Tengo el Pelo Largo...


No, tener el pelo largo, como hombre, no es sinónimo de rebeldía sin causa, como bien pudiera pensar toda aquella persona conservadora. El hecho de dejar crecer esos hilos de células más allá de donde alcanza la barbilla, es cierta independencia que nos transforma, nos muestra un tanto distintos a los demás, es ese afán de querer vernos un poco más originales: Queremos ser notados, requerimos más atención que otras personas. Quién sabe, tal vez estamos enfermos, pero la realidad es que, generalmente, las personas que en algún momento deciden dejarse crecer ese pasto que emerge incesantemente sobre nuestras cabezas, son personas con cierta personalidad rara, extraña; somos gente que piensa un poco diferente a los demás.

Y es precisamente ello lo que simboliza el traer el pelo largo: libertad, independencia, originalidad; vagar por la vida con el cabello suelto es gritarle al mundo: “¡Soy libre!”. Y sí, hasta cierto punto es rebeldía, pero no una sedición maldosa, sino, al contrario, es una especie de querer cambiar al mundo, a los hombres, mediante un simbolismo pacífico.

¿Por qué la Naturaleza nos ofrece una decisión en cuanto al cabello? Es decir, no es como los vellos de los brazos que tienen cierto límite de crecimiento... No, el cabello podríamos dejarlo crecer desde la Ciudad de México hasta Cuernavaca si así lo quisiéramos... Y se nos ofrece también la oportunidad de hacer mil tipos distintos de peinados... ¡La Naturaleza nos da esa oportunidad de sentirnos distintos, únicos, originales!

En mi caso, tener el cabello largo fue el primer paso hacia una libertad social… ¿A qué me refiero?
De algún modo, poder hacerse de una cola de caballo es decirle al mundo: “Ten cuidado conmigo, yo no soy cualquiera; mírame, el hecho de que tenga pelo largo significa que te estoy perdiendo el miedo…”

Sí, es precisamente ello a lo que me refiero. El ir contra las reglas sociales, es perder, poco a poco, ese miedo que infunde la sociedad en el humano. Vestirse en contra de las modas, no aceptar respuestas por mera cortesía, ser curioso, hablar de modo sincero… dejarse el pelo largo…

Todo ello que nos impulsa a perder ese temor social, es algo sublime, sano y humano, pues mientras más restamos nuestro terror hacia el mundo, más podemos ser nosotros mismos, y, entonces, más nos conocemos y, consecuentemente, entendemos más a los demás, y comprendemos que el mundo es un niño hundido en la necedad, y que tiene una gran capacidad de amar, pero no lo sabe… no sabe cómo hacerlo aún...



Y no obstante, hay un obstáculo… Hay una delgadísima línea que no debemos pisar mientras nos desvestimos de ese temor hacia las reglas de la comunidad... La dificultad de todo esto, estriba en mantener una perfecta mezcla: saber respetar a la sociedad pero sin temerle; o bien, volteando las palabras, no temer a la sociedad, pero respetarla... Sí, aún cuando ésta no siempre nos respete a nosotros...

Querido lector, este nuevo año, me propongo una cosa y una sola nada más: temerle un poco menos al mundo y respetarle más…

Y tú, ¿qué tanto le temes a lo que digan los demás sobre ti?

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