¡Viva Vivir la Vida!
Ahora que se acerca mi cumpleaños
número treinta y uno me decido a enfrentar, una vez más, a esa sensación
extraña de saberse ya un año más viejo…
Es hora de detener el mundo unos
instantes… Es momento de reflexión…
Me siento frente a la pantalla de la computadora para disfrutar de esa bonita y enigmática sensación medio-filosófica… Me dejo llevar y traslado lo que me viene hacia mis dedos sobre las teclas…
El efecto de cumplir un año más
de existencia… La idea de envejecer un poco más…
Hablo de esa nostalgia reflexiva
que ve nacer poetas magnos. Me refiero a ese aire melancólico que motiva la
creatividad del artista, ese ‘je ne sais
quoi’ que agudiza los oídos del músico para crear una obra maestra… “Eso”
que me hace escribir ahora…
Se trata de uno de esos pocos
(tal vez subestimados) y preciadísimos instantes en que el Tiempo mismo deja de
ser el peor enemigo de nuestras vidas para convertirse en la secretísima,
desconocida y gloriosa ninfa: la undécima musa… deidad tan mágica, tan precisa
y atinada…
Se trata de un año más de vida, un
año más de experiencia, de sabiduría… Es una lágrima y una sonrisa…
Tiempo
suficiente para redactar una larguísima novela de tragedia, drama, acción,
horror y comedia que narre doce meses de vida de nosotros pero que, finalmente,
siempre termina grabándose en nuestra memoria como un tajante resumen de un
corto cuento medio olvidado ya…
Hablamos de un tiempo en que la Tierra ha dado ya una vuelta completa alrededor
del Sol y que, mientras eso sucede de modo desapercibido y sin importancia en
nuestra vida cotidiana, hemos logrado hacer nuevos planes que han llegado a su
meta y otras tantas estrategias abandonadas, algunas para guardarse y
desempolvarse posteriormente, otras con la finalidad de enterrarse para siempre…
Un cumpleaños más que se alcanza…
Cincuenta y dos semanas transcurridas, tal vez muchas llenas de rutina, de
tediosos vaivenes entre el hogar y la labor; alguna de ellas con malos y forzados inicios (Lunes a Miércoles) y de
buenos y ansiados cierres (Viernes a Domingos), aunque, desde luego, no falta
esa rarísima “sazón” de la vida donde muy sutilmente nos brinda semanas en que
“lo bueno y lo malo” de los principios y los fines de semana resultan
totalmente al revés… Y, siendo aún más irónicos, si bien es cierto que hay
veces en que el lapso de esos siete días se aparecen desastrosos y que,
entonces, aseguramos a diestra y siniestra que alguien nos ha maldecido con una
especie de magia negra y que nos urge una “limpia”, o que juramos por Dios y
perjuramos ante la bienaventuranza de la humanidad que el Universo mismo ha
decidido complotar[1] en
contra nuestra; si bien, repito, a veces pasan las semanas de ese modo tan
miserable, también es cierto (reconozcamos) que existen esas chistosas y dulces
semanas en donde todas las cosas parecen caer en su lugar y en donde nuestros
deseos son mágicamente colmados a pedir de boca… y es ahí, entonces, donde se
nos revela nuevamente una epifanía que ya habíamos olvidado… Se trata de esos
lúcidos momentos de sabiduría que tiene la vida en donde se nos viene a la
mente, a modo de recuerdo, esa misteriosa revelación que reza: “¡Vivir vale la pena!”.
Pero, ¿es que sólo debemos amar
nuestra vida cuando estamos contentos?
Y, entonces, ¿qué hay de nuestros
malos momentos?
Si la vida fueran sólo momentos
alegres, ¿viviríamos siempre felices… o nos hartaríamos de la felicidad y
extrañaríamos la miseria? ¿Cómo podríamos sopesar el júbilo sin congojas? ¿Cómo
podríamos saber que la felicidad es alegría si no conociéramos la sensación de
tristeza?
No existe lo bueno sin lo malo ni
viceversa… Son cosas “hermanas” e inseparables… Son correlativas… Son
simbióticas… Toda tesis tiene su antítesis…
Pareciera muy estúpido y risible
decir que la vida es lo mejor que nos puede ocurrir en la vida, pero entrelíneas
tiene aquello un significado mucho más profundo que nos dice que la vida es
algo que se aparece como un mero instante entre la eternidad y que, por la
misma razón, es algo que debe gozarse al máximo…
Y si bien ese pequeñísimo
momento de nuestra existencia es algo prestado (al nacer nos condenamos a
morir), debemos ver aquello más como una especie de “usufructo” donde podemos
usar y gozar a placer…
O, mejor aún, si nuestra vida es algo en lo que también
pareciera que tuviéramos el “derecho” de darle fin, debiéramos, pues, ver la
vida más como un regalo temporal que como préstamo: el más grandioso y valioso
regalo entre los siglos de los siglos… Sin vida, no hay ningún otro regalo…
Y, ¿quién nos obsequia dicho
presente y por qué se nos ha dado tal regalo?
La solicitud de nacer proviene de
nuestro padre, y es nuestra madre quien aprueba dicho trámite, y la razón, por
supuesto, es nada menos que el amor mismo… Y siendo así, me parece que tal vez
es por ello que nuestra especie tiende a elevar tanto a ese valor de saber amar
y de dejar ser amado. Es el amor lo que hace prevalecer a la raza humana…
La vida, pues, es algo así como
un regalo que se nos da sin instructivo y que, de algún modo debemos averiguar
cómo usarlo y, lo más importante, descubrir cuál es el mejor uso que podemos
darle…
¿Te revelo un secreto, aguzado
Lector…?
Si pudiéramos exprimirle la
lógica a la vida, si lográramos escudriñarle en base a razonamientos lógicos, tal
vez terminaríamos con los siguientes preceptos lógico-matemáticos:
a) La vida es el regalo más grande.
b) La vida son momentos tanto felices como tristes.
_______________________________
(por lo tanto)
c) (a+b) Tanto la felicidad como la tristeza son
regalos grandes.
d) El Amor logra el nacimiento de
la vida.
_______________________________
(por lo tanto)
e) (c+d) La vida es amor a la felicidad y a la
tristeza.
Y así, finalmente, se nos revela
la solución para poder “vivir la vida”…
El arte de saber vivir consiste
en lograr el arte de amar cada instante y cada suceso de nuestra vida, sean
malos o buenos…
Querido Lector, de corazón deseo que tanto tú como yo logremos dominar el “arte de vivir”, sabiendo amar a nuestras tristezas del mismo modo en que lo hacemos con nuestras alegrías, pues sólo así llegaremos al punto de poder decir sin pena alguna que somos parte de esas escasas personas que, sabiendo ya leer entrelíneas, habrán de gritar dulcemente:
“¡Yo vivo mi vida! ¡Viva la vida!
¡Viva vivir la vida!”
[1]
Sí, el verbo es “complotar”, y no “complotear” como coloquialmente se le
conoce.
Ref. Real Academia de la Lengua Española’ http://buscon.rae.es/drae/srv/search?val=complotar.
Ref. Real Academia de la Lengua Española’ http://buscon.rae.es/drae/srv/search?val=complotar.