Platicando con alguno de ustedes, vino a saltar el tema sobre la verdadera amistad… me pidieron que escribiera sobre ello…
El verdadero compañerismo, esa camaradería sincera, es algo tan complicado como el amor mismo… y es algo que toda persona debe experimentar en todo momento: ora con éste, ora con aquella… No cabe duda que la amistad es de lo más psicológicamente sano que puede existir, pues es una forma de confidenciar, de confesar ciertos secretos personales hacia otro sabiendo perfectamente que aquella persona nos entenderá sin juzgar… o al menos eso queremos creer… Pero, ¿qué es esa química inexplicable que vuelve el interés de un humano hacia otro y que, por alguna casualidad universal, es algo recíproco?
Al igual que en el amor, las probabilidades podrían reducirse casi a la imposibilidad y, no obstante, existe ello a cada momento en cada individuo… ¿Será que en muchas ocasiones forzamos el crecimiento de una amistad por miedo a la soledad o a la locura que puede producir el encierro de una mente en sí misma?
Supongo que es la duración de la relación lo que dicta qué tan fuerte es el lazo entre las personas… Aún cuando pueden existir copiosos lazos entre dos personas, tanto en el vestir, como en el modo de hablar y de pensar, debemos tener siempre presente que todos, sin excepción alguna, cambiamos cada cierto lapso de tiempo: no somos los mismos que cuando tenemos seis años a cuando somos adolescentes a que cuando podríamos ser hombres o mujeres de familia… Y muchas veces, cuando pensamos (y ciertamente quisiéramos que así fuera) que una amistad durará para siempre, basta un detalle que parece insignificante para oxidar ese lazo inquebrantable: cuando uno se cambia de colegio, de trabajo, de ciudad, etcétera… ¿Por qué? Porque basta dejar de pasar tanto tiempo con alguien para empezar a desconocerle… Uno comienza a experimentar circunstancias y a formar recuerdos donde no está presente ese alguien a quien hubiésemos querido que estuviera en la misma situación; y de este modo la amistad se va mermando y ambos comienzan a desconocer sus esencias y, por lo tanto, cada cual empieza a caminar su propio sendero…
Pienso que tal vez no es el tiempo en sí lo que destruye una camaradería, pues hay amistades efímeras que poseen una intensidad inigualable, como también hay afectos que duran toda una vida y que solamente en ciertos momentos y en ciertas circunstancias explotan en ese cariño devoto…
Ciertamente la auténtica fidelidad no es más que un enamoramiento hacia la esencia entre dos personas: la amistad es lo mismo que el amor pero sin llegar a la intimidad; y tal vez por esto siempre el amor se sobrepondrá sobre cualquier relación amistosa.
No me cabe un titubeo al decir que los momentos en la vida en los que sentimos una amistad real, verdadera y correcta, son los más maravillosos que puedan haber: es cuando sonreímos más de lo que, probablemente, naturalmente deberíamos… Pero también es inmensamente triste el saber que las personas se avergüenzan de las amistades de su pasado: es como si, después de saberse tanto, después de haberse confesado tantas cosas, tememos que esas confidencias que hicimos en algún momento, pudieran destruirnos: el mayor temor de una amistad mermada es, ciertamente, la traición. Pero (y vuelvo a compararlo con el amor) no podemos tener un amigo si nos detenemos a pensar en lo que podría pasar en un futuro incierto y próximo: no podemos amar con riendas: en el amor como en la amistad, es todo o nada, no hay medias tintas…
Querido lector, ama a tus amistades actuales sin pensar en el mañana y comprende que perder una amistad no significa olvidar los buenos momentos que han vivido: si ves una cara familiar en la calle, salúdala, sonríele y abrázala efusivamente, pues en algún momento te robó una sonrisa y te hizo feliz…
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