mismo (el último)…
En fin… esto es el precio que pagamos del capitalismo desmesurado… Pero, ¿qué no el capitalismo también me da el derecho de exigir el mejor producto? Si yo quiero tomar la leche más fresca, tomo la que está atrás del estante; si el producto está en mal estado, tengo mi derecho de reclamar un reembolso o la restitución del objeto; puedo pedir que me den de vuelta dos monedas de diez pesos en vez de un billete de veinte pesos…
En fin, la eterna lucha entre personas morales y personas físicas: los primeros, las empresas, buscan vender más con la mayor ganancia posible; los segundos mayor producto a menor precio… Y esa lucha eterna de dinero y poder es lo que mantiene la relación empresa-individuo en una red de mentiras… Y lo mismo con las empresas que ofrecen servicios: ¿quieres mejor servicio, cliente?; entonces paga más…
En fin… ¡veamos qué nos depara nuestra odisea consumista!
Mmm… bien, pues, creo que es todo… Ni una cosa más porque si no luego tengo que usar la tarjeta de crédito y entonces volvemos a las deudas que no podemos costear… No cabe duda que las tarjetas de crédito son como las “tiendas de raya” de la época de la revolución mexicana: te dan cierto crédito, y te amplían la línea de crédito tan sutilmente que siempre estarás endeudado, pues nunca podrás pagarlo…
En fin… ¡Vamos a la caja, Pablito!
(Imagen tomada de http://www.misionlandia.com.ar/index.php/salud/familia-y-hogar/16340-los-7-secretos-para-llenar-el-carrito-del-supermercado-al-menor-precio-.html)
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