Sin más...
"Es Que Aquí…"
Sentado estaba Don Cipriano, en una silla mecedora, más vieja ésta que la vieja más vieja del pueblo; en su pórtico, con su pipa de madera, mal hecha; el humo del tabaco se entremezclaba con el del comal vespertino que anunciaba la comida-cena (pues así comían allí, para ahorrar el alimento; mas no por ello no consumían nutritivamente: frijol, arroz poblano, tortilla y chile morita). Inmóvil se encontraba aquel de la pipa, que poco menos viejo era que la silla mecedora donde reposaba. Tenía la mirada como perdida entre los cerros de la lejanía; esos terrones de tierra (sí, redunando) y arena que rodeaban casi toda el área… y en el centro, nuestro pueblo.
Don Cipriano no se movía más que maquinalmente para dar grandes bocanadas de humo a su querida y mal colorida pipa, y se mecía como con metrónomo, cubierto todo por un zarape mal tejido, viejo también, repleto de agujeros marcados por el tiempo. Y no es que hiciera frío como para que anduviera todo encobijado, pero es que aquella prenda le traía recuerdos de toda su vida, y el olor que emanaban los hilos entretejidos era de reminiscencia pura; el afecto que el viejo le tenía al casi tapete aquél era más que el que le hubiera tenido a sus hijos, si es que hubiese tenido alguno que otro.
En fin, Don Cipriano parecía como tamal de hoja de maíz, sacando humo por el recalentado al comal y como tostado por afuera. Tenía la mirada sabia para la vida, aunque ignorante para la cultura; atisbo indescifrable, lleno de experiencia y que dice conocer todos los secretos del universo, pero que a la vez los ojos no expresan nada, llenos de nostalgia y de indiferencia hacia la vida.
A lo lejos, podía distinguirse un foráneo que se aproximaba al pueblo. Éste vestía traje a rayas, camisa blanca almidonada, con los extremos arremangados y el saco colgado de su brazo izquierdo. Venía sudando la gota gorda, como suele decirse, por aquel sol hiriente que estaba sentado en el cielo, que bien parecía estar este último como Cipriano: viejo, inmovible e indiferente. Los zapatos del hombre extraño estaban como empanizados por la tierra, que hacía de las suyas cuando el viento se lo comandaba: ora para allá, ora para acá. Pero nuestro sabio Cipriano ni cuenta daba de ello; era solo él contra el mundo, contra la humanidad y toda su tecnología y filosofía, cosas estas últimas que jamás habría de conocer.
–Buenas tardes –dijo amablemente el hombre joven, quien finalmente había llegado hasta donde Don Cipriano –. ¿Sabrá usted dónde habrá una vulcanizadora por aquí cerca? –hubo una pausa; el viejo permanecía absorto, como fuera de este mundo, con la mirada extraviada, mientras el joven entrecerraba los ojos para no deslumbrarse por los haces solares –. Es que fíjese que venía yo manejando, aquí en la carretera, pero venía pensando en otras cosas; ya sabe, que los gastos de la casa: la luz, el agua, el gas, el predial, el teléfono, la televisión por cable, que esto, que el otro, que 'aquesto', que 'esotro'… ¡Ah, pero qué digo! Benditos ustedes que no tienen esos gastos… ¿sabe usted qué es el cable; la televisión? ¿No? Pero el teléfono sí, ¿no es cierto? –Don Cipriano permanecía inmutado, dando bocanadas a su majestuosa pipa – No crea que digo esto por molestar… Yo sé bien que ustedes no conocen todo eso porque no lo necesitan… Es que aquí es muy diferente que en la ciudad… en la capital, ¿sabe? –bocanadas de humo –. Allá todo es muy ruidoso: que los automóviles, el bullicio de la gente, las construcciones… y ni se imagina todo el ruido que puede usted escuchar en un sólo día! ¿Ha ido usted a la capital? ¿No? Pues, como buen chilango, debería animarlo a que visite la capital, que está llena de oportunidades, y "bla, bla, bla"; pero la realidad es que debe sentirse satisfecho con lo que tiene aquí, porque la verdad es que allá cada vez hay menos oportunidades, menos empleo… ya sabe… Unos dicen que la solución está en descentralizar el poder y las empresas y de todo en general… ¿sabe usted lo que quiere decir “descentralizar”? Pues que bueno que no lo sepa… es mejor no conocer de política y de economía, pues uno acaba por hacerse bolas. Pero es lo que está de moda, eso del capitalismo y el neoliberalismo… ¿sabe usted de eso? –más bocanadas de humo, y la mirada fría, insensible, indiferente… perdida – Sí, así es el “sistema”, como le llaman; y uno no puede ir en contra de eso, porque si no lo tachan de anarquista y comunista, como si uno fuera a delinquir por serlo –breve pausa –. En fin, tiene usted mucha suerte de vivir aquí… parece todo tan pacífico. Dicen que nosotros los chilangos somos muy groseros, pelados; que siempre tenemos prisa para todo, hablamos mucho y que somos tantos que no podemos ir más que a paso de gallo-gallina. Que el estrés nos come y que por eso nos la vivimos enfermos… qué contaminación ni qué nada, ¡es el estrés! Allá la vida es una rutina incesante, dicen, y que no te das cuenta cuando te vas haciendo viejo… sin ofender, claro –Don Cipriano permanecía 'entamalado', quieto –. Pues sí, dicen que somos como hormigas: siempre apuradas… y aquí… aquí todo se ve tan tranquilo… El único ruido es el del viento… suave… Usted tiene cara de sabio, ¿lo sabía? Tiene un cierto, "yo-no-sé-qué"… pero, ¿qué es lo que ve allá? –ni una palabra acompañaba al humo que emanaba de la boca del viejo –. Pues, muy bien… en fin…. Oiga, ¿sabrá dónde me pueden arreglar la llanta? Me gustaría sentarme con usted y platicar acerca de lo que ve en los cerros esos, pero la verdad es que llevo prisa porque tengo una junta mañana temprano en la oficina…
FIN
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